Viernes de Relatos
Octavio y yo hemos quedado en salir al antro que tanto ama él. Ha invitado a unos cuantos amigos y quiere que festejemos con ellos la noticia. Yo sólo he invitado a mi amiga-enemiga, pues oscila entre ambos distintivos. Esta vez la llamo mi amiga, pues no disfruto ni tantito de los sitios con música estruendosa donde no se puede charlar. Tampoco soy muy dada a desvelarme y estos planes usurpan toda la noche. Ni se diga de beber. No tomo ni una gota de alcohol, por lo que en el punto en el que todos desvarían por el exceso de este en su sangre, yo simplemente me aburro mirándoles perder la decencia y el sentido de la realidad. Así que en este escenario tan tortuoso para mí, tener una amiga a lado es reconfortante.
Octavio está decidido a echar la casa por la ventana. Está invitando la fiesta y sus amigos no escatiman en pedir más y más. Mi amiga me mira indignada. Aún está enfadada por el objeto que brilla en mi dedo. Yo procuro no tocarle el tema, pero es imposible, pues esa es la razón que nos ha llevado ahí.
Él de pronto quiere bailar y me jala de la mano para llevarme a la pista. Lo confieso: no tengo ninguna gracia para el baile; así que me muevo avergonzada procurando no quedarle tan mal como pareja. Él se burla de mis torpes pasos como siempre lo hace y yo hago como que no le oigo. Él por el contrario, sí que domina el arte de moverse al ritmo de la música. De hecho suele abandonarme a mitad de la noche por otra mujer que le lleve el paso. Yo nunca se lo reclamo, no gano nada haciéndolo.
Y vuelve a ocurrir. Estoy sentada ahora en el rincón de la mesa charlando con mi amiga mientras él se entretiene con una sosa rubia delgada y con vestido ajustado que apenas le cubre lo que tiene que cubrir. Envidio a la mujer por una sola cosa: está bailando en tacones de 10 centímetros y no se ha tropezado. Yo no puedo dejar mis zapatos planos en casa.
- ¿Te diviertes? - me pregunta mi amiga.
- Claro, obvio, estamos festejando que nos comprometimos.
Mi amiga me mira insistentemente. Quiere la verdad, no la respuesta automática a la pregunta que me acaba de formular.
- Él se está divirtiendo, por ende, me divierto yo. - entonces aprovecho para reclamarle - algo que tú deberías saber hacer. Si yo estoy feliz, tú deberías estar feliz.
- Patrañas amiga, esas son puras tonterías. ¿Qué no te ves la cara de aburrimiento? ¿!Qué no le ves la cara de goce a él... con otra!?
- Es libre de bailar con alguien más si yo no quiero bailar con él.
- Es que amiga, ¡¡pierdes el foco de las cosas!! Precisamente vives acompañándole a él en lo que él gusta hacer. Y tú jamás haces con él lo que a ti te gusta.
- No seas tan injusta. Sí me acompaña a hacer lo que me gusta.
- Lo ha hecho por obligación si acaso, y porque se lo has pedido tantas veces que para callarte te complace.
- No seas cruel. No es así...
- Amiga, espero de verdad que caigas en cuenta de lo que está sucediendo. - entonces buscó encontrar su mirada con mis ojos - Aún estás a tiempo de arrepentirte.
En eso Octavio agradeció la compañía de la rubia y se acercó a nuestra mesa para tenderme la mano. Acepté bailar con él con una sonrisa y estrechándole los dedos. Mi amiga me observó con tristeza, mientras yo le pedía que esbozara otro tipo de línea con sus labios.
Octavio y yo bailamos un rato más juntos. Me besó en los labios y me confesó ser el hombre más feliz del mundo por tenerme a su lado. Aquellas palabras se escuchaban bonitas al oído, pero no provocaron eco en mi emoción. No me importa. Él es un buen hombre, un buen partido, me ama y quiere casarse conmigo.
**No te pierdas la continuación en el próximo "viernes de relatos"
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario! Te leeré así como tú me lees