Somos amigas desde hace cuatro años. Suficientes para habernos visto llorar por uno que otro desamor. Más de ella que míos, si hacemos las cuentas. Ella, aunque tampoco ha encontrado el supuesto verdadero amor, sigue invirtiendo tiempo en su búsqueda. Cree fervientemente que lo va a encontrar. Si alguien la invita a salir, sea quien sea, acepta. No importa si es feo, anticuado, aburrido o sin conversación, ella dice sí. Poco le duran las citas con ese proceso de selección tan inefectivo, pues la mayoría de ellos son descartados después de irse cada uno a su casa. Los motivos abundan y con verles la facha eran casi predecibles. Uno de ellos casualmente olvidó su cartera cuando asistieron a un lujoso restaurante y ella tuvo que pagar la cuenta de ambos. Otro llegó tan tarde al sitio acordado, que ella decidió comer sola para no desaprovechar y se disponía a ordenar el postre cuando el susodicho apareció y le reclamó haber iniciado sin él. Pero no todas han sido un fiasco descarado, al menos está este otro tipo que logró un mejor puntaje durante la cena cuando le pidió a un chiquillo que pasaba por ahí vendiendo rosas, que le entregara una a ella. Mi amiga sonrió de oreja a oreja como niña en Navidad abriendo regalos. Lástima que el encanto fue efímero. Al terminar, el tipo le indicó que se marchara sola hacia la puerta. Ella, sin comprender por qué, quiso exprimirle una explicación a tal extraña solicitud. Y fue en ese breve episodio no planeado, cuando apareció una segunda mujer, quien sería su segunda cita de la noche. Resultó ser un hombre práctico, le dije yo a mi amiga. ¿Para qué salir diferentes días si en uno solo puedes agendar a varias mujeres?
Sin embargo, tanta mala experiencia le ha de servir de algo. Casi la considero una experta en detección de malos prospectos, aunque si aplicara su radar en ella misma se ahorraría pésimos desencuentros. Pero ni cómo convencerla, dice ella que si no abre las puertas y fluye, puede que sin querer las cierre a quien sí debía entrar y eso, sí sería garrafal.
Así que somos algo así como el día y la noche cuando se trata de hablar de relaciones de pareja. Ella, como habrá quedado claro, es una enamorada empedernida y yo... si hemos de ser elementos opuestos, soy la que repele a toda costa la posibilidad de salir con alguien. Yo soy esa a quien los hombres miran desde lejos en el bar y les voltea la cara rolando los ojos. Expido un aroma antihombres a distancia y aún así hay osados caballeros que se atreven a invitarme una copa. No hay manera de que les comparta mi número de teléfono y soy bastante hábil para no compartir ningún dato personal. Los pocos hombres que cuento en mi historia se han esforzado bastante por permanecer pese a los golpes que les doy de vuelta. Y aún cuando su batalla han conquistado, ninguno resulta con un final feliz.
Así que he proclamado que este año me enfocaré en mí misma y nadie más. Se trata de mirar hacia dentro y conocerme mejor. Un trabajo arduo de introspección, sabiduría interna, crecimiento personal...
- Déjate de tonterías - me interrumpe mi amiga - este año llega el bueno. Escúchame que te lo digo yo. - Aquí es donde ella se cree poseedora de la bola mágica que predice el futuro. Yo, bastante incrédula, no alimento su idea y sigo con mi plan hacia mi yo interno.
Mi amiga se emberrincha un poco. No soporta que yo renuncie. Estamos juntas en esto, me recuerda. Pero ella va mucho más adelantada que yo. Si el secreto es besar a muchos sapos antes de encontrar al príncipe azul, ella ha besado a todo el reino animal y yo apenas a dos renacuajos por ahí.
- Ya verás que este es tu año, lo presiento. No te rindas.
"Mi año" y me río a carcajadas. Ya veremos...
**¡¡¡No te pierdas la continuación en el próximo "Viernes de Relatos"!!!
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