Frases

Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


miércoles, 31 de diciembre de 2014

Brindis Personal Fin de Año


Esta noche alzo la copa para brindar por el año 2014 que se despide de nosotros hoy.

Inicié este año con los miedos y las ilusiones de ayer. Las cosas en las que depositaba mi certeza me colocaron a la deriva; y aquellas que me provocaban incertidumbre tomaron su rumbo y cauce. Lo que me brindaba confianza me traicionó y lo que me despertaba dudas me protegió.

Los pasos que di este año no los planeé y la vida me emboscó con sus locas ideas de ponerme en frente lo que mejor me iba según su parecer. Por eso, este año 2014 me enseñó que la vida que hoy tienes, definitivamente no es la que tendrás mañana. Por mucho que quieras controlarla, no hay nada a qué aferrarse ni de qué sostenerse firmemente. Todo está sujeto al cambio. Algunas cosas durarán más que otras, pero de un momento a otro, cambiarán. Sólo lo que tiene posibilidad de trascender lo hará, pero si no lo trabajas, no pasará.

Este año comprendí que lo más importante es confiar y amar. Confiar en que allá arriba tienen un plan increíble para ti y que si lo dejas ocurrir sin analizarlo, todo lo que te sucede en el medio son piezas de rompecabezas que le dan sentido al final. Ninguna buena historia que te leas en un libro es emocionante sin nudos arrebatadores y momentos que te dejan sin respiración. No le va bien al protagonista una historia rosa si no se la ha ganado a base de superarse a sí mismo. En el 2014, cuando estuve a punto de abatirme sin respuesta, la encontré. Sólo cuando me atreví a confiar y abandonarme en algo superior a mí se abrió el camino que no podía encontrar sola. De verdad, allá arriba ven por ti y por mí. Es cosa de atreverse a confiar de corazón. Atrévete de vez en cuando... se siente bien.

Lo irónico es que así como encontré cómo levantarme, también me encontré de frente con lo que podía tumbarme sin chistar. Me caí no una, sino muchas veces. Mi corazón se rompió en varias ocasiones. Probé el amargo sabor de la traición. Cosa que sólo puede venir de los más cercanos, porque son los que conocen lo que resguarda tu alma y por ende, lo que te importa, duele y te hace vulnerable. Sólo ellos pueden traicionarte realmente. La traición proviene de cerca no de lejos. ¡Y duele tanto! Sólo puedo pensar lo frágiles que somos las personas cuando dejamos entrar a alguien a nuestras vidas. Aprendí entonces, que resguardar lo que alguien me confía a mí es mucha responsabilidad. Habiendo sido traicionada... espero ser lo suficientemente fuerte y prudente para no hacer lo mismo si me veo tentada a hacer daño. Es una lección que me obsequió el 2014: perdonar para dejar el dolor atrás y ser responsable de aquel que recurre a mí.

Y así como cada año te obsequia una cosa... otros años te arrebatan otras. El 2013 me mostró su rostro más coqueto y me obsequió el amor. Ese que sientes por una persona de la que te enamoras así nada más. Esa emoción que te mantiene despierta y encendida por tantas posibilidades. Sin embargo, el 2014 ideó otro plan y se lo llevó. Hay asuntos que no se entienden fácilmente. Ni el granizo, ni la luna roja, ni la tormenta, ni una canción lograron persuadir su convicción. Ni siquiera lo consiguieron nuestros inconscientes que en una misma sintonía se hicieron de un sueño idéntico. La lección aprendida: esperar y tener paciencia. No pongo el punto final a la historia., ni he descansado el lápiz sobre la mesa. Tal vez el 2015 entre su pliego de quehaceres y pendientes nos reúna otra vez. ¡Quién lo sabe! Sólo puedo aprender a esperar y confiar, que ocurra lo que ocurra, tendrá un buen final.

Y eso es lo esperanzador.

Que este año que termina sólo es un capítulo de nuestra vida. No es el final, no es el principio. Es sólo una pausa que nos damos para suspirar y repasar todo eso que nos mantiene leyendo nuestra propia historia. Cada página, cada día, es un párrafo inesperado, en el que no sabemos cómo van a resolverse las cosas. Sólo nos queda esforzarnos por no malgastar esas páginas en blanco y confiar, que por más oscura que se ponga la narración y que por más algarabía por la que esté repleta... al final, lo importante es que no sea plana... sino que de sus hojas salten y rebosen ganas de gozarla y vivirla.

Feliz año 2015... sea lo que venga, ahí estaré.

¡¡¡¡  FELIZ AÑO NUEVO MIS QUERIDOS LECTORES, un año más para escribir su vida !!!!!


PD. Gracias 2014, por todo, gracias.








domingo, 28 de diciembre de 2014

La constancia


Ser constante se dice fácil, pero requiere de un gran esfuerzo. Tanto, que son pocas cosas las que hacemos de forma constante y disciplinada. Tal vez esto se deba a que es fácil volver a los viejos hábitos. Nos llaman en el inconsciente... nos susurran al oído... ahí están aclamando por nosotros.

La constancia se pone a prueba sobre todo en las cosas nuevas que deseamos incorporar a nuestra vida adulta. No esas que ya hacemos desde chiquitos, como los hábitos de higiene que adquirimos o rutinas saludables que hemos practicado antes de que la edad de la rebeldía se apoderara de nosotros.

Ser constante en algo que no solemos hacer y que queremos hacer, es lo difícil. Vaya, las primeras veces somos conscientes de nuestro propósito y nos convencemos de hacerlo. Sentimos la motivación fresca de nuestro impulso por incorporar esto nuevo a nuestras vidas. Pasan los días y convencernos es más difícil, aún cuando vemos algunos resultados. Pasan las semanas y los meses y el discurso que nos damos requiere ser más fino y persuasivo porque entenderlo ya no es suficiente. Seguiremos constantes un rato más hasta que llegue el punto de la verdad. Ese es en el que te cansas y la inercia del impulso inicial se ha terminado. Ese momento en el que es fácil claudicar llega y te sonríe malvadamente. Es ese momento donde todo se pone a prueba y la constancia se la juega.

En ese momento lo mejor es simplemente no darse opción. No pienses que es válido claudicar o "darte chance" una vez. No, esa opción no existe. Tienes que seguir haciéndolo. Aunque te pese, aunque te cueste. Sigue adelante. Si dimensionas la posibilidad de concederte un mínimo permiso vas a dártelo. Tú sigue avanzando y no lo pienses demasiado. Porque en ese pensarlo, vas a encontrar la forma de consolarte y pondrás la mesa abierta a la negociación. Y en una negociación, ambas partes querrán ganar: la de tu flojera y la de tu esfuerzo. Sería mejor para la constancia que ganara el esfuerzo irremediablemente. Por eso sería mejor simplemente continuar sin preguntarte nada.

La constancia es tan fácil de echarla por la borda... esforzarse no es tan sencillo si no se tiene el hábito. Así que... si algo quieres de verdad, esfuérzate por ello. Se constante y no dejes eso que quieres en tu vida.

Pronto empezaremos un año nuevo. Desde ahora vayámonos haciendo amigos de la constancia para lograr nuestras metas y ser mejores. Así empezamos la semana... y así luego el año 2015.




viernes, 26 de diciembre de 2014

Qué será (5o. parte)


Viernes de Relatos

Jamás había charlado de este modo con él.

París confabulaba para intimar el uno con el otro como nunca lo habíamos hecho en nuestro país. Entre frase y frase sus ojos me sonreían y me hacían sonrojar. Reímos de todo y bromeamos sobre lo ocurrido en el viaje. Era como si se despertara en mí lo se había ocultado por años bajo el disfraz de un buen amigo. ¿Era posible que este fuera el desenlace inesperado para mi historia? Me sentí tentada a confesar mi deseo y lo hice.

- Con que un beso justo aquí - dijo él maravillado mirando la Torre que se levantaba justo sobre nuestras cabezas.

Me reí ingenuamente por mi confesión. Entonces él regresó su mirada y la posó sobre mí. Nuestros ojos se encontraron y se sonrieron tiernamente. Tomó mi mano y la sujetó entre las suyas.

- Tanto puede significar un beso...

Un raro silencio nos sorprendió. Todo a nuestro alrededor se difuminó detrás de su rostro. Era como si existiéramos sólo él y yo. Su gesto se volvió serio de repente y lentamente acercó sus labios a los míos. Cerré los ojos y los nervios se apoderaron de mí súbitamente. Apreté sus manos con las mías. Nos besamos.

Podría decir que mi deseo se cumplió porque obtuve mi anhelado beso a los pies de la Torre Eiffel, pero lo que le siguió fue vergonzoso. Sin pasión, sin locura, sin deseo... ese beso no se parecía nada a como lo había soñado. ¡Besé a mi amigo! Nos separamos al instante y nos miramos sonrojados tras dimensionar que aquello no había sido más que un empujoncito de la inercia del momento. Nos carcajeamos al saber que ambos coincidíamos en la apreciación de lo ocurrido. Nos abrazamos amistosamente y nos marchamos de ahí.

Esa fue la última noche en París. Al día siguiente fuimos al aeropuerto y repasamos los recuerdos que nos llevábamos de ahí. Mi amigo y yo nos miramos en complicidad, prometimos no decir nada a nadie sobre lo que pasó. Pronto volvimos a las viejas costumbres. Mis amigas y sus novios, mis amigos buscando la conquista que intentarían hacer en el viaje y yo.... mirando la ventana satisfecha. Después de todo, mi deseado beso sucedió. Mi lección aprendida: la próxima vez sería más específica incluyendo detalles.


FIN



miércoles, 24 de diciembre de 2014

Feliz Navidad


Hoy la lluvia se ha encargado de apaciguar el alboroto decembrino. Las calles, aunque sí han tenido tránsito, no han estado locamente apretujadas. El frío ha hecho que algunos se acojan en sus casas y se piensen dos veces las salidas. Sólo lo urgente y prioritario ha enmarcado el quehacer de este día.

Parece que el sol se apaga lentamente para dar paso a la Noche Buena, la que finalmente celebraremos hoy. El árbol está repleto de luces que bailan alegres, la mesa irá engalanándose con cristal, velas y colores de la temporada. La música comienza a entonar villancicos que poco a poco nos ambientan en el festejo. Los regalos y moños metálicos relucen bajo el árbol y despiertan la curiosidad.

Empieza a ser tiempo de sacudirnos la ansiedad de las compras, la preocupación de la preparación de la cena y los disgustos de dónde se iba a realizar. Empieza a ser tiempo de sonreír y quitar la cara de malhumorados. Olvidarnos de aquello que puede deprimirnos y aferrarnos a estas cosas buenas que trascienden y que nos son obsequiadas sin haber escrito ninguna carta a nadie.

Es momento de acallar a Grinch y a Scrooge. Es momento de dejarse seducir por el amoroso ambiente que trae consigo la Navidad. La misión: abrir la puerta para amar y dejar atrás la pesadez de los malos ratos. Inclusive volverse un poco cursis por un rato.

Esta noche, déjate amar y atrévete a amar. Agradece por ese obsequio de experimentar el amor y crecer día a día en él. Regocíjate en la grandeza que se esconde en lo pequeño y atesora los instantes que vives con los que te rodean. Hoy se consciente de que estás vivo junto a las personas que amas y te aman, junto a las que están físicamente a tu lado y las que están un poco más lejos. Por una noche, déjate disfrutar de su compañía en paz y felicidad. Por una noche... deja que todo lo bueno pase y que lo malo no estorbe. Por una noche... se intensamente feliz.


Perdona, Ama y Crece. Seguro así todo te saldrá bien  =)


FELIZ NAVIDAD MIS QUERIDOS LECTORES!!!!!



domingo, 21 de diciembre de 2014

Sobreviviendo a Diciembre


Estas fechas decembrinas están puestas para sentirnos alegres y regocijarnos en las cosas trascendentales que tiene la vida: la familia y los amigos. Es gozar y consentirnos con aquellas cosillas que iluminan nuestra vida y nos hacen esforzarnos en ser mejores.

Sin embargo, la antesala para todo esto es bastante estresante. Las compras, el tráfico, el trabajo, los días de vacaciones, los días no feriados oficiales, el dinero, las escuelas y sus eventos con pastorelas y posadas, las cenas, las agendas saturadas, el aguinaldo ansiado, los regalos, las largas filas en las tiendas, los estacionamientos atiborrados y el caos que despierta las emociones que hacen explotar el desánimo y el estrés. Incluso se asoma en todo esto la depresión.

En diciembre, es fácil perder la paciencia. Tal vez sea esto lo que inspiró la creación del personaje: Grinch. Aquel monito verde dispuesto a arruinar la Navidad. Aunque sus motivos en la historia tienen que ver con la elección de alejarse de la gente porque se burlaban de él, es un hecho que en vez de ocurrir el trama en verano o una primavera cualquiera... lo hace en diciembre. Sí, diciembre es así de intenso y memorable.

Así que me imagino que esta época tienta a sacar el Grinch que todos llevamos dentro. O mejor aún, al Scrooge que ocultamos. Porque finalmente, contagiados por el estrés y el desánimo, podemos vernos convertidos en la contracorriente en este otro personaje que se encierra en su egoísmo y soberbia. Como sea, estos dos famosos personajes son etiquetas que nos quedan bien si no vivimos en paz estas fiestas decembrinas.

Tanta emoción por la Navidad debería fluir naturalmente, relajada y tranquila. Una preparación calmada y sin tanto embrollo. Esperanza y amor en el aire, que nos acomodaran bien sin tener que rehuirlas. Abrirnos por un rato conscientemente a la vida que tenemos y sonreír. Dejar de lado el alboroto caótico y volver al orden armonioso interior y exterior.

Finalmente lo lograremos, esperanzadamente, esa noche del 24 de diciembre. Estaría genial mantenerlo todo el mes... pero mientras eso ocurre... ¡ánimo! No dejes que nada robe tu paz y pon todo en su justa dimensión. No olvides lo importante y olvídate de lo superficial. Que reine la paz y la alegría en estos días.

Y como siempre, disfruta todo. No hay nada como encontrar en cada instante la oportunidad de sentirte vivo y gozar.

  

viernes, 19 de diciembre de 2014

Qué será (4o Parte)


Viernes de Relatos

Es de noche a los pies de la Torre Eiffel. Luce iluminada de arriba abajo. El contraste de este espectáculo con el oscuro cielo la hace ver fenomenal. Estoy aquí, debajo, sonriendo desilusionada, es una mueca de insatisfacción.

Los días han transcurrido sin éxito. Mañana volveremos a nuestro país y yo, sin obtener mi soñado beso aquí, justo aquí. Se supone que París huele a romance, que en sus calles sólo se habla de amor y que se siente en cada esquina el corazón latir a mil por hora por culpa de alguien que te enamora con su idioma. Creo que mi caso simplemente no es ese.

¿Debí haberle acechado? Podría haber aplicado alguna desesperada estrategia que me permitiera seguir su rastro en esta ciudad. ¿Habría sido posible? Lo ignoro por completo... vaya, qué triste soltar el sueño.

Veo a alguien acercarse. Entre las sombras de la noche una forma masculina comienza a aparecer. Su caminar me resulta familiar. ¿Será posible que la magia de París al fin me hechice? ¿Tendré tanta suerte? En eso, el desconocido comienza a hacerse conocido. Mi corazón se acelera y mis manos sudan. La emoción está acabando con mis nervios. Mis pupilas se dilatan y mi respiración se contiene súbitamente. Descubro su identidad.

Es él.

No él.

Mi amigo.



domingo, 14 de diciembre de 2014

Confianza


Confiar es difícil. Cuando hemos de hacerlo en algo que no vemos, que está fuera de nuestro alcance, nos resulta difícil. Es difícil confiar en que las cosas pasan por algo, en que la gente se va por algo, en que la gente regresa por algo, en que fracasamos por algo, en que tenemos éxito por algo, en que nos tiran por algo, en que nos dejan por algo...

Y cuando se trata de confiar lo que traemos dentro a alguien, lo hacemos con más facilidad. Depositar en alguien algo muy nuestro, podemos hacerlo con recelo, pero finalmente lo hacemos con alguien. Elegimos a ese alguien y confiamos en él o ella.

Por alguna razón, algo en nosotros mismos nos conduce a confiar en las personas. Las personas que en ese momento e instante de tu vida son importantes. Las conoces bien, al menos eso crees. O las conoces lo suficiente como para atreverte a confiar. Algo te inspira a confiar en la persona y le entregas algo de ti... una amistad, un secreto, un problema, una necesidad... algo. Eso que en ese instante puede más que tú y requieres llevarlo acompañado y no solo. Eso que necesitas que se cargue entre dos, porque tú solito no crees poder.

Así te despojas de una carga. Se aminora, se siente mejor. Pasan los días y con suerte se resuelve aquello que una vez te incomodó, o incluso te emocionó demasiado. Pasan los años y tal vez ni recuerdes que ocurrió. La vida está hecha de instantes, y así como llegan se van. Luego ocurre que alguien te traiciona. No alguien lejano, sino alguien cercano. Esa traición que más duele. Porque no es lo mismo que te traicione un extraño... no tiene muchas oportunidades de traicionarte porque no le has confiado lo que más atesoras. A un extraño no le confías lo que más resguardas. Las traiciones más duras ocurren de la gente más allegada. Por eso duelen más... por eso surten su efecto y se regocija el otro tan fácilmente. Traicionar a un amigo es lo más cobarde que hay, pues no te requiere esfuerzo. Te dieron con qué.... te lo soltaron a ciegas... te regalaron el arma para apuñalarle. ¡Qué regalo!

Por eso confiar en las personas puede ser engañoso. Porque finalmente, son personas. Y pese a que parecieran darte las certezas que el futuro incierto no te da, al contrario, son las que pueden cambiar su designio en un tris tras. Como veletas, van por donde quieren y se les antoja; mientras que el futuro que no se ve, obedece a un plan mayor que procura tu bien genuinamente. Y en ese, es en el que menos dan ganas de confiar porque se no se ve rápido y no nos contesta pronto.

Confiar en la gente es un volado, tirar una moneda al aire y ver en qué cae. Confiar en lo que vendrá y la vida te traerá podría serlo también, pero... de algún modo, es una confianza más amable, más leal.

La palabra confiar tal vez por eso nos cueste tanto trabajo. Porque hemos olvidado cómo confiar cuando nos traicionamos y fallamos como humanos que somos. A veces me da por pensar que la confianza en realidad no es para debérnosla entre nosotros, sino para otorgársela a alguien más... a algo más.... a eso que nos habla al corazón y sólo nos pide confiar, aunque nosotros no confiemos en ello.

Confianza... una palabra que puesta en su sitio correcto te hace vivir más ligero y feliz.



viernes, 12 de diciembre de 2014

Que será (3o. Parte)


Viernes de Relatos

- Muchos museos y nada de antros. ¡Tienes que vivir la experiencia completa en París! - exclamó mi querido amigo.

Lo cierto es que todos los días había evitado pararme en un sitio así. Terminaba cansada de tanto andar a pie y sólo pretendía dormir a la primera oportunidad para reponerme y estar lista para seguir visitando más increíbles lugares a la mañana siguiente. Sin embargo, esta vez parecía que no me dejarían escapar.

Así que me vestí para salir a bailar.

No tuvimos que esperar mucho para entrar. Básicamente mis amigos pagaron lo que se debía y entramos sin mayor conflicto a un lugar arrinconado y perdido a un costado de los Campos Eliseos. Una especie de sótano decorado sin mucho esfuerzo y aparentemente algo improvisado. La pista al centro y unos sillones acomodados alrededor con algunas mesitas redondas puestas cerca de ellos. Aunque sólo poseía esa gracia, la gente parecía pasársela fenomenal sin molestarse por ello.

Me acomodé en un sillón y me desparramé perdiendo por completo el estilo. La música estruendosa me arrebataba mis pensamientos y me perdía en su ritmo constante y golpeado. Los novios de mis amigas no perdieron el tiempo y ya tenían servidas sus bebidas sobre la mesa. Mis amigos me alcanzaron en la mesa con una cerveza cada uno en su mano. Yo, que sólo iba por no dejar, no quise beber nada, ni hablar de nada... sólo me animé a bailar.

Ahí estaba yo, bailando sola. Porque mi par de amigos permanecían empedernidos en su cacería. Mis amigas bailaban con sus parejas muy juntos y no se percataban de nada más. Así que sin mucho más que hacer por mi parte, me dejé envolver por las notas de una canción de la que no entendía la letra. Estuve así buen rato, hasta que de pronto, observé a lo lejos un espécimen que me pareció conocido. ¿Será...?

Lo miré mejor y mi corazón se emocionó. Era él. ¡Qué guapo se veía! Llevaba un pantalón negro y una camisa blanca. Su cabello alborotado y al mismo tiempo bien peinado le hacían lucir realmente atractivo. Sus brazos parecían estar tocando las cuerdas de una guitarra eléctrica y su cuerpo en conjunto se creía de pie en un escenario frente a un millón de personas.

¿Qué voy a hacer? Lo miré extasiado por un rato. Esperé hacer contacto visual, pero no lo conseguí. Pensé en acercarme a él y atrevidamente ponerlo frente a mí para bailar juntos, pero no me pareció la mejor estrategia. Podía pasar por su lado y empujarlo como consecuencia de un tropiezo accidental. Podía usar aquel truco barato de derramar una bebida en su camisa al pasar por su lado y ofrecerme a limpiarle las manchas. Podía hacer tantas cosas y ninguna me parecía a final de cuentas la más acertada.

Continué bailando sin perderle de vista. Sin ningún amigo haciéndome mucho caso, el asunto se volvió una cosa entre él y yo. Le miraba como mis amigos hacían con una mujercita que rondaba por ahí. Yo también estaba de cacería, esperando que la presa cayera en mis redes... pero no caía por mucho que le miraba fijamente. Tenía que actuar si quería tener éxito esta vez.

Sé que pude haber hecho muchas cosas. La última de la lista por ser un fracaso, fue la que tontamente se me ocurrió implementar. Mirarlo y bailar cerca de él cual pavo real sacudiéndose la belleza para captar su atención. Nada... nunca me miró. Estuvo muy entretenido charlando con dos hombres que a su vez coqueteaban con la que servía tragos en la barra. Y yo lo veía y veía muerta de ganas de que él se acercara a bailar.

Vaya... todo empeoró cuando en una de esas fui al baño. No quería abandonarlo, pero debía hacerlo. Cuando volví dispuesta a retomar mi misión y armado de valor para dirigirle la palabra, me encontré con la sorpresa de que ya no estaba. Ni él ni sus amigos. Se habían marchado. ¿Por qué rayos fui al baño?

Ni qué hacerle... esta era la tercera vez que le veía. La tercera oportunidad malgastada. ¿Podría existir una cuarta?

Por favor.... di que sí.




 


domingo, 7 de diciembre de 2014

Llorar de felicidad


Una experiencia que no puedes perderte y que deberíamos repetir de vez en vez, es la de llorar de felicidad, de alegría, de emoción, de entusiasmo, de asombro... todas esas vibraciones que dentro de nosotros nos sacuden hasta que estallan en un mar de lágrimas que escurre por nuestros ojos.

Esas emociones tan fuertes, intensas y poderosas que genuinamente brotan en lágrimas. La etiqueta social a veces nos hace contenerlas, porque es raro llorar donde otros no están llorando. Porque esas lágrimas suelen estar relacionadas con algo muy íntimo, muy tuyo, que nadie más entiende.

Cuando te ocurre eso que te mueve a ti en lo más profundo de tus entrañas, y te dejas sentirlo, puede ser que llores. Son lágrimas trascendentes, no salen por cualquier asunto. No, no... salen porque está pasando un instante maravilloso que no ocurrirá de nuevo hasta dentro de mucho tiempo.

Estas lágrimas son las que te acompañan cuando has conseguido algo que realmente te ha costado trabajo, esfuerzo, sudor y un vencimiento de ti mismo muy rudo. Una victoria que has trabajado y por eso mereces. Lágrimas que te acompañan cuando has derrotado a tu miedo más oscuro, a la idea que más te aterra. ¡Lágrimas que te acompañan cuando te sientes tremendamente inmenso y vivo! Por eso los instantes en que ocurren no son los mismos para todos y por ello, lloras cuando otros no están llorando; y no tú no puedes evitarlo, porque es tu cuerpo emocionado por haber llegado hasta ahí. Son la culminación de tu perseverancia y tu voluntad. Sólo Dios sabe lo que te ha significado llegar ahí.

Llorar así significa que has crecido. Algo en ti ha cambiado para bien, te has sacudido una porción de eso que te estaba pesando para poder disfrutar en plenitud tu vida.

Así, llorar es increíble; y sería fabuloso llorar así con frecuencia. Pero las montañas son robustas y de largo caminar. De un día al otro no se llega a la cima. Es despacio y con paso constante que se llega ahí. El placer de recorrer la ruta te alienta y los obstáculos se vencen uno a uno.

Ese último paso es el que te hace llorar. Ese en el que te descubres en la cima, enterándote de dónde estás parado. Ahí se derrama la primera lágrima y acto seguido el llanto de emoción.

¡Qué genial sensación de estar vivo!

Y no puedes esperar por esa montaña más alta que espera ser conquistada.


viernes, 5 de diciembre de 2014

Que será (2o. Parte)


Viernes de Relatos

París luce hermoso por las noches. La Torre Eiffel se ilumina con su vestido de luces y coquetea con los que paseamos cerca del Río Sena para verle reflejada sobre el agua. El aire fresco sopla sobre la piel, pero sin calar. Con precisa atención puede percibirse el bullicio de la gente que recorrió las calles a pie durante el día y poco a poco va apagándose conforme la oscuridad reina en el despoblado.

He dejado a mis compañeros de viaje marcharse a un antro sin mí. Me lo han reclamado, dijeron que este viaje no era para hacerse en solitario, que bastante tenían con lidiar con las miradas perdidas de nuestras amigas al estar pegadas a sus novios. No se diga de su inconformidad por tener que soportarles en sus melosos momentos que teníamos que atestiguar.

Aún así me he marchado sola. Por un rato sólo somos la Torre Eiffel y yo. Me atrae su color, su contorno y la curiosa forma en que se antepone al paisaje, en un relieve que me parece puedo tocar con mi mano aunque esté al otro lado del Río Sena. Son escasas las personas que me acompañan a presenciar el espectáculo. Busco un sitio donde sentarme y continuar embelesada.

Esta noche huele a romance, aunque no haya nadie junto a mi abrazándome. Todo París huele a lo mismo. ¿Será mi afinado sentido olfativo o será la culpa de la mercadotecnia? Ignoro a quién culpar por haber despertado mi deseo. Mi corazón palpita emocionado sólo con la idea, y el calendario me acecha aproximándose lentamente al día de nuestro regreso.

Me quedo mirando extasiada el agua del río. Pasearemos por sus aguas en la mañana del siguiente día. Mientras, descubro que alguien pasa por mi lado, sin detenerse y con prisa aparente por llegar a su destino. Este transeúnte desentona con la tranquilidad que me conmueve. Le miro, es inevitable no posar mis ojos en el intruso. Reconozco algo familiar en él. Sus ojos... su cabello... ¡El chico del aeropuerto! ¿Será posible tanta coincidencia?

Me levanto tontamente al instante en que considero la posibilidad de gritarle para saludar. Me frena inmediatamente el "qué dirán". Me anima la locura de enamorarme en París. Vuelvo a sentarme cuando su veloz andar lo aleja de mí lo suficiente para considerarme ridícula por arrojarle el grito desesperado de una extraña.

¿Qué ocurrió son eso de fluir y estar atenta a las señales? Me considero un fracaso absoluto. La noche de repente ya no es hermosa y se muestra hostil. Una noche en soledad con demasiado silencio y aburrimiento en todas partes. Decido regresar a la casa donde nos estamos quedando. Ninguno de ellos habrá vuelto tan temprano. La noche es joven para alguien que se ha ido a bailar y a beber. La noche es vieja para alguien que se ha quedado sin un plan y con una frustración opacando su ánimo.

El viaje apenas ha iniciado... quiero contentarme.

Mañana quién sabe qué pasará.