Frases

Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


viernes, 2 de enero de 2015

Te veo en ocho viernes


Viernes de Relatos


Esperar es una acción que no se me da.

La vida de nuestro siglo me ha quitado toda la tolerancia para hacerlo. Si quiero hablar con alguien, basta con encender el celular y enviar un mensaje. Rápido me entero si lo ha visto la persona en cuestión y rápido me entero si se ha dignado en contestar o no. Imagino a los que siglos atrás tenían el mismo deseo de comunicación que yo. La distancia debió resultarles un suplicio. Las cartas escritas a mano tardaban meses en llegar a su destino. Y si estaban fuera de casa y querían decirle algo a su familia, debían esperar hasta volver a casa. La tolerancia a la frustración estaba más ejercitada que ahora. Yo, confieso, no la poseo. Tal vez si hubiera vivido en aquella época me habría visto obligada a desarrollarla, pero este mundo no coopera conmigo ni alimenta mi paciencia. ¡Todo lo contrario! Se empeña en hacerme intolerante a la desesperante lentitud del paso del tiempo.

Y pese a esta inexperiencia mía en el terreno de la calma en el  paso natural de las cosas, este hombre osa lanzarme las palabras que aún taladran mi cerebro: "¿Nos podemos dar un tiempo?" En sí esta pregunta representa una tortura emocional con la que pocas chicas logran lidiar. Sobre todo porque detrás de ella se esconden las dudas sobre la existencia de "otra tipeja" o la temible duda sobre su amor por ti. Lo hostil que es la sugerencia te hace rechazarla de inicio. Pues además, el sinónimo que salta como referente a este planteamiento es "romper" porque eso de darse tiempo es como dar por terminada la relación, pero a cuenta gotas para que el dolor se diluya en varios días y aparentemente hiera menos.

Y con estas ideas convenciendo a mi lado racional, sentí el coraje para levantarme de la silla y exclamar airosa: "¡¡Jamás!! ¿Me amas o no?" Así como mujer guerrera que regresa a casa con el estandarte de la victoria en sus manos. Y eso quise hacer, de veras, pero al momento de escupir mi veredicto, las emociones nublaron mi fino raciocinio e hicieron de las suyas. Cuando el corazón se mete a resolver el dilema, rápido se las ingenia para hacer que todos los demás órganos involucrados en la decisión le hagan una reverencia en espera de su opinión. Así fue como ganó la partida y dije en medio de un resignado suspiro "sí".

Afortunadamente mi razón apeló el juicio. Una sensación de electricidad recorrió todo mi cuerpo cuando le di permiso de hablar en el estrado: "¿Cuánto tiempo?" El silencio prevaleció por un rato. Parecía prudente su acotación. Un tiempo es un concepto vago, impreciso, que puede durar la eternidad o un día. Para efectos de mi tranquilidad mental, era necesario precisar una fecha para que ese T-I-E-M-P-O no resultara equivalente al que tarda la humanidad en migrar del correo tradicional al whatsapp. Era imposible que yo pudiera esperarle tanto.

Se lo pensó un rato y luego decretó que dentro de dos meses nos volveríamos a encontrar para hablar sobre nosotros. Acepté el trato y mi corazón y sus cómplices ya estallaban en un llanto ridículo por lo que significaría estar lejos de él por tanto tiempo. Porque eso significaba darse un tiempo, ¿cierto? Nada de contacto telefónico ni virtual. Otorgarle un espacio para que él pudiera encontrarse con la soledad de su alma y discernir sabiamente en la paz de su alcoba. Unirse a una especie de reflexión en conexión espiritual con el universo paralelo de sus antepasados. Tal vez un poco de ayuno y retraimiento culminados en horas de meditación.

Al despedirnos, nos dimos un abrazo muy fuerte y profundo, en el que mis manos acariciaron su espalda por última vez. Lo estreché contra mí pretendiendo memorizar el tamaño de su cuerpo, la fuerza de sus brazos y el aroma de su cuello. Tendría que bastarme ese instante para sobrevivir a lo que me depararían las siguientes semanas. Sin embargo, si hubiera sido advertida de lo duro que iba a ser esperarle, me hubiera esforzado más en escuchar los murmullos de su mirada y descifrar los mensajes de sus gestos más disimulados. Imágenes que pudieran consolar la ansiedad que iba a carcomerme a fuego lento.

En casa, busqué el calendario en mi celular y conté los días que faltaban para vernos otra vez. Con sumo cuidado los fui señalando uno a uno mientras los enumeraba en voz alta para no errar. En resumen, tendrían que pasar ocho viernes para que se cumpliera el plazo. Me eché sobre la cama de un brinco desesperado y extendí mis brazos derrotada por la impaciencia, que ya empezaba a darme lata. Lo que le siguió al suplicio fue la obvia tentación de repasar y repasar "n veces" la escena filmada. Entonces me exalté. ¡Olvidé los detalles implícitos en esta separación! ¿Qué se suponía que se valía y que no? ¿Dónde íbamos a vernos otra vez? ¿Él llamaría o yo? Lo que empezó como gotas chispeando en el cielo, se tornó en una tormenta de preguntas sin contestar.

¿Cómo diablos voy a sobrevivir así?

Regresé al calendario y taché ese día.

Uno menos. Faltan... un montón.




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