Frases

Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


viernes, 4 de marzo de 2016

"Mesa para una" 10o. Parte


Viernes de Relatos

- Dime que hubo pelea. Eso sí que lo haría emocionante - sugirió mi amiga.

Sin embargo, no es que nos hayamos peleado. Las mujeres jugamos a hacerle la vida imposible a la otra de forma lenta y tortuosa; mientras que los hombres se encargan de solucionar las rivalidades a golpes, rápido y sin rodeos.

Santiago tenía el talento para bailar. Aquellas canciones que ameritaron un poco más de arte para bailarse fueron las que me cautivaron. Su mano sosteniendo ligeramente y con firmeza mi cintura, me hizo sentir suya. Su otra mano guiando la mía en cada paso me hizo seguirle con fluidez. De algún modo nos entendimos en la pista de baile aún sin conocernos... y Renata nos miró sin perderse ni un segundo de nuestro espectáculo, celosa y con un recatado gesto de furia.

Si bien a él no lo tenía contemplado en mi plan, me pareció una sorpresa excesivamente agradable encontrarlo ese día en mi vida. Cuando nos detuvimos a descansar, Santiago me tendió una bebida que no pude rechazar para calmar mi sed. Tanta atención de su parte tenía vuelta loca a esa mujer, pero ella nunca le reclamó nada.

Volvimos a bailar un par de horas más, hasta que de pronto el cansancio me consumió y tomamos asiento para recuperar energías. Fue entonces cuando recobré la noción del tiempo y descubrí lo tarde que era, o más bien temprano, porque el día siguiente ya había llegado.

- Creo que ya quiero volver al hotel - le susurré al oído a Santiago, quien no se separaba de mí.

- Pero aún no es hora, vamos, resiste.

- La verdad, prefiero regresar, en unas cuantas horas parte el camión a México y no vaya a ser que lo  pierda por quedarme dormida. - expliqué lo más convincente que pude mis razones.

- ¿Y te creyó ese pretexto de abuelita? - interrumpió mi amiga mi relato.

- Pues no era pretexto. Era real. Estaba cansada, pasaron muchas cosas ese día, ¿recuerdas?

Y Santiago decidió complacerme.

Les indicó a todos que me acompañaría al hotel y que volvería después. Andrés se despidió de mí sin darme importancia. Se le acabó pronto el encanto.

Afuera, sugerí tomar un taxi, pero él se negó. Alegó que estaba cerca la ubicación del hotel y que la noche (que ya era madrugada) valía la pena disfrutarla a pie. Convencida por mis ánimos de decir sí a lo que se presentara, acepté. 

Ahí estábamos los dos, caminando a paso lento y platicando sin la música estruendosa impidiéndonos escucharnos. Hasta ese instante le dejé saber realmente de mí y... él a mí sobre él.

- Es valiente lo que haces - me dijo con admiración y aires de serenidad - Disponerse a hacer lo que otros no harían no es cosa fácil. Tú, en cambio, te has atrevido y has descubierto mucho sobre ti. Eso habla bien de quien eres.

- Gracias - murmuré sonrojándome, pues no esperaba tal elogio.

- ¡Espera! Y Renata, ¿qué pasó con ella? - interrumpió mi amiga con un aspaviento llena de curiosidad y asombro.

- Calma, ¡déjame continuar!

Una vez que mi amiga se calmó, continué.

Santiago supo entonces sobre mis esfuerzos por estudiar y trabajar y ser la mejor en la empresa. Todas mis fuerzas puestas en superarme y alcanzar un mejor puesto. Mis ganas de desvivirme por el trabajo bien hecho y cómo mi vida se había perdido un poco, esa vida que ahora recuperaba a cuenta gotas.

Fue entonces cuando yo supe de Santiago.

- Algo en ti me hace confiarte la verdad sobre quien soy - advirtió. La intriga se apoderó de mí y la desconfianza de pronto se abrió un lugar en mis pensamientos. - Admiro tu esfuerzo por trabajar, pero ¿no disfrutas la vida, cierto? Así qué sentido tiene. Me gusta que le des el valor justo a lo importante de la vida: los amigos, hacer lo que te gusta, poder hacerlo... realmente es valioso lo que estás haciendo, aunque parezca sólo una lista en el papel que hay que tachar para poder quitarte la presión de tu amiga.

- Calma amiga, para nada me siento presionada - me reí disimuladamente en mi inocente mentira.

Continuó.

- Yo he aprendido a valorar lo que dices. La familia, los amigos, la seguridad y la calma de saber que nada puede sustituirlos. Ellos valen más que todo el dinero del mundo. Ese dinero que a veces nos enferma de poder, pero que necesitamos para poder vivir bien. Porque de otro modo, sin él, tampoco podemos disfrutar de la gente que queremos.

- Sí, supongo - validé sus palabras.

- Te voy a contar, por la confianza que me inspira tu sonrisa y tu valentía para estar aquí sola, con un desconocido como yo, a la mitad de la calle y a esta hora...

Entonces la desconfianza fue reemplazada por el miedo.

- Yo no me gano la vida como tú. Odio esos lugares que te encierran como caballos, pero es innegable que hay que trabajar y ganarse el dinero. Yo me lo gano de otro modo, de uno que no convence a todos, pero también me implica echarle ganas como tú. Darlo todo, como tú. Porque quiero lo mejor para los que quiero. Como Renata, que quiere cosas y me quiere... pero sabe que yo hago las cosas a mi manera y trato con la gente que yo quiera, y ella no puede alegarme nada. Es el trato que tenemos.

Miedo... ansiedad...

- ¿Me entiendes? - me preguntó Santiago seriamente.

- Sí... creo - empecé a titubear. Por primera vez dudé qué tan buena idea había sido ir ahí.

- Y te lo digo yo. En mi experiencia, de verdad que tu vida, lo que eres tú, y la gente que te rodea, es lo más importante. Más que el dinero... pero qué le hacemos. Sin el dinero no podemos vivir. ¿Verdad? - se detuvo y me miró a los ojos, colocándose frente a mí y obligándome a detener mi paso.

- Sí - le miré dubitativa, pensando en qué rayos me había metido.

Miré a mi alrededor, verdaderamente estaba sola. Nadie sabía que yo estaba en ese sitio en ese preciso instante y precisamente con él. Nadie sabía. Tan sola estaba, que la palabra "sola" que tanto había perseguido en estas semanas, al fin la había alcanzado. Me percaté súbitamente de que sólo me tenía a mí misma y que al estar sola, sólo conmigo podía contar. 

- ¿Y entonces? - me interrogó mi amiga con las manos en la boca mordiéndose las uñas - Sé que no te lastimó porque estás aquí conmigo contándome tu historia.

Santiago resultó buena persona. Me acompañó el resto del camino y en efecto, cumplió su palabra, me dejó a salvo en el hotel y se despidió de mí indicando que regresaría al antro para alcanzar a sus amigos. Apenas se marchó entré a mi habitación y me senté en el borde de la cama. Apoyé mis manos sobre el colchón y procuré respirar para no colapsar en una crisis nerviosa. Dormí cuanto pude y desperté para tomar el transporte de regreso a casa. Finalmente llegué y abracé a mi amiga lanuda incondicional. Ella me hubiera defendido, lo sé. Así que le abracé tan fuerte como pude para reponerme de mi estado emocional alerta y vigilante.

- Vaya amiga, esa sí que es toda una aventura - concluyó al finalizar mi relato.

Sé que sí. En estos momento no me atrevo a juzgarme imprudente, pero sé que necesito afinar algunas reglas en este tremendo plan de obedecer la lista. Y aún cuando el susto, la adrenalina y todo lo que experimenté podrían incentivarme a dar un paso atrás y no volver a salir sola, considero que de no haberlo hecho, me habría perdido la oportunidad de tener esta genial historia que contar.

Porque claro... mi historia es genial. Sino, pregunten a Juan, a quien cuando se la contaba, me pidió salir del antro para escucharme mejor y prestarme toda su atención.

- Juan, el del antro, el que no conocí porque me fue temprano aquella vez - aclaró mi amiga recobrando el entusiasmo.

- Ese Juan, justo. Y esa... también es otra historia genial.


**No te pierdas la continuación en el próximo ¡¡Viernes de Relatos!!


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por dejar tu comentario! Te leeré así como tú me lees