Viernes de Relatos
La lista de invitados me tiene entretenida. He descubierto que tengo más familia de la que yo imaginaba. Mamá ha sacado nombres del baúl del recuerdo. Personas que ni siquiera puedo remembrar en mi mente, porque no conozco sus caras. Sin embargo, por lo visto estamos obligadas a extenderles la invitación. "Aunque es posible que no vengan, es una cortesía" dice mamá y luego papá agrega "Y te enviarán un regalo" A lo que me río de buena gana.
Los invitados en los que solo yo tengo derecho a opinar son mis amigos. Con facilidad nombro a aquellos que están presentes en mi vida actualmente, pero se me antoja escarbar un poco en el pasado y rescatar a esos que se me han perdido por una u otra circunstancia de la vida. Quiero creer que los amigos son para siempre y que aún cuando la vida nos ha puesto en caminos diferentes, éstos vuelven a entroncar para reunirse. Así que me empeño en encontrarles en mis recuerdos y es así como me topo con él.
Hace años no lo veo. No exagero, es literal. La última vez que lo vi fue en la última clase de la universidad. Ni siquiera en la fiesta de graduación, pues se la perdió. Fue el primero de la generación en encontrar trabajo y para variar, fue en el extranjero, pues casualmente se conjugó perfecto con su intención de estudiar un posgrado fuera del país. Vaya suerte la suya, sus sueños se cumplieron como siempre quiso. Fuimos inseparables en esa temporada de estudios y desveladas bebiendo café. Soñábamos con el futuro y sabíamos que nuestros caminos tomarían rumbos distintos. Él quería Alemania y una empresa trasnacional; yo, Coyoacán y un helado por la tarde. Jamás fuimos novios, pese a que nuestros compañeros auguraban que quedaríamos juntos al final, sólo porque podíamos convivir por horas sin aburrirnos uno del otro. Pero vamos, que eso no iba a pasar, yo lo tenía claro. Y para el tema de novios, la persistencia de Octavio le consiguió el papel.
- ¿Recuerdas a Antonio? - pregunto a mi amiga mientras nos tomamos una nieve paseando en Coyoacán. Ella me mira despiadada a punto de lanzar su incisivo interrogatorio.
- ¡Obvio! En la universidad fuiste "monotemática" por su culpa. Antonio esto... Antonio aquello... Antonio hizo... Antonio quiere... Antonio bla bla bla - se queda en silencio y se aventura - ¿Qué hay con él?
- Lo he recordado y se me antoja invitarlo a la boda.
Mi amiga parece pensárselo seriamente. Se lleva a la boca la cucharita de madera y la muerde con gesto sospechoso. Un plan parece elucubrarse en su mente maquiavélica.
- Ese tipo me gustaba para ti - concluye en voz alta.
- ¡Estás loca! Él y yo quedamos que no podía funcionar.
- ¡Es decir que sí lo hablaron! - se emociona mi amiga y da un brinco al cielo.
- Sí lo hablamos una vez. Una... la vez que nos besamos.
- ¡Esto se pone cada vez mejor!
- Tú sí que estás loca. ¡Voy a casarme! ¿Recuerdas? Mira mi dedo, estoy apartada para Octavio.
- Pero te has acordado de él y quieres invitarlo a la boda.
- ¿Es mala idea, cierto? - pregunto consternada por las normas de cortesía y buena conducta.
- ¡Qué va, es perfecta! Lo invitaremos ya.
Y con esas palabras emprendimos la aventura de encontrarlo. Lo que yo ignoraba es que me hacía demasiada ilusión hallarlo, mucho más de la debida considerando que estaba a semanas de contraer matrimonio con alguien más.
Antonio... ¿dónde estás?
**No te pierdas la continuación en el Próximo Viernes de Relatos
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