Viernes de Relatos
Un parque a la mitad de la noche es el discreto testigo que escuchará nuestras últimas confesiones. Aún con el sentir de la culpa por reencontrarse conmigo, se envalentonó para reunirnos y así concedernos una inocente charla con tintes de ilusión y añoranza disimulada.
- Háblame de ella.
No quiero hablar de ella, pero es el único inicio lógico que vislumbro para esta conversación. Él sostiene su cabeza con las manos mientras sus brazos se recargan sobre sus piernas. Se revuelve el cabello con sus dedos y clava la mirada en el pasto.
- Ella... tú no eres ella - dictamina sin revisar el caso.
Me sonrojo y siento el calor de la esperanza cobijarme de la brisa del frío que ha dejado la lluvia al terminarse. Se me antoja hilvanar cumplidos y piropos que prosigan con su dulce conflicto, pero me contengo prudente, procurando dilucidar entre el miedo y el arrepentimiento real.
- No éramos perfectos, pero éramos tú y yo.
Mi respiración se agita. Sudan mis manos. Si su intención no es la de robarme un suspiro lo está logrando sin querer. Quiero acercarme, sentirlo a mi lado como antaño. Me desespera la distancia entre su cuerpo y el mío.
- ¿Por qué terminamos? - me pregunta. Si espera una respuesta no la obtendrá. Me hundo en el silencio. - Ella sabe esperar. No tengo que llamarle enseguida ni a una hora fija. Se conforma si la llamo una o diez veces al día. Nunca protesta y siempre sonríe. Es paciente con mis tiempos y enfados. Mis caprichos los entiende, no requiere explicaciones... ¡parece tan conforme!
Diferente a mí. Ella es distinta a mí. Dejo escaparse un respiro de resignación. Si bien aquello no fue motivo de peleas entre nosotros, conmigo había que seguir ciertas rutinas para mantenernos funcionales. Acuerdos que por lo visto, le pesaron una o varias veces.
- Ella no me exige como tú. No me pide esforzarme. No me pide nada, me acepta así como soy. Sin más ni menos. ¿Estará bien?
La emoción optimista de una reconciliación se apaga de súbito. Extraña lo que fuimos, pero ella lo quiere sin promesas ni expectativas. Es sólo que nuestro recuerdo se compara constante en esta inevitable despedida. Es preciso decirnos adiós.
- Pablo, no hay mejor relación que aquella en la que sólo pides al otro ser él mismo.
Él me miró a los ojos con lágrimas inundando sus ojos. Se encontró con los míos profundamente, como si tratara de disculparse por tantos años dispuestos para mí sin desembocar en un final así. Nos quedamos callados sin necesidad de contarnos más explicaciones, ni razones para dejarnos ir. Él será feliz, lo leo en sus pupilas temblorosas, que se asinceran de a poco conforme recupera su increíble sonrisa.
De pronto, abreviando el instante, formula la pregunta que turba nuevamente mi paz:
- Entonces, ¿irás a mi boda?
Maldita sea...
**No te pierdas la continuación en el próximo ¡¡"Viernes de Relatos"!!
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