Estoy guardando un vestido de novia, que no sé si tirar a la basura.
Hace tanto tiempo que ocurrió, que es difícil recordar dónde quedaron todos los recuerdos del pasado. Casi que la única evidencia que me queda de aquella historia es este vestido blanco esponjoso y escotado, que me reprocha no haberlo estrenado.
Se recuperaron algunos gastos de la boda para alivio de Octavio. Al menos eso le consoló cuando le entregué el anillo aquella tarde en el coche estacionado frente a su casa. En principio quiso representar el papel de hombre comprensivo, tal vez tranquilizando los nervios prenupciales podía solucionarse. Luego, cuando mencioné el nombre de Antonio, quien tuvo que tranquilizar al otro fui yo.
Mi amiga me reprocha que incluyera el nombre de Antonio en mi explicación, que hay mejores modos de partirle el corazón a alguien. Sin embargo, no tardó en celebrarlo ni un segundo, por lo que el descontento le duró poco.
En definitiva la mejor decisión tomada en mi vida. No era yo quien se casaba con Octavio. Esa persona que supuestamente se vestiría de blanco para caminar al altar a su lado no llevaba mi rostro. Era yo fingiendo ser alguien más para agradarle y estar con él. Fue complejo armarme del valor suficiente para terminar mi actuación y despojarme de la hermosa máscara que ocultaba mi miedo a ser yo... pero lo hice. Y es que aún recuerdo haberle dicho a Octavio con voz solemne y firme: "Es que cuando eres tú, no soy yo" Ignoro si lo entendió del todo, pero para mí fue muy claro.
¿Qué ocurrió con Antonio?
Vaya escena la sucedida. Cayó la noche el día en que devolví el anillo y fui a buscarle. El universo conspiró para contratarme en su rol estelar en una película romántica, pues cual cliché, empezó a llover a cántaros. La luna se asomaba curiosa entre las nubes oscuras que empapaban mi ropa, y casi pude escuchar una melodía tocándose en el fondo, acentuando la adrenalina del desenlace feliz para la pareja.
Sin embargo, no ocurrió así.
Antonio me contó que regresaba al extranjero a vivir. Que no podía estar conmigo, que era injusto no poder estar para mí, pero que su trabajo era prioridad. ¡Su mejor momento! explicó él. ¿Será? me pregunté escéptica.
Así que al final de mi historia, sin Octavio y sin Antonio, sólo yo conmigo.
Que no está mal.
El encanto de esta historia es que miro el vestido de novia en mi clóset como el único recuerdo que me queda. Todas saben dónde conseguir uno, pero nadie te dice qué hacer con ese que ya no vas a usar. Mi amiga dice que lo quememos, pero me parece muy descabellado el plan. Tal vez pueda donarlo... lo ignoro.
Lo único que sé es que la decisión que tome, será mía, desde quien soy yo.
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