Viernes de Relatos
Esta vez no voy a engañarte. La impotencia que me genera este día me pone furiosa. He decidido marcarle para cancelar. Algún pretexto absurdo me he inventado y en mi tono desilusionado ha adivinado mis pocas ganas de darle mayor explicación. Él se conforma, después de todo, me imagino que no he de ser la única con quien hace estos tratos.
Me quedo sola en mi habitación, mirando por la ventana, cómo se hace de noche. Extraño salir, extraño los viernes con locas aventuras. Tengo ganas de inventarme alguna locura. Tal vez me anime a salir por mi cuenta... tal vez lo haga.
Me arreglo más de la cuenta. El labial color rojo intenso es un exceso. Zapatos de tacón alto y un vestido negro que apenas hace su tarea. El cabello suelto y relajado. Es hora de salir a bailar. Me presento en el primer lugar que llegó a mi memoria. El ruido se escucha desde la entrada: música estruendosa y choques de botellas de vidrio. Me cuelo entre la gente, paso desapercibida con un grupo grande de personas. No suelen buscar personas solitarias. El número más reducido es el de parejas que se entretienen de a dos, mimándose y mirándose. Me busco una mesa en una esquina. No pretendo socializar, sólo perderme en la oscuridad y el estruendo. Me pido un trago que sostenga mi mano, sin afán de beber. Cierro los ojos y me dejo contagiar por la música que escucho, meneo mi cabeza al ritmo que se me marca; empiezo a recordar.
Ni una sola vez me quiso ver en viernes. Nunca. Ni siquiera las primeras salidas en las que todo es ingenuidad ocurrieron ese día. Tal vez al inicio no me percaté de ello, pues solía planear la tarde para gastarla con amigos, los cuales de a poco fueron excluyéndose por esas bobas reglas que sugieren infidelidad. Es decir: ¿acaso no se puede salir con un amigo a solas cada semana? Algunos lo entienden, supongo, pero otros no y son bastante estrictos al respecto.
Si bien él nunca me lo prohibió ni lo explicitamos en una charla casual, le concedí ese acuerdo. No tuvo que pedirlo, ni yo a él algo similar. En la dinámica nos lo callamos y lo asumimos. Por ende: no estaría mal retomar mis andadas nocturnas, ¿o sí? Las preguntas suscitaban una a una. Mis respuestas aún eran vagas, no tenía la certeza de qué rumbo tomar. Y la incógnita que lo mantenía ausente los viernes me asfixiaba.
No habían dado ni las doce de la noche cuando pedí la cuenta. Dejé la copa sobre la mesita frente a mí sin haberle tomado ni un sólo sorbo. Eché una mirada fugaz al lugar. Todos bailaban y brincaban, otros se empujaban mientras golpeaban sus botellas al unísono para celebrar. Me sentí ajena a la escena en que estaba metida y me marché sigilosamente, como quien no quiere ser vista.
En casa, me dediqué a armar un plan, era el último viernes que le concedía a solas. El último. Me propuse a desentrañar el misterio. Si no obtenía respuestas, moriría.
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