Frases
Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.
viernes, 28 de noviembre de 2014
¿Qué será?
Viernes de Relatos
Subí a ese avión pidiendo un deseo: recibir un beso a los pies de la Torre Eiffel.
¿Cómo iba a pasarme esa romántica locura? No conocía a nadie allá y mis compañeros de viaje eran amigos entrañables que conocía de hacía tiempo; ninguno de ellos había reparado en mí como una candidata para ser su pareja. Si quería que mi deseo se cumpliera debía estar muy atenta, leer todas las señales, estar abierta a las posibilidades y fluir con naturalidad sin forzar los acontecimientos.
El avión estaba por despegar y mis dos amigos más allegados del grupo ya se peleaban por poseer el asiento vacío junto a la chica guapa que viajaba sola hacia el otro lado del océano. Ambos apostaban por quién tendría la mejor estrategia para cazar a la presa. Después de todo, tantas horas de vuelo yendo de un continente a otro exigían tener en qué entretenerse. Ellos, como simples hombres, ya habían encontrado con qué distraerse y no volverse locos sentados en su asiento sin poder ir a ningún lado.
Dos amigas habían dispuesto sus asientos tres filas atrás del mío y ambas iban acompañadas por sus novios. Eso de ir en pareja cambiaba la dinámica para ellas, pues en sus charlas y líos mentales se entendían y se enredaban ellas solas. Al principio objetamos cuando quisieron extenderles a ellos la invitación, pues predecíamos que se aislarían de vez en vez, pero ¿qué íbamos a hacer para vencer la fuerza del amor empedernido? Perdimos el debate y nuestros argumentos, por muy válidos que sonaron, fueron rebatidos.
Ellas iban hablando con sus respectivos, los otros dos armaban los turnos en que tomarían el asiento vacío, que a nadie más en el avión le interesaba ocupar. Yo añoraba las escenas que contemplaba, imaginando lo que sería que dos pretenciosos quisieran conquistarme en el lapso de unas horas, o que un novio me permitiera ser parte de ese otro grupo que hablaba por su cuenta.
La mayor parte del viaje la invertí en dormir. Para cuando abrí los ojos estábamos llegando a París. Aterrizó el avión, seguimos el protocolo y buscamos nuestro equipaje en el carrusel. Mientras esperaba a que una de las maletas que se paseaban por ahí fuese la mía, pillé de reojo a esos dos locos que aún se esforzaban por sacarle un medio de contacto a aquella víctima suya. Mis amigas no hacían más que abrazar de emoción a los otros dos que se nos habían pegado cual moscas. ¿Yo? preferí prestar mucha atención al equipaje, no fuera a ser que mis cosas se escaparan de mi vista por estar atendiendo otros asuntos.
En eso la divisé a lo lejos. Allá venía mi maleta color azul marino. Era esa. Quise adelantarme para alcanzarla así que avancé hacia ella chocando contra algunos otros viajeros. Al tenerla cerca extendí mi brazo para sujetarla del mango, pero era más pesada de lo que había calculado y no pude jalarla hacia mí. La maleta siguió su curso llevándose mi mano en el recorrido. ¡Se me iba a escapar! Empecé a perseguirla gritando disculpas a las personas contra las que volvía a chocar. Muerta de pena, comencé a configurar un plan de rescate para mis pertenencias, cuando alguien amablemente detuvo su trayectoria y con su mano la colocó en el suelo entre nosotros. Alcé la mirada. Era un hombre bastante guapo, de cabello castaño y ojos café claro. Una cabeza más alto que yo y una sonrisa de la que era fácil enamorarse. Me miró a los ojos tranquilamente y me sonrió al acercarme mi maleta.
- Gracias - fue lo único que pude formular con mis nerviosos labios.
Me sonrió de vuelta.
- ¿Cómo te llamas? - preguntó él
Español, ¡hablaba español!
- Ana María.
- ¡Anne Marie! Belle nom
¿Ahora francés?... justo cuando comenzaba a emocionarme el encontrarme con ese atractivo extraño.
- ... este, sí.... gracias, creo.
- Tu maleta... bon voyage, buen viaje. - y se retiró de la escena.
Lo vi alejarse soltando un suspiro. Mis amigos me alcanzaron haciéndome bromas luego de ser testigos de mi breve escena con aquel hombre. Las otras dos aparecieron junto a nosotros, dispuestas finalmente a integrarse al grupo. Me le quedé mirando un rato más a aquel personaje que desaparecía entre la multitud.
¿Será posible que me den un beso en la Torre Eiffel?
En los próximos días iba a averiguarlo.
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