Dos amigas perdieron a su pareja el mismo día. Una, se armó de las fuerzas que aún le quedaban y dio término a la relación con su novio de años aquella noche luego de salir del bar. El hombre le dictó su sentencia: "Si me dejas hoy, aunque lo intentes no volverás a verme". La otra, ese día lloró el desenlace de su matrimonio. Él hombre falleció a causa de una enfermedad.
Despedirse de alguien en ningún caso es fácil. Requiere fortaleza y requiere serenidad. Existe dolor y existe pena. Existe reflexión y retraimiento. Aunque no es mi propósito comparar la emoción que carcome ambas situaciones, en igual o diferente grado, según la experiencia de todos, lo que le sigue es lo que quisiera estudiar.
La muerte no te da opciones. La partida es innegable. No hay vuelta atrás. Sientes la ausencia del ser amado y no va a regresar. Es un hecho natural. Te quedan los recuerdos y te aferras a la presencia intangible. Aunque la ansiedad le dé un rumbo trágico a tus días, no tienes elección que te evite la resignación. El proceso interno es tuyo y de nadie más. No hay escapatoria.
La vida te da opciones. Te concede remendar tus decisiones si no te apetecen. El perdón es una alternativa que te tienta a retractarte. La posibilidad de un encuentro fortuito te amenaza. La facilidad de tomar el celular y hacer una llamada te seducen. Retomar el camino rechazado es viable. Deshacer tu decisión... es lo que puedes hacer si el panorama que incluye su ausencia te aterra.
No hay salidas con la muerte. Decirle adiós a la persona que amaste dependerá de ti. Puedes negarte a hacerlo, pero no hay forma de que cambies el final de la historia. Si la persona amada sigue viva, de algún modo tienes que aprender a construir tu final. Vivir sin ella exige mucho de ti, y se vuelve complejo si es que la persona pertenecía a un círculo tuyo muy próximo. Le verás a diario... le verás de cerca... le verás avanzar... le verás vivir... LE VERÁS.
Tormentosa despedida la que hay que elaborar cuando se tiene el corazón para continuar y la razón para no hacerlo.
Prefiero la muerte en cuestión de despedidas. Incluso le otorgas a ese alguien un sitio especial que permanece en la ilusión de verle algún día y amarle hasta que tú quieras. Su amor por ti queda congelado y ardiendo en tus entrañas. Es intocable y recíproco en tu entendimiento. La vida te encierra en una encrucijada, donde la perseverancia depende sólo de tu voluntad y confianza en la incertidumbre de la esperanza, que se arrulla en el consuelo de un mejor porvenir. Aún teniendo la capacidad de rehacer la relación, tienes que amarrarte las manos y morderte los labios para no hacerlo. No sólo lidias con la pérdida, también con la posibilidad de recuperarlo.
Reitero, para decirte adiós, te prefiero muerto. Aunque si la exigencia doble del duelo en vida es tan tremenda, la recompensa por lograrlo ha de ser así también. Tiene que haber un bien mayor a esto. Sino, ¿para qué la pena de despedirnos si podemos vivir juntos la vida?
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