Viernes de relatos
David era de la clase de hombres que odiaban estar en casa. Sus gustos le arrimaban siempre a un lugar público y escandaloso. Si era un restaurante al que íbamos, tenía que escucharse música estruendosa en el fondo. Las noches las gastaba en bares, antros y otros sitios donde bailar y beber. Le gustaba estar rodeado de personas, le disgustaba estar solo.
Tenía muchos amigos, una lista larga llena de nombres de mujeres y hombres. No era que fuera entrañable con todos ellos, pero sin duda, le funcionaba tener tantos como para que cada fin de semana lo tuviéramos siempre ocupado con planes aquí y allá. Era muy rara la vez en que estábamos solos él y yo, y cuando eso sucedía, él se aburría rápidamente y buscaba algo en qué poner su atención. ¿Por qué nos ocurría esto? Quisiera culpar a nuestra diferencia de intereses, que al inicio parecía ser lo que nos complementaba cual imanes positivo y negativo. No estudiamos lo mismo, no leíamos lo mismo, no trabajábamos en lo mismo, no nos apasionaba lo mismo. ¿¡Quién querría lo mismo!?
Polos opuestos que de algún modo se atrajeron en una fiesta. Resultó que teníamos una amiga en común. Nos presentó, le gusté, me gustó y sin más, empezamos la relación. Supongo que me sedujo su forma tan relajada de ser frente a las multitudes. Incapaz de cohibirse y siempre agradando a todo aquel que se pusiera frente suyo. Podía encontrar tema de conversación con quien fuera, lo que me desesperaba que no le ocurriera conmigo. Yo me explicaba de que la fugacidad de esas charlas era lo que le entretenía, pues terminaban a penas se retiraba el último invitado. Lo dicho quedaba en el pasado y no tenía que esforzarse por mantener interesante la conversación a día siguiente.
Podía aceptar su ritmo de vida, lo que no podía tolerar era su forma de congraciarse con sus "amiguitas". Entiendo que a una pareja no puedes encerrarla en un caja fuerte de la que sólo compartes la combinación a personas de su mismo sexo. Tiene que convivir con mujeres, no hay duda. Sin embargo, la diferencia entre una plática casual sin significado y una plática coqueta, galante y con segundas intenciones puede no quedar clara para ciertas personas. David pecaba de ingenuo en ese sentido. Las discusiones que tenía con él se iniciaban por eso. Sonrisas disimuladas acompañadas de un ojo cerrado, suaves toques de la mano sobre el hombre de él, empujoncitos a la hora de bromear, una mano acariciándole el cuello no más por molestar... gestos y ademanes que yo sabía que pretendían algo más.
La última pelea fue a causa de una de sus "amigas". Abrazo prolongado, caricia en el brazo, beso profundo en la mejilla al despedirse... ¡Hasta aquí! Entonces las palabras subieron su volumen y el coraje echó a andar mis pies hasta un parque. Lo dejé a él en la banqueta llamándome "loca" y "celosa enferma". Me hirió, lo reconozco. Lloré desconsolada, averiguando si actuaba irracional o justificadamente.
Las conversaciones pueden ser muy poderosas, detonan una guerra entre dos personas o las unen más. Con David, parecían separarnos; con él, parecían unirnos.
Me dan ganas de decirle esto apenas llegue al parque, pero mi falta de certeza sobre esta locura me frenan rápidamente. Realmente me siento muy unida a él, más que a David. Esto empieza a contrariarme. Me siento más viva en viernes que en otro día de la semana. Finalmente, llego al parque y ahí está él. Me espera sentado aguardándome un sitio a su lado. Me mira en la distancia, me ha encontrado. Me acomodo en la banca y siento su compañía. Miro sus ojos que me hacen sonreír y en un desesperado suspiro hace de preámbulo. Le regalo mi sonrisa y empezamos a charlar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario! Te leeré así como tú me lees