Viernes de Relatos
Está temblando.
En plena noche, está temblando. Me levanto de la cama y salgo corriendo a la calle. Así con mi pijama y mi cabello despeinado. Ni siquiera he tomado una sudadera o una bata para disimular el atuendo y cubrirme del frío. Espantada abandono mis aposentos.
En la calle, todos los vecinos aguardan a que pase. Quienes tienen hijos los abrazan y los calman diciéndoles que todo está bien. En realidad parece estarlo. Más allá del movimiento de un lado a otro, nada se cae de su sitio, ni siquiera se escuchan las puertas golpetear contra las paredes.
Nos miramos unos a los otros. Este tipo de acontecimientos te hace amigo de los desconocidos. Ninguno de ellos son mis interlocutores en el día, y si bien me va, un saludo me dirigen si me los encuentro frente a frente en la banqueta. Ahora, todos estamos atentos de todos.
La inmediatez de la tecnología hace que varios busquen los reportes en internet. En el momento en que me considero a salvo, me pregunto por el estado de mis amigos, pero sobre todo, por el estado de una persona en especial.
- ¿Estás bien? Tembló - aparece un mensaje de texto en la pantalla de mi celular. Lo abro emocionada, tiene que ser de...
- Sí Octavio, todo bien. Estoy en la calle - escribo de vuelta.
Sigo mirando la pantalla y recorro la lista de contactos. Mi amiga está escribiendo.
- ¿Tenía que temblar a esta hora? Estaba dormida, qué pasa - se queja.
- Qué bueno que estás bien - le escribo cariñosamente.
Mi familia escribe a continuación. Todos están a salvo. Miro a mis vecinos. Algunos no sueltan el teléfono llamando o escribiendo. Todos quieren saber de sus seres queridos y dimensionar el tamaño de los daños.
¿Estará bien Antonio? Cojo el teléfono una vez más, busco su contacto. Me dispongo a dedicarle un par de líneas para asegurarme de que está bien, pese a que escucho a los vecinos decir que al parecer no han habido daños graves. No me interesan los reportes, yo debo cerciorarme de que está bien.
Pasan los minutos y todos están dentro de sus casas. Yo hago igual y recupero el ritmo de la cotidianeidad. Es hora de dormir.
Despierto con la luz del sol en mi cara. Ha amanecido. En un chistar busco mi celular, por si acaso alguien me ha escrito y por si acaso él me ha contestado. Reviso los mensajes, al menos hay unos siete escritos por Octavio, pero de Antonio, no hay pista alguna.
Empiezo a enloquecer. ¿Por qué no me ha escrito? ¿Acaso no le intereso? Cuando le vi la última vez parecía todo lo contrario. Sucede entonces la absurda justificación de su ausencia. Debe ser que sí le paso algo. Sí le ocurrió algún incidente. Está atrapado entre escombros y su celular quedó lejos de él. Sin señal... ¡o sin batería! Por eso no puede escribirme. Necesita ayuda, claro. Así que si dispongo de mis recursos para encontrarle, no luciré desquiciada, sino más bien preocupada por mi prójimo. Le escribiré por todas las redes sociales que existen, eso haré y si no funciona, iré a su casa.
Afortunadamente, mi amiga me marca en el momento preciso para contarme, irónicamente, lo que en twitter están escribiendo las personas. "#temblor le escribiré a mi ex para saber si está bien. #temblor aquí te enteras de a quién realmente le importas"
Me detengo y medito un poco. Suelto mi insistencia de encontrar a Antonio.
Me echo en la cama boca arriba, miro al techo y suspiro. ¿Estoy segura de que dejar a Octavio es la mejor decisión?
Estoy perdiendo la cabeza.
**No te pierdas la continuación en el próximo "Viernes de Relatos"
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