Frases

Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


sábado, 9 de marzo de 2019

Un cuento para pintar



Una pincelada y el dibujo quedó terminado. Aprender a impregnar el pincel con la cantidad exacta de pintura fue un desafío que Alicia consiguió dominar con destreza. Relajar la muñeca y deslizar los colores evitando las plastas que la delataban como principiante, fue difícil de lograr. No tanto para Amelia, quien desde niña estaba a la caza de lienzos en blanco.

Miguel se esforzaba en lograr que ambas disfrutaran del reto de pintar con óleo. Cada una a su medida encontraba la justa satisfacción de un paso más en el camino a la maestría de ese arte. Así como Amelia, él desde niño había vivido intensamente encuentros estrictos con el dominio de la técnica, dejando atrás todo pasatiempo o diversión que implicara. En esta sutil carencia de placer en su aprendizaje, hallaba reconfortante observar a Alicia riéndose de su propia inexperiencia y disfrute de cometer errores básicos.

Amelia tenía una nata facilidad para pintar. Alicia le admiraba y cada ocasión para aprender de ella era sin duda aprovechada. Miguel reforzaba con algún consejo o instrucción. Los tres, a las diez de la mañana de cada sábado, formaban una increíble escena de creatividad y colaboración.

Tenía él sus propias razones para dedicarse a la enseñanza. En algún rincón de su inconsciente buscaba redimir los métodos que curtieron sus primeras brochas. Había de existir otro modo de lograr el mismo resultado de excelencia, sin apagar la llama del goce y la locura desbocada. Un equilibrio exacto donde la técnica y la irreverencia pudieran convivir.


En el camino de la persecución de su sueño, alguien le siguió. Toda ella era arte. Talentosa en su sangre de artista, su voz embelesaba multitudes. El drama y la actuación; carcajadas y lágrimas que brotan a propia voluntad.  Fácilmente hablaron un idioma en común. Sara se enamoró de su sueño; y Miguel, de una soñadora para soñar con él.

El taller le provocaba pocas ganas en sábado temprano. Los viernes en la noche la oscuridad se ahogaba en música y vino. La sangre encendida por el alcohol tardaba horas en apagarse, tantas que el despertador no hacía su parte del trato despertándola con los primeros rayos del sol al día siguiente. Por eso, Miguel disponía de un improvisado desayuno en la callada cocina, comportándose como un escurridizo fugitivo para no provocar ningún ruido que despertara a su hermosa durmiente.

Con la bata blanca cargada en su antebrazo, tomaba el camión al taller. En la esquina de la calle donde se ubicaba, invariablemente se topaba con la puntualidad de Amelia. Compartían el camino charlando de lo que sólo ellos dos comprendían. La magia del universo estaba a sus pies y los deseos que se conjuran desde el fondo del corazón son los más poderosos. La noche anterior, la luna lucía espléndida, recordaron los dos, se veía milagrosamente blanca como el azúcar.

- Era oportunidad de pronunciar en silencio frente a la vela tu anhelo más honesto – le animó Amelia averiguando si el obsequio había sido abierto hacía un par de días.

Una vela para pedir deseos. Alicia le había escuchado entregársela una vez al concluir la clase. Ella comprendía que Amelia tenía un don para conectar desde otro plano, aunque no compartía con ella la existencia de aquel mundo de posibilidades. Aún así sentía celos de aquella complicidad, pues en su más oscuro secreto, ella aclamaba por esa atención que Miguel le brindaba a Amelia.

Alicia conseguía miradas alegres para sí misma en su frescura al pintar. Cada vez que su torpeza relucía, Miguel estrechaba un lazo con ella en el que invariablemente ambos reían. Su intención de animarle a continuar pese a las dificultades le evocaba una dulce alternativa de hacer distinta la práctica a como él la había experimentado… y ese cobijo que apapachaba a Alicia despertaba en ella ilusiones que sus mejillas sonrojadas no podían disimular.


Sara invitó a Miguel por enésima vez y escuchó una negativa más de vuelta. Poco a poco su paciencia se agotaba. Impensable era asistir nuevamente sola a la fiesta para celebrar la puesta en escena de uno de sus entrañables amigos. El reproche del comparativo del pasado y el presente relució cuando Sara le echó en cara que antes los desvelos no le incomodaban. Las clases en sábado eran el parteaguas entre despertar juntos abrazados y despertar abandonada en las sábanas de la cama. Miguel contraargumentó en vano, explicando en su defensa que las clases permitían financiar sus salidas y trasnochadas. Las exposiciones de sus cuadros apenas iniciaban su popularidad y ella en un su jovial trote de idas y venidas apostando suerte aquí y allá, no sentaba cabeza en la realidad financiera de ellos dos como pareja.

Amelia le escuchaba con atención deshilvanando las razones que afligían a Miguel aquella mañana sabatina. Un alma joven la de Sara, sin duda, con ganas de volar alto y tocar el cielo, aunque con el peligroso riesgo de perder el suelo. Miguel se entendía más en esos temas con Amelia y Alicia. Amelia era esposa del dueño de la empresa de la familia, que por herencia le correspondía el lugar de dirigirla ahora. Dedicada a su hijo de siete años entre semana, había triunfado en la negociación de hacerse un tiempo el sábado para sus caprichos y entretenimiento. Su esposo accedió pagándole las clases, que, sin duda, significaban para ella reconectar con su pasión de antaño. Alicia por su parte, vivía encerrada en una oficina de mañana a noche, haciéndose de pesos y centavos para su manutención y ahorrando un poco para hacer posibles sus clases de pintura. En su independencia le hacía falta un ingrediente que le permitiera recordar que la vida existía fuera del trabajo, por lo que las disfrutaba como una renovación para su alma.

Miguel apareció aquella mañana con los ojos hundidos y la sonrisa desaparecida. Amelia le acompañó en su silencio, incapaz de penetrarlo. Alicia les miró a los dos entrar por la puerta y se acercó a ellos con impetuosa curiosidad. Miguel acomodó los caballetes y preparó el material para iniciar su clase. Alicia observó a Amelia en busca de respuestas. Miguel detuvo su actividad para dirigirse a ellas. Amelia leía sus tristes pensamientos y recogía la nostalgia que brotaba de su corazón. Miguel entonces respiró y no dio ninguna explicación, invitándoles por el contrario, a tomar su pincel y su color favorito para colorear. Ambas así lo hicieron… y entre pinceladas de color morado y azul, escucharon a Miguel a espaldas de ellas, sollozar.

FIN

jueves, 7 de febrero de 2019

El poético atropello de una blusa


En un instante había que guardar el maquillaje en una bolsa, tomar la chamarra para el frío de la noche, buscar el cepillo de dientes, buscar el collar rosa pastel que haría de accesorio perfecto y tomar la blusa tan cuidadosamente elegida como parte del vestuario que utilizaría para grabar ese día.

En las agujas del reloj se me hacía tarde. Los segundos me corretearon para salir apresurada con todo aquello cargando en mis brazos. ¡La bolsa y las llaves! Siete pasos hacia atrás para sujetarlas y acomodarlas entre tantas cosas y evitar que se me cayeran al piso. Bajé la escalera sin poder mirar ningún escalón. Inserté la llave en el candado de la reja con cautela y logré salir en lo que yo titulé "casi a tiempo".

Subí al coche, arranqué el motor. Todos mis triques y los objetos valiosos, como mi blusa, los dejé en el asiento del copiloto, en un montoncito apenas ordenado. A velocidad media, por culpa del tráfico usual, sentí que el tiempo se alentaba. La emoción casi imperceptible escondida en un aparente día normal, se desvanecía y hacía esfuerzos por sobrevivir, entre los coches que pitaban su claxon y el sol quemando a través de las ventanas.

Ese día, después de trabajar, iba a cantar. No sólo a cantar, sino a grabar. El ansiado momento había llegado. Meses de ensayo y estudio rendían frutos ese día. La locura de experimentar novedades en plena adultez se materializaba en ese acontecimiento. Micrófono, cámaras y luces serían los testigos que juzgarían la dedicación  puesta en lograr entonar las notas de mi canción. Combatiendo la inercia de la rutina y las ganas de hacer escuchar mi voz trabajada y cansada, llegué a mi destino. Busqué dónde aparcar cerca de la puerta de mi lugar de trabajo. Nada. Toda la banqueta repleta de coches. Alcé la mirada buscando un poco más allá, al otro lado de la calle. Ahí había un sitio desocupado. "Caminaré unos pasos más, no es nada" El lío que representaba quedarse ahí era cruzar una calle no tan amplia para ser avenida, pero sí lo suficientemente transitada para no ser una calle de dimensiones pequeñas. Dos carriles cabían en ella.

Apagué el motor. Tomé las llaves, abrí la puerta y estuve a punto de bajar del coche cuando miré de reojo el montoncito junto a mí: mis cosas. "Debería bajarlas ahora mismo, después regresar por ellas para arreglarme, hará que se me haga más tarde".  La chispa de entusiasmo se encendió levemente al al verme en mi imaginación cantando en un escenario. Con ambas manos las abracé, en lo que según yo fue un acomodo improvisado perfecto. Salí del coche y cerré la puerta empujándola con el codo. Miré hacia ambos lados de la calle y ningún automóvil avanzaba hacia mí. Crucé trotando como siempre lo he hecho, motivada tal vez por el miedo a sufrir un accidente. Festejé aliviada al anticipar que la hora me había hecho justicia llegando a buen tiempo. En la puerta, un hombre desconocido buscaba en su portafolio las llaves para abrir la misma puerta que necesitaba abrir yo. Dispuesto a darle alcance para entrar junto con él, me apresuré.

Un señor que conducía su coche alzó un grito hacia mí desde su ventanilla. "Señorita, se le cayó su suéter" ¿Mi suéter? Le miré con una sonrisa enrarecida por el gesto y cuando siguió su camino, despejada la calle, miré con sorpresa, que a mitad del carril junto a mi coche, estaba tendida en el suelo mi querida blusa blanca.

Aquella blusa había sido la elegida entre todas las que habitan mi ropero. Entre ovaciones y envidia, las demás le miraron cuando fue seleccionada para ser mi vestuario de la sesión de grabación. Su encaje de flores hacía alusión al tema de mi canción "Rosas". Su tierno aspecto combinaba con el mensaje de la historia que narraría. Y el collar color rosa le hacía juego perfecto. Aquella blusa tan delicada, haría bien su función de acompañante en la alejada ilusión de aspirar a cantar como una profesional.

Mi blusa me miraba asustada... o más asustada me encontraba yo, al ubicarla en una posición tan riesgosa. Sólo había que regresar en mis pasos y levantarla. Miré ambos lados de la calle y el paisaje me paralizó. El semáforo que cerca de ahí controlaba el fluir de los coches, iluminó de verde mi infortunio. Una avalancha de llantas se echó a andar hacia mí. Abrí los ojos y los clavé en mi blusa. Primero una llanta pasó a su lado, dejándola intacta. ¿Suerte? Luego otra llanta apenas le rozó. Miré la larga fila de coches, aveciné el final de mi suerte. Una llanta rodó encima de ella, luego otra y una más. Los coches no cesaban de llegar. Y yo, de pie, estática como una estatua, sólo podía mirarle siendo accidentada. La velocidad de los coches siguientes era más lenta, pero no lo suficiente para atravesar el río de neumáticos y salvar lo que de mi blusa quedaba. Por lo que el deceso se prolongaba hasta estirar a su punto máximo mi dolor y soltar una lágrima.

Un coche conocido se acercó en el otro carril, el que estaba más cerca de mí. Reconocí las placas y con nostalgia miré a quiénes redujeron la velocidad y se detuvieron a mi lado encendiendo las luces intermitentes. Eran mis padres, que gracias a la casualidad me encontré. Me preguntaron amables si esperaba un ride o algo más. Con tristeza disimulada les enuncié que sólo quería cruzar la calle. Me sonrieron sin más y continuaron su camino... y mi blusa y yo, nos seguimos mirando sin podernos ayudar.

Finalmente, el semáforo dio pie a la luz roja. En ese pequeño respiro de paz atravesé caminando la calle. El miedo a que me sucediera algo ya no existía, sólo el pesar de haber presenciado el atropello de mi querida blusa. La recogí del suelo, llena de marcas negras donde las llantas le habían estrujado. Regresé a la banqueta y encontré al hombre de la puerta, de hacía unos minutos, sonreírme apenado.

- Al fin pudo atravesar por su suéter, señorita.

- Sí - expresé en un suspiro ahogado, sin ganas de explicar que su identidad era una blusa.

- Escuché que alguien gritó que se le había caído y le vi esperar hasta que pudo ir por él - quiso empatizar conmigo.

Asentí con la cabeza y abracé mi blusa resignada junto con el resto de mi montoncito, que sujeté aún con más fuerza. Me despedí del único testigo de mi desventura y con mi blusa arruinada, mi ánimo cabizbajo, me fui a trabajar como se esperaba de mí.
    

FIN   


domingo, 3 de febrero de 2019

Aquí no más, escribiendo


Hace tiempo que no escribo en este espacio y hoy lo retomo con nostalgia.

Imagino cómo será llegar al final de la vida. Vivir ese último día en el que no hay más para adelante y sólo te queda partir. En ese día tienes el mapa completo. El recorrido entero de la vida y todas las piezas del rompecabezas armadas. Tal vez creas que algunas no encontraron dónde acomodarse y se quedaron sueltas... imagino que ese día, en la transición de un adiós a lo que conociste, un vistazo se conceda para vislumbrar con sabiduría cómo se hubieran visto puestas en su sitio.

Imagino que ese día, de repente todo cobra sentido. Los puntos que no supiste conectar se conectan, e incluso puedes ver que todo tenía relación entre sí y que los pequeños detalles eran la causa para algo más grande. Imagino que, tal vez, ese día tu historia te conmueva al verla concluida.

Supongo que mientras llega ese día, la vida pinta desconocida, incierta y en ese mapa, apenas se distinguen las líneas. Cada bifurcación se impone y da miedo. ¿Será que por ahí debes ir o mejor te retractas y vuelves atrás?

Supongo que mientras llega ese día, tirar el mapa tiene sentido. Andar confiado y disfrutando sólo de lo que hay, en ese instante, en ese pedacito de tiempo. Tal vez suceda que al final de la vida, todos tus pasos hagan sentido y el camino construido luzca un hermoso paisaje que te haga sentir satisfecho.