Como dijo Steve Jobs, puedes unir los puntos cuando miras hacia atrás.
Mirar al futuro es incierto. Asomar la cabeza en una travesura de espiar lo que pasará mañana es inútil. El futuro no se te develará en detalles, sólo te queda esperar a que llegue y lo vivas en un instante llamado: ahora.
La vida es como emprender un viaje en el que nada te ha sido provisto de primer momento, pero que te van proveyendo de lo que requieres según avanzas. De repente caminas en un desierto que te seca la boca al andar. Tienes mucha sed y te dan una cantimplora. Te desesperas pues lo que quieres es el líquido vital que sacie tu necesidad. Podrías detenerte a lamentar tu suerte y quejarte mientras esperas sentado bajo el sol a que algo suceda. Si decides avanzar y avanzar encuentras un oasis. Entonces agradeces tener una cantimplora a la mano para llenarla de agua y continuar tu andar. En ese viaje, llevas al hombro una mochila muy pesada con todas tus pertenencias. De repente, mientras duermes, alguien se las lleva. No te percatas del robo, sólo sabes que al despertar ya no están. Puedes lamentar que te las quitaran y quejarte. Puedes avanzar en el viaje y descubrir que más adelante tenías que atravesar arenas movedizas, hazaña para la cual te estorbaría tu maleta, pues te hundiría.
Historias así hay varias. Todas con un mismo fin: compartirnos el secreto de no apresurarnos a juzgar los acontecimientos que vivimos. Algunos duelen y te hacen llorar. Otros te encienden por dentro y te hacen vibrar. Sin embargo, todos son pequeñas piezas de un rompecabezas que sólo puede admirarse una vez que ha sido terminado de ensamblar. Sólo cuando has atravesado la dicha y la desdicha, puedes comprender el para qué los viviste. La vida se entiende mejor vista hacia atrás, pero para llegar a ese punto, tienes que seguir avanzando. No te enterarás de lo alto que has subido la montaña, hasta que miras hacia abajo, y no te enterarás de lo alta que es, sino sigues avanzando. La caminata puede robarte tu concentración. No te das cuenta de todo lo que has alcanzado hasta que no te detienes a recuperar el aliento. Es en ese lapso en el que miras hacia abajo y descubres que tu esfuerzo te ha llevado alto y comprender el por qué de todo lo que has atravesado. Además, te enorgulleces de haber continuado y no cesado.
Así nos pasa en la vida. Crecemos y no nos damos cuenta de ello hasta que te das la oportunidad de reflexionarlo. Te has sumergido en ese crecimiento y esmerado tanto en lograrlo, que cuando alguien te lo hacer ver, como un espejo te hace mirar tu reflejo, te sorprende enterarte hasta dónde has llegado. Entonces, todo tiene sentido. Puedes vislumbrar las causas y efectos de todo lo que has vivido y la satisfacción de no haberte detenido te llena por dentro. Una gratitud a la vida te renueva los ánimos. No han sido en vano los sinsabores que viviste, sólo han tardado en sazonar el platillo. Comprendes que los malestrares no son más que fracciones de instantes que se van y que han servido para algo que ahora puedes dimensionar. El entendimiento profundo de esto te permite continuar tu andanza con mayor ligereza, pues cada que te encuentres con una piedra en tu camino, sabrás que está ocurriendo por una razón, que hoy ignoras, pero que te será revelada después. Le das sentido a lo que vives y aprendes a aceptarlo en lugar de resistirte a ello.
En la medida en que dejas de sufrir lo que vives y lo incorporas a tu vida como tal, el viaje es más ligero y disfrutas de lo que venga, sea lo que sea. Porque además, tienes la certeza de que una vez que puedas embonar todas las piezas que te han sido presentadas a lo largo de tu vida, la composición final será hermosa y armónica. Cada pieza habrá aportado un valioso significado a lo grandioso que eres. Sólo es cosa de darse la oportunidad de confiar y avanzar... avanzar... y avanzar.
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