Viernes de Relatos
Hoy es el día.
El día en que debo vencer mi más profundo miedo.
Inhalo... exhalo... inhalo... exhalo...
La cosa que no he tachado de la lista: Cenar sola en el restaurante.
Empuño mis manos, aprieto la boca y alzo la mirada. Ahí está el letrero que enuncia el nombre del restaurante. No cualquiera, mi favorito. El cielo oscuro me cobija con un par de estrellas. Empieza a soplar un viento helado que me hace caer en un repentino arrepentimiento sobre la elección de mi ropa. Este vestido corto y atrevidamente escotado me empieza a disgustar.
Sola, estoy aquí de pie sola. Nuevamente, grupos de amigos me pasan de largo mientras se acercan a festejar y convivir. Celebran sus cosas ajenas a mí y les soy invisible. Me armo de valor y empiezo a andar, subiendo los imponentes escalones que te llevan a esperar que te asignen sitio para cenar. Me veo obligada a empujar a unos cuantos hacia los lados, pues al no percatarse de mi existencia, no me hacen espacio para pasar. Ellos se recorren sin distraerse de sus charlas, así de relajada es la diversión en grupo.
Respiro una vez más. Ha llegado el segundo crítico de esta noche. Me acerco a la señorita que amablemente alza la mirada de la lista que controla y sonriendo me pregunta:
- Buenas noches, ¿cuántas personas?
Cuántas personas... trago saliva.
- Mesa para una, por favor.
- ¿Una? ¿Viene sola, señorita?
¡Sí, vengo sola maldita sea! ¿Quiere decirlo más alto para que todos la escuchen?
- Sí... - le contesto con una mirada que presiento me asegura que no hará más preguntas.
Me hago a un lado para esperar y me quedo mirando el entorno. La gente de pie esperando está en lo suyo. Realmente nadie se percata de nada de lo que pasa ahí. Adentro, las personas que cenan no se molestan en mirarnos, ni siquiera especulan de una mesa a otra si es que a alguno no ha comido todo lo que han servido o si otro se ha preguntado al mesero por las indicaciones para localizar el baño. Suceden las escenas sin que nadie se entere de ellas. Cada uno capturado en su mundo. Por primera vez me relajo. Seguramente nadie me verá.
Asignan mesas y de a poco la lista se acorta hasta que anuncian mi nombre. Es momento de entrar.
- Señorita, por aquí - me dice un mesero y recorre la silla para que me siente. - Será un placer atenderle.
¡Qué bien! Empieza a gustarme esto. Miro la carta, reviso los platillos que hay y elijo mis favoritos. Qué más da cuánto pida. Yo pago mi cuenta. No debo preocuparme por velar por el bolsillo de otro. Ni por si acaso me juzga por lo que quiero comer y mucho menos por la logística que puede implicarme comer alguna cosa sin correr riesgos de ensuciarme el vestido. ¡Qué más da! No tengo a nadie a quien impresionar.
Pido a mis anchas lo que se me da la gana. Ahora lo que me impacienta es que no tengo con quien conversar mientras sirven la comida. Miro a todos. Sí, soy la única mirando a todos. Es como mirar una película y poder detenerme en lo que más me llame la atención. Unos novios charlan muy enojados, supongo que él esperaba encontentarla trayéndola aquí. Un grupo de amigas beben y alzan sus copas al centro, seguro que festejan algo grande. Otros están vestidos de traje sastre y se dirigen entre ellos muy serios y cordiales. Adivino que esa cena es de negocios. ¡Qué divertido es esto! Empiezo a sentirme en confianza y a disfrutar del espectáculo. El mesero me sirve un copa y la degusto satisfecha. Esta cena es agradable.
Continúo mi entretenimiento. Echo un vistazo de vez en vez al celular. Si lo otro me aburre, siempre puedo checar las redes sociales para sentirme conectada al mundo. Pero ahora no es necesario, me gusta cómo estoy.
Ahora unas personas abandonan su mesa y se marchan con prisa. Asignan esa mesa a una nueva pareja que ha llegado después de mí. Otros novios... una chica bastante coqueta y con mucha producción encima según aprecio su maquillaje y peinado. Él... pantalón casual y camisa. Se ve bastante guapo a la distancia. Envidio a esa mujer conforme descubro los rasgos de su acompañante. Sí que es guapo... tan guapo como... como... ¿JUAN? ¡Es Juan!
Agarro con un brusco e intrépido jalón la carta de vinos y la abro frente a mi cara para cubrir mi identidad. El corazón me late deprisa y me sudan las manos. ¡Todo iba tan bien!
Juan y su... ¿novia? ¿exnovia? Las preguntas llueven en mi cabeza sin oportunidad de responderlas.
Mientras no me vea... mientras no me vea...
- ¿Karla, eres tú?
Rayos, me vio.
**No te pierdas la continuación en el próximo "Viernes de Relatos"!!!!
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