Frases

Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


viernes, 29 de enero de 2016

"Mesa para una" 7o. Parte


Viernes de Relatos

- ¡Sigue contando! - exclamó mi amiga.

Me desperté emocionada por la aventura que iba a comenzar. Lanzarse con paracaídas era uno de mis sueños y estaba a punto de materializarlo. No tenía a mi lado a nadie para compartir las emociones que se despertaban en mí en ese momento. Sonreía al aire sin que nadie me sonriera de vuelta. Nadie atestiguaba mis pasos ni mi camino hasta llegar al sitio donde todo se haría realidad.

En una amplia explanada busqué a quien dirigiera la organización para hacerme presente. Alguien me indicó acercarme con un joven que me daba la espalda y charlaba con una pareja. Cuando me le acerqué, él se volteó para atenderme.

- Hola, tengo el plan de lanzarme en paracaídas... - inicié la conversación.

- Claro, dame tu nombre y te explicaré lo que sigue.

La verdad es que él me pareció muy agradable. Claro que tenía que serlo, finalmente era quien atendía a todos los clientes aventureros que estábamos ahí, pero omitiendo su obligación, él parecía ser naturalmente así, y fue genial que mantuviera esa actitud, sobre todo cuando se percató de que iba sola.

- ¿Sola? - me preguntó intrigado.

- Así es.

- ¿De verdad nadie te acompaña, ni vino a verte?

- No... sólo estoy yo.

- Vaya, qué valiente...

Yo sonreí como si fuera tan cotidiano que no poseía nada de extraordinario; evidentemente no iba a confesar el reto que me había llevado a atreverme a hacerlo. Y esa afirmación me ganó toda su atención por el resto del día.

Durante la instrucción para prepararnos en nuestro primer lanzamiento él estuvo junto a mí no sólo para contestar mis dudas, sino para acompañarme. Se volvió ese rostro familiar que estuvo a mi lado paso a paso. Él también subió al avión y fue quien me animó durante el trayecto.

Una vez que llegó mi turno de lanzarme, respiré profundo y me hundí en la experiencia de sentir mi cuerpo abandonado en el vacío. El viento hizo temblar mi piel y la adrenalina me recorrió a gran velocidad. Sin nada de dónde sujetarme, sentí que volé y me sentí increíblemente libre por primera vez.

El aterrizaje fue divertido y mientras otros gritaban en plena algarabía con sus amigos, yo me sonreí a mí misma sintiéndome plena y feliz. Extendí los brazos y alcé la mirada al cielo. ¡Lo hice, simplemente lo hice! Festejé en mi cabeza repasando la película de la caída, hasta que sentí que alguien tocó mi hombro. Se trató de él, quien buscó encontrarse conmigo para que le narrara mis impresiones.

- Fue simplemente sensacional, ¡lo máximo! - brinqué y reí.

- Sí, es una experiencia increíble. Me da gusto que la hayas disfrutado.

- Gracias - le dije - de verdad fue indescriptible.

Calmada la euforia, él me miró dispuesto a hacerme una pregunta que se atrevió a formular cuando el silencio se volvió incómodo.

- ¿Qué harás el resto del día?

Mi falta de plan y compañeros de viaje significaban una agenda libre de ocupaciones. Con un tanto de desconfianza reconocí mi disponibilidad.

- Si me esperas un poco, te invito a comer.

Mmm. Viaje sola, salto en paracaídas, comer acompañada... suena bastante atractivo.

- Vale, te espero; que por cierto, no me has dicho tu nombre.

- Me llamo Andrés - dicho esto, se retiró para resolver los pendientes que le impedían marcharse.

Y mientras Andrés regresó para llevarme a comer a quién sabe dónde, me quedé prendida de un suspiro que dejé escapar al aire impregnado de ilusión y satisfacción.



**No te pierdas la continuación en el próximo ¡¡¡Viernes de Relatos!!!


viernes, 22 de enero de 2016

"Mesa para una" 6o. Parte


Viernes de Relatos

- ¡Con que te fuiste de viaje y te echaste en paracaídas!

Muy feliz lo reconozco.

- Quiero los detalles. Absolutamente todos.

Y empecé la historia.

Estar sola se convirtió en un gusto adquirido. Salir a correr se convirtió en una rutina que anhelaba cada fin de semana. Salir a bailar lo hice dos o tres veces más siguiendo la misma estrategia que mi amiga me había enseñado. Me volví cliente habitual y los desconocidos se volvieron conocidos. Resultó que mis nuevos amigos frecuentemente asistían a ese sitio.

Así que entusiasmada por tachar un par de cosas más en la lista, me decidí a lanzarme de un paracaídas, lo que incluía fácilmente un viaje también. Busqué un lugar que me convenciera para hacerlo y me vi de repente organizando un viaje a Morelos para iniciar mi aventura.

Camión, hotel y centro para lanzarme en el paracaídas: listo.

Una mañana de viernes tomé mis maletas y subí al camión, sola. Me ubiqué en mi asiento y miré por la ventana mientras esperé a que los demás pasajeros hicieron igual que yo. El conductor arrancó el vehículo y condujo un par de horas. En mi silencio visité mis recuerdos, aquellos que me ponen triste y aquellos que me ponen feliz. Repasé los más importantes y medité sobre decisiones tomadas que cambiaron el rumbo de mi vida. Al no tener quien me distrajera, me dediqué cuanto quise a reflexionar las lecciones aprendidas y me planteé una que otra meta para alcanzar en el futuro, así como unas cuantas reglas para seguir y no perder el rumbo.

Al llegar la aventura dispuso dar con el hotel. No fue difícil y al estar ahí me registré. Me indicaron el número de mi habitación y la exploré. Era una cosa sencilla, después de todo, su único fin era el de hospedarme para estar temprano al día siguiente en donde un avión me esperaría. Lo que seguía en el itinerario: comer.

Las posibilidades eran vastas, pero eso de comer sola era un asunto aún no resuelto. El restaurante del hotel prácticamente estaba vacío y eso podía ayudarme con mi anonimato, así que me quedé ahí.

Sentada a la mesa, ordené enchiladas de mole a la carta y el mesero tomó la orden y se retiró. Nadie me miró, nadie me juzgó, nadie me empujó, nadie comentó sobre mí, nadie tuvo el reparo de cuestionarse qué podía estar haciendo yo sola ahí. Eso me tranquilizó y ni siquiera el mesero mostró intenciones de iniciar una charla. Degusté mi comida tranquila y me retiré a mi habitación. Con la tarde por delante y tantas horas esperando por mí, tuve que hacerme a la idea de que me vería obligada a salir. ¿Pero a dónde y qué podía hacer? Vaya, eso no lo escribí en mi plan.

- Pero dime que saliste, dime que lo hiciste.

Me quedé callada y con la mirada acompañada de un triste suspiro contesté:

- No, no salí.

- ¿No saliste?

Pude hundirme en el amargo sentimiento que viví aquella tarde solitaria frente al televisor y el internet de mi celular. Sin embargo, una sonrisa pinté en mi rostro nuevamente y mis ojos se iluminaron apenas recordé lo ocurrido el sábado.

- ¡¿Dime qué hiciste!? - exclamó curiosa e inquieta mi amiga, rogándome por la continuación de mi historia.

- Ese sábado, ¡qué no hice...! - reí a carcajadas.



**No te pierdas la continuación en el próximo ¡¡¡Viernes de Relatos!!!

viernes, 8 de enero de 2016

"Mesa para una" 5o. Parte


Viernes de Relatos

- Belachen. Vamos otra vez.

Empezamos a trotar. La mañana nos sonrió nuevamente, animándonos a olvidarnos del mal trago de la vez anterior. Ella a mi lado siguiéndome el paso.

Me he puesto mis tenis, mis pantalones deportivos y una linda playera ajustada que me hace lucir perfecta para sudar sin perder el estilo. Belachen tiene toda la actitud también. Y en esta ocasión me he asegurado de tener una profunda charla con ella de cómo debe reaccionar ante otros perros. Espero funcione...

La banqueta nos marca el camino y nuestra sombra proyectada en el suelo luce genial. Pasa un corredor a nuestro lado y nos sonríe. Otras dos personas pasan a nuestro lado y también nos dirigen un saludo con una sonrisa. Es tan sencillo ser parte de esta actividad y todos parecen convertirse pronto en amigos. 

Belachen y yo seguimos trotando. El ejercicio va bien. Diviso a lo lejos un perro. Me alerto enseguida y freno el paso. Me mantengo atenta de la actitud de Belachen, por si acaso. Pronto descubro que el perro aquel trae correa y quien lo lleva a su lado es un atractivo muchacho, aparentemente de mi edad. Cuando pasa junto a mí, me saluda sonriendo, como han hecho los demás. Yo le regreso la sonrisa y le sigo con la mirada mientras se aleja a la vuelta de una esquina. Belachen se ha comportado como toda una señorita en sociedad. Más que contenta, seguimos trotando y disfrutando del fresco de la mañana.

Pasados cuarenta minutos regresamos a casa. Mis pies cansados, mi frente sudando y mis mejillas enrojecidas son señal de que ha valido la pena. Suelto la correa de Belachen y busca su cama en el piso pidiendo descanso. Me sonrío satisfecha.

- Belachen.... creo que lo hemos logrado.

Por segunda vez esa lista, que ahora está colgada de la puerta de mi refrigerador, se me antoja emocionante.

¿Podré hacer lo que falta?



**¡¡¡ No te pierdas la continuación en el próximo "Viernes de Relatos" !!!

domingo, 3 de enero de 2016

Como quemarse con la alaciadora


"Hacer algo realmente nuevo es como quemarse con la alaciadora"
Lourdes Glez.

Como adultos, pocas veces nos enfrentamos a algo nuevo. Más allá de lograr un "trabajo nuevo", una "casa nueva", comprar un "coche nuevo", me refiero a esas experiencias totalmente nuevas en las que además de probar, pretendes mejorar.

Planteo esto con un ejemplo: alaciarse el cabello por primera vez. El artefacto es complicado de usar la primera vez que lo sujetas en tu mano. Está caliente y lo sabes, pero no te enteras de cuánto hasta que en el intento de usarlo, te quemas la mano, la cara, la oreja... básicamente es hasta ese instante donde comprendes de qué iba la temperatura a la que está para lograr el peinado que deseas.

En esa quemadura puede ser que desistas, pero si no... sigues adelante y como te diría cualquiera: Es cosa de práctica.

Como adultos pocas veces encontramos algo nuevo qué hacer que nos rete a desistir tras el primer intento o el segundo o el tercero. Ese tipo de actividad que debido a la inexperiencia nos trae como consecuencia algún tipo de tropiezo o dolor. 

De niño lo tenemos claro: azotaremos en la bicicleta, nos tropezaremos con la reata al brincar, nos rasparemos trepando un árbol, nos daremos un sentón al terminar la resbaladilla... de adultos, ya no lo tenemos tan claro, porque las rutinas suelen acomodarnos donde no nos harán daño.

Sin embargo, sería increíble volver a tenerlo así de claro. Que en la medida en que nos dispongamos a vivir y hacer cosas nuevas que requieren de nuestra práctica para dominarlas, vamos a pasar por ahí un mal, mal, mal, mal rato como cuando te quemas como la alaciadora. Pero después de eso, al conseguir hacer lo que buscabas, esa quemadura se te olvida.

La invitación de la semana: ¿cuántas cosas nuevas has hecho recientemente? ¿Que mal rato te han hecho pasar? Recordemos que al placer del logro lo precede una dosis de dolor. Así que, no hay que tenerle miedo, sino aceptarlo como parte de todo. Finalmente, también se va si lo dejamos irse.

¡¡Que tengan un buen inicio de semana!!



viernes, 1 de enero de 2016

"Mesa para una" 4o. Parte


Viernes de Relatos

Una ayuda me cae bien.

Además, ella fue la que me embaucó en tremendo problema. Así que en cuanto me ofreció su compañía para ir a bailar, la acepté sin chistar.

Me encanta arreglarme para este tipo de salidas. El maquillaje perfecto, el vestido coqueto y entallado, los tacones asesinos que domo sin complicación y el cabello ondulado que juega dando rebotes cuando meneo mi cabeza de un lado a otro. Tomo mi bolsa, le lanzo un beso a Belachen y cierro la puerta tras de mí.

Tomo un taxi y llego a la entrada. Ella me espera dentro, en eso quedamos, así que le dicho al joven que alguien ha llegado antes que yo y quedé con ella. El joven me pide el nombre (como si lo hubiera anotado). Me da el paso y yo la busco entre la multitud.

El lugar está atestado de gente. La música suena a todo volumen y las luces de la pista recorren todo el lugar iluminándolo de colores brillantes que deslumbran mi mirada. Muchos están de pie moviéndose al ritmo de la canción que toca un DJ colocado al fondo, sosteniendo sus bebidas en alto. ¿Dónde está? Le escribo un mensaje en el celular para que me indique su ubicación. Tarda en contestar. Empiezo a creer que me ha dejado plantada.

¿Esta es su idea de ayudarme a animarme a estar sola? Giro tratando de encontrarla. ¡La odio!

- ¡Sí viniste! - llegó.

- Una disculpa, se me ha hecho tarde, pero aquí estoy. - me mira y descubre mi aterrador sentir - Creíste que te haría venir sola... ¿verdad?

Finjo demencia y le sugiero acercarnos a la barra para pedir algo de tomar. Al fin sostengo un Perla negra en mi mano.

- El plan es que hagas esto tú sola, ¿sabes? - me recuerda en tono muy serio.

- Lo sé, lo sé... pero de verdad es muy difícil para mí.

- Verás que encontrarte a alguien en estos lugares es realmente fácil.

La miro incrédula. Es imposible que sea fácil. Comienzo a evaluar la situación. Si hubiéramos venido en grupo una mesa nos hubiera sido asignada y además, tendríamos un asiento puesto para dejar la bolsa... esto no se aproxima a mi idea de salida exitosa.

- Disculpa - le dijo alguien a mi amiga, que al parecer le ha empujado el brazo al tratar de pasar cerca de ella.

- No te preocupes.

Y ocurrió la magia. Mi amiga debió haberse estudiado el arte de hablar con la mirada, porque no sé qué gesto esbozó que el hombre se detuvo a observarla y le sonrió. Ella le devolvió la sonrisa y levantó coqueta su bebida asemejando un brindis para su salud. Levantó el hombro e inclinó ligeramente su cabeza. Él se detuvo y le invitó a acompañarla con su grupo de amigos. Ella me echó una mirada fugaz indicándome que la siguiera pronto.

Y allá voy, obedeciendo la instrucción sin cuestionar. Sus amigos están alrededor de una mesa alta con una botella, vasos, jugos, hielos, cervezas y más cosas que no alcanzo a distinguir, pues ya estoy saludando a todos aquellos extraños con un beso en la cara como si fuéramos amigos.

- Karla... - me preguntan mi nombre - Kar.. la... Karla.... - la música suena muy alta - ¡KARLA!

Me invitan a tomar de lo que han pedido. Ellos señalan lo que hay mientras veo sus labios moverse sin cachar ni una sola palabra. Usualmente la comunicación aquí la domino, pero algo ocurre hoy que todo me resulta ajeno... Acepto entonces lo primero que me dan. Vodka... no está mal.

Reevaluemos. Estoy donde me gusta estar. Mi amiga está aquí, coqueteando. Estoy rodeada de extraños. No son asesinos, no son ladrones, no son maleantes, son personas normales como yo. Respiro, tengo que relajarme. Uno comienza a bailar a mi lado, insinuándome que le acompañe con mis mejores pasos. ¡Vale, a bailar!

Poco a poco comienzo a recobrar la confianza. Me encanta bailar. La música se cuela dentro de mí y me olvido de todo el miedo que antes me inundaba. Estos nuevos conocidos se turnan para invitarme a bailar, pues yo no estoy dispuesta a dejar de hacerlo y ellos piden descanso entre pista y pista. No me molesta, usualmente nadie me sigue el paso. Cuando más entretenida me encuentro, mi amiga se acerca a mí y me susurra al oído: "Ya me voy, es tarde" ¿Tarde? Apenas es medianoche. Ni modo, es hora de irnos. Empiezo a despedirme de quien baila conmigo. Entonces mi amiga me toma del brazo y me vuelve a susurrar:

- Nada, tú te quedas.

¿¿QUÉ??

Se aleja y la pierdo de vista. No puede ser real. Estoy sola.... ¡estoy sola! Ellos me miran animándome a tomar otro trago de Vodka y continuar con la fiesta. Estoy sola... estoy sola... Calma. No son asesinos, no son... ladrones... no... no son... Respiro y continuo bailando. Mi amiga al menos los podrá reconocer si la llaman a declarar en su contra por el rapto de su amiga. 

Brinco, giro, canto gritando... estoy bailando y la estoy pasando increíble. Brindo con ellos y los trato como amigos. En verdad la estoy pasando bien con ellos. En eso, un joven bastante guapo aparece en escena. Los saluda a todos y les explica con señas que se le ha hecho tarde, pero ya ha logrado llegar. Le dan palmadas en la espalda a la mitad de abrazos y risas. Uno por uno los saluda y al toparse conmigo titubea.

- Ella es ¡Karla! - me presentaron con él.

- Hola, yo soy Juan - dijo y me sonrió con esos labios tan increíbles que no había notado hasta que lo tuve justo delante de mí. Su cabello perfectamente peinado, su playera tipo polo negra y sus pantalones de mezclilla me robaron un suspiro que disimulé a la perfección. Su aplomo y su carisma terminaron por derretirme.

Lo mejor sucedió cuando él y yo bailamos juntos el resto de la noche. Por lo visto él también era un fanático del baile, así que sin problemas nos entendimos y gozamos de las canciones, una tras otra sin detenernos.

El reloj marcó la hora de marcharnos. "Ahora sí es tarde..." me imaginé diciéndole a mi amiga a la distancia. Encendieron las luces y ellos saldaron la cuenta impidiéndome contribuir tan siquiera con la propina. Con la música ausente, pude expresarles mi agradecimiento por una sensacional y divertida salida. Juan fue al última que estratégicamente despedí. Y es que el animada por el alcohol, tomé el valor para atreverme a decir:

- Hey, podemos repetir si quieres. Si me das tu teléfono podemos quedar... 

Sí, me aplaudiría mi amiga si me viera en este momento. Más orgullosa no podría ponerse de mí.

- ... podemos quedar, pero...

Nada puede ser perfecto.

- Es mejor que sepas que tengo novia. - soltó asincerándose - Por eso llegué tarde. Fuimos a cenar juntos como compensación porque quería pasar la noche con mis amigos.

Y yo que me estaba ilusionando con el exitoso plan de salir sola. 

Sin más, tomé un taxi de vuelta a casa. Al llegar, me puse mi pijama y me acurruqué entre mis sábanas. Coloqué suavemente mi cabeza sobre la almohada y cerré los ojos sonriendo.

Tal vez no haya resultado el final que quería, pero aquellos personajes no resultaron asesinos, sino una genial compañía. Tal vez me anime a hacerlo otra vez.  

¿Qué más está escrito en la lista?




**No te pierdas la continuación en el próximo ¡¡Viernes de Relatos!!