A solicitud de algunos seguidores de los viernes de relatos, vuelvo a hacer la compilación de todas las partes de esta historia "Cinco años y algo más". ¡Espero la disfruten!
Parte I
A la salida del trabajo yo siempre tenía a dónde ir. Si me invitaban a cenar, les daba una negativa. Si me invitaban a bailar, decía que no podía. Si el pretexto era el cine, yo me inventaba que prefería ver las películas en la televisión de mi casa. Nada podía hacer que yo faltara a mi cita.
En el parque, nos miramos sonriendo. Detrás de él se alzaba un paisaje arbolado que nos arropaba con sus vestidos tiesos y frágiles. El saludo del otoño era frío y nuestros abrigos hacían frente al viento que soplaba sobre nuestros cuerpos.
Nos sentamos. La banca era sólo para dos. Para él y para mí. Acompañándonos mientras nos sentábamos sobre esa banca de madera hecha a mano, algo rústica y a medio pintar de color blanco. Los años habían pasado sobre ella, pero se mantenía presente como parte del espacio, contando historias de las que había sido testigo. En esa banca, invariablemente, nos encontraban cada tarde de viernes.
Yo no se lo contaba a nadie. Estoy segura de que él tampoco. Era nuestro secreto y en esa complicidad se construía nuestra singular amistad. La manera en que dimos el uno con el otro fue mera casualidad. Una tarde caminaba yo por ahí, ansiosa de llorar. El corazón turbado por un malentendido me obligó a desviarme del trayecto a casa. Así fue como di con ese lugar, algo alejado de los edificios y escondido detrás de un restaurante. Estacioné cerca y corrí por sus pasillos hasta toparme con la banca. Ahí me desvanecí en lágrimas que empapaban mis mejillas. Un desconocido colocó su mano sobre mi espalda y la dejó ahí un rato, esperando paciente a que me calmara. La desesperanza me arrebató los temores a desconfiar de los extraños y le dejé quedarse conmigo. Cuando me calmé un poco alcé la vista y descubrí a mi socorrista. Un muchacho de mi edad, de piel morena y cabello alborotado. Una sonrisa tierna y una mirada brillante. Me miró compasivo y sin curiosidad. No tuve que darle explicaciones, lo que me alivió, pues luego me pillé avergonzada por ahogarme en el desahogo públicamente.
Recuerdo que esa tarde, como la de hoy, nos quedamos en pleno silencio. Arrullados por el ir y venir de las ramas de los árboles meciéndose al compás del viento. No hacía falta decirnos mucho para entender que ambos sentíamos un pesar en el corazón. Las normales dudas sobre el amor y una pareja. Las ocurrentes fantasías proyectadas al futuro llenas de incertidumbre. Los momentos convertidos en tesoros que no queríamos soltar y el ambivalente sentimiento de no sentirlos verdaderamente dueños de ellos. Las preguntas, las sombras, las luces... eso nos decíamos, eso nos hacía ser amigos.
Sentados en la banca, nos dejamos ver el uno al otro. Él me tomó de la mano emocionado y yo le dejé tomarla alegremente. Su presencia me recuperaba de las peleas y malentendidos que tenía con David. A su lado, todo se recomponía esperanzadamente, en una historia con dos personajes meramente humanos llenos de defectos y virtudes. Él sabía cómo hacerme sentir bien y yo sabía cómo hacerle sentir bien. Él parecía perdonarle todo a ella con sólo hablar conmigo.
Su celular sonó repentinamente.
- Es ella.
- ¿No vas a contestar?
Dubitativo, se llevó un dedo a los labios.
- No, siempre quiere saber dónde estoy. Si le digo la verdad, no lo entenderá.
Escondió el celular en el bolsillo de su abrigo y lo dejó sonar por largo rato. Nunca contestó.
Parte II
No sabía si llevar algún obsequio. Un pequeño detalle, nada ostentoso, algo que pudiera rescatar la relevancia de la fecha que se cumplía hoy. Una asunto de rituales que las personas suelen hacer para llevar la cuenta de los acontecimientos. Nada más que eso. Se hacía un año desde la primera vez que nos vimos en aquella banca del parque y yo quería celebrarlo.
Ignoraba si él tenía presente la fecha. Los hombres no suelen ser así de detallistas. Culpan a su mala memoria y esperan el indulto justificándose en lo usual de los de su especie masculina. David era así y las discusiones habían tenido ese tema como base. Por mucho que quería educar a David, no lo conseguía. No sabía si él era como David. Me esperaba ese misterio para ser resuelto.
Al llegar al parque lo descubrí sentado, acurrucado en su abrigo. El frío que hacía era inesperadamente intolerable. Habría sido mucho mejor quedar en algún café o centro comercial, pero no podíamos arruinar la tradición de tantas semanas, que habíamos fijado sin negociarlo mucho.
Me senté a su lado y nos abrazamos gustosamente. Miramos un rato el paisaje y suspiramos llevados por nuestro alivio de encontrarnos lejos del correr de nuestras vidas. Una pausa calmada, un respiro profundo. Me extendió su mano y yo le obsequié la mía. Sus dedos se entrelazaron con los míos. Una emoción recorrió mi cuerpo. Era curioso lo que podía despertar ese gesto en mí. Nada importante y al mismo tiempo trascendental.
Buscó mi mirada y quebrando el silencio me soltó la noticia más inesperada. Sin preámbulo lo soltó cual balde de agua que es arrojado por una ventana. Ella terminó con él. Así de simple. Una carta abandonada frente a su casa. Renglones que le confesaban la verdad de un engaño y la imposibilidad de culparlo a él de uno. Nada más que el desarrollo de una idea frustrada de negativas cada viernes... los viernes que eran míos y de él.
No se le miraba angustiado, al contrario, un poco aliviado. Él lo anticipaba. Según él le exigía demasiado y no era capaz de comprenderlo. El trabajo le fastidiaba toda la semana y los fines de semana rogaba por un espacio para él. Procurándola, le concedía dos días, pero los viernes... los quería para sí. Solo él. Hasta que aparecí yo en la fotografía y le arrebaté su soledad.
Lo miré detenidamente. Quería abrazarle, pero me detuve. Apreté su mano que aún permanecía con la mía y esperé que mi apretón le transmitiera mi simpatía. ¿Un año es mucho tiempo? Para mí era un suspiro; para ella, debió de ser un siglo. Curioso que la forma en que gastamos el tiempo concedido haga que vuele o se lleve a rastras.
Entonces saqué de mi bolsa una pequeña caja forrada de papel brillante color rojo. Una cajita que apenas ocupaba la palma de mi otra mano. Se la mostré y le pedí que la abriera. Él no se esperaba aquello, se lo noté en la cara, que esbozó una sonrisa a medias, aún afectado por los acontecimientos. Me soltó la mano y con las suyas abrió el regalo. Dentro de la caja encontró lo mejor que ideé para conmemorar nuestra historia.
- La hoja de un árbol.
Asentí con la cabeza. Emocionada esperé su reacción. Contrariado, la extrajo de la caja y la miró con cautela.
- Tal vez no seas tan obsesivo como yo con el calendario, pero hace un año que pasó...
- ... que nos vimos aquí. Lo sé, lo tengo presente.
Lo miré sorprendida. No pude evitar echarle los brazos encima en un tremendo abrazo.
Aquella hoja era como las centenares de hojas que se desprendían de los árboles cada otoño en ese parque. Una hoja que durante un año había estado ahí, mirándonos callada, hasta que llegaba su tiempo de partir.
- Sólo no me digas, que como la hoja, y ella, tú también pretendes irte - me advirtió.
- No, yo me quedó.
¿Cuánto tiempo iría a durar esto? Con esa pregunta en mi cabeza nos despedimos hasta el próximo viernes.
Parte III
Las buenas pláticas son lo que más me gusta. Es nuestra única forma de compartir. No necesitamos ir de compras, ni al cine. No tenemos que acompañar las palabras con bocadillos o platillos complicados a la mesa. Tampoco necesitamos de un café servido en una taza sobre una mesita que nos llega a las rodillas. Es curioso que nos bastemos a nosotros mismos para crear la magia.
Cuando traté de explicarle a una amiga lo que él y yo éramos, no lo entendió. En primera, porque no dudó en etiquetar mi ritual como un acto de infidelidad. ¡Ni siquiera nos hemos besado! Aseveré indignada. En segunda, porque no creía posible que dos personas pudieran conformarse con una banca en un parque. ¿Por qué no? ¿Será inaudito que una conversación sea suficiente para confortar a dos personas? No nos hacen falta las muletillas que hilan los silencios incómodos entre un tema y otro. Esos bocados llevados al paladar como paréntesis mientras conjuras las siguientes frases para no equivocarse. No requerimos de algo que nos robe la atención mientras elucubramos qué decir después. Miradas, gestos, respiración y palabras es lo que compone la mejor compañía.
En general, me sentía muy a gusto con esta fórmula de los viernes. Nada de expectativas, nada qué perder, ningún contrato social. Estar con él me ponía contenta. Demasiado contenta. Tal vez ahí radicara el único detalle que podía enfrentarme a un vicioso diálogo interno. Me gustaba tanto él, que quería más de él.
Nunca habíamos planteado la posibilidad de vernos otro día que no fuera viernes. El trato era claro. Además, él la tenía a ella, y yo tenía a David. Al inicio era así. Ahora que él había terminado con ella tenía más tiempo para hacer lo suyo y reorganizar el fin de semana. Imaginé una vez, llena de curiosidad y fantaseando tontamente, que tal vez podríamos llevar nuestros ratos de viernes a otro día que no fuera ese. Podía pasar... él ya no tenía ocupados los otros días. Me imaginaba con él en el mismo parque para no variar. Platicando más y más sobre todo y nada. Riendo y discutiendo aquello en lo que diferimos. Profundizando en aquello que compartimos.
En eso, el rostro de David se antepuso a mi imaginación. Un leve remordimiento me hizo morderme los labios y suspirar. Abrí los ojos y abandoné el irreal mundo de mis traviesos pensamientos. Mis labios hicieron una mueca. No podía pasar eso con él, yo no tengo su libertad.
Tratando de explicarme la irónica sucesión de los hechos, me remonté un tiempo atrás, poco más de un año. Estaba yo en ese parque, llorando desconsolada. Fue él quien me ayudó a mirar las cosas con mejores ojos. Me escuchó, me ayudó a entender. Todo pareció correcto. Ahora, lo que una vez desesperada quise reparar me estorbaba terriblemente.
¿Será que sí le estoy siendo infiel?
Lo que sé, es que por primera vez lamenté haber aceptado de vuelta a David.
Parte IV
- ¿Si nos vemos mañana?
Él movió la cabeza de un lado a otro.
- ¿Qué no quedas te verte con David?
Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.
- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?
Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.
- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.
Y así nada más contestó.
- Extrañarte.
Cuando traté de explicarle a una amiga lo que él y yo éramos, no lo entendió. En primera, porque no dudó en etiquetar mi ritual como un acto de infidelidad. ¡Ni siquiera nos hemos besado! Aseveré indignada. En segunda, porque no creía posible que dos personas pudieran conformarse con una banca en un parque. ¿Por qué no? ¿Será inaudito que una conversación sea suficiente para confortar a dos personas? No nos hacen falta las muletillas que hilan los silencios incómodos entre un tema y otro. Esos bocados llevados al paladar como paréntesis mientras conjuras las siguientes frases para no equivocarse. No requerimos de algo que nos robe la atención mientras elucubramos qué decir después. Miradas, gestos, respiración y palabras es lo que compone la mejor compañía.
En general, me sentía muy a gusto con esta fórmula de los viernes. Nada de expectativas, nada qué perder, ningún contrato social. Estar con él me ponía contenta. Demasiado contenta. Tal vez ahí radicara el único detalle que podía enfrentarme a un vicioso diálogo interno. Me gustaba tanto él, que quería más de él.
Nunca habíamos planteado la posibilidad de vernos otro día que no fuera viernes. El trato era claro. Además, él la tenía a ella, y yo tenía a David. Al inicio era así. Ahora que él había terminado con ella tenía más tiempo para hacer lo suyo y reorganizar el fin de semana. Imaginé una vez, llena de curiosidad y fantaseando tontamente, que tal vez podríamos llevar nuestros ratos de viernes a otro día que no fuera ese. Podía pasar... él ya no tenía ocupados los otros días. Me imaginaba con él en el mismo parque para no variar. Platicando más y más sobre todo y nada. Riendo y discutiendo aquello en lo que diferimos. Profundizando en aquello que compartimos.
En eso, el rostro de David se antepuso a mi imaginación. Un leve remordimiento me hizo morderme los labios y suspirar. Abrí los ojos y abandoné el irreal mundo de mis traviesos pensamientos. Mis labios hicieron una mueca. No podía pasar eso con él, yo no tengo su libertad.
Tratando de explicarme la irónica sucesión de los hechos, me remonté un tiempo atrás, poco más de un año. Estaba yo en ese parque, llorando desconsolada. Fue él quien me ayudó a mirar las cosas con mejores ojos. Me escuchó, me ayudó a entender. Todo pareció correcto. Ahora, lo que una vez desesperada quise reparar me estorbaba terriblemente.
¿Será que sí le estoy siendo infiel?
Lo que sé, es que por primera vez lamenté haber aceptado de vuelta a David.
Parte IV
- ¿Si nos vemos mañana?
Él movió la cabeza de un lado a otro.
- ¿Qué no quedas te verte con David?
Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.
- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?
Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.
- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.
Y así nada más contestó.
- Extrañarte.
Parte V
- ¿Si nos vemos mañana?
Él movió la cabeza de un lado a otro.
- ¿Qué no quedas te verte con David?
Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.
- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?
Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.
- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.
Y así nada más contestó.
- Extrañarte.
Él movió la cabeza de un lado a otro.
- ¿Qué no quedas te verte con David?
Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.
- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?
Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.
- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.
Y así nada más contestó.
- Extrañarte.
Parte VI
- ¿Si nos vemos mañana?
Él movió la cabeza de un lado a otro.
- ¿Qué no quedas te verte con David?
Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.
- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?
Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.
- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.
Y así nada más contestó.
- Extrañarte.
Él movió la cabeza de un lado a otro.
- ¿Qué no quedas te verte con David?
Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.
- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?
Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.
- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.
Y así nada más contestó.
- Extrañarte.
Parte VII
- Así fue.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, aún cuando estaba segura de mi decisión, sentía un aguacero en mi interior. Él me escuchó con atención sin decir ni una sola palabra. Meditabundo me brindó consuelo con su presencia, ningún gesto arrojó su rostro.
- ¿Qué piensas? - pregunté.
Tuve que cortar el silencio que me carcomía. Le animé a que diera una opinión, pero él se mantuvo en silencio. Era difícil interpretarlo.
Le había contado sin mucho detalle lo ocurrido con David. El fin de semana pasado con un café frente a nosotros y sin el usual escándalo que le acompaña, le planteé que mi parecer era dar por concluida la relación. David quiso indagar más sobre mi sorprendente noticia, que le tomó por completo inadvertido. Preguntó lo acostumbrado, si había alguien más. No supe a bien qué contestar. Lo cierto es que podía haberlo, pero no era nada asegurado. ¿Y cómo podía explicarle? Había un hombre con quien me veía desde hacía años todos los viernes para no hacer otra cosa más que platicar. No lo entendería, ni tendría sentido ahondar más en esos encuentros, que ninguna evidencia romántica incluían.
David no apeló mi veredicto. Extrañaría mi compañía de ahí en adelante, pero nada más. No era que algo entrañable le fuera arrebatado. Me quedó claro que nuestra relación no nos comprometía íntimamente en encuentros profundos. No era eso, sólo éramos una especie de compinches que se divertían tomados de la mano.
Él permanecía en silencio. Empezó a desesperarme la ausencia de su voz. ¿Qué estaba pensando? Me troné los dedos y me mordí los labios. Esto incomodaba. De repente, mis pupilas le acompañaron en su estrepitoso movimiento; se levantó enseguida de la banca del parque. Asustada, quise detenerlo con la mirada penetrante que le echaba mientras él con la suya me ignoraba. ¿Qué había sucedido? Él se despidió formulando un enunciado tan breve y sin contenido, que no podía creerlo suyo. Se marchaba, así nada más. Emprendió la retirada por donde siempre se va y a dónde nunca le he seguido. En la distancia se empequeñeció su figura y la perdí cuando unos niños corriendo se antepusieron a su imagen.
Me quedé sola, sentada en la banca. Mi respiración agitada denotaba mis ansias por la inexplicable separación.
Se fue... ¿por qué?
Mis ojos se llenaron de lágrimas, aún cuando estaba segura de mi decisión, sentía un aguacero en mi interior. Él me escuchó con atención sin decir ni una sola palabra. Meditabundo me brindó consuelo con su presencia, ningún gesto arrojó su rostro.
- ¿Qué piensas? - pregunté.
Tuve que cortar el silencio que me carcomía. Le animé a que diera una opinión, pero él se mantuvo en silencio. Era difícil interpretarlo.
Le había contado sin mucho detalle lo ocurrido con David. El fin de semana pasado con un café frente a nosotros y sin el usual escándalo que le acompaña, le planteé que mi parecer era dar por concluida la relación. David quiso indagar más sobre mi sorprendente noticia, que le tomó por completo inadvertido. Preguntó lo acostumbrado, si había alguien más. No supe a bien qué contestar. Lo cierto es que podía haberlo, pero no era nada asegurado. ¿Y cómo podía explicarle? Había un hombre con quien me veía desde hacía años todos los viernes para no hacer otra cosa más que platicar. No lo entendería, ni tendría sentido ahondar más en esos encuentros, que ninguna evidencia romántica incluían.
David no apeló mi veredicto. Extrañaría mi compañía de ahí en adelante, pero nada más. No era que algo entrañable le fuera arrebatado. Me quedó claro que nuestra relación no nos comprometía íntimamente en encuentros profundos. No era eso, sólo éramos una especie de compinches que se divertían tomados de la mano.
Él permanecía en silencio. Empezó a desesperarme la ausencia de su voz. ¿Qué estaba pensando? Me troné los dedos y me mordí los labios. Esto incomodaba. De repente, mis pupilas le acompañaron en su estrepitoso movimiento; se levantó enseguida de la banca del parque. Asustada, quise detenerlo con la mirada penetrante que le echaba mientras él con la suya me ignoraba. ¿Qué había sucedido? Él se despidió formulando un enunciado tan breve y sin contenido, que no podía creerlo suyo. Se marchaba, así nada más. Emprendió la retirada por donde siempre se va y a dónde nunca le he seguido. En la distancia se empequeñeció su figura y la perdí cuando unos niños corriendo se antepusieron a su imagen.
Me quedé sola, sentada en la banca. Mi respiración agitada denotaba mis ansias por la inexplicable separación.
Se fue... ¿por qué?
Parte VIII
Ya es noche, muy noche. El viernes está a punto de perderse en el tiempo. Sigo sentada en la banca del parque. No me he equivocado de sitio. Sé que es aquí donde siempre nos vemos. El paisaje no ha cambiado, los árboles permanecen en su lugar. El mismo cielo, el mismo pasto, el mismo adoquin de los corredores del jardín. Es este el lugar.
No ha aparecido. Me he quedado sola esperándolo. Ya hace frío y debo volver a casa. La noche no me hace tan buena compañía en soledad y las sombras me juegan malas pasadas. Estoy nerviosa por el silencio que se hace alrededor mío. Debo retirarme.
No llegó. Tantos años con la misma costumbre y por primera vez ha faltado a la cita. No me ha avisado nada. Me dejó venir, sabía que yo vendría y no hizo nada por evitarme el mal rato. Lo esperé esperanzada, pero nunca apareció.
Estoy acongojada. Reconozco que titubé en asistir hoy. Un poco, sólo un poco. Después de la forma en que se retiró la semana pasada, no tenía muchas ganas de hacerle frente, pero supuse que podríamos hacer como si nada y seguir con nuestras cosas.
Me equivoqué. ¿Sería que hice algo mal? En todos estos años nunca dio pista de ser uno de esos hombres que se marchan sin decir adiós. ¿Acaso no le conocí realmente y así es él?
Las preguntas acosan mi mente y no me dejan en paz. Sólo respiro y busco motivos para justificar su ausencia. Debió suceder algo grande... de esos asuntos de vida o muerte que no te dan espacio ni para escribir un mensaje a quien debes avisarle que no llegaras. Debió ser algo así lo que ocurrió. Entonces me preocupo por él. ¿Estará bien? ¿Si le ha pasado algo?
Es muy noche y no es seguro andar a solas por aquí. Es hora de volver a casa.
Parte IX
No dejo de darle vueltas a la idea. Me pregunto si se presentará hoy. La incertidumbre me agobia y me asfixia. Mientras me alistaba para ir al trabajo me ha asaltado una ansiedad terrible. No podía respirar y mi corazón se aceleró como locomotora. Creí volverme loca, pero de un modo que casi no entiendo, recuperé mi calma.
¡Cómo puede tener ese hombre tanto poder sobre mí!
Tantos años envueltos en una costumbre hacen difícil enfrentar un desenlace. ¿Cómo se concluye de golpe tanta emoción y alegría? ¡Y sin razones! Me han arrebatado lo que tenía. Si hoy no se presenta... ¿y si esta vez no me presento yo?
No sé qué hacer. La persona con quien contaba para resolver mis dudas y dilemas es la que hoy los alimenta.
Quiero verle... iré. A ver qué sucede.
Parte IX
No dejo de darle vueltas a la idea. Me pregunto si se presentará hoy. La incertidumbre me agobia y me asfixia. Mientras me alistaba para ir al trabajo me ha asaltado una ansiedad terrible. No podía respirar y mi corazón se aceleró como locomotora. Creí volverme loca, pero de un modo que casi no entiendo, recuperé mi calma.
¡Cómo puede tener ese hombre tanto poder sobre mí!
Tantos años envueltos en una costumbre hacen difícil enfrentar un desenlace. ¿Cómo se concluye de golpe tanta emoción y alegría? ¡Y sin razones! Me han arrebatado lo que tenía. Si hoy no se presenta... ¿y si esta vez no me presento yo?
No sé qué hacer. La persona con quien contaba para resolver mis dudas y dilemas es la que hoy los alimenta.
Quiero verle... iré. A ver qué sucede.
Parte X
Una semana más sin noticias suyas.
La banca sólo me sostiene a mí. Mi mano acaricia el lado vacío junto a mí. Mezo mis piernas ansiosa por la espera. Él simplemente no llega.
Otro viernes más sin su presencia. Esperaba que apareciera, pero no lo hizo. ¿Tendrá sentido volver la próxima semana? Supongo que es momento de empezar la despedida. Los árboles me acompañan desconsolados, el cielo me cobija con tristeza y la gente me mira ignorando mi historia. Para ellos sólo soy una persona más que está aquí en el parque. Nadie se detiene a observarme. Nadie mira más allá de lo que una simple mirada les muestra sobre mí. Me he vuelto invisible y visto un camuflaje con el paisaje. Tengo que moverme, no puedo perderme en este lugar.
Me levanto y me marcho. No puedo esperar más.
Parte XI
Sucede. Una noche, luego de una cansada espera que no se concluye, me percato de que no volverá. La lluvia me moja la esperanza y reacciono. El viento frío me sacude las entrañas y me convence a golpes de agua que no merece la pena volver a ese lugar. Por un momento quiero aferrarme a una idea, me busco pretextos y justifico la irrealidad. Luego abro los ojos y descubro que he sido abandonada en la banca de un parque a la mitad de la ciudad.
Todo lo que siento no me cabe por dentro. Estallo en llanto, en un mar de locura inexplicable. Me agobia no merecer una despedida, una palabra que diga adiós. Todo lo que me callé y no pude decir tengo que acomodarlo en algún rincón que lo esconda de mi vista. Lo mío es una historia sin un final. ¿Es justo?
Me invento un desenlace. Lo necesito para no regresar a este parque. Hojeo el inicio de esta narración. Las fechas se desvanecen en mi memoria mientras las borro desconsolada para olvidarlas pronto. Habrán sido cinco años y algo más lo que duró. Meses más, meses menos. El asunto es que acabó.
Me levanto del asiento y emprendo mi retirada. Tantas cosas cambiaron desde aquel encuentro accidental. No he tenido noticias de David. La gente se va; y lo que no queremos reconocer, es que también nosotros nos vamos. Así funciona la vida.
¿Será que un día sabré qué le pasó a él? Sólo puedo responderlo con miles de "tal vez". La única pregunta que puedo responder es qué pasará conmigo. Y aunque esa respuesta aún no la sé, confío en que me llevará por otro camino, a otro parque, a otra banca en la que alguien volverá a sentarse conmigo. Entonces, entre charlas y divagaciones, no compartiremos sólo el viernes, sino todos los días. Todos.
FIN
La banca sólo me sostiene a mí. Mi mano acaricia el lado vacío junto a mí. Mezo mis piernas ansiosa por la espera. Él simplemente no llega.
Otro viernes más sin su presencia. Esperaba que apareciera, pero no lo hizo. ¿Tendrá sentido volver la próxima semana? Supongo que es momento de empezar la despedida. Los árboles me acompañan desconsolados, el cielo me cobija con tristeza y la gente me mira ignorando mi historia. Para ellos sólo soy una persona más que está aquí en el parque. Nadie se detiene a observarme. Nadie mira más allá de lo que una simple mirada les muestra sobre mí. Me he vuelto invisible y visto un camuflaje con el paisaje. Tengo que moverme, no puedo perderme en este lugar.
Me levanto y me marcho. No puedo esperar más.
Parte XI
Sucede. Una noche, luego de una cansada espera que no se concluye, me percato de que no volverá. La lluvia me moja la esperanza y reacciono. El viento frío me sacude las entrañas y me convence a golpes de agua que no merece la pena volver a ese lugar. Por un momento quiero aferrarme a una idea, me busco pretextos y justifico la irrealidad. Luego abro los ojos y descubro que he sido abandonada en la banca de un parque a la mitad de la ciudad.
Todo lo que siento no me cabe por dentro. Estallo en llanto, en un mar de locura inexplicable. Me agobia no merecer una despedida, una palabra que diga adiós. Todo lo que me callé y no pude decir tengo que acomodarlo en algún rincón que lo esconda de mi vista. Lo mío es una historia sin un final. ¿Es justo?
Me invento un desenlace. Lo necesito para no regresar a este parque. Hojeo el inicio de esta narración. Las fechas se desvanecen en mi memoria mientras las borro desconsolada para olvidarlas pronto. Habrán sido cinco años y algo más lo que duró. Meses más, meses menos. El asunto es que acabó.
Me levanto del asiento y emprendo mi retirada. Tantas cosas cambiaron desde aquel encuentro accidental. No he tenido noticias de David. La gente se va; y lo que no queremos reconocer, es que también nosotros nos vamos. Así funciona la vida.
¿Será que un día sabré qué le pasó a él? Sólo puedo responderlo con miles de "tal vez". La única pregunta que puedo responder es qué pasará conmigo. Y aunque esa respuesta aún no la sé, confío en que me llevará por otro camino, a otro parque, a otra banca en la que alguien volverá a sentarse conmigo. Entonces, entre charlas y divagaciones, no compartiremos sólo el viernes, sino todos los días. Todos.
FIN
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