Frases

Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


viernes, 26 de mayo de 2017

"Eres tú, no soy yo" Parte II


Viernes de Relatos


Mi dedo es el que se ha encargado de dar la noticia a todo el mundo. No tengo que armar ningún discurso que lo explique. Extiendo la mano para saludar y acto seguido: "¿Y eso en tu dedo?" "¿Qué es eso?" "¿Tienes algo que contarme?" Entonces la gente ríe y me piden la historia de cómo me entregó el anillo. Los árboles, la noche, la comida... todo queda descrito a gusto del interlocutor. A eso le siguen las felicitaciones y la frase que provoca en mi agobio: "Debes estar muy feliz"

Los que realmente me conocen, y esos son pocos; de hecho sólo una persona cuento en esa lista, sabe que realmente no me pone tan feliz. Al menos eso sentenció ella cuando vio ese anillo en mi mano, al tintinear el diamante a la luz del sol. Yo no planeaba contárselo, pero cuando nos vimos en la oficina, no pudo evitar notarlo como el resto del mundo. Aún llevo clavadas sus palabras en mi espalda, como una daga que apuñala a traición. Y es que así lo sentí: ¿Por qué no podía estar simplemente feliz por mí?

- ¡¡Porque tú no eres feliz con él!! - reclamó furiosa.

- Eres la única que no se alegra por esta noticia. Me parece que de mejor amiga no la sabes hacer. - empecé a defenderme - tu papel es estar contenta si yo estoy contenta.

- Es que ese es el problema. Tú no puedes estar contenta de que esto haya pasado. ¡Y qué además le dijeras que sí! ¿Estás loca?

- No comprendo qué te pone así. No estoy loca y era de esperarse que pasara - ciertamente, más que esperado, era terriblemente obvio. Meses atrás sin siquiera disimular, él me había prestado un arillo de un tamaño que yo debía probarme. ¿Por qué? "Por diversión" ¿Qué de divertido tendría aquello? Quería conocer la talla de mi dedo anular. Y ese dato sólo se requiere para una cosa...

- Es que amiga, abre los ojos por favor. Te lo dije desde que cumplieron tres meses de novios. - y se citó a ella misma - Si no le pones un alto a eso, un día te va a dar el anillo...

-... y vas a aceptar casarte con él - terminé de armar el enunciado por ella.

Tenía razón en ello. Hacía un año y siete meses predijo que esto acontecería, pero vamos, que eso no quita que él pueda ser el hombre de mi vida y yo sea feliz con él. Me remontaré al día en que nos hicimos novios para entender cómo inició la batalla en la que mi mejor amiga se declaró mi enemiga pública.

Se acercaba el día de su cumpleaños, el día especial de Octavio, mi amigo entrañable desde la secundaria. Él me había acompañado en todas mis vergonzosas anécdotas de la adolescencia, desde la puesta del aparato de ortodoncia que nada me favoreció, hasta el loco enamoramiento que me inspiró el profesor que todos aseguraban que tenía una preferencia sexual por su mismo sexo. No había manera de ser rescatada de aquellas decepciones que mermaron mi ánimo. Sobre todo del instante en que descubrí que todos mis compañeros del salón tenían razón con respecto al profesor en cuestión. ¿Y quién me ayudó a quitarme la bolsa de papel de la cabeza? Octavio.

Él se conocía mis secretos, mis mentirillas y mis sueños. También fue quien me llevó un litro de helado de cajeta en cada ruptura con un exnovio. Hasta que un día, después de pasados muchos años, se atrevió a confesarme su amor. Yo le miré primero con algo de sorpresa, pues en tanto tiempo no era posible que ni una seña hubiera dado de sus intenciones. Tardé alrededor de tres meses en darle una respuesta. En esos días de discernimiento aparecieron arreglos de flores en mi escritorio casi a diario. Las invitaciones a cenar se hicieron una costumbre de cada viernes en la noche. A fuerza de costumbre cedí a la insistencia y nos hicimos novios.

A los tres meses de ese evento, mientras paseábamos de compras en la plaza, mi mejor amiga preguntó cómo me iba con Octavio. Mi respuesta fue tan sosa y aburrida, que ella declaró que debía cortarlo. Así, nada más. Yo me encendí en indignación. Seguramente me decía eso porque no tenía ella novio y estaba celosa. Esa fue mi justificación para entender la procedencia de su sugerencia, pero después le concedí explicarse y me dijo algo que revivió en mi mente al segundo que acepté casarme con Octavio: "Amiga, no eres tú cuando él es él". ¿Cómo no iba a serlo? Así se declaró mi enemiga, porque cada que nos reuníamos a charlar, no hacía más que confirmar su teoría y yo no hacía más que ignorarla y tirarla de loca.

Y ese es el lío que trato de desenmarañar desde entonces. 

- Amiga, ¿qué sentiste cuando te pidió casarte con él? - dijo en tono pausado e imprimiendo en esas palabras toda su paciencia. Le miré reacia y frunciendo el ceño. Qué importa qué había sentido, tengo 39 años y un anillo en mi dedo. Él es buen hombre y quiere sentar cabeza. 

Me negué a contestar, pero ella insistió en preguntar qué sentí.

- ¿Bonito? - contesté.



** Si te gusta, no te pierdas la continuación en el próximo ¡Viernes de Relatos!

viernes, 12 de mayo de 2017

"Eres tú, no soy yo" Parte I


Viernes de Relatos

Hermosa está la noche. Las estrellas se encargan de iluminarlo todo. No hace falta más luz que las de ellas. El aire fresco que sopla en esta oscuridad me concede el vestirme con un vestido ligero color magenta, que he comprado recientemente para esta ocasión. El cabello lo llevo recogido en una coleta alborotada en ondas que se mecen de un lado a otro al ritmo de mis pasos. Atravieso el jardín por un camino de piedras en el que procuro no tropezar, pues mis tacones me hacen malas jugadas a mi equilibrio. Este escenario en medio de árboles y flores blancas no puede ser más perfecto. Adivino que ha invertido meses elucubrando este momento.

Al fin termino el recorrido y me encuentro en un amplio jardín, con una mesa al centro y sillas puestas para dos personas. Una vela alumbra los platos y copas cuidadosamente acomodadas sobre el mantel que cuelga hasta rozar el pasto. Camino hacia ellas y descifro en la espectacularidad lo obvio.

Hacía dos años que salimos juntos. Justo hoy se hacen dos años. El evento merece un festejo a la altura de la celebración, pero es sencillo adivinar que un mensaje se oculta detrás del ramo de rosas rojas con el que le veo acercarse por entre los árboles. Viste de traje sin corbata y camina nervioso hasta donde me encuentro yo. Me sonríe y me tiende las flores. Acerco mi nariz a una de ellas para inhalar su aroma. Me atrapa sonriente con sus ojos y jala una de las sillas para invitarme a sentar. Me acomodo para disfrutar de lo que está a punto de suceder, finalmente, esto lo he anhelado por años y por fin me está pasando a mí.

Al terminarse la cena, un mesero se acerca con dos copas llenas de champán. Destellan su dorado color a la luz de la vela en la mesa. Sus burbujas esconden en una de ellas un trozito de oro que se ha caído en el fondo. Todo un cliché, pero me quedo callada para no estropear los esfuerzos que han tejido los detalles que hoy adornan la pregunta que se me está a punto de hacer. Me bebo el champán consciente de lo que voy a encontrar y en el momento justo en que un descuido no advertido me hubiera hecho preguntarme qué es eso en mi copa, él me pide que tenga cuidado y mire con atención. En efecto, es un anillo que sostiene un diamante.

Continúan los clichés, pero disimulo conocer al dedillo la trama de esta película romántica que he visto cientos de veces en alguna parte de mis sueños o en el cine. Se arrodilla a mi lado y me quita la copa de mis manos. Saca el anillo y lo desliza por mi dedo anular izquierdo. Se queda quieto por un segundo y entonces, casi al mismo tiempo que él, en mi mente decimos juntos la pregunta que formula con las mismas palabras que sabía que diría: "¿Quieres casarte conmigo?"

¿Qué contesté?

Eso es lo que me tiene echa un lío.


**No te pierdas la continuación en el próximo ¡¡Viernes de Relatos!!





miércoles, 10 de mayo de 2017

Feliz día de las Madres


10 de mayo del 2017

Mamá, hoy te traigo un atípico regalo.

En estos días visité un colegio y me topé con los ensayos de los niños para el festival del Día de las madres. Observé a otros niños decorar el regalo que harían y escuché a otros ensayar canciones muy bonitas para cantarles a sus mamás.

Todos esos detalles eclipsaron mis regalos de "adulta" y se me antojó regalarte algo distinto, algo especial.

He puesto mis manos de mujer embadurnadas con pintura sobre una hoja de papel, para que las guardes. Son la huella de los dedos que has tomado entre los tuyos y acompañado en estos largos años de mi vida. Jamás los has soltado, aún cuando parecen ya no necesitarte.

He pintado mis pies también y he puesto sus huellas sobre cartulina. Son esos mismos piecitos de ayer que hoy han caminado tan lejos y logrado cosas tan grandes gracias a ti. Todos esos logros en el andar que he recorrido, te los debo a ti.

He ensayado una canción. La entono igual de desafinada que cuando era una niña. Sólo que entonces mi aguda voz y mi tierno tamaño hacía que me perdonaran no saber cantar. Hoy te la canto de igual forma y con la misma inocencia que entonces. Así que al unísono de la música de un celular, "mamá, hoy quiero decir: te amo, me quiero robar tus años, ser tierno ladrón de ti..."

También he puesto nuestra foto juntas abrazadas en el centro de una flor hecha de papel, con un palito de madera pegado atrás. Porque aunque ahora estoy grande y me sé cuidar sola, siempre me hace bien un apapacho tuyo que me recuerde que alguien me cuida y está al pendiente de mí.

Con estos obsequios te celebro el día de hoy. 

¿Porque sabes qué...?  ¡Qué alegría da, decir "mamá"! Sintiendo en las palabras emoción. Puedo presumir, de mi gran amor, tú eres lo más bello, que jamás me sucedió*.


*Canción Timbiriche "Mamá"




viernes, 5 de mayo de 2017

"El regalo de la caja" Parte IX


Viernes de Relatos

Se detuvo a la mitad de la sala. No tenía razón para quedarse así, inmóvil, cual estatua. La mirada la tenía clavada en el vacío de su memoria. Si alguien la hubiese visto hubiera podido adivinarle inerte.

Se había quedado atorada a la mitad de un recuerdo revivido a causa de aquella muchachita que le había pedido le contara el secreto del regalo aquel de la caja.

Hacía muchos años se le había ocurrido armarlo. Parecía una idea sensacional. El mejor regalo de cumpleaños que podía dar a alguien de quien ella gustaba. La ilusión de recaudar los objetos yendo de una tienda a otra ideando con creatividad lo que tenía en mente la mantenía sonriendo demasiado. En ese entonces ella también tenía una amiga. Una muy cercana que hizo de cómplice de su elucubración. Las dos se reían adivinando la cara que haría y especulando si ese u otro le encantaría más.

Acomodaron todo en esa caja de madera que sellaron con pegamento. El plan del día de la entrega estaba marcado en el calendario y ella contó día a día, emocionada cada vez más por su llegada. Al fin dio la fecha que quería y su amiga le acompañó a dejarlo a la puerta de su casa. Tocaron el timbre y nadie abrió.

Ella pensó que tal vez el horario no era el conveniente, pero por mucho que buscaba explicárselo no daba con un altercado en su perfecto plan. Sabía que a esa hora, ese día, según su rutina habitual sostenida por meses, él debía estar ahí. Volvieron a tocar y nadie abrió.

Las ideas revolotearon en su cabeza. Podría haber salido a comprar algo, podría haber salido a correr, podría haber ido a la esquina o podría estar dormido. Volvieron a tocar y nadie abrió. Resolvieron entonces dejar el regalo al pie de la puerta... con suerte nadie se lo llevaría. "¡Es una locura!" pensó inmediatamente y propuso desesperada a su amiga que le esperasen dentro del coche, vigilándole, cuidándole de cualquier extraño al que se le antojara tomarlo. Ahí estuvieron varias horas, hasta que al fin se hizo de noche y ellas se perdieron en el sueño del aburrimiento.

Llegó él. Miró el regalo y lo tomó. Entró a su casa sin ser visto por sus vigilantes. Después de un tiempo, el sonar del celular de ella despertó a ambas. Era él quien le telefoneaba, debía tener el regalo, pues ya no lo divisaban en la calle. Contestó y él inició un discurso que le dolió sinceramente.

Le agradeció por el regalo, sin duda. El mejor que había recibido en su vida, pero era demasiado, era inmerecido. Sugirió devolverle algún par de cosas, que no se desaprovechasen en él, como si fuera eso posible, pues ella había pensado todo para dárselo sólo a él. Finalmente, le pidió que tomasen distancia, pues por lo visto aquel gesto asomaba sus intensos sentimientos por él que no podía corresponderle. Ella no pudo objetar y guardó silencio. Él prosiguió con agradecimientos maravillados, pero se escuchaban como una lluvia de razones de las que él se haría para no verle a ella otra vez.

"Esa chiquita..." recobró la vida la estatua postrada a la mitad de la sala "Si para saber si te quieren necesitas de una caja... ya tienes la verdad en la cara".

Y volvió a sus quehaceres como si nada.

FIN