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lunes, 28 de abril de 2014

Pensamientos de una mente TAG

La anticipación de la muerte, es peor que la muerte misma  --  Clase Aikido

TAG:  Trastorno de Ansiedad Generalizada

El miedo recorre mi cuerpo. Ellos dicen que es un miedo irracional, al contrario, para mí tiene sentido. Los demás no lo comprenden, pero a mí me corroe el terror cada vez que lo imagino. Basta con que cierre los ojos y me visualice dentro de la situación para perder la cabeza y enloquecer. Mis manos sudan, mi respiración se agita, el vértigo amenaza con tirarme al suelo, me falta el aire, presiento que voy a desmayarme y sin embargo, no me desmayo nunca.

Las amenazas persisten. Quiero huir, correr a toda velocidad si enfrento la encrucijada que me hace temblar. La gente me mira sin empatizar y desvaloriza injustamente lo que siento. Es una locura evitar un elevador, un viaje en carretera, un viaje en avión, una noche oscura en el coche, estar de pie en un piso alto dentro de un edificio o adentrarte en un túnel.

La sensación de peligro es constante. Me siento vulnerable ante lo cotidiano y si no controlo mis pensamientos, el roce de la muerte en cada uno de esos momentos asesina mi libertad a cuchilladas de locura. Si le he sobrevivido me percato de lo inútil que es defenderme de lo que no me hace un daño tangible, pero esta pelea no es como la que enfrenta el resto de las personas. Esta lucha la libra mi cuerpo contra mi mente. Yo misma contra quien soy. Y cuando ambos rivales son fuertes y han convivido lado a lado por años, se conocen sus debilidades, aperturas y puntos débiles que les hacen claudicar mutuamente. El esfuerzo de vencerme es exhausto, y me demanda estar alerta cada segundo. Mis fuerzas se desvanecen si la energía que poseo me la han robado los problemas cotidianos. Si no he estado en paz, sé de antemano que seré derrotada. Me dominará un cuerpo temeroso de morir y se alimentará de una mente que le convence de que así será.

Vivir es imposible si se anticipa la muerte en cada respiración. Toda posibilidad de goce se coarta. Imposibilito mi existencia. Cierro los ojos al dormir y estrepitosamente me despierto sudando el agobio de no volver a abrirlos nunca. La idea de morir me acosa y seduce, pero en el trasfondo, es la idea de vivir la que me roba la paz. Morir es fácil; vivir requiere de mi participación. Morir es un acto que no solicita mi permiso, sucederá aunque me resista. Vivir (no sólo existir) exige de mí, y dimensionar que si huyo de esto no consigo más que hacerme daño constante, es el reto a superar.

Y aunque pretendo la muerte, la ironía es descubrir que se requiere morir para poder vivir. Esta dualidad es la que debate mi mente y en una respiración serena puedo encontrar la paz para deliberar. Sólo en calma y con todos mis elementos contenidos en una integridad personal puedo salir victoriosa. Sólo abstrayéndome de lo que pienso y obligándome a tajar la corriente caudalosa del fluir de mis ideas, es que consigo domar a mi cuerpo y mente. Sólo en el blanco del vacío interior puedo recuperar mi vida.

A diario busco una tregua entre la vida y la muerte. A diario tengo que hacerlo. No hay opción si quiero aprovechar el tiempo que no pedí y que se me da. A diario tengo que esforzarme por vivir, hasta que un día, esperanzadamente, goce de hacerlo sin obligarme a ello.

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