Viernes de Relatos
- ¿Qué haces aquí todavía? - preguntó al pillarme sentada en mi oficina. - Ya pasó la hora de salida. Es viernes. Vete, sal, ¡huye!
Suelo entretenerme de más con los proyectos y propuestas innovadoras. Hoy me siento especialmente inspirada porque al ducharme por la mañana una idea se me apareció en la mente, una muy buena idea. Todo el día lo he dedicado a desarrollarla, a ponerla en el papel, a darle vida.
- Estoy dando a luz. - qué inspiradora soy.
- Jamás vas a dar a luz si no encuentras al hombre del que hablaste la semana pasada. Apaga esa computadora o te la apago yo.
Creo que mi amiga se tomó en serio el decreto que soltó al aire aquella vez. Yo creí que sólo sería una forma de gastar el rato mientras trabajábamos, pero ahora me entero que no era ninguna broma.
Se quedó de pie en el marco de mi oficina. Me echó unos ojos asesinos y me quedé quieta. Ella insistió en que apagara y me marchara con ella, que no me dejaría sola en la oficina. Y es que así es, soy la única que sigue en este lugar.
Con el silencio incómodo quemándome los nervios, decidí obedecer. No fuera a ser que las consecuencias fueran funestas. Guardé la laptop, recogí mis cosas sobre el escritorio, tomé mi bolsa y apagué el interruptor de mi pequeño refugio laboral.
- ¿Qué es lo primero que harás de la lista?
La lista. ¿Qué era lo primero de la lista? Mmm ¿El viaje? ¿El perro? ¿Paracaídas? No fui capaz de confesar que su hoja la había abandonado en el coche apenas nos despedimos el viernes pasado, y que desde entonces no lo había releído.
- ...la cena... - dije por decir algo.
- Pues mucha suerte entonces. Recuerda: tu restaurante favorito, no unos tacos en la esquina donde el anonimato se entiende y no se distingue.
Ahora hasta con cláusulas. Estuve a nada de repelar que mi restaurante favorito es precisamente la taquería en la esquina de mi calle, pero me percaté en su tono de voz que no vacilaba. Así que sin remedio, me lancé y... ahí estaba yo de pie, mirando hacia arriba el letrero colocado en la imponente entrada de mi sitio favorito para cenar. Me sentí pequeñita de repente y dejé de sentir mis brazos, mientras mi corazón empezó a latir con mucha velocidad.
Grupos de amigos caminaban y me pasaban de largo. Nadie siquiera me echaba un vistazo. Las mujeres arregladas con vestidos negros cortos o pantalones ajustados y tacones muy altos. Peinados preciosos y maquillaje, en algunos casos excesivo. Yo aún vestía mi ropa de oficina, que aunque pasaba perfectamente bien en ese lugar, me hizo sentir fuera de él. Más personas se disponían a entrar mientras yo permanecía como una estatua a la mitad del parque; todos circulaban a mi alrededor sin prestarme atención. Tanto así que un joven que iba distraído charlando con sus amigas chocó contra mí, me tambaleó y casi me hizo caer. Apenas alcanzó a verme, pues la conversación con ellas parecía abstraerlo sin sentido. Se disculpó más por obligación que por sentirlo y continuó su camino. Yo podría ser como ellos, si tan sólo se me hubiera permitido venir acompañada. A la mitad de la media vuelta para marcharme a casa, me encontré con el colmo de mi patética salida: una pareja tomada de la mano, muy sonriente y muy carismática, avanzaba hacia adentro. No pude evitar pensar que quisiera ser esa mujer... Los seguí con la mirada y envidié cómo él pedía la mesa para ambos, cómo ella le miraba extasiada y cómo él se manejaba seguro y confiado con todos.
Toda la escena me pareció ajena. Como si mi lugar favorito para cenar me cerrara sus puertas a falta de algo. ¿¡Qué podía hacer yo sentada ocupando una mesa entera que esas personas podían aprovechar mejor que yo!? Me retiré al no poder contestarme. Tan pronto pude escapé, subí a mi coche y llegué a casa. Aún era temprano, me cambié la ropa y me senté en el sillón. Mi infalible compañera lanuda se acercó a saludar meneando de un lado a otro su cola. Le acaricié la cabeza y le di un par de besos agradeciéndole su simpatía. Miré a través de la ventana la bella vista de la ciudad iluminada en la noche. Detrás de cada destello de luz alguna historia se estará contando. La mía... creo que tendrá que esperar.
**No te pierdas la continuación el próximo viernes en el ¡¡¡Viernes de Relatos!!!
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