Viernes de Relatos
- Así fue.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, aún cuando estaba segura de mi decisión, sentía un aguacero en mi interior. Él me escuchó con atención sin decir ni una sola palabra. Meditabundo me brindó consuelo con su presencia, ningún gesto arrojó su rostro.
- ¿Qué piensas? - pregunté.
Tuve que cortar el silencio que me carcomía. Le animé a que diera una opinión, pero él se mantuvo en silencio. Era difícil interpretarlo.
Le había contado sin mucho detalle lo ocurrido con David. El fin de semana pasado con un café frente a nosotros y sin el usual escándalo que le acompaña, le planteé que mi parecer era dar por concluida la relación. David quiso indagar más sobre mi sorprendente noticia, que le tomó por completo inadvertido. Preguntó lo acostumbrado, si había alguien más. No supe a bien qué contestar. Lo cierto es que podía haberlo, pero no era nada asegurado. ¿Y cómo podía explicarle? Había un hombre con quien me veía desde hacía años todos los viernes para no hacer otra cosa más que platicar. No lo entendería, ni tendría sentido ahondar más en esos encuentros, que ninguna evidencia romántica incluían.
David no apeló mi veredicto. Extrañaría mi compañía de ahí en adelante, pero nada más. No era que algo entrañable le fuera arrebatado. Me quedó claro que nuestra relación no nos comprometía íntimamente en encuentros profundos. No era eso, sólo éramos una especie de compinches que se divertían tomados de la mano.
Él permanecía en silencio. Empezó a desesperarme la ausencia de su voz. ¿Qué estaba pensando? Me troné los dedos y me mordí los labios. Esto incomodaba. De repente, mis pupilas le acompañaron en su estrepitoso movimiento; se levantó enseguida de la banca del parque. Asustada, quise detenerlo con la mirada penetrante que le echaba mientras él con la suya me ignoraba. ¿Qué había sucedido? Él se despidió formulando un enunciado tan breve y sin contenido, que no podía creerlo suyo. Se marchaba, así nada más. Emprendió la retirada por donde siempre se va y a dónde nunca le he seguido. En la distancia se empequeñeció su figura y la perdí cuando unos niños corriendo se antepusieron a su imagen.
Me quedé sola, sentada en la banca. Mi respiración agitada denotaba mis ansias por la inexplicable separación.
Se fue... ¿por qué?
Frases
Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.
viernes, 29 de agosto de 2014
miércoles, 27 de agosto de 2014
Se el 1%
Tú puedes ir muy lejos, sólo no te asustes de que no todos quieran ir contigo.
Lourdes González
El 1% es un decir que explica lo que llamo "coladora social".
Si buscamos cuántas personas ingresan al Nivel básico de educación, podemos visualizar ese número como un 100% que representa la cantidad. Recuerdo haber visto que Mexicanos Primero (iniciativa mexicana ciudadana) explicó con un ejemplo muy sencillo, a partir de lo anterior, cuántas personas se iban rezagando en el sistema educativo en México. Básicamente al mero inicio de todo hay 100 alumnos (100%) conforme avanzan los niveles, van quedando menos estudiantes, al grado que en el posgrado básicamente sólo se encuentra un estudiante de todos los que iniciaron. Es decir, un 1%.
La coladora social es ese filtro que hace que en la carrera algunos se queden. Como vemos tangible en la escuela, no todos estudian un posgrado, algunos se quedan en el camino. ¿Las razones? Muchas. ¿Válidas? Puede ser. A lo que voy es que definitivamente no todos perseveran en este u otros caminos existentes. Pocos pertenecen al 1%.
Los que son del 1% son personas que se esfuerzan cuando las condiciones son más difíciles, que tienen claro a dónde van y simplemente no se detienen. Son las personas que descubren que las metas que eligen representan obstáculos desde el primer día en que van tras ellas.
Este 1% abarca todas las áreas de la vida, no sólo la escolar. Algunos ejemplos de este 1% son las personas que luego de 30 años de matrimonio permanecen casadas. Puedes tratar de contradecir alegando asuntos de infelicidad e insatisfacción con tal de permanecer unidas, pero como sea, siguen juntas y son parte de la estadística minúscula que les representa. Otro ejemplo de estas trayectorias son las personas que deciden emprender su negocio. La mayoría continúa el estereotipo de obtener un buen empleo, prepararse para éste, invertir en capacitación y machacarse hasta que consiguen una promoción y un buen sueldo. Las personas del 1% son aquellas que, sin certezas absolutas, abrazan la incertidumbre y se arriesgan a emprender. Un ejemplo más como los anteriores, son las personas que en su vejez aún se mantienen como jóvenes. Salen a hacer ejercicio, se mantienen ocupadas en algún trabajo, no le tienen miedo a caerse y mantienen una mente sana en un cuerpo sano, negándose a representar el rol de viejo. Me imagino que pocos son los que aún andan corriendo por ahí y saltando.
Estos caminos tienen algo en común: son más difíciles. Los que emprenden en vez de buscar trabajo, enfrentan sus miedos a perder y fracasar, en mayor medida que andando el otro camino. Los que eligen seguir casados, aprenden a amar en todo el sentido de la palabra y no desisten jamás, respaldando con sus acciones la decisión a la que se comprometieron el día que dieron el "sí". ¿Fácil? No, para nada. Los que eligieron hacer diario ejercicio durante su juventud, dormir adecuadamente, cuidar su alimentación y procurar mantener la mente relajada y ejercitándose durante muchos años, construyen una vejez muy diferente a quienes quisieron curar los achaques cuando su cabello ya estaba canoso.
Cada esfuerzo que haces en tu vida te pone un peldaño más arriba. Cada que logras eso "que te cuesta sangre" te acercas más al 1%. Cada que decides avanzar y no dejarte vencer por los comentarios de otros, estás más cerca de ser de esos pocos.
El camino no es nada fácil, porque si lo fuera, todos lo andarían. Esto tiene un precio a pagar y una recompensa a recibir también. El asunto es que cuando la mayoría ve la cifra del precio prefiere esperar a que un día se lo pongan en descuento. Y en materia de vida, no funciona así.
Te invito a que pagues el precio y descubras que si tú quieres, de corazón, con todas tus entrañas y con todo lo que eres; puedes ser de ese 1%.
Tú puedes, lo sé. ¿Realmente lo quieres? Esa es la pregunta.
Lourdes González
El 1% es un decir que explica lo que llamo "coladora social".
Si buscamos cuántas personas ingresan al Nivel básico de educación, podemos visualizar ese número como un 100% que representa la cantidad. Recuerdo haber visto que Mexicanos Primero (iniciativa mexicana ciudadana) explicó con un ejemplo muy sencillo, a partir de lo anterior, cuántas personas se iban rezagando en el sistema educativo en México. Básicamente al mero inicio de todo hay 100 alumnos (100%) conforme avanzan los niveles, van quedando menos estudiantes, al grado que en el posgrado básicamente sólo se encuentra un estudiante de todos los que iniciaron. Es decir, un 1%.
La coladora social es ese filtro que hace que en la carrera algunos se queden. Como vemos tangible en la escuela, no todos estudian un posgrado, algunos se quedan en el camino. ¿Las razones? Muchas. ¿Válidas? Puede ser. A lo que voy es que definitivamente no todos perseveran en este u otros caminos existentes. Pocos pertenecen al 1%.
Los que son del 1% son personas que se esfuerzan cuando las condiciones son más difíciles, que tienen claro a dónde van y simplemente no se detienen. Son las personas que descubren que las metas que eligen representan obstáculos desde el primer día en que van tras ellas.
Este 1% abarca todas las áreas de la vida, no sólo la escolar. Algunos ejemplos de este 1% son las personas que luego de 30 años de matrimonio permanecen casadas. Puedes tratar de contradecir alegando asuntos de infelicidad e insatisfacción con tal de permanecer unidas, pero como sea, siguen juntas y son parte de la estadística minúscula que les representa. Otro ejemplo de estas trayectorias son las personas que deciden emprender su negocio. La mayoría continúa el estereotipo de obtener un buen empleo, prepararse para éste, invertir en capacitación y machacarse hasta que consiguen una promoción y un buen sueldo. Las personas del 1% son aquellas que, sin certezas absolutas, abrazan la incertidumbre y se arriesgan a emprender. Un ejemplo más como los anteriores, son las personas que en su vejez aún se mantienen como jóvenes. Salen a hacer ejercicio, se mantienen ocupadas en algún trabajo, no le tienen miedo a caerse y mantienen una mente sana en un cuerpo sano, negándose a representar el rol de viejo. Me imagino que pocos son los que aún andan corriendo por ahí y saltando.
Estos caminos tienen algo en común: son más difíciles. Los que emprenden en vez de buscar trabajo, enfrentan sus miedos a perder y fracasar, en mayor medida que andando el otro camino. Los que eligen seguir casados, aprenden a amar en todo el sentido de la palabra y no desisten jamás, respaldando con sus acciones la decisión a la que se comprometieron el día que dieron el "sí". ¿Fácil? No, para nada. Los que eligieron hacer diario ejercicio durante su juventud, dormir adecuadamente, cuidar su alimentación y procurar mantener la mente relajada y ejercitándose durante muchos años, construyen una vejez muy diferente a quienes quisieron curar los achaques cuando su cabello ya estaba canoso.
Cada esfuerzo que haces en tu vida te pone un peldaño más arriba. Cada que logras eso "que te cuesta sangre" te acercas más al 1%. Cada que decides avanzar y no dejarte vencer por los comentarios de otros, estás más cerca de ser de esos pocos.
El camino no es nada fácil, porque si lo fuera, todos lo andarían. Esto tiene un precio a pagar y una recompensa a recibir también. El asunto es que cuando la mayoría ve la cifra del precio prefiere esperar a que un día se lo pongan en descuento. Y en materia de vida, no funciona así.
Te invito a que pagues el precio y descubras que si tú quieres, de corazón, con todas tus entrañas y con todo lo que eres; puedes ser de ese 1%.
Tú puedes, lo sé. ¿Realmente lo quieres? Esa es la pregunta.
martes, 26 de agosto de 2014
Día del Perro: Lo genial de una mascota perruna
A colación por el Día del Perro, que se difunde en las redes sociales...
Me imagino la mirada de mi perrita. Mirando todo a su alrededor sin entender de qué van los líos de los humanos. Me observa desvelarme por las noches, sentada a la mesa, leyendo y sin quitar la vista del monitor de la computadora. No importa cuánto tiempo transcurra y cuán cansado haya sido su día. Mi perrita me acompaña y está al pendiente de mí hasta que parto a dormir. Sólo entonces abandona su sitio a mi lado.
Mi perrita es la primera en salir a saludarme cuando llego de la calle. No importa qué humor me cargue, ella no se desquita ni me reprocha nada. Si le hago mucha fiesta, bien; sino, lo mismo. Legítimamente no espera nada a cambio. Cuando reflexiono al respecto y sé que he seguido mi camino hacia la puerta sin dedicarle unas buenas caricias, me regreso arrepentida. Entonces ella me mira contenta y por un momento celebramos nuestro reencuentro.
Las comidas son un evento. A veces no apetece lo que le doy, a veces tiene tanta hambre que no le bastan mis raciones de comida. Adivinar su antojo me hace rabiar cuando no tengo tiempo para comprender, pero sus ojos que buscan hacer contacto conmigo me desarman y me tiene a su disposición.
Sabe cuándo estoy triste. Apoyada en una silla, con la cabeza sobre mi mano y el codo apoyado en mi regazo, ella encuentra la manera de colarse y ubicar su cuello convenientemente para ser acariciada. Aunque más que buscar mi cariño, lo que pretende es brindarme el suyo. Cuando estoy alegre, lo sabe también. Su proximidad lo demuestra. Se acerca demasiado dando vueltas alrededor mío. Llena mis pantalones con el pelo que se le ha caído al rozarme en su movimiento. Este particular gesto que enfurece a algunos, es el que me indica a su manera, que ella está ahí.
Mi perrita me enseña a diario a ser más paciente y respirar antes de reaccionar. Ella simplemente está y hace lo que hace un perro. Jamás me escucha si estoy impaciente o de malas. Jamás me obedece si no soy serena y asertiva. Jamás atiende a mi llamado si lo hago estruendosamente y enfurecida. Ella sólo obedece cuando considera que soy confiable para ser seguida. Sólo entonces soy su líder y hace lo que le indico. Esta clase de relación es la que me impresiona día a día, porque aprendo que así es la vida. Si quieres ser escuchado, no hay necesidad de gritar. Si quieres que te hagan caso, representa confianza para ser seguido. Si quieres ser atendido, haz contacto y sé contundente. La calma y el contenido con el que haces las cosas son muy poderosos.
Mi perrita me lo enseña todos los días. Por eso la convivencia con ella trasciende al rol de "amo" y "mascota", porque la comprensión de la esencia de ambas (humana y perro) y salvaguardar sus significados, es lo que permite gozar de lo increíble que es contar con una compañía perruna incondicional.
Me imagino la mirada de mi perrita. Mirando todo a su alrededor sin entender de qué van los líos de los humanos. Me observa desvelarme por las noches, sentada a la mesa, leyendo y sin quitar la vista del monitor de la computadora. No importa cuánto tiempo transcurra y cuán cansado haya sido su día. Mi perrita me acompaña y está al pendiente de mí hasta que parto a dormir. Sólo entonces abandona su sitio a mi lado.
Mi perrita es la primera en salir a saludarme cuando llego de la calle. No importa qué humor me cargue, ella no se desquita ni me reprocha nada. Si le hago mucha fiesta, bien; sino, lo mismo. Legítimamente no espera nada a cambio. Cuando reflexiono al respecto y sé que he seguido mi camino hacia la puerta sin dedicarle unas buenas caricias, me regreso arrepentida. Entonces ella me mira contenta y por un momento celebramos nuestro reencuentro.
Las comidas son un evento. A veces no apetece lo que le doy, a veces tiene tanta hambre que no le bastan mis raciones de comida. Adivinar su antojo me hace rabiar cuando no tengo tiempo para comprender, pero sus ojos que buscan hacer contacto conmigo me desarman y me tiene a su disposición.
Sabe cuándo estoy triste. Apoyada en una silla, con la cabeza sobre mi mano y el codo apoyado en mi regazo, ella encuentra la manera de colarse y ubicar su cuello convenientemente para ser acariciada. Aunque más que buscar mi cariño, lo que pretende es brindarme el suyo. Cuando estoy alegre, lo sabe también. Su proximidad lo demuestra. Se acerca demasiado dando vueltas alrededor mío. Llena mis pantalones con el pelo que se le ha caído al rozarme en su movimiento. Este particular gesto que enfurece a algunos, es el que me indica a su manera, que ella está ahí.
Mi perrita me enseña a diario a ser más paciente y respirar antes de reaccionar. Ella simplemente está y hace lo que hace un perro. Jamás me escucha si estoy impaciente o de malas. Jamás me obedece si no soy serena y asertiva. Jamás atiende a mi llamado si lo hago estruendosamente y enfurecida. Ella sólo obedece cuando considera que soy confiable para ser seguida. Sólo entonces soy su líder y hace lo que le indico. Esta clase de relación es la que me impresiona día a día, porque aprendo que así es la vida. Si quieres ser escuchado, no hay necesidad de gritar. Si quieres que te hagan caso, representa confianza para ser seguido. Si quieres ser atendido, haz contacto y sé contundente. La calma y el contenido con el que haces las cosas son muy poderosos.
Mi perrita me lo enseña todos los días. Por eso la convivencia con ella trasciende al rol de "amo" y "mascota", porque la comprensión de la esencia de ambas (humana y perro) y salvaguardar sus significados, es lo que permite gozar de lo increíble que es contar con una compañía perruna incondicional.
domingo, 24 de agosto de 2014
El miedo
"...el miedo es un templo que se va construyendo poco a poco."
Un Millón de luces, Clara Sánchez
Como cuenta Clara Sánchez en su novela Un Millón de Luces, es curioso percatarse de que el miedo, insertado adecuadamente en la mente del contrario, hará que se paralice y se anule. Es curioso porque es real, en muchos casos así funciona. Es raro que aprendamos a dejarnos del miedo, que lo soltemos y lo dejemos por ahí, sólo señalándonos, alertándonos.
Usualmente al miedo le damos su poder y el inconveniente es que nos paraliza. Una persona que se paraliza ya no actúa, ahí se queda. Se le nubla la visión de las cosas, se desespera, se deja vencer y ahí acaba la historia, con trágico desenlace.
Si nos hacemos los ingenuos, a veces nos da por creer que el miedo no se presentará jamás. ¡Mentira! el miedo por sí mismo no es malo; lo malo es dejar que se apodere de nosotros. Así que el miedo va a estar presente en diferentes aspectos de nuestra vida. Revisa y lo resolverás. Te darás cuenta de que el miedo se presenta de muchas formas y en temas variados. Desde el miedo a que te corran de un trabajo, el miedo de decir lo que sientes, el miedo a que te dejen de querer, el miedo a que te corran de un sitio, el miedo a asumir una posición de poder, el miedo a fracasar, el miedo a formalizar una relación, el miedo a enamorarte, el miedo a viajar, el miedo a quedarte solo, el miedo a que el dinero no alcance, el miedo a que los hijos cometan errores, el miedo a la vergüenza, el miedo a que no te escuchen.. hay muchas clases de miedo. Todas existen para advertirte de algo, para que lo veas con todos sus colores y lo sientas con tu piel.
Lo que haces luego de sentir el miedo es lo que te define. Puedes correr e ignorar que pasó, pero también puedes respirarlo profundamente y echarte el clavado. Todo dependerá de la acción más valiente a realizar. Esa es la que no toma la mayoría de la gente, porque requiere mucho de ti, pero también es la que más recompensas te dará.
El miedo es parte de la vida. Así es. No te dejes vencer por él, vívelo y no dejes que no te deje vivir.
sábado, 23 de agosto de 2014
Los errores
Los errores nos ayudan a conocernos, dijeron en Grey´s Anatomy alguna vez. Es verdad, cuando te suceden te ponen a prueba y conoces en qué medida eres capaz de levantarte luego de uno.
Los errores son inevitables en la vida. Así de simple. Te vas a equivocar, no una, sino muchas veces. La vida, si tienes el valor de vivirla, te hará cometer muchos, muchos, muchos errores. Esperanzadamente aprendes de ellos y subes un peldaño en la larga escalera de experiencias que te esperan. Sin embargo, cada escalón tiene un error esperando por ti.
Los errores duelen y más cuando te percatas, mirando hacia atrás, que tal vez si hubieras abierto bien los ojos, hubieras podido hacerlo diferente. Puedes lamentarte de ello, pero sólo eso, porque no hay manera de regresar el tiempo y advertírtelo. Así que si te equivocas, lo mejor que puedes hacer es seguir avanzando y no detenerte. No sería justo frenarse por cometer un error. Es difícil avanzar, sí, pero tienes que hacerlo para no perderte de todo lo genial que te espera allá adelante.
La vida es dinámica, no puedes paralizarte por el miedo a los errores. Te encantaría prever todo, analizarlo todo, anticiparlo todo, conocerlo todo, controlarlo todo para evitar equivocarte en la medida de lo posible. Está bien pensarse las cosas un poco, pero no tanto que te atasques en el ir y venir de ideas, porque en ese vaivén te vas a quedar, y peor que equivocarte: ni avanzarás, ni querrás regresar. Nada, te quedas en un limbo del que será difícil salir si no tienes el valor de aceptar que te vas a equivocar alguna vez.
Hay de errores a errores. Tal vez los que más influyen en nuestras vidas son los que más miedo dan. Sería genial evitarlos, pero si por miedo a equivocarte no avanzas, te pierdes de lo maravilloso que conlleva. Vamos, es cosa de atreverse y crecer. Ningún error será una pérdida trágica si aprendes de éste. Ese es el sentido real de equivocarse. Si nunca te equivocaras... la aburrida que esa vida sería también te fastidiaría, incluso más que una vida sin errores.
No tengas miedo a equivocarte. Haz caso a tu corazón y anda. Convierte tus errores en historias y acumula tantas que tengas mucho que contar. Finalmente, lo importante es eso: que hagas algo, que no te quedes quieto.
Vive.
viernes, 22 de agosto de 2014
Cinco años y algo más (6o. Parte)
Viernes de Relatos
La indecisión es un viaje largo. Los dilemas que se sobre piensan sólo consiguen agotarte sin llevarte a ningún lado. Son como una anestesia de la que despiertas a la mitad, sientes el hormigueo molesto y la necesidad de que se pase, pero estás atorada en esa sensación. Ni se duerme, ni se despierta.
Los días avanzan y sigo sin decidir. Me he dejado atrapar por una terrible monotonía. No puedo disfrutar de David, ni tampoco de él. Me la paso descifrando la mejor decisión, pero sin valor a tomarla, el tiempo se me escurre entre las manos.
El calendario sigue avanzando y noto que ya han pasado tres años desde aquella primera vez sentados en la banca. Ambos tienen lo suyo. David extrae de mí la diversión y la locura de las noches de fiesta y las bromas con amigos. Él extrae de mí las palabras que me componen, que me interesan profundamente. Le comparto mis ideas y me presta las suyas.
Tardes sentada en el parque, bajo árboles hermosos que nos cobijan con su fresca sombra. Música que hace danzar mis músculos y reír de lo banal. Dos mundos que me gustan, pero uno me fascina más. Tal vez uno de ellos pueda entrar al otro. Podría tenerlos ambos, pudiera ser. Tal vez pueda ser. David no será de los que charle sobre la vida conmigo, pero tal vez él sea de los que quiera bailar conmigo. Podría ser una posibilidad. Sería cosa de probar, pero no querrá probar hasta que no haya nadie más.
Siento una emoción irresistible que hace latir mi corazón deprisa.
Mañana citaré a David para tomar café. Le extrañará mi plan, pero es momento de sentarnos a hablar.
La indecisión es un viaje largo. Los dilemas que se sobre piensan sólo consiguen agotarte sin llevarte a ningún lado. Son como una anestesia de la que despiertas a la mitad, sientes el hormigueo molesto y la necesidad de que se pase, pero estás atorada en esa sensación. Ni se duerme, ni se despierta.
Los días avanzan y sigo sin decidir. Me he dejado atrapar por una terrible monotonía. No puedo disfrutar de David, ni tampoco de él. Me la paso descifrando la mejor decisión, pero sin valor a tomarla, el tiempo se me escurre entre las manos.
El calendario sigue avanzando y noto que ya han pasado tres años desde aquella primera vez sentados en la banca. Ambos tienen lo suyo. David extrae de mí la diversión y la locura de las noches de fiesta y las bromas con amigos. Él extrae de mí las palabras que me componen, que me interesan profundamente. Le comparto mis ideas y me presta las suyas.
Tardes sentada en el parque, bajo árboles hermosos que nos cobijan con su fresca sombra. Música que hace danzar mis músculos y reír de lo banal. Dos mundos que me gustan, pero uno me fascina más. Tal vez uno de ellos pueda entrar al otro. Podría tenerlos ambos, pudiera ser. Tal vez pueda ser. David no será de los que charle sobre la vida conmigo, pero tal vez él sea de los que quiera bailar conmigo. Podría ser una posibilidad. Sería cosa de probar, pero no querrá probar hasta que no haya nadie más.
Siento una emoción irresistible que hace latir mi corazón deprisa.
Mañana citaré a David para tomar café. Le extrañará mi plan, pero es momento de sentarnos a hablar.
jueves, 21 de agosto de 2014
La gente se va
Parte de lo que puede doler más cuando la gente se va, es lo que se lleva con ella. Y más cuando se van de tu vida, para ser parte de la vida de otro.
Se interrumpe el tiempo y el espacio toma otro rumbo. Se desvanecen los planes que se habían construido. Esa agenda de fiestas, reuniones, viajes y paseos se vacía de repente. La ilusión que te hacía salir y reírte del mundo con esa persona, no te asienta, porque ya no será. Las conversaciones pendientes no se concluirán. Las peleas absurdas jamás serán escuchadas otra vez y los gestos de cariño que espontáneamente regalabas, tendrás que quedártelos y guardarlos por ahí. Los recuerdos de la persona que se quedan cerca de ti, se perciben intrusos. Ya no van con el nuevo rumbo, son anclas y hay que elevarlas para poder avanzar.
Aunque estés triste, sonríes; porque el viaje no ha concluido. Aún hay más después de ese tramo de terracería que te tambalea y pretende retarte. Tú debes seguir, porque sólo estás retomando tu rumbo.
En esencia, lo único que cambia, es el compañero de viaje que va a acompañarte. Tú sigues viajando y disfrutando el paisaje.
lunes, 18 de agosto de 2014
Adiós
El cielo objetó con su tremendo temperamento. Granizo azotando mi parabrisas, la calle blanca y congelada. Torrentes de lluvia impidiendo avanzar. El cielo de la noche negreciendo nuestros ánimos. Inundaciones adelante y atrás. Coches detenidos sin poder avanzar. El agua ahogando las llantas de los automóviles. La gente empapada de coraje reclamando al que le hiciera esperar.
- ¿Será esta una señal? - preguntaste mientras disimulabas que no podías dejar de llorar.
- Puede ser - dije yo, mordiéndome la lengua para evitar entrar en llanto.
- ¿Y qué significa?
- Lo que tú quieras que signifique - insinué esperando darle un giro a nuestro desenlace -Es como dice él, se trata de creer. Puedes creer en lo que tú quieras. Si quieres creer que esto es una señal diciéndonos que no deberíamos terminar, entonces eso es. ¡Qué importa que a nadie más le haga sentido! Si para nosotros es suficiente, lo es.
Nos quedamos en silencio unos segundos. Sentía palpitar mi corazón muy deprisa.
- Yo quiero creer. Yo elijo creer.
Pasaron las horas. No dijiste nada más. El silencio es la respuesta más contundente que un corazón roto puede escuchar. No pude fingirme sorda. Lo comprendí. Bajaste del coche cuando la oportunidad se presentó. Los demás no entendían por qué prolongábamos la despedida, cuando afuera todos nos reprochaban dejar de estorbar el paso. Quisimos mirarnos un poco más, pero un policía ya tocaba el cristal de mi ventana haciendo aspavientos para presionarme a avanzar. Miré el asiento de a lado. Ya no estabas ahí. Hubiera querido decirte algo, tocarte con un último abrazo.
La gente jamás se detendría a averiguar mi por qué. Eché a andar el coche y partí.
Envuelta en lágrimas y sin decir nada me despedí de ti. Aún recuerdo la tormenta y lo inaudito de estar ahí. Probablemente fue sólo el clima, pero yo decidí elegir. Para mí fue una señal, nosotros no debíamos dejarnos ir.
Adiós
sábado, 16 de agosto de 2014
El Post Número 100 !!! "Creer"
CREER
Dedicado a Sensei Josué Novoa, quien persiste en enseñarme a creer.
De niños lo hacemos con ojos cerrados, nadie nos ha arruinado el sentimiento al que le hacemos caso cada vez que se nos presenta la oportunidad. Nos creemos todo, desde las historias que para los adultos son fantasiosas, hasta las cosas que tienen que ver con nosotros mismos. Si nos dicen que existe la magia, lo creemos. Si nos dicen que existen los monstruos, lo creemos. Si nos dicen que somos poderosos y podemos hacer lo que queramos, lo creemos. Sin embargo, conforme crecemos, se nos olvida creer. Poco a poco nos enseñamos que la razón y la lógica son armas que tenemos a nuestro alcance y nos vamos adaptando a sus beneficios, hasta el punto en que les depositamos todo nuestro mundo.
Algunas cosas parece que estamos obligados a desmentirlas al crecer. Explicamos que es imposible que un ser vestido de rojo atraviese el mundo repartiendo regalos en un trineo volador y encontramos lo que realmente ocurre. Ningún adulto cree que los regalos provienen de este personaje. Nos sentimos en la obligación de dejar de creer y participar de una realidad que se sostiene por explicaciones lógicas. También dejamos de creer que nuestros padres son héroes y que lo saben todo. Analizamos que son seres humanos voluntariosos y geniales, pero que cometen errores como todos los demás. Les quitamos el ingrediente fantástico y los colocamos en un plano terrenal que merece nuestra admiración. Pronto, todo lo que ocurre a nuestro alrededor tiene como referencia una explicación que surge del análisis de la razón.
Creer no es precisamente el hecho de depositar la veracidad en lo imaginario o fantástico. Creer es eso que hacíamos de niños: poner el corazón en una idea y aceptarla sin buscarle los remaches que descubren su falsedad. Queremos encontrarle a los planteamientos una respuesta de adulto, exageradamente cierta. Si nuestra madre nos dice "qué hermosa eres", lo dudamos. "Eso lo dice porque es nuestra madre" Ejemplo que evidencia nuestra maña de poner todo el tela de juicio. "Mira, qué guapo es él" dice una chica al mirar a un chico pasar por la calle. Entonces dice la otra "¿Estás bien de lo ojos?" Y la primera chica se despide de su idea así nada más.
Creer es cosa de sacudirte por un rato la lógica de la razón. Si bien tu madre te verá con buenos ojos, ¿por qué no creerte que lo eres aunque lo diga ella? Si tú crees que alguien es guapo y te saca un suspiro, ¿por qué dejas de creerlo cuando alguien enjuicia lo contrario? A veces para creer hay que hacerse de oídos sordos. Es como cuando tu amigo en la infancia delata al verdadero hombre de rojo que deja los regalos debajo del árbol. Si lo escuchas, es como si te revelaran dónde está el truco. Algo dentro de ti se apaga, se muere. Si no escuchas más que a tu corazón, puedes creer por cuanto tiempo quieras y sentir la felicidad de esa magia. Ésa que se encuentra tan cerca en tu cotidianeidad, pero que ya no te enteras porque vas dejando de creer.
Creerte la más linda del planeta cuando sales a cenar con ese chico que tanto te gusta. ¿Lo quieres creer? ¡Créelo! No lo estropees con un análisis de criterios de belleza estandarizados con los que habrás de valorar si te eres muy bella o no. Creerte el mejor cocinero del planeta porque conseguiste hacer una receta difícil para la cena. ¿Creer que eres todo un chef? ¡Créelo! Y si de antemano en este momento estás pensando que creer lo anterior sería ser irreal y poco razonable. ¡Ya lo estropeaste! Así no se empieza a creer.
Creer, como decía antes, es cosa que sabíamos hacer bien cuando pequeños. Poner nuestro corazón en una idea y aceptarla como tal. Esta magia mal interpretada distorsiona su propósito, pero bien entendida hace cosas grandiosas por ti. A veces necesitamos creer, pero no nos damos cuenta de ello porque ya nos hicimos a la ordenanza de la razón. Así lo hacemos y no imaginamos cómo sería actuar sin ella.
Creer te regala sonrisas, te permite ver más allá, ir más lejos de lo literal y experimentar el poder de las cosas sencillas. Es increíble. Por eso, la invitación de hoy es que revises en qué crees. No dejes que nadie te lo estropeé. Resguarda eso y protégelo, es tuyo.
Cree... cree en ti... cree que puedes... cree.
Dedicado a Sensei Josué Novoa, quien persiste en enseñarme a creer.
De niños lo hacemos con ojos cerrados, nadie nos ha arruinado el sentimiento al que le hacemos caso cada vez que se nos presenta la oportunidad. Nos creemos todo, desde las historias que para los adultos son fantasiosas, hasta las cosas que tienen que ver con nosotros mismos. Si nos dicen que existe la magia, lo creemos. Si nos dicen que existen los monstruos, lo creemos. Si nos dicen que somos poderosos y podemos hacer lo que queramos, lo creemos. Sin embargo, conforme crecemos, se nos olvida creer. Poco a poco nos enseñamos que la razón y la lógica son armas que tenemos a nuestro alcance y nos vamos adaptando a sus beneficios, hasta el punto en que les depositamos todo nuestro mundo.
Algunas cosas parece que estamos obligados a desmentirlas al crecer. Explicamos que es imposible que un ser vestido de rojo atraviese el mundo repartiendo regalos en un trineo volador y encontramos lo que realmente ocurre. Ningún adulto cree que los regalos provienen de este personaje. Nos sentimos en la obligación de dejar de creer y participar de una realidad que se sostiene por explicaciones lógicas. También dejamos de creer que nuestros padres son héroes y que lo saben todo. Analizamos que son seres humanos voluntariosos y geniales, pero que cometen errores como todos los demás. Les quitamos el ingrediente fantástico y los colocamos en un plano terrenal que merece nuestra admiración. Pronto, todo lo que ocurre a nuestro alrededor tiene como referencia una explicación que surge del análisis de la razón.
Creer no es precisamente el hecho de depositar la veracidad en lo imaginario o fantástico. Creer es eso que hacíamos de niños: poner el corazón en una idea y aceptarla sin buscarle los remaches que descubren su falsedad. Queremos encontrarle a los planteamientos una respuesta de adulto, exageradamente cierta. Si nuestra madre nos dice "qué hermosa eres", lo dudamos. "Eso lo dice porque es nuestra madre" Ejemplo que evidencia nuestra maña de poner todo el tela de juicio. "Mira, qué guapo es él" dice una chica al mirar a un chico pasar por la calle. Entonces dice la otra "¿Estás bien de lo ojos?" Y la primera chica se despide de su idea así nada más.
Creer es cosa de sacudirte por un rato la lógica de la razón. Si bien tu madre te verá con buenos ojos, ¿por qué no creerte que lo eres aunque lo diga ella? Si tú crees que alguien es guapo y te saca un suspiro, ¿por qué dejas de creerlo cuando alguien enjuicia lo contrario? A veces para creer hay que hacerse de oídos sordos. Es como cuando tu amigo en la infancia delata al verdadero hombre de rojo que deja los regalos debajo del árbol. Si lo escuchas, es como si te revelaran dónde está el truco. Algo dentro de ti se apaga, se muere. Si no escuchas más que a tu corazón, puedes creer por cuanto tiempo quieras y sentir la felicidad de esa magia. Ésa que se encuentra tan cerca en tu cotidianeidad, pero que ya no te enteras porque vas dejando de creer.
Creerte la más linda del planeta cuando sales a cenar con ese chico que tanto te gusta. ¿Lo quieres creer? ¡Créelo! No lo estropees con un análisis de criterios de belleza estandarizados con los que habrás de valorar si te eres muy bella o no. Creerte el mejor cocinero del planeta porque conseguiste hacer una receta difícil para la cena. ¿Creer que eres todo un chef? ¡Créelo! Y si de antemano en este momento estás pensando que creer lo anterior sería ser irreal y poco razonable. ¡Ya lo estropeaste! Así no se empieza a creer.
Creer, como decía antes, es cosa que sabíamos hacer bien cuando pequeños. Poner nuestro corazón en una idea y aceptarla como tal. Esta magia mal interpretada distorsiona su propósito, pero bien entendida hace cosas grandiosas por ti. A veces necesitamos creer, pero no nos damos cuenta de ello porque ya nos hicimos a la ordenanza de la razón. Así lo hacemos y no imaginamos cómo sería actuar sin ella.
Creer te regala sonrisas, te permite ver más allá, ir más lejos de lo literal y experimentar el poder de las cosas sencillas. Es increíble. Por eso, la invitación de hoy es que revises en qué crees. No dejes que nadie te lo estropeé. Resguarda eso y protégelo, es tuyo.
Cree... cree en ti... cree que puedes... cree.
viernes, 15 de agosto de 2014
Cinco años y algo más (5o. parte)
Viernes de Relatos
- ¿Si nos vemos mañana?
Él movió la cabeza de un lado a otro.
- ¿Qué no quedas te verte con David?
Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.
- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?
Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.
- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.
Y así nada más contestó.
- Extrañarte.
- ¿Si nos vemos mañana?
Él movió la cabeza de un lado a otro.
- ¿Qué no quedas te verte con David?
Sí, en realidad sí. Hice una mueca y me volteé al otro lado. Aún existía David. A veces le hablaba sobre la posibilidad de terminar la relación. Él jamás me animaba a hacerlo, sólo me ayudaba a reflexionar y analizar las cosas, pero sin emitir una determinante opinión. Esta vez se la pedí, quería saber qué pensaba... qué sentía.
- Es cosa tuya. Si te digo que no lo termines, dirás que es porque no me importas - sonreí como quien domina el arte de leer entre líneas - por otro lado, si te digo que lo termines, acto seguido estarás esperando a que reclame tu libertad - me sonrojé increíblemente - ... pero si no actúo como esperas, la que me reclamará serás tú. ¿Me entiendes?
Ninguna opción me dejaba satisfecha del todo, pues no me daba certeza de lo que traía en la cabeza. ¿Acaso es tan necesario saber lo que alguien está dispuesto a dar para luego actuar? Supongo que trataba de enseñarme que cortar a David debía ser una decisión tomada por la variable de estar o no con David. Él no era lo que debía definir si me quedaba o no con David. Vaya, debía arriesgarme. Yo sola elegir y estar a gusto con ello; y él librarse de cualquier inconformidad de mi parte si no sucedía mi parecer. Me fastidia esto de tomar decisiones y más con tanto que perder o ganar.
- ¿Y qué harás mañana? - le pregunté cambiando el tema.
Y así nada más contestó.
- Extrañarte.
miércoles, 13 de agosto de 2014
Testigos de nuestra historia
Buscamos quien atestigüe nuestra historia
Josué Novoa
Hemos dicho que cada uno de nosotros tiene una historia. Más allá de poseerla y sentirnos dueños de ésta, lo curioso es que buscamos tener con quién compartirla. Alguien que esté presente para dar testimonio de que sucedió.
Tal vez en esto radique la necesidad de encontrarnos con alguien que esté presente a nuestro lado. No significa que esté físicamente ahí, como nuestra sombra, sino que no se pierda detalle. Algo así como un fiel compañero. A veces encontramos a este testigo en un amigo entrañable, en algún miembro de nuestra familia y en algunas ocasiones, en una pareja. Como sea, necesitamos un cómplice que esté al pendiente de los nudos más interesantes y frustrantes de nuestras tramas.
Cuando nos ocurre algo que nos mueve por dentro, queremos contárselo a alguien. No a todos, sólo a uno o dos. No todos lo entienden, no todos lo valorarían de la misma forma que tú. Eliges bien a quién se lo compartirás y la persona sabrá atesorarlo. En eso confías. Tal vez necesitamos a alguien así porque lo increíble de la vida se disfruta mejor cuando lo compartes.
No cualquier persona es candidata para este propósito. Es algo tan personal e íntimo, que precisamente en la confidencialidad se resguarda su valor. No es que no pueda decirse a los cuatro vientos, pero de forma singular depositamos en alguien el placer de contárselo. Es más, la escena no está completa hasta que ese alguien ha escuchado tu historia y en un gesto se vuelve partícipe de ella. Esa persona a la que mueres de ganas de decírselo, de hacerla parte.
Esas personas te comprenden y se quedan a escuchar el final, aún cuando la historia tenga matices oscuros y párrafos que den miedo. Esas personas iluminan lo más macabro y de algún modo consiguen animarte a avanzar. No sólo escuchan tu historia, la hacen suya.
Es emocionante encontrar quien esté dispuesto a no perderse nada de ti. Es emocionante encontrar a alguien de quien tú no estés dispuesto a perderte nada.
Sería emocionante tener esa suerte.
lunes, 11 de agosto de 2014
Las palabras
Dicen que a las palabras se las lleva el viento cuando son habladas y que las que perduran son las acciones. Me atrevería a decir que las palabras no siempre tienen alas y a veces apuñalan con puntas filosas.
Las palabras tienen efecto e impacto, mucho. Sobre todo cuando las sabes usar. Son un arma que desarma a las personas. Pueden enamorar dulcemente, pueden lastimar cruelmente, pueden etiquetar, pueden empoderarte, pueden debilitarte. Tienen el poder que tú decidas darles.
Usualmente estamos conscientes de lo que decimos. Al menos cuando estamos más acostumbrados a pensar primero antes de hablar. Y hay ocasiones, en que aún habiendo pensado las cosas, decimos lo que no queríamos decir. ¿A qué me refiero? La mayoría de las veces estamos conscientes de lo que decimos y hasta elegimos la mejor forma de plantearlo. Elegimos bien el arma que vamos a usar para nuestro propósito. Claro, conocemos a quién se lo vamos a decir y entonces apuntamos. Más allá de pensar antes de hablar, deberíamos sentir.
Si sintiéramos primero, luego pensáramos y luego habláramos, tal vez este filtro que propongo nos salvaría de hacer tanto daño. Nos ayudaría a medir el impacto, a disminuir los estragos. Porque a veces el ejercicio de "pensar" las cosas no se acompaña de la sensibilidad de empatizar con el que va a escucharnos. Sólo sabemos qué efecto tendrá e impulsados por un coraje, un conflicto, un orgullo u otra cosa, nos animamos y en una valentía fingida arrojamos nuestras mejores palabras. Vaya, tal vez si primero sentimos cómo se oye lo que vamos a decir y sentimos lo que vamos a hacerle al otro, podamos actuar de mejor modo.
Esta búsqueda de sincronizar la cabeza con el corazón es algo que últimamente se escucha constantemente. Supongo que algo como esto es lo que se persigue. Porque finalmente, el sentimiento nos mueve y nos comunica sensiblemente con los que nos rodean. Es más fácil conectar por ese medio, que por otro.
Las palabras son poderosas y todos las tenemos a la mano. Haz buen uso de ellas. Elige bien qué palabras hablarán por ti; qué palabras nos dirán quién eres tú.
sábado, 9 de agosto de 2014
Detallitos pequeñitos
Son cosas minúsculas para los ojos y para el corazón son tan enormes que no caben en una habitación. Esos detallitos tan pequeñitos que hacen la diferencia entre un rostro cabizbajo y una sonrisa muy curvilínea que deja asomar hasta la garganta.
¿Qué tipo de cosas logran esta transformación? Varias y dependen de cada quien. No son meramente obsequios. Pueden ser objetos o acciones. Y para producirlos no hay una receta como tal para ofrecer. Ni instrucciones qué seguir para no perderse. Para conocer qué detallitos son ideales para despertar el alma de otra persona, a veces sólo basta con ser uno mismo en plenitud.
Estos detallitos surgen con naturalidad de ti mismo, sin ser forzados. Los traes contigo y la persona indicada para recibirlos los detecta sin que hagas aspavientos para que los mire. Se presentan en la forma en que te dicen una palabra o en la manera en que revuelven el azúcar en el café. Se presentan en una curiosa manía, como romper la manteleta de papel y hacer figuras con ella. La forma en que se apenan, la manera en que se ríen, las obsesiones que traen consigo, la inocencia que conservan, la torpeza que les persigue... todas ellas expuestas en algún detallito pequeñito que sólo ciertas personas pueden percibir como curiosamente agradable.
Esas cosas que sólo tú observas y te mueven el corazón, son los detallitos pequeñitos que hacen trascendentales los segundos que pasas junto a una persona. Son los que atesoras y los que te conmueven las entrañas. Detalles que te conectan a otra persona mágicamente.
Es curioso que lo pequeño logre tantas cosas grandiosas: enamorarte, tocarte, sacudirte, despertarte, inspirarte y sentir.
Finalmente de eso va la vida; de sentir.
viernes, 8 de agosto de 2014
Cinco años y algo más (4o. Parte)
Viernes de relatos
David era de la clase de hombres que odiaban estar en casa. Sus gustos le arrimaban siempre a un lugar público y escandaloso. Si era un restaurante al que íbamos, tenía que escucharse música estruendosa en el fondo. Las noches las gastaba en bares, antros y otros sitios donde bailar y beber. Le gustaba estar rodeado de personas, le disgustaba estar solo.
Tenía muchos amigos, una lista larga llena de nombres de mujeres y hombres. No era que fuera entrañable con todos ellos, pero sin duda, le funcionaba tener tantos como para que cada fin de semana lo tuviéramos siempre ocupado con planes aquí y allá. Era muy rara la vez en que estábamos solos él y yo, y cuando eso sucedía, él se aburría rápidamente y buscaba algo en qué poner su atención. ¿Por qué nos ocurría esto? Quisiera culpar a nuestra diferencia de intereses, que al inicio parecía ser lo que nos complementaba cual imanes positivo y negativo. No estudiamos lo mismo, no leíamos lo mismo, no trabajábamos en lo mismo, no nos apasionaba lo mismo. ¿¡Quién querría lo mismo!?
Polos opuestos que de algún modo se atrajeron en una fiesta. Resultó que teníamos una amiga en común. Nos presentó, le gusté, me gustó y sin más, empezamos la relación. Supongo que me sedujo su forma tan relajada de ser frente a las multitudes. Incapaz de cohibirse y siempre agradando a todo aquel que se pusiera frente suyo. Podía encontrar tema de conversación con quien fuera, lo que me desesperaba que no le ocurriera conmigo. Yo me explicaba de que la fugacidad de esas charlas era lo que le entretenía, pues terminaban a penas se retiraba el último invitado. Lo dicho quedaba en el pasado y no tenía que esforzarse por mantener interesante la conversación a día siguiente.
Podía aceptar su ritmo de vida, lo que no podía tolerar era su forma de congraciarse con sus "amiguitas". Entiendo que a una pareja no puedes encerrarla en un caja fuerte de la que sólo compartes la combinación a personas de su mismo sexo. Tiene que convivir con mujeres, no hay duda. Sin embargo, la diferencia entre una plática casual sin significado y una plática coqueta, galante y con segundas intenciones puede no quedar clara para ciertas personas. David pecaba de ingenuo en ese sentido. Las discusiones que tenía con él se iniciaban por eso. Sonrisas disimuladas acompañadas de un ojo cerrado, suaves toques de la mano sobre el hombre de él, empujoncitos a la hora de bromear, una mano acariciándole el cuello no más por molestar... gestos y ademanes que yo sabía que pretendían algo más.
La última pelea fue a causa de una de sus "amigas". Abrazo prolongado, caricia en el brazo, beso profundo en la mejilla al despedirse... ¡Hasta aquí! Entonces las palabras subieron su volumen y el coraje echó a andar mis pies hasta un parque. Lo dejé a él en la banqueta llamándome "loca" y "celosa enferma". Me hirió, lo reconozco. Lloré desconsolada, averiguando si actuaba irracional o justificadamente.
Las conversaciones pueden ser muy poderosas, detonan una guerra entre dos personas o las unen más. Con David, parecían separarnos; con él, parecían unirnos.
Me dan ganas de decirle esto apenas llegue al parque, pero mi falta de certeza sobre esta locura me frenan rápidamente. Realmente me siento muy unida a él, más que a David. Esto empieza a contrariarme. Me siento más viva en viernes que en otro día de la semana. Finalmente, llego al parque y ahí está él. Me espera sentado aguardándome un sitio a su lado. Me mira en la distancia, me ha encontrado. Me acomodo en la banca y siento su compañía. Miro sus ojos que me hacen sonreír y en un desesperado suspiro hace de preámbulo. Le regalo mi sonrisa y empezamos a charlar.
David era de la clase de hombres que odiaban estar en casa. Sus gustos le arrimaban siempre a un lugar público y escandaloso. Si era un restaurante al que íbamos, tenía que escucharse música estruendosa en el fondo. Las noches las gastaba en bares, antros y otros sitios donde bailar y beber. Le gustaba estar rodeado de personas, le disgustaba estar solo.
Tenía muchos amigos, una lista larga llena de nombres de mujeres y hombres. No era que fuera entrañable con todos ellos, pero sin duda, le funcionaba tener tantos como para que cada fin de semana lo tuviéramos siempre ocupado con planes aquí y allá. Era muy rara la vez en que estábamos solos él y yo, y cuando eso sucedía, él se aburría rápidamente y buscaba algo en qué poner su atención. ¿Por qué nos ocurría esto? Quisiera culpar a nuestra diferencia de intereses, que al inicio parecía ser lo que nos complementaba cual imanes positivo y negativo. No estudiamos lo mismo, no leíamos lo mismo, no trabajábamos en lo mismo, no nos apasionaba lo mismo. ¿¡Quién querría lo mismo!?
Polos opuestos que de algún modo se atrajeron en una fiesta. Resultó que teníamos una amiga en común. Nos presentó, le gusté, me gustó y sin más, empezamos la relación. Supongo que me sedujo su forma tan relajada de ser frente a las multitudes. Incapaz de cohibirse y siempre agradando a todo aquel que se pusiera frente suyo. Podía encontrar tema de conversación con quien fuera, lo que me desesperaba que no le ocurriera conmigo. Yo me explicaba de que la fugacidad de esas charlas era lo que le entretenía, pues terminaban a penas se retiraba el último invitado. Lo dicho quedaba en el pasado y no tenía que esforzarse por mantener interesante la conversación a día siguiente.
Podía aceptar su ritmo de vida, lo que no podía tolerar era su forma de congraciarse con sus "amiguitas". Entiendo que a una pareja no puedes encerrarla en un caja fuerte de la que sólo compartes la combinación a personas de su mismo sexo. Tiene que convivir con mujeres, no hay duda. Sin embargo, la diferencia entre una plática casual sin significado y una plática coqueta, galante y con segundas intenciones puede no quedar clara para ciertas personas. David pecaba de ingenuo en ese sentido. Las discusiones que tenía con él se iniciaban por eso. Sonrisas disimuladas acompañadas de un ojo cerrado, suaves toques de la mano sobre el hombre de él, empujoncitos a la hora de bromear, una mano acariciándole el cuello no más por molestar... gestos y ademanes que yo sabía que pretendían algo más.
La última pelea fue a causa de una de sus "amigas". Abrazo prolongado, caricia en el brazo, beso profundo en la mejilla al despedirse... ¡Hasta aquí! Entonces las palabras subieron su volumen y el coraje echó a andar mis pies hasta un parque. Lo dejé a él en la banqueta llamándome "loca" y "celosa enferma". Me hirió, lo reconozco. Lloré desconsolada, averiguando si actuaba irracional o justificadamente.
Las conversaciones pueden ser muy poderosas, detonan una guerra entre dos personas o las unen más. Con David, parecían separarnos; con él, parecían unirnos.
Me dan ganas de decirle esto apenas llegue al parque, pero mi falta de certeza sobre esta locura me frenan rápidamente. Realmente me siento muy unida a él, más que a David. Esto empieza a contrariarme. Me siento más viva en viernes que en otro día de la semana. Finalmente, llego al parque y ahí está él. Me espera sentado aguardándome un sitio a su lado. Me mira en la distancia, me ha encontrado. Me acomodo en la banca y siento su compañía. Miro sus ojos que me hacen sonreír y en un desesperado suspiro hace de preámbulo. Le regalo mi sonrisa y empezamos a charlar.
miércoles, 6 de agosto de 2014
Todo se acomoda
Hay temporadas en la vida en que es más difícil entender por qué nos sucede lo que nos sucede. No se nos deja respirar entre tanta cosa que se va acumulando para que la resolvamos. Es como abrir una caja de un rompecabezas y esparcir las piezas sobre la mesa. Imagina un rompecabezas de miles de piezas... ¡de millones! No has terminado de mirar las primeras cuando descubres que no dejan de salir más y más del empaque. De repente empiezas a tumbar los montones y buscas darles un espacio sobre la superficie para observar a detalle los colores y formas que las componen, pero tu tarea se interrumpe porque han salido más piezas del rompecabezas.
¡Qué lío! ¡Deténganse!
Hay temporadas así en la vida. Problemas y decisiones que se suman a la lista de pendientes a resolver. No se van y su presencia molesta porque no hay forma de olvidarse de ellos. Algunos son pequeñeces, pero otros son trascendentales. Si pudieras tener el control del universo tú dispondrías de todo para ir solucionándolo a tu ritmo. Sin embargo, no todas las variables están bajo tu poder y tienes que coordinar de la mejor manera la sucesión de hechos para resultar lo mejor favorecida en el rumbo que decidas tomar.
Estos momentos son caóticos. Parece que no terminas una cosa cuando ya está asomándose la que sigue. Lo que debes tener claro es que no te puedes permitir paralizarte ante la situación. Debes avanzar, no hay más. Detenerse no es opción. Todas esas piezas que te han sido aventadas de un jalón tienen un propósito, desde esas que no parecen funcionar, hasta las que crees que funcionarán y finalmente no lo hacen. Tanto lo que resulte un fracaso, como un éxito, todo tiene un propósito de aprendizaje para ti.
Todo se acomoda al final si te mantienes caminando. Tomará un rato, requerirá mucho de ti, necesitarás paciencia y confianza, pero se acomodará. Cada pieza encuentra su sitio si le das algunas vueltas y no te empecinas en hacerla encajar a la fuerza donde no va. Así todo lo que se presenta en tu vida tiene un sentido, porque por pequeño que parezca, forma parte de algo más grande que te hará crecer y ser mejor cada vez.
Ten confianza y no lo sufras. Siéntelo y déjalo ir. Respira y en calma, sigue avanzando, sigue. Ya verás que en el trabajo y el esfuerzo, todo se acomoda y luce bien al final, como la increíble foto del rompecabezas una vez terminada.
martes, 5 de agosto de 2014
¿Te late?
Ese "te late" es tu vocesita interior haciéndose escuchar. ¿Te ha pasado? Un instinto, una vibración, una emoción... te sucede muy adentro y te sugiere algo. Sólo tú puedes saber qué.
Esa sensación que te llama, te invita, te detiene, te pausa, te apresura... nunca se equivoca si estás lo suficientemente en paz para dejar que te hable correctamente. Tiene un parecido con un presentimiento. Algunas veces ha salvado vidas incluso. Pero para que surta efecto su mensaje, hay que escucharlo.
Esta voz no se analiza, ni se interroga. Se descifra y se hace caso. No pide más de ti. Si haces más la estropeas. Así de simple. Si la cuestionas y le viertes lógica le arrebatas su poder y la haces flaquear. Si te habla, abrázala y déjala actuar. Confía en ella.... confía.
Hay que educarnos un poco para que esto funcione. A veces es nuestro miedo o nuestra ansiedad la que se pone el disfraz de vocesita. No te engañes, debes ser capaz de respirarla para identificar si es real o la está creando algo más. Esta voz es pura y brota en momentos de calma en que conectas con lo que sucede a tu alrededor y las personas que están ahí.
Es interesante cuando te ocurre y es genial cuando haces caso.
¿Te ha pasado?
domingo, 3 de agosto de 2014
Ayer no existían las princesas
Aunque las princesas por concepto siempre han existido, no fueron el motivo principal de las fiestas de disfraces, ni de los cumpleaños cuando era niña. El rosa exagerado, las coronas, la diamantina y los vestidos pomposos son relativamente recientes. Digo "relativamente", porque aunque la idea de ser princesa siempre ha encantado, hasta ahora se ha explotado en cantidades tremendas.
¿Con qué soñaba en mi época de soñar? Eran otras las historias que cautivaban la atención. No soñábamos con un príncipe que llegaba a rescatarnos, pero sí con un "chavo" que fuera capaz de mirarnos profundamente y de echarnos ese vistazo que nos hacía súbitamente visibles. Era esta otra clase de tramas que se mantiene vigente en las películas. La mujer cuyas cualidades pasan desapercibidas y sólo los dignos de ella las ven. Mientras eso ocurre, la soledad, la añoranza y la fantasía engalanan sus suspiros.
Las películas que transmitían en la televisión de eso iban. La no popular y poco arreglada era la que se quedaba con el más guapo y popular. Su antítesis. Ella le suministraba un poco de su valiosa autenticidad y él le sacudía el disfraz para concordarlo con su belleza interior. Esta idea podríamos situarla en el escenario de la realeza que supone a las princesas, pero estas muchachitas no usaban corona sino braquets, y en lugar de vestidos hermosos, pantalones de mezclilla deshilachados; en lugar de zapatillas de cristal, unos buenos pares de tenis.
Lo que quiero destacar de todo esto, es que la idea de ser vistas por los ojos correctos, cuando menos pretendemos ser miradas, es lo que mantiene vigente la idea de soñar con un hombre que represente esta contraparte. Tal vez reconocemos que hay momentos en nuestras vidas en que no nos sentimos lindas porque tenemos líos grandes en nuestra cabeza como para preocuparnos por cómo nos vemos en el espejo. Son esos momentos de encrucijadas trascendentales los que nos hacen mirar para otro sitio. Momentos terribles donde nos sentimos perdidas, incubadas en un capullo esperando nuestra transformación. Quien en esos momentos tan desafortunados es capaz de hallarnos lindas y hermosas, valiosas e interesantes, se lleva nuestro corazón. Porque no tendríamos mejor evidencia de un amor desinteresado, que aquel que se enamora de nosotras en nuestra peor presentación. Así, cuando nos despojamos del capullo como mariposas emprendiendo el vuelo, seremos capaces de detectar qué miradas son más reales que las otras.
Soñar con ese "chavo" que aparece en nuestra vida para ayudarnos a proyectar hacia afuera lo que realmente somos, es un sueño que teníamos cuando no nos saturaban las princesas; y que en realidad ellas también nos copiaron. Porque finalmente, cuando crecemos nos damos cuenta de que no necesitábamos esa muletilla de un hombre que nos diera un empujoncito para hacer lo que nosotras mismas podíamos hacer. Esa idea de ser reconocidas por otro nos hace ilusión de que no estamos tan erradas en el camino que estamos andando para descubrir quiénes somos. Nos asegura que aún cuando parecemos no encajar, ya estamos encontrando nuestro lugar.
Así que, si en el camino del descubrimiento de tu identidad tienes la suerte de que en el paso se enamoren de ti. Vaya.... disfruta a ese "chavo" o a tu príncipe. Los cuentos de hadas no son para toda la vida, pero si pudiste tener uno por un día, vívelo feliz para siempre.
viernes, 1 de agosto de 2014
Cinco años y algo más (3o. parte)
Viernes de Relatos
Las buenas pláticas son lo que más me gusta. Es nuestra única forma de compartir. No necesitamos ir de compras, ni al cine. No tenemos que acompañar las palabras con bocadillos o platillos complicados a la mesa. Tampoco necesitamos de un café servido en una taza sobre una mesita que nos llega a las rodillas. Es curioso que nos bastemos a nosotros mismos para crear la magia.
Cuando traté de explicarle a una amiga lo que él y yo éramos, no lo entendió. En primera, porque no dudó en etiquetar mi ritual como un acto de infidelidad. ¡Ni siquiera nos hemos besado! Aseveré indignada. En segunda, porque no creía posible que dos personas pudieran conformarse con una banca en un parque. ¿Por qué no? ¿Será inaudito que una conversación sea suficiente para confortar a dos personas? No nos hacen falta las muletillas que hilan los silencios incómodos entre un tema y otro. Esos bocados llevados al paladar como paréntesis mientras conjuras las siguientes frases para no equivocarse. No requerimos de algo que nos robe la atención mientras elucubramos qué decir después. Miradas, gestos, respiración y palabras es lo que compone la mejor compañía.
En general, me sentía muy a gusto con esta fórmula de los viernes. Nada de expectativas, nada qué perder, ningún contrato social. Estar con él me ponía contenta. Demasiado contenta. Tal vez ahí radicara el único detalle que podía enfrentarme a un vicioso diálogo interno. Me gustaba tanto él, que quería más de él.
Nunca habíamos planteado la posibilidad de vernos otro día que no fuera viernes. El trato era claro. Además, él la tenía a ella, y yo tenía a David. Al inicio era así. Ahora que él había terminado con ella tenía más tiempo para hacer lo suyo y reorganizar el fin de semana. Imaginé una vez, llena de curiosidad y fantaseando tontamente, que tal vez podríamos llevar nuestros ratos de viernes a otro día que no fuera ese. Podía pasar... él ya no tenía ocupados los otros días. Me imaginaba con él en el mismo parque para no variar. Platicando más y más sobre todo y nada. Riendo y discutiendo aquello en lo que diferimos. Profundizando en aquello que compartimos.
En eso, el rostro de David se antepuso a mi imaginación. Un leve remordimiento me hizo morderme los labios y suspirar. Abrí los ojos y abandoné el irreal mundo de mis traviesos pensamientos. Mis labios hicieron una mueca. No podía pasar eso con él, yo no tengo su libertad.
Tratando de explicarme la irónica sucesión de los hechos, me remonté un tiempo atrás, poco más de un año. Estaba yo en ese parque, llorando desconsolada. Fue él quien me ayudó a mirar las cosas con mejores ojos. Me escuchó, me ayudó a entender. Todo pareció correcto. Ahora, lo que una vez desesperada quise reparar me estorbaba terriblemente.
¿Será que sí le estoy siendo infiel?
Lo que sé, es que por primera vez lamenté haber aceptado de vuelta a David.
Las buenas pláticas son lo que más me gusta. Es nuestra única forma de compartir. No necesitamos ir de compras, ni al cine. No tenemos que acompañar las palabras con bocadillos o platillos complicados a la mesa. Tampoco necesitamos de un café servido en una taza sobre una mesita que nos llega a las rodillas. Es curioso que nos bastemos a nosotros mismos para crear la magia.
Cuando traté de explicarle a una amiga lo que él y yo éramos, no lo entendió. En primera, porque no dudó en etiquetar mi ritual como un acto de infidelidad. ¡Ni siquiera nos hemos besado! Aseveré indignada. En segunda, porque no creía posible que dos personas pudieran conformarse con una banca en un parque. ¿Por qué no? ¿Será inaudito que una conversación sea suficiente para confortar a dos personas? No nos hacen falta las muletillas que hilan los silencios incómodos entre un tema y otro. Esos bocados llevados al paladar como paréntesis mientras conjuras las siguientes frases para no equivocarse. No requerimos de algo que nos robe la atención mientras elucubramos qué decir después. Miradas, gestos, respiración y palabras es lo que compone la mejor compañía.
En general, me sentía muy a gusto con esta fórmula de los viernes. Nada de expectativas, nada qué perder, ningún contrato social. Estar con él me ponía contenta. Demasiado contenta. Tal vez ahí radicara el único detalle que podía enfrentarme a un vicioso diálogo interno. Me gustaba tanto él, que quería más de él.
Nunca habíamos planteado la posibilidad de vernos otro día que no fuera viernes. El trato era claro. Además, él la tenía a ella, y yo tenía a David. Al inicio era así. Ahora que él había terminado con ella tenía más tiempo para hacer lo suyo y reorganizar el fin de semana. Imaginé una vez, llena de curiosidad y fantaseando tontamente, que tal vez podríamos llevar nuestros ratos de viernes a otro día que no fuera ese. Podía pasar... él ya no tenía ocupados los otros días. Me imaginaba con él en el mismo parque para no variar. Platicando más y más sobre todo y nada. Riendo y discutiendo aquello en lo que diferimos. Profundizando en aquello que compartimos.
En eso, el rostro de David se antepuso a mi imaginación. Un leve remordimiento me hizo morderme los labios y suspirar. Abrí los ojos y abandoné el irreal mundo de mis traviesos pensamientos. Mis labios hicieron una mueca. No podía pasar eso con él, yo no tengo su libertad.
Tratando de explicarme la irónica sucesión de los hechos, me remonté un tiempo atrás, poco más de un año. Estaba yo en ese parque, llorando desconsolada. Fue él quien me ayudó a mirar las cosas con mejores ojos. Me escuchó, me ayudó a entender. Todo pareció correcto. Ahora, lo que una vez desesperada quise reparar me estorbaba terriblemente.
¿Será que sí le estoy siendo infiel?
Lo que sé, es que por primera vez lamenté haber aceptado de vuelta a David.
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