Frases

Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


viernes, 31 de octubre de 2014

Los viernes soy soltera (4o. Parte)


Viernes de Relatos

- Admito que la idea de una cita a ciegas no era precisamente mi plan para hoy - reconoció él cuando comíamos el postre. Habíamos salido a cenar. La ironía, es que planeó ir al mismo sitio al que el otro me llevó el viernes pasado. Sin embargo, el que la charla fluyera tan maravillosamente me hizo olvidar la coincidencia.

- ¿Por qué, no te gustan las citas a ciegas?

- No es eso, es que...

El silencio me aterró por un instante. ¿Qué iba a decir?

- Hace dos semanas mi novia y yo terminamos.

Recién terminaron. Vaya situación.

- Te ves muy bien para haber terminado hace tan poco.

- ¿Sí? Gracias, de hecho por eso me insistió con esto tu amiga, me sugirió que así podría olvidarme de Lorena, mi ex, ya sabes...

En una frase me convertí en el clavo que saca al otro clavo.

- Y... ¿por qué fue que terminaron? Si es que se puede saber...

- Ella quería casarse... y yo, la verdad es que no quiero eso. Tengo tantas cosas que resolver de forma personal, que un compromiso de esa magnitud simplemente no me iba.

- ¿Qué cosas tienes que resolver?

- Bueno - justificó un poco - ella decía "que tenía yo que resolver", la verdad es que a mí nada de lo que me decía me quitaba el sueño. Pero a ella sí, por lo que lo mejor era dejarlo por la paz.

- Vale... pero ¿qué cosas tenías que resolver según ella?

Silencio otra vez.

- No creo que deba decírtelo en la primera cita. ¡Qué vas a decir de mí!

- No lo sé, sería por eso mejor que me lo dijeras, ¿no?

Silencio.

- No, mejor otro día, si es que lo hay, ¿no?

"¿Si es que lo hay?" Qué tipo de respuesta era aquella. Lo que había empezado agradablemente, ahora comenzaba a pesarme. Tal vez invadí el terreno personal demasiado rápido, pero la intriga sobre aquello que Lorena había tachado de inmadurez en él me mantenía curiosa.

Llegó el momento de pedir la cuenta. La puso el mesero al centro de la mesa. Él no hizo esfuerzo por tomarla, así que luego de tenerla ahí abandonada un rato, la tomé y la abrí. Leí en voz alta la cantidad y busqué mi bolso para sacar la tarjeta. Él no hizo ningún movimiento. ¿Qué se supone que debía interpretar? Charlé un poco más dando tiempo a alguna respuesta de su parte. Nada... Así no más, llamé al mesero y le pedí se cobrase de mi plástico la cantidad completa y le agregara el respectivo porcentaje de propina. El mesero se retiró e hizo lo suyo, mientras mi acompañante trazaba círculos con su dedo sobre la mesa.

Nos retiramos del sitio, cada uno por su lado. Nos despedimos en el Valet Parking. Un abrazo y un beso en la mejilla fue lo que recibí. No esperaba que me invitara la cena, pero al menos recibir un agradecimiento hubiera sido agradable. ¿Acaso esa sería una de las cosas que apuntaba Lorena, su exnovia? Sí era así, yo la apoyaba aunque fuera a distancia, porque ningún lazo nos unía como para suponer que iba yo a absorber por completo el gasto de la salida.

¿O qué le habría dicho mi amiga que lo llevó a suponer eso?

- ¡Qué fijada eres! - me dijo ella al otro lado del celular - Hoy las mujeres ya pagan la cuenta.

¿Será? Si es así, vaya que hacía mucho no me dedicaba a salir.

De cualquier modo, no me animaba a tener una segunda cita, así que me dispuse a olvidar lo ocurrido y me eché en la cama a dormir.



martes, 28 de octubre de 2014

Mini cambios gigantes


En general, los cambios nos disgustan, nos desagrada lo que conllevan. Nos implica reacomodar las configuraciones que teníamos, sacudirnos un poco y desperezarnos. Esto no suele gustarnos pues implica algo nuevo, diferente con lo que no sabemos manejar. Y en varias ocasiones, porque nos arrebata aquello que teníamos y a lo que nos aferrábamos tanto...

Los cambios nos implican avanzar, porque eso hay que hacerlo a fin de cuentas. Nos quitan la silla donde mejor estábamos acomodados y ahora hay que mantenerse de pie. Puedes caerte y no levantarte, sí; pero esperanzadamente sigues andando y encuentras modo de estar a gusto con lo que te depara levantarte de esa silla.

Lo interesante de esos cambios es que los más grandes inician con cosas minúsculas. Son tan chiquitas que las personas ni se enteran de que han ocurrido. Alguna vez lo vi en una serie llamada "Everwood", en la que el esposo pierde a su esposa y se van a vivir a un pueblo lejos de la ciudad. Allá se lleva a la familia, y luego de muchos momentos de sobrevivencia y adaptación a la vida sin su esposa, un día cualquiera, su primera paso para avanzar es quitarse un anillo del dedo que decide guardar en un cajón. Un anillo es una cosa pequeña. En sí misma la puedes ocultar cerrando el puño de una mano sin mucho esfuerzo. Sin embargo, el poder que posee el objeto y el significado que resguarda es de lo que se despoja y guarda para dejarlo atrás.

Estas cosas pequeñas que son el preámbulo a cambios gigantes, no son cosa fácil. Para otros podría ser fácil ignorarlas o hacerlas, pero para el sujeto en cuestión.... vaya que cuestan sangre y mucho esfuerzo. Te arrancan el llanto a veces, porque así de fuerte es el vínculo que mantenías.

Ligeros cambios en una rutina... guardar aquel regalo... tirar aquella carta... quitar una fotografía... no mirar... no contestar...  callarte una felicitación... no levantar la mano y decir aquí estoy.... Son cosas tan chiquitas que pueden significar un cambio gigante en la vida de cualquiera de nosotros. Y nadie se percata, porque son muy personales y las hacemos casi en silencio. Sólo nosotros dimensionamos el dolor que nos significa iniciar el cambio y lo mucho que puede doler.

Para cambiar no se requiere de aspavientos, sino de profundidad y aceptación. Avanzar... avanzar... y confortarnos nosotros mismos. Cosas miniatura.... cambios gigantes.


domingo, 26 de octubre de 2014

¿Te ha pasado?


Ocurre que tienes una pregunta, un dilema, una cuestión. Crees saber la respuesta. En el fondo de tus creencias, de tus prejuicios, de tus expectativas y miedos se esconde la respuesta. Ahí, donde no te atreves a esculcar, porque de algún modo, sabes que esa respuesta puedes malinterpretarla, incomprenderla y sobrepensarla.

Esa pregunta la pones en otras manos. En el universo tal vez, o en algo superior a ello. Lo depositas ahí con cautela, con cariño, con esperanza. Y sabes que será contestada.

Sigues tu vida, no sin haberte arrebatado la ansiedad. Esa sigue presente, no se va. Aunque quieres confiar con todas tus fuerzas que será resuelto tu caso, aun así las emociones no te dejan tranquila. De repente, hay un momento clave, en el que silencias tu cabeza y te dispones a escuchar. En ese instante hay calma en tu corazón y estás dispuesto a dejar que una voz, que no es la tuya, te hable.

En ese preciso microsegundo ocurre. Tienes tu respuesta. Tú lo sabes, tienes por una vez certeza de todo. Un microsegundo que te es concedido para poder recibir lo que has estado esperando. Y así como vino, se va. Fugaz, efímero; pero la respuesta se queda contigo. Tienes lo que querías y ahora, sólo te queda seguir avanzando con lo que te ha sido dado de vuelta. No ha sido necesario mucho, porque no te encuentras dispuesto para dar mucho a cambio. Sólo una fracción tan chiquita de tu confianza ha bastado. Una confianza plena, transparente y pura. Esa que sabes que te cuesta muchísimo dar. Esa ha bastado y ahora, puedes continuar andando.

Tienes fe y lo que queda es tener paciencia. Te aferras a la respuesta, no te queda nada más a qué agarrarte y eso es lo que necesitas para no tambalearte. Ni más ni menos. Sólo eso y ya lo tienes. Lo único que te queda, es seguir ejercitando la confianza, para no desacreditar lo que te ha sido otorgado. Porque si no lo haces, lo estropeas y le quitas el valor que poseía.

Confianza. Sólo confiando se puede gozar lo que viene, sin saber qué es.


viernes, 24 de octubre de 2014

Los viernes soy soltera (3o. parte)


Viernes de Relatos

- ¡¡¿Cómo te fue?!!

La casamentera experta no vaciló en llamar en cuanto llegué a casa.

La cita tuvo lugar en el cine. Una comedia romántica para variar, clásico de una cita a ciegas. Obviando las pretenciones de generar un ambiente romántico en el que floreciera nuestro amor, me hice la desentendida y dejé que fluyera el plan que él había armado para mí.

Al salir del cine, la cena para comentar la película era lo siguiente en la lista.

Admito haber estado nerviosa al inicio, pero al percatarme de lo nervioso que estaba él me olvidé de lo mío y me relajé. El hombre estaba al punto de la deshidratación de tanto sudor que le escurría por la cara. Constantemente sacaba de su pantalón un pañuelo para secarse, que pasaba de vez en vez por sus anteojos para limpiarlos y mirarme mejor. Su calva le sumaba más años de los que tenía en realidad y relucía bajo el foco que convenientemente alguien había dispuesto poner sobre nosotros al acomodar la mesa en esa pared. Así que entre el calor y el nervio el tipo no debía estarla pasando nada bien. Al ordenar el menú, quiso memorizar lo que pediría cuando me preguntó lo que me apetecía. Dictarlo al mesero fue una hazaña, tartamudeaba al hablar e intercambió algunas cosas por otras. En vez de filete de pescado empanizado, terminé comiendo filete de pescado a la plancha. En vez de vino blanco; vino tinto. El colmo fue cuando la charla derivó en una crisis. Derramó la copa de vino sobre la mesa, que a su vez sumergió en vino mi platillo. Quiso evitar más desastres y se levantó deprisa de su asiento, llevándose sin querer el mantel de la mesa entre sus piernas, lo que hizo que todos los platos y el florero en el centro cayeran al suelo. No contento, trato de limpiar la comida que cayó sobre mí con su servilleta, lo que le sirvió para manosearme un rato hasta que me quité sus manos de encima.

- Fue toda una experiencia - le dije a mi amiga sarcásticamente.

- No pudo estar tan mal - dijo ella defendiéndose en la contienda para librarme de mi soltería.

Traté de encontrar algún detalle que me hubiera parecido favorable. Lo medité un rato en silencio mientras mi amiga esperaba paciente al otro lado del auricular. Sus modales lo distinguían. Había corrido mi silla para poderme sentar a la mesa, me cedía el paso al llegar a una puerta, había procurado ordenar por mí y no empezó a comer hasta que yo probé el primer bocado. Sin embargo, mi decepción en lo demás no dejaba relucir el que fuera un caballero.

- Es buen hombre, sólo que no eres paciente.  - sentenció mi amiga - Deberías al menos agradecer que el mío no te dejó plantada.

Suspiré al recordar la semana pasada... ya veremos cómo me va el próximo viernes.





martes, 21 de octubre de 2014

Malos somos para apoyar en las pérdidas

Inspirado en colaboración de Estephanie Rosas


"Ya encontrarás al bueno" "No te apures, ya llegará el hombre para ti" Podría seguir enlistando las frases que se nos sueltan cuando dejamos atrás una pareja. Lo que todas tienen en común es que giran en torno a la esperanza de que llegará alguien más a ocupar la vacante que se ha desocupado.

Lo frustrante de escucharlas, es que en ciertos casos y a cierta edad, estas palabras redoblan absurdas en los oídos, y aún así son las frases favoritas para enunciar tras la perdida de una relación. ¿Se percatarán de la trascendencia de lo que ocurre? Permíteme explicarte.

Básicamente esta situación refiere a una pérdida. Es así: un duelo. Cuando una persona frente a ti atraviesa esta situación, lo que quieres (si la estimas) es empatizar con ella para apoyarla. Y en ese instante incómodo de silencio y llanto, es donde uno reconoce, si es sabio, que no se sabe qué decir a menos que realmente empatices con ese dolor.

Empatizar con el otro consiste en dimensionar la emoción del otro a través de una situación propia lo más similar posible a la suya. Experimentar lo que la otra persona experimenta para desde ahí establecer el contacto. Por ejemplo, en un funeral, las palabras parecen desaparecer de nuestro vocabulario cuando nos encontramos con los que sobreviven a la persona que se ha marchado. Un abrazo logra el cometido. ¿Pero te ha pasado que te digan "lo siento", y casi te vean feo porque cómo vas a sentirlo tú? Más allá del debate que esto pueda despertar, lo que es cierto es que para poder dar aliento o consejo, necesitas haber experimentado el dolor del otro en ti mismo. Porque de otro modo, tu consejo puede caer tan mal como un "no te apures, ya llegará el hombre que sí es para ti".

No se trata de suplir a las personas que se van. Cuando has perdido a alguien, de la manera en que haya sido, duele y duele mucho. A veces más, a veces menos, pero duele. Y el dolor de otra persona no puede minimizarse. Al contrario, debe comprenderse en la mayor posibilidad de empatía que nos sea permitida. Así es como alguien puede ayudarte a seguir. Las frases estereotipadas están vacías. Las que salen de la empatía son más poderosas. Las que te consuelan, son las palabras que emiten las personas que realmente se han detenido a degustar un poco del trago amargo que estás tomando. Esas son las que te ayudan a avanzar.

Así que, básicamente somos muy malos para apoyar las pérdidas, porque en sí tenemos la tendencia a evitar sentir dolor. Evitamos que nos duela... y con mayor razón, evitamos que nos duela lo que no es nuestro.

El dolor es parte de la vida y tenemos que sentirlo. No puede dejar de doler si no se acepta. Por esto, a la próxima que tengas que vértelas con él... mira el dolor con todos sus colores y abrázalo, sólo así se irá. Y a los que te rodean: ayúdalos a abrazarlo también, no a huirle.



lunes, 20 de octubre de 2014

Curiosas cosas


Un par de aretes. Cada uno metido en la misma bolsita. Luego, por azares del destino, uno de los aretes se pierde. Desesperada lo busqué y nada... lo frustrante: eran un regalo que quería estrenar. Luego de un tiempo, me resigné a no encontrarlo. Todas mis pistas se habían agotado y ni rastro del par.

Un día, apareció el par en el piso. ¡Ahí estaba, sin buscarlo apareció! Sólo debía buscar el otro para completarlo. Lo malo: no apareció el que ya tenía asegurado. ¿Cómo era posible? Otra vez tenía sólo uno. Hice un esfuerzo por encontrarlo, pero simplemente no había ni seña de él.

Ya había aceptado que no aparecería. No había forma. Había estado en tantos sitios que era difícil saber dónde había podido ir a parar. Para sorpresa mía... un día, de la nada, encontré el par sobre un escritorio. ¡Ahí estaba! Corrí a buscar el otro par. El que ya tenía. Tenía que estar ahí. ¡Y ahí estaba! Al fin estuvieron juntos los dos aretes.

Este ir y venir ocurrió en cosa de mes y medio.

Estas curiosas cosas de la vida me recuerdan que no importa cuánto uno se esmere por controlar las situaciones, en realidad, no se puede más que fluir y dejar pasar las cosas. Al final, si uno fluye la vida te sorprende un día y de la forma más divertida.

Así que, aunque a veces una cosa se pierda, si ha de tener que estar para completar el par, regresará. Así funciona la vida, en realidad, sólo se trata de dejarse disfrutarla.


domingo, 19 de octubre de 2014

Si no duele... no sirve


En el ejercicio lo tenemos claro. "Si no duele, no sirve". Parece que la condición para que veamos resultados al ejercitarnos es esa: tiene que doler.

A veces parece que la vida así también funciona. Si no te duele, no estás viviendo. Porque cada proceso de crecimiento, esfuerzo y voluntad surgen de un dolor que tenemos que manejar. Cada situación que nos hace sudar se parece a esas sentadillas que tenemos que hacer para fortalecer nuestros músculos. Cada momento de la vida que nos pone a prueba, se parece a esos abdominales que nos hacen arder los músculos. Y así como en esos ejercicios de repente queremos detenernos y abandonar, así también nos puede pasar en la vida. Lo genial ocurre cuando no te rindes y sigues adelante. Entonces descubres que ese dolor tenía una función: hacer que sirviera el ejercicio.

Los resultados no ocurren si no pasas por ese proceso. La vida tampoco sabe igual si no sientes ese dolor y luego disfrutas de la satisfacción de haber dejado atrás eso que te estaba molestando. Requiere disciplina y mucha voluntad.

Cuando no estás tan acostumbrado, al inicio es difícil. Sin embargo, una vez que has empujado tus límites, el dolor aparece con menos facilidad. Eso quiere decir que estás listo para otros retos, para algo superior. Así también en la vida, entre más esté dispuesto a avanzar, más cosas te parecen poca cosa y el reto será más grande cada vez.

Pero así tiene que ser, porque entre más avanzas, mejor se pone la situación y las recompensas son más lindas. Los escaladores podrían conformarse con pequeños cerros, pero siempre van buscando más montañas qué conquistar. ¡¡Y la vista es diferente desde ahí!!

Así que en el dolor está el goce. Y si no te ha dolido, no le estás echando ganitas al ejercicio de vivir. Hay que esforzarse aún cuando duela, sólo así podrás mirarte al espejo y encontrarte con una mejor versión de ti mismo... mejorada... crecida.... feliz.


viernes, 17 de octubre de 2014

Los viernes soy soltera (2o. Parte)

Viernes de Relatos

Dieron las seis de la tarde. La hora de salida de la oficina. Apagué mi computadora, apilé los documentos pendientes por revisar, acomodé las plumas en el lapicero y saqué de mi cajón mi bolsa de mano. Saqué las llaves de la puerta y cerré aquel sitio que no visitaría hasta el próximo lunes.

Llegué a mi departamento. Quietud y tranquilidad. No se escuchaba ningún ruido. Contemplé el vacío de un lado a otro. Entré en mi habitación e hice lo que hacía mucho no hacía: el ritual de preparación para salir al bar un viernes por la noche.

El ritual a continuación tenía todo su protocolo. El conjunto debía ser el adecuado para causarle una buena impresión al "desconocido número uno, Javier". Un vestido negro entallado y un poco escotado lograrían el impacto. Unos tacones de esos con los que difícilmente se camina fueron los elegidos. Me solté el cabello y maquillé mi rostro sutilmente con sombras grises difuminadas. Un labial color claro para no competir con el oscuro de mis párpados y unos aretes que tintineaban con el reflejo de la luz.

Me miré al espejo y me gustó lo que encontré.

Vaya, arreglarse así revivió algo en mí. Mi aspecto lucía sexy, candente, seductor. Era difícil reconocerme y al mismo tiempo me reconocí en una imagen que me era familiar. ¿Dónde había estado? Recuperarme me emocionó y me concedí sentirme así. Finalmente, tenía una cita con un tal Javier y con ello, volvía al juego de salir y conocer gente. Podría divertirme y pasar un buen rato. Tal vez resultara buena idea después de todo.

Me despedí de mi cama, mis películas y mis libros. Subí al coche y me miré en el retrovisor. Lucía espectacular a la luz de la luna, que para entonces ya iluminaba el cielo. Todo estaba listo y dispuesto para mi aventura de viernes.

Llegué al sitio donde era la cita. Eché un vistazo rápido adentro, pero no encontré a nadie con las señas particulares indicadas por mi cómplice número uno. Esperé un momento y una señorita preguntó mi nombre y por mi número de acompañantes. Se lo di y a la segunda pregunta mencioné que alguien me alcanzaría. Qué interesante me sentí. Alguien llegaría a acompañarme. Seríamos dos.

Al sentarme en una periquera, un mesero se acercó a preguntarme por la bebida que tomaría. Fuera de práctica, pedí lo primero que se me ocurrió: Vodka y Jugo de Arándano. Ignorando si debí haberle esperado antes de pedir, miré el reloj notando su retraso.

Veinte minutos de retraso. No es mucho. El tráfico de la ciudad debió atraparlo.

Miré a mi alrededor y conté varias parejas que se perdían en besos y caricias. Algunos grupos de amigos esparcidos equilibraban la escena. Noté que era yo la única que estaba sola. La única.

Luego de cincuenta minutos empecé a notarme. La gente me miraba de reojo y apostaba a que cuchicheaban a mis espaldas. Empezando a trastornarme, escribí a mi amiga preguntando por el sujeto en cuestión. Me suplicó paciencia mientras lo localizaba. El mesero se acercó a mí para preguntarme si podían usar la silla vacía frente a mí. Con una mirada indignada le negué su solicitud. Se retiró sin hacer mella. Transcurrió una hora antes de saber de mi amiga.

Se ha quedado atorado en la oficina trabajando. Una cosa de presupuestos que va para largo. Lo siento en el alma amiga

¿Es real lo que leo? Furiosa pedí la cuenta y salí del bar. Me sentí acongojada. Mucho. Mi esfuerzo por darme la oportunidad de conocer al tal Javier había concluido en un plantón. ¡¡Me dejó esperando!! Si tenía mucho trabajo, debió aclararlo a mi amiga y evitarse el compromiso de aceptar salir conmigo así como así. ¿Cómo iba yo a pensar que sería diferente este viernes?

De vuelta en el hogar, arrojé los zapatos en el armario, desmaquillé mis párpados y me quité deprisa el vestido negro. Sujeté mi cabello en una coleta y me eché una sudadera encima que me arropó en la cama hasta que concilié el sueño.

Las noticias vuelan y más las malas. Mi celular me despertó a la mitad de la noche. Recibí un mensaje que leía:

Andrea es una amateur en esto de ser casamentera. Mi candidato te sorprenderá el próximo viernes ¡¡Prepárate!!

¿No fue demasiada humillación? Tendría que aclararles que para estos desenlaces, prefiero ser soltera.



domingo, 12 de octubre de 2014

Este rollo de ser tú mismo


Últimamente he estudiado sobre Terapia Ocupacional. Una ciencia y arte que estudia las ocupaciones de los seres humanos. ¿Qué entendemos por ocupación? Todo aquello en lo que ocupas tu vida. Sin mucha complejidad se puede resumir así.

Lo que me ha tenido pensando, es que esto apuesta a que las personas se dedican a hacer aquello que realmente les interesa, pues refiere mucho a los gustos de cada quien y lo que realmente les apasiona. De hecho, la intención es enfocarse precisamente a orientar a las personas a desempeñar esos roles que les atraen desde sus propias cualidades y potencialidades.

Lo que es curioso es idear cuántas personas realmente se dedican hoy a hacer lo que les fascina y les hace vibrar las entrañas. Vamos, se supone que tu ocupación prioritaria tendría que estar relacionada contigo mismo en esencia y lo que cuestiono es si esto es una práctica común en la mayoría. No lo creo, muchas veces se toman los empleos por meras circunstancias, posibilidades y oportunidades. A veces pasan años en un trabajo con la ilusión de encontrar algo mejor a largo plazo. Claro está que hay otras actividades en las que uno se ocupa para entretenerse, pero finalmente, la prioritaria, la ocupación productiva no siempre es la que va acorde a lo que te emociona hacer.

Esto no quita el hecho de que encuentres gusto en hacer tu trabajo, pero la pregunta es: ¿tu trabajo dice lo que realmente eres? Vaya, a veces pienso que sería una utopía pensar que todos se ganan la vida haciendo lo que les fascina. Tantos talentos frustrados por prejuicios... como ser artista. Si no escuchaste a los que te auguran que morirás de hambre, tal vez estudies eso y le dediques tu vida. Pero si escuchaste esas voces, pensarás que en tu tiempo libre puedes ser artista y de base serás otra cosa. Te levantarás para ir a la oficina a trabajar y tener un sueldo que te permita hacerte de un patrimonio seguro.

Sería sensacional poder tener una ocupación productiva acorde a lo que eres tú. Me imagino cómo se sentiría la sociedad si así fuera. ¿Sería posible? Primero habría que hacer esfuerzos por despertar estas pasiones desde la infancia y salvaguardarlas en el camino. Que los criterios para elegir tus ocupaciones no fueran el estatus social o económico, sino lo que eres tú. ¿Cuántas personas hoy dejarían su trabajo y reivindicarían el rumbo? Lo ignoro...

Lo que es verdad, es que todos tenemos siempre la elección de hacer según lo que somos desde lo profundo. Sólo hay que atreverse y avanzar.

viernes, 10 de octubre de 2014

Los viernes soy soltera

Viernes de Relatos

Soplé las velitas. Mi cumpleaños número 35 había llegado. La lista de cosas que se supone habría hecho para entones estaba completa, excepto por el pendiente que todas mis amigas se habían empeñado en escribir en ella: tener novio. Vaya, esas dos palabras podían obsesionarlas hasta el punto de la locura. No importaban los logros que yo recitaba orgullosa en cada una de las cenas que teníamos para charlar de nuestras vidas. Mi increíble trabajo en el que yo era la subdirectora a la que se le consultaban importantes decisiones, mi posgrado estudiado en el extranjero, los tres idiomas que hablaba con fluidez, el automóvil que conducía, mi departamento lujoso en el que yo hacía y deshacía a mi antojo, los geniales ingresos que percibía cada quincena, los deportes que practicaba y mi buena salud... todo aquello pasaba a segundo plano cuando mis amigas se empeñaban en hacer la única pregunta a la que tenía una respuesta no tan sensacional ¿Tienes novio? ¡Odio ese cuestionamiento!

No es que no hubiera querido tener novio antes. Lo había intentado varias veces, sólo que al final no resultaba lo que yo quería. Además estaba detrás la terrorífica historia con él, un novio que durante un año se negó a verme los viernes. Por irracional que parezca, así fue. Nunca tuve una respuesta de por qué se negaba a verse conmigo ese día. Las sospechas y la paranoia me carcomieron. Finalmente, lo dejé atrás, pero su huella dejó rastro en mis rutinas, a tal grado, que me acostumbré a ser soltera los viernes.

Por esto, mientras todas mis amigas organizaban el clásico "viernes social" yo me despedía de ellas en la oficina y partía a mi departamento. Ahí prendía la televisión, sacaba mis libros favoritos y me preparaba en la cocina mis platillos favoritos. Los viernes eran míos muy a mi modo. El fin de semana el deporte y la recreación se adueñaban de mi tiempo, por lo que no tenía muchas ganas de incluir a un hombre en mis actividades. Así estaba bien, hasta que mis amigas, alineadas a los ritmos sociales estereotipados, me echaban en cara la carencia de un ser masculino a mi lado.

Maldita sea... 35 años y ni luces de un novio.

Esa noche, frente al pastel que repartía el mesero en el restaurante, mis amigas, casadas o pareja, con hijos y sin hijos, se encomendaron una misión. Encontrarme novio. Aplaudieron emocionadas con su ocurrencia mientras yo hundía mi ánimo en un bocado sabor chocolate. Se reían y cotilleaban a mis espaldas. Evaluaban prospectos y sacaban de su celular la lista de contactos que podían ser candidatos. Ninguna se percataba de mi gesto insatisfecho y elegí callar mientras elucubraban su estrategia. Finalmente, una de ellas apagó el bullicio alzando una copa de vino al aire.

- ¡Ya está! Nosotras nos haremos cargo de todo. Tú sólo nos dejarás disponer de tus viernes durante un mes y medio.

¿Mes y medio? La lógica no era tan grandiosa. Ellas eran seis y cada una apostaba a su candidato como favorito para sacarme de la, según ellas, patética soltería. ¡Vaya clan!

Mi opinión no fue solicitada y su proyecto les inyectaba tanta adrenalina y euforia que no quise arrebatárselos. Podía ser que murieran de la desilusión y además, su ociosidad requería diversión a costa mía. Entonces, influenciada por mi espíritu altruista acepté el plan. ¿Qué es lo peor que podía pasar? Los viernes tendría que dejar mi hogar y entrevistarme con seis desconocidos. Seis hombres más o menos desesperados que ellas. Seis variedades de personalidades. Seis intentos y seis historias de incertidumbre.

Ellas brindaron a mi salud a carcajadas. Definitivamente habían perdido la cordura con esos tragos. Las repasé a todas mirándolas a detalle y captando las extravagancias que las distinguían. En ese momento descubrí que más allá de su familia no sabía nada de ellas. Sus amigos eran un círculo al que yo no me había asomado jamás. Las posibilidades empezaron a asustarme. ¿A quién me van a presentar? Por un instante sentí pánico, pero el trato estaba hecho. Mi sentencia iniciaría el próximo viernes y estaba condenada a no faltar.

Rayos... en qué me metí.





jueves, 9 de octubre de 2014

Gastos inútiles



Inspirado por Lucy Torres


Cuando hablamos de gastos inútiles, financieramente hablando, de prisa pensamos en la lista de cosas que hemos comprado y que no necesitamos. Tal vez nos abruman las deudas que cargamos y las tentaciones que nos han hecho despilfarrar un poco el dinero. Sin embargo, los verdaderos gastos inútiles son aquellos que lejos de desbalancear nuestro bolsillo, desbalancean nuestro corazón y nos quitan la paz.


Estos gastos inútiles son los que van de la mano con actividades que realizamos que no aportan a nuestra vida y que para colmo, buscamos incansablemente en la tonta esperanza de rescatar lo que ya no existe.


Un gasto inútil son las llamadas que realizamos a los "ex" una vez que hemos terminado una relación, que aunque no queremos reconocer, ha terminado. De repente la motivación de los gastos inútiles es la desesperación y la ansiedad, la negación también se cuela contra nuestra voluntad. Y entonces, gastamos dinero inútilmente. Porque es real: la historia ya terminó, y gastamos en nuestra terquedad.


Otro gasto inútil parecido es el que hacemos al comprar regalos a personas que no tendríamos que estarles regalando nada. Y no porque queramos ser egoístas, me refiero a que hay relaciones que ya quedaron en el pasado y no es nada pertinente regalar algo. Hacemos gastos inútiles, que podríamos ahorrarnos e invertir en nosotros mismos.


Más aún, los gastos emocionales que hacemos pueden ser más inútiles cuando nos dejamos llevar por la euforia de las compras. En nuestras vulnerabilidades vamos regalando nuestro dinero emocional en pláticas desgastantes, en repeticiones de peleas, en darle vueltas a lo que no queremos que toque un punto final... podemos gastar y gastar y nuestros bolsillos se vacían. Luego, al recuento del gasto, quedamos en cifras negativas. ¿Y para qué? No compramos lo que queríamos, porque además de todo, más que mejorar las situaciones, las desgatamos más y se lastiman.


Estos gastos inútiles hay que domarlos. Aprender a gastar. Si el objeto de compra no nos construye, mejor pasar de la oportunidad de gastar. Respirar nuestras emociones y poner la mira en lo que está pasando ahora mismo es buena estrategia para no correr a buscar catálogos, productos y saciar necesidades. Los gastos inútiles nos asaltan cuando nos inquieta nuestra alma, cuando no tenemos paz.


Busquemos la paz interior para no gastar inútilmente. Ahorremos nuestra energía y nuestro dinero en algo que produzca y favorezca. Vamos... cortemos con los malos hábitos y percatémonos de que no necesitamos nada más que a nosotros mismos en plenitud para estar contentos y sonreír.



domingo, 5 de octubre de 2014

¿Dejará de doler?


Se dice que el dolor se va cuando lo aceptas y lo respiras. A las mujeres que están a punto de ser mamás se los dicen, por eso aprenden a respirar y mantener la calma, para relajarse y dejar que todo fluya. Al resto de nosotros, nos dicen que basta con respirar profundamente para que el dolor se disipe y que entre más atención le pongas, más duele.

El dolor físico parece ser así. El dolor emocional, también tendría que ser así. Sin embargo, hay cosas en la vida que un par de buenas respiraciones no lograrán quitarnos el dolor. Exigen más de nosotros mismos para que dejen de doler, pues apenas se nos ocurra descuidarnos o bajar la guardia, se apoderan de nosotros y perdemos la batalla.

El dolor emocional es el más duro. No sana por sí mismo como el cuerpo. El cuerpo no nos pregunta tanto por nuestra voluntad y sana. Si nos raspamos, si nos fracturamos... el cuerpo hace lo suyo y empieza a sanar. Lo que nos ha herido el alma, eso sí que duele más y para que deje de doler, requiere de nuestra plena y consciente participación. Aunque digan que el tiempo lo cura todo, no es sólo el pasar de las hojas del calendario lo que cura, sino nuestra aceptación de los hechos y el propósito fuerte de seguir avanzando pese a lo que nos ha lastimado.

Duele mucho, esas heridas duelen mucho. Entre más profundas, tardan más en sanar y mientras se sanan, duelen. A veces nos incitan a llorar, otras a estar de malas y en otros casos nos tiran en lapsus depresivos. Si nos negamos a sentir ese dolor, duele más todavía. Si nos permitimos sentirlo, el dolor encuentra una vía por donde salir y dejarnos un rato en paz. Por eso lloramos, porque las lágrimas son el canal más rápido de limpieza, el símil con el agua que genera una corriente y arrastra a su paso la suciedad que tiene que llevarse. Esas lágrimas son nuestras aliadas en momentos así.

El asunto es que sanar estas heridas toma su tiempo. No es de un día para otro, ni de un mes para otro... y no sabemos qué tan rápido sanarán. Algunas son más rápidas que otras, y unas son tan lentas, que nos preguntamos: ¿Algún día dejará de doler?

La respuesta es "sí". Si te esfuerzas y dejas fluir, siempre deja de doler. El problema es abandonarnos en el dejar fluir la vida y en el aceptar los hechos tal como son. Buscamos razones, buscamos explicaciones y motivos. Lo cierto es que las respuestas tal vez no las tengamos jamás... y sólo queda despojarse de los "hubiera" y seguir andando sin cargarlos a cuesta. Despedirse y dejar atrás. Sinceramente, dejar atrás.

Conforme descubres que no tienes control sobre las cosas de la vida y aprendes a confiar, es más fácil que sane y deje de doler. Cuando estés listo para abrazar el presente y aceptarlo como es, dejará de doler. Finalmente, la vida duele. Sólo que no tiene que doler para siempre. Que duela cuando deba doler y deje de doler cuando deba dejar de doler.

Respirar y avanzar. Tan fácil... sí, tan fácil si dejas de pensarlo tanto.


viernes, 3 de octubre de 2014

Compilación "Cinco años y algo más"

Viernes de Relatos

A solicitud de algunos seguidores de los viernes de relatos, vuelvo a hacer la compilación de todas las partes de esta historia "Cinco años y algo más".  ¡Espero la disfruten!

Parte I

A la salida del trabajo yo siempre tenía a dónde ir. Si me invitaban a cenar, les daba una negativa. Si me invitaban a bailar, decía que no podía. Si el pretexto era el cine, yo me inventaba que prefería ver las películas en la televisión de mi casa. Nada podía hacer que yo faltara a mi cita.

En el parque, nos miramos sonriendo. Detrás de él se alzaba un paisaje arbolado que nos arropaba con sus vestidos tiesos y frágiles. El saludo del otoño era frío y nuestros abrigos hacían frente al viento que soplaba sobre nuestros cuerpos.

Nos sentamos. La banca era sólo para dos. Para él y para mí. Acompañándonos mientras nos sentábamos sobre esa banca de madera hecha a mano, algo rústica y a medio pintar de color blanco. Los años habían pasado sobre ella, pero se mantenía presente como parte del espacio, contando historias de las que había sido testigo. En esa banca, invariablemente, nos encontraban cada tarde de viernes.

Yo no se lo contaba a nadie. Estoy segura de que él tampoco. Era nuestro secreto y en esa complicidad se construía nuestra singular amistad. La manera en que dimos el uno con el otro fue mera casualidad. Una tarde caminaba yo por ahí, ansiosa de llorar. El corazón turbado por un malentendido me obligó a desviarme del trayecto a casa. Así fue como di con ese lugar, algo alejado de los edificios y escondido detrás de un restaurante. Estacioné cerca y corrí por sus pasillos hasta toparme con la banca. Ahí me desvanecí en lágrimas que empapaban mis mejillas. Un desconocido colocó su mano sobre mi espalda y la dejó ahí un rato, esperando paciente a que me calmara. La desesperanza me arrebató los temores a desconfiar de los extraños y le dejé quedarse conmigo. Cuando me calmé un poco alcé la vista y descubrí a mi socorrista. Un muchacho de mi edad, de piel morena y cabello alborotado. Una sonrisa tierna y una mirada brillante. Me miró compasivo y sin curiosidad. No tuve que darle explicaciones, lo que me alivió, pues luego me pillé avergonzada por ahogarme en el desahogo públicamente.

Recuerdo que esa tarde, como la de hoy, nos quedamos en pleno silencio. Arrullados por el ir y venir de las ramas de los árboles meciéndose al compás del viento. No hacía falta decirnos mucho para entender que ambos sentíamos un pesar en el corazón. Las normales dudas sobre el amor y una pareja. Las ocurrentes fantasías proyectadas al futuro llenas de incertidumbre. Los momentos convertidos en tesoros que no queríamos soltar y el ambivalente sentimiento de no sentirlos verdaderamente dueños de ellos. Las preguntas, las sombras, las luces... eso nos decíamos, eso nos hacía ser amigos.

Sentados en la banca, nos dejamos ver el uno al otro. Él me tomó de la mano emocionado y yo le dejé tomarla alegremente. Su presencia me recuperaba de las peleas y malentendidos que tenía con David. A su lado, todo se recomponía esperanzadamente, en una historia con dos personajes meramente humanos llenos de defectos y virtudes. Él sabía cómo hacerme sentir bien y yo sabía cómo hacerle sentir bien. Él parecía perdonarle todo a ella con sólo hablar conmigo.

Su celular sonó repentinamente.

- Es ella.

- ¿No vas a contestar?

Dubitativo, se llevó un dedo a los labios.

- No, siempre quiere saber dónde estoy. Si le digo la verdad, no lo entenderá.

Escondió el celular en el bolsillo de su abrigo y lo dejó sonar por largo rato. Nunca contestó.

Parte II


No sabía si llevar algún obsequio. Un pequeño detalle, nada ostentoso, algo que pudiera rescatar la relevancia de la fecha que se cumplía hoy. Una asunto de rituales que las personas suelen hacer para llevar la cuenta de los acontecimientos. Nada más que eso. Se hacía un año desde la primera vez que nos vimos en aquella banca del parque y yo quería celebrarlo.

Ignoraba si él tenía presente la fecha. Los hombres no suelen ser así de detallistas. Culpan a su mala memoria y esperan el indulto justificándose en lo usual de los de su especie masculina. David era así y las discusiones habían tenido ese tema como base. Por mucho que quería educar a David, no lo conseguía. No sabía si él era como David. Me esperaba ese misterio para ser resuelto.

Al llegar al parque lo descubrí sentado, acurrucado en su abrigo. El frío que hacía era inesperadamente intolerable. Habría sido mucho mejor quedar en algún café o centro comercial, pero no podíamos arruinar la tradición de tantas semanas, que habíamos fijado sin negociarlo mucho.

Me senté a su lado y nos abrazamos gustosamente. Miramos un rato el paisaje y suspiramos llevados por nuestro alivio de encontrarnos lejos del correr de nuestras vidas. Una pausa calmada, un respiro profundo. Me extendió su mano y yo le obsequié la mía. Sus dedos se entrelazaron con los míos. Una emoción recorrió mi cuerpo. Era curioso lo que podía despertar ese gesto en mí. Nada importante y al mismo tiempo trascendental.

Buscó mi mirada y quebrando el silencio me soltó la noticia más inesperada. Sin preámbulo lo soltó cual balde de agua que es arrojado por una ventana. Ella terminó con él. Así de simple. Una carta abandonada frente a su casa. Renglones que le confesaban la verdad de un engaño y la imposibilidad de culparlo a él de uno. Nada más que el desarrollo de una idea frustrada de negativas cada viernes... los viernes que eran míos y de él.

No se le miraba angustiado, al contrario, un poco aliviado. Él lo anticipaba. Según él le exigía demasiado y no era capaz de comprenderlo. El trabajo le fastidiaba toda la semana y los fines de semana rogaba por un espacio para él. Procurándola, le concedía dos días, pero los viernes... los quería para sí. Solo él. Hasta que aparecí yo en la fotografía y le arrebaté su soledad.

Lo miré detenidamente. Quería abrazarle, pero me detuve. Apreté su mano que aún permanecía con la mía y esperé que mi apretón le transmitiera mi simpatía. ¿Un año es mucho tiempo? Para mí era un suspiro; para ella, debió de ser un siglo. Curioso que la forma en que gastamos el tiempo concedido haga que vuele o se lleve a rastras.

Entonces saqué de mi bolsa una pequeña caja forrada de papel brillante color rojo. Una cajita que apenas ocupaba la palma de mi otra mano. Se la mostré y le pedí que la abriera. Él no se esperaba aquello, se lo noté en la cara, que esbozó una sonrisa a medias, aún afectado por los acontecimientos. Me soltó la mano y con las suyas abrió el regalo. Dentro de la caja encontró lo mejor que ideé para conmemorar nuestra historia.

- La hoja de un árbol.

Asentí con la cabeza. Emocionada esperé su reacción. Contrariado, la extrajo de la caja y la miró con cautela.

- Tal vez no seas tan obsesivo como yo con el calendario, pero hace un año que pasó...

- ... que nos vimos aquí. Lo sé, lo tengo presente.

Lo miré sorprendida. No pude evitar echarle los brazos encima en un tremendo abrazo.

Aquella hoja era como las centenares de hojas que se desprendían de los árboles cada otoño en ese parque. Una hoja que durante un año había estado ahí, mirándonos callada, hasta que llegaba su tiempo de partir.

- Sólo no me digas, que como la hoja, y ella, tú también pretendes irte - me advirtió.

- No, yo me quedó.

¿Cuánto tiempo iría a durar esto? Con esa pregunta en mi cabeza nos despedimos hasta el próximo viernes.


Parte III

Las buenas pláticas son lo que más me gusta. Es nuestra única forma de compartir. No necesitamos ir de compras, ni al cine. No tenemos que acompañar las palabras con bocadillos o platillos complicados a la mesa. Tampoco necesitamos de un café servido en una taza sobre una mesita que nos llega a las rodillas. Es curioso que nos bastemos a nosotros mismos para crear la magia.

Cuando traté de explicarle a una amiga lo que él y yo éramos, no lo entendió. En primera, porque no dudó en etiquetar mi ritual como un acto de infidelidad. ¡Ni siquiera nos hemos besado! Aseveré indignada. En segunda, porque no creía posible que dos personas pudieran conformarse con una banca en un parque. ¿Por qué no? ¿Será inaudito que una conversación sea suficiente para confortar a dos personas? No nos hacen falta las muletillas que hilan los silencios incómodos entre un tema y otro. Esos bocados llevados al paladar como paréntesis mientras conjuras las siguientes frases para no equivocarse. No requerimos de algo que nos robe la atención mientras elucubramos qué decir después. Miradas, gestos, respiración y palabras es lo que compone la mejor compañía.

En general, me sentía muy a gusto con esta fórmula de los viernes. Nada de expectativas, nada qué perder, ningún contrato social. Estar con él me ponía contenta. Demasiado contenta. Tal vez ahí radicara el único detalle que podía enfrentarme a un vicioso diálogo interno. Me gustaba tanto él, que quería más de él.

Nunca habíamos planteado la posibilidad de vernos otro día que no fuera viernes. El trato era claro. Además, él la tenía a ella, y yo tenía a David. Al inicio era así. Ahora que él había terminado con ella tenía más tiempo para hacer lo suyo y reorganizar el fin de semana. Imaginé una vez, llena de curiosidad y fantaseando tontamente, que tal vez podríamos llevar nuestros ratos de viernes a otro día que no fuera ese. Podía pasar... él ya no tenía ocupados los otros días. Me imaginaba con él en el mismo parque para no variar. Platicando más y más sobre todo y nada. Riendo y discutiendo aquello en lo que diferimos. Profundizando en aquello que compartimos.

En eso, el rostro de David se antepuso a mi imaginación. Un leve remordimiento me hizo morderme los labios y suspirar. Abrí los ojos y abandoné el irreal mundo de mis traviesos pensamientos. Mis labios hicieron una mueca. No podía pasar eso con él, yo no tengo su libertad.

Tratando de explicarme la irónica sucesión de los hechos, me remonté un tiempo atrás, poco más de un año. Estaba yo en ese parque, llorando desconsolada. Fue él quien me ayudó a mirar las cosas con mejores ojos. Me escuchó, me ayudó a entender. Todo pareció correcto. Ahora, lo que una vez desesperada quise reparar me estorbaba terriblemente.

¿Será que sí le estoy siendo infiel?

Lo que sé, es que por primera vez lamenté haber aceptado de vuelta a David.

Parte IV

- ¿Si nos vemos mañana?

Él movió la cabeza de un lado a otro.

- ¿Qué no quedas te verte con David?

Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.

- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?

Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.

- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.

Y así nada más contestó.

- Extrañarte.


Parte V

- ¿Si nos vemos mañana?

Él movió la cabeza de un lado a otro.

- ¿Qué no quedas te verte con David?

Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.

- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?

Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.

- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.

Y así nada más contestó.

- Extrañarte.


Parte VI

- ¿Si nos vemos mañana?

Él movió la cabeza de un lado a otro.

- ¿Qué no quedas te verte con David?

Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.

- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?

Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.

- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.

Y así nada más contestó.

- Extrañarte.

Parte VII

- Así fue.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, aún cuando estaba segura de mi decisión, sentía un aguacero en mi interior. Él me escuchó con atención sin decir ni una sola palabra. Meditabundo me brindó consuelo con su presencia, ningún gesto arrojó su rostro.

- ¿Qué piensas? - pregunté.

Tuve que cortar el silencio que me carcomía. Le animé a que diera una opinión, pero él se mantuvo en silencio. Era difícil interpretarlo.

Le había contado sin mucho detalle lo ocurrido con David. El fin de semana pasado con un café frente a nosotros y sin el usual escándalo que le acompaña, le planteé que mi parecer era dar por concluida la relación. David quiso indagar más sobre mi sorprendente noticia, que le tomó por completo inadvertido. Preguntó lo acostumbrado, si había alguien más. No supe a bien qué contestar. Lo cierto es que podía haberlo, pero no era nada asegurado. ¿Y cómo podía explicarle? Había un hombre con quien me veía desde hacía años todos los viernes para no hacer otra cosa más que platicar. No lo entendería, ni tendría sentido ahondar más en esos encuentros, que ninguna evidencia romántica incluían.

David no apeló mi veredicto. Extrañaría mi compañía de ahí en adelante, pero nada más. No era que algo entrañable le fuera arrebatado. Me quedó claro que nuestra relación no nos comprometía íntimamente en encuentros profundos. No era eso, sólo éramos una especie de compinches que se divertían tomados de la mano.

Él permanecía en silencio. Empezó a desesperarme la ausencia de su voz. ¿Qué estaba pensando? Me troné los dedos y me mordí los labios. Esto incomodaba. De repente, mis pupilas le acompañaron en su estrepitoso movimiento; se levantó enseguida de la banca del parque. Asustada, quise detenerlo con la mirada penetrante que le echaba mientras él con la suya me ignoraba. ¿Qué había sucedido? Él se despidió formulando un enunciado tan breve y sin contenido, que no podía creerlo suyo. Se marchaba, así nada más. Emprendió la retirada por donde siempre se va y a dónde nunca le he seguido. En la distancia se empequeñeció su figura y la perdí cuando unos niños corriendo se antepusieron a su imagen.

Me quedé sola, sentada en la banca. Mi respiración agitada denotaba mis ansias por la inexplicable separación.

Se fue... ¿por qué?


Parte VIII

Ya es noche, muy noche. El viernes está a punto de perderse en el tiempo. Sigo sentada en la banca del parque. No me he equivocado de sitio. Sé que es aquí donde siempre nos vemos. El paisaje no ha cambiado, los árboles permanecen en su lugar. El mismo cielo, el mismo pasto, el mismo adoquin de los corredores del jardín. Es este el lugar.

No ha aparecido. Me he quedado sola esperándolo. Ya hace frío y debo volver a casa. La noche no me hace tan buena compañía en soledad y las sombras me juegan malas pasadas. Estoy nerviosa por el silencio que se hace alrededor mío. Debo retirarme.

No llegó. Tantos años con la misma costumbre y por primera vez ha faltado a la cita. No me ha avisado nada. Me dejó venir, sabía que yo vendría y no hizo nada por evitarme el mal rato. Lo esperé esperanzada, pero nunca apareció.

Estoy acongojada. Reconozco que titubé en asistir hoy. Un poco, sólo un poco. Después de la forma en que se retiró la semana pasada, no tenía muchas ganas de hacerle frente, pero supuse que podríamos hacer como si nada y seguir con nuestras cosas.

Me equivoqué. ¿Sería que hice algo mal? En todos estos años nunca dio pista de ser uno de esos hombres que se marchan sin decir adiós. ¿Acaso no le conocí realmente y así es él?

Las preguntas acosan mi mente y no me dejan en paz. Sólo respiro y busco motivos para justificar su ausencia. Debió suceder algo grande... de esos asuntos de vida o muerte que no te dan espacio ni para escribir un mensaje a quien debes avisarle que no llegaras. Debió ser algo así lo que ocurrió. Entonces me preocupo por él. ¿Estará bien? ¿Si le ha pasado algo?

Es muy noche y no es seguro andar a solas por aquí. Es hora de volver a casa.


Parte IX

No dejo de darle vueltas a la idea. Me pregunto si se presentará hoy. La incertidumbre me agobia y me  asfixia. Mientras me alistaba para ir al trabajo me ha asaltado una ansiedad terrible. No podía respirar y mi corazón se aceleró como locomotora. Creí volverme loca, pero de un modo que casi no entiendo, recuperé mi calma.

¡Cómo puede tener ese hombre tanto poder sobre mí!

Tantos años envueltos en una costumbre hacen difícil enfrentar un desenlace. ¿Cómo se concluye de golpe tanta emoción y alegría? ¡Y sin razones! Me han arrebatado lo que tenía. Si hoy no se presenta... ¿y si esta vez no me presento yo?

No sé qué hacer. La persona con quien contaba para resolver mis dudas y dilemas es la que hoy los alimenta.

Quiero verle... iré. A ver qué sucede.


Parte X

Una semana más sin noticias suyas.

La banca sólo me sostiene a mí. Mi mano acaricia el lado vacío junto a mí. Mezo mis piernas ansiosa por la espera. Él simplemente no llega.

Otro viernes más sin su presencia. Esperaba que apareciera, pero no lo hizo. ¿Tendrá sentido volver la próxima semana? Supongo que es momento de empezar la despedida. Los árboles me acompañan desconsolados, el cielo me cobija con tristeza y la gente me mira ignorando mi historia. Para ellos sólo soy una persona más que está aquí en el parque. Nadie se detiene a observarme. Nadie mira más allá de lo que una simple mirada les muestra sobre mí. Me he vuelto invisible y visto un camuflaje con el paisaje. Tengo que moverme, no puedo perderme en este lugar.

Me levanto y me marcho. No puedo esperar más.

Parte XI

Sucede. Una noche, luego de una cansada espera que no se concluye, me percato de que no volverá. La lluvia me moja la esperanza y reacciono. El viento frío me sacude las entrañas y me convence a golpes de agua que no merece la pena volver a ese lugar. Por un momento quiero aferrarme a una idea, me busco pretextos y justifico la irrealidad. Luego abro los ojos y descubro que he sido abandonada en la banca de un parque a la mitad de la ciudad.

Todo lo que siento no me cabe por dentro. Estallo en llanto, en un mar de locura inexplicable. Me agobia no merecer una despedida, una palabra que diga adiós. Todo lo que me callé y no pude decir tengo que acomodarlo en algún rincón que lo esconda de mi vista. Lo mío es una historia sin un final. ¿Es justo?

Me invento un desenlace. Lo necesito para no regresar a este parque. Hojeo el inicio de esta narración. Las fechas se desvanecen en mi memoria mientras las borro desconsolada para olvidarlas pronto. Habrán sido cinco años y algo más lo que duró. Meses más, meses menos. El asunto es que acabó.

Me levanto del asiento y emprendo mi retirada. Tantas cosas cambiaron desde aquel encuentro accidental. No he tenido noticias de David. La gente se va; y lo que no queremos reconocer, es que también nosotros nos vamos. Así funciona la vida.

¿Será que un día sabré qué le pasó a él? Sólo puedo responderlo con miles de "tal vez". La única pregunta que puedo responder es qué pasará conmigo. Y aunque esa respuesta aún no la sé, confío en que me llevará por otro camino, a otro parque, a otra banca en la que alguien volverá a sentarse conmigo. Entonces, entre charlas y divagaciones, no compartiremos sólo el viernes, sino todos los días. Todos.

FIN