Viernes de Relatos
Llego a la oficina cabizbaja. La falta de una despedida me tiene inundada la cabeza con diálogos que jamás pronunciaré. Imagino lo que pude haber dicho, valorando si alguna frase hubiera tenido el poder de hacerle cambiar de opinión. En vano, hilvano razones que pudieran convencerle de llevarme en su nueva aventura, que pudieran hacerme una invitada especial de las experiencias que iluminan su porvenir. Sin embargo, me resigno en cada paso que doy avanzando por el pasillo de la oficina. En mi andar, quienes se percatan de mi presencia dejan de lado sus actividades para echarme una mirada furtiva. No entiendo por qué su interés en descifrar las emociones escondidas en mi mirada perdida en el vacío de la imaginación. No entiendo por qué deslizan sus ojos sobre mi triste caminar.
Elena se interpone entre la puerta de mi oficina y yo. Algo le pone ansiosa y estoy a punto de descubrir el misterio que todos conocen.
- Está aquí.
Sus dos palabras reviven mi palpitar y lo aceleran a una escala casi imposible de soportar.
- Hoy harán un convivencia de despedida para él. Todos estamos convocados.
- Pero... pero... el departamento... vacío. No vive aquí.
- Tal vez puedas conseguir respuestas ahí. - sugiere Elena - Creo que es momento de que hables con él. Es tu oportunidad.
- ¿Enfrente de todos?
- Encontrarás el momento. Lo sé.
Entramos en la sala de juntas más amplia. Algunas de sus colaboradoras tuvieron la iniciativa de decorar el sitio con globos salpicando de colores la pared blanca. Hay bocadillos y un pastel de celebración al centro de la mesa en la que se discuten los grandes negocios. El imponente lugar se reduce a una fiesta con dulces y botanas.
Todos sonríen con la noticia. Finalmente, comparten el orgullo de verle crecer en la compañía. Les inspira creer que un día llegarán a su puesto y sino, al menos se jactarán de mencionarlo en sus anécdotas de trabajo y éxito, como alguien con quien colaboraron hombro a hombro.
El silencio se hace en el cuarto. Él aparece y todos sostienen la respiración antes de lanzar estruendosos aplausos y silbidos. Se contagia de la algarabía y se dibuja una sonrisa sincera en su boca. Está contento, honestamente lo está.
Entonces ocurre. Sus ojos se encuentran con los míos. Su gesto por un instante se congela en una idea que sólo él y yo comprendemos. Me solicita en señas que después del convivio hablemos. Asiento con la cabeza y una lágrima en los ojos.
Lo sé.
**No te pierdas la continuación en el próximo ¡¡Viernes de Relatos!!
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