Viernes de Relatos
Mi dedo es el que se ha encargado de dar la noticia a todo el mundo. No tengo que armar ningún discurso que lo explique. Extiendo la mano para saludar y acto seguido: "¿Y eso en tu dedo?" "¿Qué es eso?" "¿Tienes algo que contarme?" Entonces la gente ríe y me piden la historia de cómo me entregó el anillo. Los árboles, la noche, la comida... todo queda descrito a gusto del interlocutor. A eso le siguen las felicitaciones y la frase que provoca en mi agobio: "Debes estar muy feliz"
Los que realmente me conocen, y esos son pocos; de hecho sólo una persona cuento en esa lista, sabe que realmente no me pone tan feliz. Al menos eso sentenció ella cuando vio ese anillo en mi mano, al tintinear el diamante a la luz del sol. Yo no planeaba contárselo, pero cuando nos vimos en la oficina, no pudo evitar notarlo como el resto del mundo. Aún llevo clavadas sus palabras en mi espalda, como una daga que apuñala a traición. Y es que así lo sentí: ¿Por qué no podía estar simplemente feliz por mí?
- ¡¡Porque tú no eres feliz con él!! - reclamó furiosa.
- Eres la única que no se alegra por esta noticia. Me parece que de mejor amiga no la sabes hacer. - empecé a defenderme - tu papel es estar contenta si yo estoy contenta.
- Es que ese es el problema. Tú no puedes estar contenta de que esto haya pasado. ¡Y qué además le dijeras que sí! ¿Estás loca?
- No comprendo qué te pone así. No estoy loca y era de esperarse que pasara - ciertamente, más que esperado, era terriblemente obvio. Meses atrás sin siquiera disimular, él me había prestado un arillo de un tamaño que yo debía probarme. ¿Por qué? "Por diversión" ¿Qué de divertido tendría aquello? Quería conocer la talla de mi dedo anular. Y ese dato sólo se requiere para una cosa...
- Es que amiga, abre los ojos por favor. Te lo dije desde que cumplieron tres meses de novios. - y se citó a ella misma - Si no le pones un alto a eso, un día te va a dar el anillo...
-... y vas a aceptar casarte con él - terminé de armar el enunciado por ella.
Tenía razón en ello. Hacía un año y siete meses predijo que esto acontecería, pero vamos, que eso no quita que él pueda ser el hombre de mi vida y yo sea feliz con él. Me remontaré al día en que nos hicimos novios para entender cómo inició la batalla en la que mi mejor amiga se declaró mi enemiga pública.
Se acercaba el día de su cumpleaños, el día especial de Octavio, mi amigo entrañable desde la secundaria. Él me había acompañado en todas mis vergonzosas anécdotas de la adolescencia, desde la puesta del aparato de ortodoncia que nada me favoreció, hasta el loco enamoramiento que me inspiró el profesor que todos aseguraban que tenía una preferencia sexual por su mismo sexo. No había manera de ser rescatada de aquellas decepciones que mermaron mi ánimo. Sobre todo del instante en que descubrí que todos mis compañeros del salón tenían razón con respecto al profesor en cuestión. ¿Y quién me ayudó a quitarme la bolsa de papel de la cabeza? Octavio.
Él se conocía mis secretos, mis mentirillas y mis sueños. También fue quien me llevó un litro de helado de cajeta en cada ruptura con un exnovio. Hasta que un día, después de pasados muchos años, se atrevió a confesarme su amor. Yo le miré primero con algo de sorpresa, pues en tanto tiempo no era posible que ni una seña hubiera dado de sus intenciones. Tardé alrededor de tres meses en darle una respuesta. En esos días de discernimiento aparecieron arreglos de flores en mi escritorio casi a diario. Las invitaciones a cenar se hicieron una costumbre de cada viernes en la noche. A fuerza de costumbre cedí a la insistencia y nos hicimos novios.
A los tres meses de ese evento, mientras paseábamos de compras en la plaza, mi mejor amiga preguntó cómo me iba con Octavio. Mi respuesta fue tan sosa y aburrida, que ella declaró que debía cortarlo. Así, nada más. Yo me encendí en indignación. Seguramente me decía eso porque no tenía ella novio y estaba celosa. Esa fue mi justificación para entender la procedencia de su sugerencia, pero después le concedí explicarse y me dijo algo que revivió en mi mente al segundo que acepté casarme con Octavio: "Amiga, no eres tú cuando él es él". ¿Cómo no iba a serlo? Así se declaró mi enemiga, porque cada que nos reuníamos a charlar, no hacía más que confirmar su teoría y yo no hacía más que ignorarla y tirarla de loca.
Y ese es el lío que trato de desenmarañar desde entonces.
- Amiga, ¿qué sentiste cuando te pidió casarte con él? - dijo en tono pausado e imprimiendo en esas palabras toda su paciencia. Le miré reacia y frunciendo el ceño. Qué importa qué había sentido, tengo 39 años y un anillo en mi dedo. Él es buen hombre y quiere sentar cabeza.
Me negué a contestar, pero ella insistió en preguntar qué sentí.
- ¿Bonito? - contesté.
** Si te gusta, no te pierdas la continuación en el próximo ¡Viernes de Relatos!
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