Ya es noche, muy noche. El viernes está a punto de perderse en el
tiempo. Sigo sentada en la banca del parque. No me he equivocado de sitio. Sé
que es aquí donde siempre nos vemos. El paisaje no ha cambiado, los árboles
permanecen en su lugar. El mismo cielo, el mismo pasto, el mismo adoquin de los
corredores del jardín. Es este el lugar.
No ha aparecido. Me he quedado sola esperándolo. Ya hace frío y
debo volver a casa. La noche no me hace tan buena compañía en soledad y las
sombras me juegan malas pasadas. Estoy nerviosa por el silencio que se hace
alrededor mío. Debo retirarme.
No llegó. Tantos años con la misma costumbre y por primera vez ha
faltado a la cita. No me ha avisado nada. Me dejó venir, sabía que yo vendría y
no hizo nada por evitarme el mal rato. Lo esperé esperanzada, pero nunca
apareció.
Estoy acongojada. Reconozco que titubé en asistir hoy. Un poco,
sólo un poco. Después de la forma en que se retiró la semana pasada, no tenía
muchas ganas de hacerle frente, pero supuse que podríamos hacer como si nada y
seguir con nuestras cosas.
Me equivoqué. ¿Sería que hice algo mal? En todos estos años nunca
dio pista de ser uno de esos hombres que se marchan sin decir adiós. ¿Acaso no
le conocí realmente y así es él?
Las preguntas acosan mi mente y no me dejan en paz. Sólo respiro y
busco motivos para justificar su ausencia. Debió suceder algo grande... de esos
asuntos de vida o muerte que no te dan espacio ni para escribir un mensaje a
quien debes avisarle que no llegaras. Debió ser algo así lo que ocurrió.
Entonces me preocupo por él. ¿Estará bien? ¿Si le ha pasado algo?
Es muy noche y no es seguro andar a solas por aquí. Es hora de
volver a casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario! Te leeré así como tú me lees