Viernes de Relatos
- ¡Sigue contando! - exclamó mi amiga.
Me desperté emocionada por la aventura que iba a comenzar. Lanzarse con paracaídas era uno de mis sueños y estaba a punto de materializarlo. No tenía a mi lado a nadie para compartir las emociones que se despertaban en mí en ese momento. Sonreía al aire sin que nadie me sonriera de vuelta. Nadie atestiguaba mis pasos ni mi camino hasta llegar al sitio donde todo se haría realidad.
En una amplia explanada busqué a quien dirigiera la organización para hacerme presente. Alguien me indicó acercarme con un joven que me daba la espalda y charlaba con una pareja. Cuando me le acerqué, él se volteó para atenderme.
- Hola, tengo el plan de lanzarme en paracaídas... - inicié la conversación.
- Claro, dame tu nombre y te explicaré lo que sigue.
La verdad es que él me pareció muy agradable. Claro que tenía que serlo, finalmente era quien atendía a todos los clientes aventureros que estábamos ahí, pero omitiendo su obligación, él parecía ser naturalmente así, y fue genial que mantuviera esa actitud, sobre todo cuando se percató de que iba sola.
- ¿Sola? - me preguntó intrigado.
- Así es.
- ¿De verdad nadie te acompaña, ni vino a verte?
- No... sólo estoy yo.
- Vaya, qué valiente...
Yo sonreí como si fuera tan cotidiano que no poseía nada de extraordinario; evidentemente no iba a confesar el reto que me había llevado a atreverme a hacerlo. Y esa afirmación me ganó toda su atención por el resto del día.
Durante la instrucción para prepararnos en nuestro primer lanzamiento él estuvo junto a mí no sólo para contestar mis dudas, sino para acompañarme. Se volvió ese rostro familiar que estuvo a mi lado paso a paso. Él también subió al avión y fue quien me animó durante el trayecto.
Una vez que llegó mi turno de lanzarme, respiré profundo y me hundí en la experiencia de sentir mi cuerpo abandonado en el vacío. El viento hizo temblar mi piel y la adrenalina me recorrió a gran velocidad. Sin nada de dónde sujetarme, sentí que volé y me sentí increíblemente libre por primera vez.
El aterrizaje fue divertido y mientras otros gritaban en plena algarabía con sus amigos, yo me sonreí a mí misma sintiéndome plena y feliz. Extendí los brazos y alcé la mirada al cielo. ¡Lo hice, simplemente lo hice! Festejé en mi cabeza repasando la película de la caída, hasta que sentí que alguien tocó mi hombro. Se trató de él, quien buscó encontrarse conmigo para que le narrara mis impresiones.
- Fue simplemente sensacional, ¡lo máximo! - brinqué y reí.
- Sí, es una experiencia increíble. Me da gusto que la hayas disfrutado.
- Gracias - le dije - de verdad fue indescriptible.
Calmada la euforia, él me miró dispuesto a hacerme una pregunta que se atrevió a formular cuando el silencio se volvió incómodo.
- ¿Qué harás el resto del día?
Mi falta de plan y compañeros de viaje significaban una agenda libre de ocupaciones. Con un tanto de desconfianza reconocí mi disponibilidad.
- Si me esperas un poco, te invito a comer.
Mmm. Viaje sola, salto en paracaídas, comer acompañada... suena bastante atractivo.
- Vale, te espero; que por cierto, no me has dicho tu nombre.
- Me llamo Andrés - dicho esto, se retiró para resolver los pendientes que le impedían marcharse.
Y mientras Andrés regresó para llevarme a comer a quién sabe dónde, me quedé prendida de un suspiro que dejé escapar al aire impregnado de ilusión y satisfacción.
**No te pierdas la continuación en el próximo ¡¡¡Viernes de Relatos!!!
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