Frases

Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


viernes, 30 de enero de 2015

Te veo en ocho viernes (5o. Parte)

Viernes de Relatos

Estaba esperándome. Alzó la mirada apenas sintió mi presencia. Se levantó de su asiento y cruzamos miradas. Me acerqué hasta su mesa y él deslizó hacia afuera una silla para mí. Me senté en un movimiento suave disimulando los nervios que me carcomían.

Todas las horas pasadas nos habían conducido a esto: el momento de hablar. Pedimos un café para acompañar nuestra conversación. Trago a trago nos poníamos al día. Habló de cosas que se borraban al instante que salían de su boca... ¡mi ansiedad no me concedía retener nada de lo que decía! Sus labios me hipnotizaban al danzar al son de sus palabras. Sus ojos brincaban del café a mi cara y de regreso. Apuesto a que sentía lo mismo que yo.

En eso un silencio prevaleció. No me enteré a bien qué lo desató. Lo único de lo que pude percatarme fue que su mano acarició la mía, que sostenía la asa de mi café con fuerza. Sentir su roce fue una sensación que me atontó aún más. Escuchaba mi propio corazón latir rápidamente, mis manos sudaban y temía estar tan sonrojada que el maquillaje que con tanto esmero había elaborado sobre mi cara se hubiera perdido tan fácilmente. Vaya que temblaba. Era el día que esperé por tanto...

Me besó.

Electricidad recorrió todo mi cuerpo. Mi respiración se exaltó y mis ojos se cerraron tiernamente. Lo sentía regresar a mi lado, celebrando el anhelado momento. Sólo eso hacía falta. Las explicaciones sobraban.

Una gran felicidad se apoderó de mí.

Y al siguiente segundo se disipó entre la luz del sol que me despertó.

Resultó que todo fue un sueño. Sólo eso. Mi inconsciente me traicionó cruelmente en una mala jugada. Lo que por un instante me supo a gloria.me amargó el resto del día.

Duele tanto esta espera. Me cansa el dolor que se me clava en el pecho invadido de dosis de ilusión y desilusión al mismo tiempo. A veces creo tocar el cielo con mis dedos cuando imagino su regreso. A veces creo ser tirada al piso cuando imagino que no regresará.

La fatiga de mirar pasar el tiempo y aferrarme al acuerdo de no buscarle es difícil de llevar. Duele aquí en el pecho, pero con paciencia y calma tengo fe para continuar.

Tacho un viernes más en el calendario. Suspiro y pienso: ¿Acaso mi sueño podrá hacerse realidad?



domingo, 25 de enero de 2015

Gracias


A veces creo que la iniciativa para dar gracias parte del identificar el valor que tiene algo o alguien para ti. Para apreciar el valor de algo, es necesario percatarse de sus bondades. A veces las vemos... pero nada como el contraste de no tenerlas para enterarnos de ellas.

Me refiero a que es más fácil dar gracias por algo que está en tu vida, cuando sabes o dimensionas lo que sería no estuviera.

Agradeces la comida cuando has vivido una temporada sin ella. Agradeces un suéter cuando has estado expuesto al ambiente congelado. Agradeces un empleo cuando sabes lo que es vivir sin tener uno y sentido la urgencia de encontrarlo. Agradeces tu familia cuando has experimentado el estar sin ella y necesitarla.

Pudieras agradecer por cosas de las que no sabes qué sería de ti sin ellas. Sólo que creo que el agradecimiento es más sentido cuando has carecido de ellas. Sabes en carne propia, dentro de tu piel, en la forma más experiencial lo que es que no estén y lo que es que sí estén.

Tal vez por eso no solemos agradecer, más que de vez en cuando, por aquellas que damos por sentado. Porque siempre hemos contado con ellas. Nos han contado que son importantes y otros no las disfrutan; pero sólo lo imaginamos no lo hemos palpado.

Por eso sería interesante hacer la reflexión de todo aquello por lo que podemos agradecer y de lo que no nos hemos dado cuenta que debemos hacerlo. La vida de repente te pone frente a algunas de ellas. Y entonces agradeces por poder hablar, moverte, cantar, correr y otras tantas; y en algunas ocasiones, hasta por la vida agradeces, si estás cerca de la muerte. Y hasta en esto... quienes han experimentado lo que es ir y venir de la vida, los que dicen que "vieron la luz" y regresaron, viven con más intensidad, inspirados por este sentir de haberla casi perdido.

Por esto, la invitación para la semana es agradecer por todo lo que eres, tienes, sientes y vives. Finalmente, todo ello es valioso para ti. Si te enteras de ello, esperanzadamente, descubrirás que hay miles y miles de motivos para decir "gracias".

viernes, 23 de enero de 2015

Te veo en ocho viernes (4o. parte)


Viernes de Relatos

- Dame chance.

- No.

- Anda, no quedaron en no salir con nadie. - agregó - Y él ya está saliendo con otra.

¿Está saliendo con otra? Del susto dejé de beberme la naranjada y la puse sobre la mesa. Inmediatamente exigí una explicación.

- Así no más. Hay quienes dicen que los vieron juntos en la plaza comercial.

- ¿Tomados de la mano al caminar?

- ¡Qué se yo! Los vieron juntos.

- Así no vale. Tú y yo estamos juntos y no pasa nada entre nosotros.

- ... con ellos es diferente.

- ¿Por qué iba a ser diferente?

- ... ella es su exnovia. No sales con tu exnovia si no es para retomar las cosas. Sabes que dicen que donde hubo fuego, cenizas quedan.

Me quedé callada por un rato, meditando sus palabras. ¿Podría ser cierto lo que me decía? Aún cuando no hubiera nada entre ellos, la idea de que se estuviera viendo con su exnovia no me tenía tan contenta. El tiempo pedido se suponía que era para que se fuera a meditar a las montañas nevadas, haciendo ayuno y oración. Ahora resultaba que vivía la vida loca con la exnovia.

- ¿Tienes evidencias de lo que dices?

- No.

- Si no las tienes, son rumores nada más. A los rumores no hay que hacerles tanto caso, suelen ser producto de la ociosidad mental de la gente.

- Como quieras, yo sólo decía...

Sin pruebas no tenía mucho qué objetar. Claro que no niego que me brotaron unas terribles ganas de marcarle al celular y exigirle que me explicara a qué iba todo esto. Si acaso era cierto que salía con su exnovia, ¿qué caso tenía que me tuviera esperando? Sin embargo, su mensaje había sido claro, tenía que respetar esta distancia entre ambos. Lo había pedido solícitamente. No podía romper el pacto de ese modo. Además, hacerlo sería no confiar en su palabra, sería reconocer que la posibilidad de que él pudiera engañar y ser desgraciado. Yo sabía que él no era así. ¿Por qué iba a guiarme por los rumores? Él no podía hacer tal cosa. Así que me dispuse a calmarme y respirar. Era mejor contener el estallido de celos. Alguna buena explicación tendría que haber. Alguna buena razón que no me dejara con cara de tonta.

- Y bien, ¿me das chance entonces?

- ¡Ya te dije que no! No insistas, que no volveré a aceptar salir a comer contigo.

- Vaya, tú aquí negándote y el otro allá haciendo de las suyas.

- ¡Te he dicho que basta!

- Está bien, que me callo. Es sólo que no quiero verte llorar al final de todo esto.

Me entristecí al reconocer que aquello era una posibilidad bastante real. Esperar no era certeza de que iba a volver. Tal vez sólo aplazaba lo inevitable. Sin embargo, cabía también la idea de que regresaríamos, si no, ¿para qué tanto lío? Me puse mal de repente, tengo que admitirlo. La incertidumbre del futuro me acosa, despierta una terrible ansiedad dentro de mí. Y ahora, por si tenerlo lejos y en absoluto silencio no fuera suficiente, la imagen suya con esa tipeja me volvía terriblemente loca. Mucho con qué lidiar. Mi corazón empieza a sentirse una piltrafa emocional.

Podía dedicarme a dudar de él y a buscar argumentos que me dieran la razón para creer en lo ilusa que podía ser al esperar a que volviera. Podía pensar incesantemente en que él ya estaba con otra y yo no era más que la mujer con la que su cobardía no podía lidiar.

También podía callar mis locos pensamientos y confiar. Sí, podía aprender a esperar pacientemente. Sin locuras, ni divagaciones incansables. Más bien, esperar calmada y con oídos sordos, con la esperanza bien puesta en los vestigios de honorabilidad que alguna vez destellaron para mí en plena oscuridad.

Tenía dos opciones y elegí creer en él. En lo que conocía de él.


Un viernes más taché en el calendario. 

Esto de esperar sigue sin ser para mí.


domingo, 18 de enero de 2015

Esto de las edades


¿Cuál será la prisa? Viendo la película "Si yo tuviera 30" (13 going on 30) La pequeña recién adolescente pide tener treinta años por aquello que ve en las revistas, en las que se presume que esta edad es la mejor. Su deseo se cumple al mismo tiempo que recita la frase que leyó justo ahí: "Thirty, flirty and thriving" (Treinta, coqueta y próspera) Como si los 30 fueran mejor que los 13; al menos eso ella cree...

Luego, en la película "Sexo y la ciudad" (Sex and the city) Carrie, una de las cuatro mejores amigas, reflexiona lo siguiente: "A los 20 te diviertes, a los 30 aprendes las lecciones y a los 40 pagas los tragos". Sin embargo parece que hay quien a los 40 se sigue divirtiendo, a los 20 algunas ya aprendieron las lecciones y hay quienes a los 30 están pagando los tragos.

Cada edad tiene su lío y sus bondades. Uno quisiera creer que al llegar a cierta edad uno ha aprendido lo suficiente como para no cometer los errores de las edades anteriores. Sin embargo, esto de las edades no es tan definitivo como parece. Resulta que en realidad, el crecimiento y la edad, no siempre van de la mano.

Con la edad se nos va el tiempo, y el cómo lo aprovechamos va con el crecimiento. A veces somos adultos por edad, pero en crecimiento actuamos como niños del jardín de niños. Y al contrario, hay quienes son pequeños de edad, pero en crecimiento son todos unos adultos.

Esto de las edades queremos creer que representa de algún modo un crecimiento estandarizado para todos. Y en varios casos es así, qué mejor que ir creciendo conforme tu edad te lo va presentando. Así ni vas corriendo, ni te atrasas. Sería más ordenado y fácil de entender. Pero de algún modo, lo que se va presentando en la vida no siempre lleva a todos al mismo ritmo. Es inevitable. Tal vez por eso el que haya tanto lío con lo que se espera de ti a cierta edad y cuánto cumples las expectativas sociales.


Como sea que fuese, creo que lo importante radica en disfrutar lo que va con tu edad para no perderte de nada. Porque por ir corriendo o con paso muy lento, puedes perderte de cosas. Con suerte, el crecimiento será a la par con toda la sabiduría para entender en dónde vas y manejar correctamente cada etapa, con sus aciertos y desaciertos, pero siempre en pro del crecimiento personal.

Aunque esto puede ser de repente utópico... pero suena sensato.

Como sea, si estás atravesando la infancia, no tengas prisas por crecer. Los adultos querrían volver a jugar todo el día como lo haces tú. Si eres adulto, no te quedes añorando el pasado, que lo que vives lo añoran usualmente los más grandes. Y si eres de los más grandes... ¡vamos! lo que tú sabes y has aprendido lo añoran los que vienen después de ti.

Sé feliz con tus años, vívelos intensamente y no estés pensando qué sería de ti si tuvieras otra edad. Vive la que tienes plenamente y aprende todo lo que tiene para ti. No desperdicies el tiempo que te ha sido dado y aprovéchalo, que sea útil para ti. Que te deje crecer y ser agradecido por estar vivo.

¡Feliz inicio de semana!



viernes, 16 de enero de 2015

Te veo en ocho viernes (3o. parte)



Viernes de Relatos


Enviar. Una palabra. Tan corta y breve que se me antojó apretarla.


Así fue como envié el mensaje más desesperado e inútil que puede existir. Ninguna buena conversación inicia de ese modo. ¡Ninguna! Pero apreté enviar.


Verán, mi ansiedad de la semana no pude contenerla. Cada tontería me lo recordaba a él. El refresco que él tomaba, las muletillas que él decía, las fotos en mi habitación donde salimos los dos y los regalos que una vez me dio... todo eso me lo ponía en la cabeza aunque me negara a recordarlo.

Seguía presente en todos lados y eso me tenía fastidiada. Todos los objetos se encargaron de poner en marcha una película de recuerdos, cuyo trama definitivamente me tenía fascinada. Fue vernos juntos haciendo las mil cosas que hacíamos para gastar los fines de semana juntos. Las peleas y discusiones nunca aparecieron en la narración. En realidad era una gran película romántica y la quería fuera de la pantalla grande; la quería revivir.


Mis manos comenzaron a sudar, mi palpitación se aceleró y se me dificultó respirar. Así que animada por la ansiedad maldita de una tarde de ocio, apreté unas cuantas letras del teclado y confabulé el mensaje más representativo para mi acongojado corazón.


Te extraño demasiado.Por favor ya regresa, ¿no ves que me duele muchísimo estar lejos de ti? Dime qué tengo que hacer para que vuelvas. POR FAVOR.


Es fácil decirme ahora: ¡por qué rayos le escribiste eso! Sueno tan desesperada, casi al borde del ruego. Sí... lo sé. Ahora lo sé, porque lo releí y me percaté de lo mal que suena. El problema es que ya había sido enviado. Si la tecnología no me miente, lo ha recibido, pero no lo ha leído. ¿Y ahora qué?


Podría escribir un mensaje disculpándome por el anterior... ¡Podría mejor llamarle y que de mi propia voz escuche cuánto lo siento! Podría mejor callarme y dejar que todo pase... podría mejor aventarme por la ventana de mi habitación y caer al jardín... podría...


Por favor respeta este tiempo separados. Lo necesito, de verdad. Te pido que confíes en eso.


La divagación mental se calló. Así nada más. Control de daños: se oye tranquilo, creo que no me reprocha mi desesperación. Vaya... me ha ido mejor de lo que creí. ¡Supongo que todo sigue bien! ¿Verdad?


Aviento el celular a mi cama, no vaya a ser que quiera contestarle otra cosa, porque no debiera ¿o sí? Tal vez, sí, para que sepa que estoy bien y en calma, que acepto y respeto su espacio. Debería escribírselo. Tomo el celular otra vez. Lo haré. Empiezo a teclear y el mensaje que escribo empieza a perder sentido. Mejor no contesto. Por una vez me detendré, sino la locura se apoderará de mis letras.


Aviento el celular otra vez y me dispongo a adueñarme de mi respiración agitada. Es mejor que me enfoque en calmarme. ¡Qué horror sentirme así! Respiro profundo y me echo a llorar inevitablemente. Sin mucho antecedente más que el de la emoción recientemente experimentada, mi alma se desahoga en un desagüe interminable. Estoy llorando como nunca lo he hecho. No reconozco mi dolor ni comprendo por qué lo siento.


Debería dejarme de esta tontería. Ignoro si podré esperar tanto tiempo.


Siempre he sido mala con las esperas... ¿por qué pensé que podría con esta?


Lo extraño.


Y de repente me descubro esperándolo otro viernes más.











domingo, 11 de enero de 2015

El momento



¿Te ha pasado que después de un rato de haber estado con alguien, repasas la escena y te asalta la idea de haber podido decir algo que hubiera sido muy ah doc para el momento?


Sí, suele pasar.


En la película "Tienes un e-mail" hacen referencia a eso. Kathleen al fin logra decir lo que quiere decir en el momento que debe decirlo cuando se encuentra con Joe en la cafetería. Luego de ese encuentro, el amigo virtual a quien se lo cuenta vía mail le advierte que tiene sus riesgos decir lo que quieres decir en el momento en que debes decirlo por aquello de los efectos que tiene en el otro haberlo hecho.


Y en realidad tienen razón. De repente hay veces en la vida en que sentimos que tal vez debimos haber dicho algo que hubiera quedado mejor en el momento. Una frase que callaba el arrebato de argumentos, una frase que lograra dejar en silencio al otro, una palabra que hubiera cambiado el curso de los hechos... de haber hablado, sería todo diferente.


Claro que en ese momento no se nos ocurre. Estamos tan enganchados en los ánimos encendidos de la situación que dentro de  nuestra cabeza sólo brotan ideas que pretenden reaccionar rápidamente al diálogo que se suscita. Realmente no son tan pensadas, sino más bien escupidas. Y algunas veces hasta lamentamos no habernos callado. En esos casos, más bien hubiéramos querido no hablar.


Y no forzosamente ocurre esto en momentos de discusión. Ocurre cuando charlas con alguien y en vez de estar presente con todo tu ser en lo que sucede, estás adelantando palabras en tu cabeza o filtrando todas con un análisis cauteloso que no te deja estar simplemente en la conversación.


Creo que la recomendación para que esto de "no decir lo que querías" en el momento justo pase, es estar "Aquí y ahora" y conectar con el otro en calma y serenidad. Sí, cuando estás realmente escuchando a la otra persona, fluyendo con todo lo que eres en lo que está pasando en ese instante, es más fácil ser asertivo al hablar. No te callas lo que debes decir y no dices lo que debes callar. Armónicamente respondes a los diálogos y tus palabras dichas encuentran su sitio en el hilo de frases que fluyen en el aire. De alguna manera las emociones se acomodan y tampoco estorban, lo que te permite tener más clara la situación. Puedes responder adecuadamente y así no quedarte luego repensando las alternativas del "hubiera".


Todo lo que nos ahorraríamos...


Así que esta semana, antes de hablar, no pienses. Mejor siente y disponte a vivir en el aquí y ahora. No divagues, no le des vuelta a tus palabras, siente al otro y conecta con él. Mantente presente en lo que ocurre y con calma, permítete estar ahí al 100%. Así detectarás el momento de decir y callar. Y si eres fiel a lo que sientes y eres, tus palabras hablarán de ti. Así no habrá qué lamentar.


¡¡Disfruta la semana!!









viernes, 9 de enero de 2015

Te veo en ocho viernes (2o. parte)


Viernes de Relatos

La corte entra en sesión.

Así escucho cada que tengo que explicarle a alguien mi status con él. Es difícil de plantear. Ni a mí me queda muy clara la situación. En retrospectiva y sin diálogo, como película muda, me hace sentido. Sin necesidad de enterarme mucho, la entiendo. El sentimiento es claro y lo sigo. Cuando le pongo voz a los personajes todo se echa a perder. De algún modo mi parte se reduce a una simplista desesperada, tonta esperanzada, ridícula enamorada y algo ingenua. "Seguro ya está con otra, un hombre no te deja si no tiene a otra ya dispuesta" "¿Y lo vas a esperar? Sal con otros..." "Eso de esperar es una injusticia para ti" "Esperar es cobardía para cortar". Los alegatos son intensos y duros. De repente pierdo el foco de mi interés y empiezo la verborrea. Mis argumentos se debilitan y digo cosas que ni pienso ni siento, sólo para tener algo que decir en contra de lo que se me señala. Es bastante cansado defender un punto en el que crees sólo por la medida en que lo sientes verdadero. Y eso que siento, no lo puedo verbalizar. Sólo se enciende en mi abdomen, corre por todo mi cuerpo y me hace sonreír.

Entonces queda incomprensible mi defensa. Lo más empático que he escuchado es que no es tanto tiempo; que en ese plazo transcurre un verano, se toma un bimestre de clases y es a lo mucho lo que dura una mala película en cartelera. Así que el tiempo pasará volando y sin que me percate, el día final habrá llegado. Pero mi percepción sobre el transcurrir del tiempo no comparte esta opinión. A mi parecer las horas tardan más de lo normal en avanzar y la noche se retrasa en llegar.

Mi corazón late deprisa. Me consuela que el juicio social se ha terminado. La corte levanta la sesión. Todos están enterados. Unos me apoyan, otros no. Tengo un jurado dividido y no se ponen entre ellos de acuerdo. Mientras tanto los eventos siguen fluyendo. La espera apenas está comenzando y digan lo que digan, yo me mantengo firme en mi decisión, aunque los comentarios lastimen a veces...

Básicamente miro el calendario cuatro veces al día, como si éste pudiera cambiar si lo amenazo con mi mirada. Contagiada por el ritmo de la costumbre, las ganas de enviarle un mensaje de texto me torturan lentamente. Hago un esfuerzo sobrehumano para respetar el acuerdo de brindarle un espacio. ¿Cómo es posible que consiga esto? Me repito constantemente que debo atender su petición y que yo, libre y voluntariamente, accedí. ¿Por qué? Es la clase de cosas que uno hace por amor.

De él no he sabido nada desde entonces. Ha desaparecido y no ha dejado huellas qué seguir. Y mis instintos de Sherlock Holmes debo aplacarlos. No puedo quejarme de su ausencia, fui advertida.

Finalmente descarto un viernes de la lista de días que desfilan por aquí. Uno menos y ¡todavía faltan un montón!






domingo, 4 de enero de 2015

¡Y arranca!


El año 2015 ya inició hace un par de días. Algunos ya retomaron su actividad laboral, otros no. Las escuelas siguen descansando y en sí las rutinas todavía han estado pausadas, pero definitivamente no podemos dejar pasar la idea de que mañana lunes, no es cualquier lunes, sino el primero del 2015.

Así que siendo hoy el primer domingo del año nuevo, ojalá que aunque represente notoriamente esta noche la antesala al temido lunes, aún les sepa un poquito a vacaciones y disfruten los últimos instantes antes de arrancar las labores productivas.

Empecemos con buen humor y volvamos al ritmo cotidiano de nuestras vidas, pero sin apagar aquellas ilusiones que se encendieron en estas fechas decembrinas. Es momento de seguir adelante, pero sin dejar atrás lo que aprendimos y reflexionamos. Seamos perseverantes en los propósitos formulados y más que nada, hagamos que este año que ha iniciado nos traiga excelentes memorias qué recordar cuando haya transcurrido y terminado.

Eso que cosecharemos mañana, lo cultivamos desde hoy.

Así que ánimo y que el regreso a las actividades normales no apaguen la luz que se encendió en el descanso y el acogimiento de nuestros hogares.

¡¡Arrancamos!!

viernes, 2 de enero de 2015

Te veo en ocho viernes


Viernes de Relatos


Esperar es una acción que no se me da.

La vida de nuestro siglo me ha quitado toda la tolerancia para hacerlo. Si quiero hablar con alguien, basta con encender el celular y enviar un mensaje. Rápido me entero si lo ha visto la persona en cuestión y rápido me entero si se ha dignado en contestar o no. Imagino a los que siglos atrás tenían el mismo deseo de comunicación que yo. La distancia debió resultarles un suplicio. Las cartas escritas a mano tardaban meses en llegar a su destino. Y si estaban fuera de casa y querían decirle algo a su familia, debían esperar hasta volver a casa. La tolerancia a la frustración estaba más ejercitada que ahora. Yo, confieso, no la poseo. Tal vez si hubiera vivido en aquella época me habría visto obligada a desarrollarla, pero este mundo no coopera conmigo ni alimenta mi paciencia. ¡Todo lo contrario! Se empeña en hacerme intolerante a la desesperante lentitud del paso del tiempo.

Y pese a esta inexperiencia mía en el terreno de la calma en el  paso natural de las cosas, este hombre osa lanzarme las palabras que aún taladran mi cerebro: "¿Nos podemos dar un tiempo?" En sí esta pregunta representa una tortura emocional con la que pocas chicas logran lidiar. Sobre todo porque detrás de ella se esconden las dudas sobre la existencia de "otra tipeja" o la temible duda sobre su amor por ti. Lo hostil que es la sugerencia te hace rechazarla de inicio. Pues además, el sinónimo que salta como referente a este planteamiento es "romper" porque eso de darse tiempo es como dar por terminada la relación, pero a cuenta gotas para que el dolor se diluya en varios días y aparentemente hiera menos.

Y con estas ideas convenciendo a mi lado racional, sentí el coraje para levantarme de la silla y exclamar airosa: "¡¡Jamás!! ¿Me amas o no?" Así como mujer guerrera que regresa a casa con el estandarte de la victoria en sus manos. Y eso quise hacer, de veras, pero al momento de escupir mi veredicto, las emociones nublaron mi fino raciocinio e hicieron de las suyas. Cuando el corazón se mete a resolver el dilema, rápido se las ingenia para hacer que todos los demás órganos involucrados en la decisión le hagan una reverencia en espera de su opinión. Así fue como ganó la partida y dije en medio de un resignado suspiro "sí".

Afortunadamente mi razón apeló el juicio. Una sensación de electricidad recorrió todo mi cuerpo cuando le di permiso de hablar en el estrado: "¿Cuánto tiempo?" El silencio prevaleció por un rato. Parecía prudente su acotación. Un tiempo es un concepto vago, impreciso, que puede durar la eternidad o un día. Para efectos de mi tranquilidad mental, era necesario precisar una fecha para que ese T-I-E-M-P-O no resultara equivalente al que tarda la humanidad en migrar del correo tradicional al whatsapp. Era imposible que yo pudiera esperarle tanto.

Se lo pensó un rato y luego decretó que dentro de dos meses nos volveríamos a encontrar para hablar sobre nosotros. Acepté el trato y mi corazón y sus cómplices ya estallaban en un llanto ridículo por lo que significaría estar lejos de él por tanto tiempo. Porque eso significaba darse un tiempo, ¿cierto? Nada de contacto telefónico ni virtual. Otorgarle un espacio para que él pudiera encontrarse con la soledad de su alma y discernir sabiamente en la paz de su alcoba. Unirse a una especie de reflexión en conexión espiritual con el universo paralelo de sus antepasados. Tal vez un poco de ayuno y retraimiento culminados en horas de meditación.

Al despedirnos, nos dimos un abrazo muy fuerte y profundo, en el que mis manos acariciaron su espalda por última vez. Lo estreché contra mí pretendiendo memorizar el tamaño de su cuerpo, la fuerza de sus brazos y el aroma de su cuello. Tendría que bastarme ese instante para sobrevivir a lo que me depararían las siguientes semanas. Sin embargo, si hubiera sido advertida de lo duro que iba a ser esperarle, me hubiera esforzado más en escuchar los murmullos de su mirada y descifrar los mensajes de sus gestos más disimulados. Imágenes que pudieran consolar la ansiedad que iba a carcomerme a fuego lento.

En casa, busqué el calendario en mi celular y conté los días que faltaban para vernos otra vez. Con sumo cuidado los fui señalando uno a uno mientras los enumeraba en voz alta para no errar. En resumen, tendrían que pasar ocho viernes para que se cumpliera el plazo. Me eché sobre la cama de un brinco desesperado y extendí mis brazos derrotada por la impaciencia, que ya empezaba a darme lata. Lo que le siguió al suplicio fue la obvia tentación de repasar y repasar "n veces" la escena filmada. Entonces me exalté. ¡Olvidé los detalles implícitos en esta separación! ¿Qué se suponía que se valía y que no? ¿Dónde íbamos a vernos otra vez? ¿Él llamaría o yo? Lo que empezó como gotas chispeando en el cielo, se tornó en una tormenta de preguntas sin contestar.

¿Cómo diablos voy a sobrevivir así?

Regresé al calendario y taché ese día.

Uno menos. Faltan... un montón.