Viernes de Relatos
Despertar es difícil, ni se diga de levantarme de mi cama.
Hoy es domingo. Mal día el de ayer para cortar con él... corrijo... mal día para que él cortara conmigo. La aletargada rutina dominical no me empuja a despojarme de las sábanas que me consuelan con su abrazo. Se revuelven mis pensamientos y mi almohada se empapa con mis lágrimas. El sol me hostiga asomándose en la ventana. Preferiría dormir y olvidarme de ayer...
La soledad de mi departamento esconde mi muerte silenciosa. Nadie atestigua mi pesadez, nadie me acecha con miradas que juzgan mi aspecto desaliñado a las doce del día. Nadie me molesta y a nadie le importo. Podría quedarme echada en mi cama y nadie se percataría de que no me he puesto en pie.
Volveré a dormir, no quiero estar despierta.
Abro los ojos. El celular está sonando. ¿Es él? En un arrebato de ingenuidad aviento las cobijas y me levanto corriendo en busca de mi bolsa. Ahí lo he dejado, lo recuerdo bien. Mi ropa, mis zapatos y mi suéter están desperdigados en el suelo. Mi bolsa se oculta debajo de mi chamarra. El celular ha estado sonando un rato, presiento que están próximos a colgar. Al fin tengo la bolsa en mi mano, abro el cierre, lo busco debajo de la cartera, el maquillaje y el monedero, ¡ahí está! Vamos, vamos, contesta rápido.
Es Elena.
- ¿¡Amiga, qué pasó ayer!?
Me pregunto si podré explicarle lo que aconteció cuando ni yo misma lo comprendo.
Era una tarde cualquiera de sábado. Fuimos al cine como solíamos hacerlo. Compramos un bote grande de palomitas que se acabó él solo, porque a mí no me gustan. Un refresco para él, un té chai para mí. La película él la eligió. Violencia, armas y explosiones. No me negué a verla, solía hacerle compañía en sus gustos y diversiones sin repelar. Me gustaba complacerle... Al salir del cine fuimos a comer tacos, como siempre hacíamos luego de eso. Para entonces ya era de noche, así que nuestro puesto favorito de tacos a la mitad de la banqueta fue nuestra elección para concluir la velada. Él estaba muy callado, demasiado. Casi a tirabuzón obtuve cinco o seis frases de regreso que hilvanaron una fingida conversación.
- Y así nada más, me lo dijo
- ¿Qué te dijo?
- "Algo en mi estómago me dice que esto está mal"
- ¿Le cayeron mal los tacos? ¿Sintió acidez de repente? - preguntó mi amiga desviándome forzada a aceptarle una broma.
- No... se refería a nosotros. Los tacos estaban igual que siempre...
- Vaya... qué desgraciado - guardó silencio un momento y retomó - ¿pero qué explicación te dio?
No dio ninguna explicación. No recuerdo si yo la pedí. Me quedé impresionada por su planteamiento. Lo vi pedir la cuenta y pagar con un billete; el cambio lo echó en un vaso de plástico colocado justo a lado del tronco de Pastor. Me condujo hasta mi coche aparcado a unos metros de ahí, sujetándome de la espalda. Abrió la puerta y me dijo que me marchara a casa, que él tomaría un camión.
- Tu coche. ¿Tú ibas manejando? - me pregunta Elena
- Él tenía su coche en el taller mecánico. ¿Recuerdas el choque de hace tres meses? Por fin ahorró dinero para pagar la reparación.
- Y te mandó sola a casa.
Sola. Tal cual como estoy ahora atrapada en estas cuatro paredes de mi habitación. Sola.
Me regreso a mi cama y vuelvo a echarme las cobijas encima. Mi amiga sigue pendiente al otro lado de la línea, pero yo ya no quiero hablar. Así nada más, me echo a llorar desconsolada. Creí que al menos llamaría para saber si había llegado bien a casa, como solía hacerlo cada vez que yo conducía por mi cuenta en la oscuridad de la ciudad. Sin embargo, su ausencia de tajo inició apenas cerró la puerta del coche luego de sentarme en el asiento.
- Amiga, te vas a poner bien, olvídalo, es un maldito desgraciado que no te merece.
Si tan sólo estuviera convencida de eso podría surtir efecto su consejo, pero me duele y me duele mucho.
Volveré a dormir. No abriré los ojos hasta mañana que sea lunes.
¡Lunes!
¡¡¡Rayos, olvidaba que trabajamos en la misma oficina!!!
Y no puedo dejar de llorar.
Maldita sea...
**No te pierdas la continuación en el próximo ¡¡¡Viernes de Relatos!!!
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