Frases
Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.
jueves, 31 de julio de 2014
¡Hasta que vi el amanecer!
¿Te ha pasado alguna vez que te encuentras una fotografía o pintura que te gusta mucho en ese momento? Tiene los colores, el tono, el mensaje y el paisaje perfectos acorde a lo que sientes. Te describe y te parece sensacional encontrarte algo que combine con tu emoción. Es como si pudiera hablar de que sientes y se te pudiera entender gracias a su mensaje.
Cada que la miras, admiras esos detalles y colores que te van. Te quedan, porque le van a tu sentir. No te cansas de mirarla y la conservas por lo que significa para ti.
Un día te sucede, que algo cambia en tu vida. Algo te hace cambiar de humor y de sentir. Miras la foto otra vez y descubres colores y formas que no habías apreciado antes. Siempre estuvieron ahí, pero no los podías ver por la forma en que estabas sumergido en los trazos anteriores. Ahora que otra cosa te ha inspirado, puedes verlo de mejor forma y encontrar que un paisaje melancólico de colores morado y azul oscuro, siempre se ha asomado en segundo plano un increíble amanecer amarillo y lleno de luz.
Así es la vida. A veces esperamos encontrar los elementos que combinen y adornen nuestro traje melancólico, insatisfecho y triste, y ponemos todo a nuestro alrededor a que sintonicen con esas emociones. Sin embargo, si miramos con más profundidad, nos daremos cuenta de que la luz nunca ha desaparecido. Existen motivos para ser felices y llenarnos de alegría. Elementos que nos mueven con su algarabía y que sólo podemos percibir cuando nos disponemos a mirarlos.
Dicen popularmente que las cosas se ven según el cristal con que las mires. Esto es parecido. Tú decides en dónde poner tu atención. Puedes mantenerlas en tonos fríos y sombríos, o puedes encontrar lo esperanzador y alegre que te permite avanzar.
Tú eliges cómo mirar.... elige bien.
miércoles, 30 de julio de 2014
¡Qué pequeño es el mundo!
Todo está en Facebook. Si no todo, al menos sí la mayoría de la vida de las personas. La vida cotidiana está posteada en el famoso muro. Es fácil saber en qué andan los amigos, familiares y los conocidos de éstos con sólo echar un vistazo a este sitio.
Más allá de las críticas que giran en torno a la divulgación y la falta de privacidad, lo que me causa curiosidad es la coincidencia de la que eres cómplice cuando miras esta red social. Me explico: sucede que cuando existen eventos grandes, deportivos, musicales o educativos, la gente no resiste la tentación de subir una foto suya en tal encuentro. Así te enteras que están presentes en ese lugar disfrutando de lo que ahí se desarrolla. Si exploras un poco más, te percatas de que otras personas allegadas a ti también están en ese lugar. Casi imperceptible, a veces ocurre que las fotografías comparten el mismo ángulo en la escena de fondo. Entre ellos no se conocen, lo sabes tú, pero si estuvieras ahí acompañándolos, podría mediarse una presentación porque te tienen en común.
La posibilidad de apreciar el mismo evento desde diferentes puntos de vista, que te dan tus amigos en Facebook es interesante y emocionante. Casi dan ganas de estar ahí diciéndoles: "oye, el que está a tu lado es mi amigo" o tal vez "oye, podrían llevarse bien si se conocieran, ya que tienen aficiones en común".
Si de darle una utilidad se tratara, monitorearía cómo gastan el tiempo libre mis amigos solteros y encontraría su par de acuerdo a ese punto en común. Nada descabellado, el destino los tiene andando por el mismo camino, pero sin mirarse a la cara. Podría funcionar... ¿o no?
Mientras la utilidad de eso se concreta en una idea real, les invito a mirar con frescura este hecho. Encuentren esos puntos en común de sus amigos y en un gesto de amistad, podrían ayudarles a expandir sus círculos, como alguna vez ya he abordado en este Blog.
Tanto en común que tenemos con desconocidos no tan desconocidos. Esos que ves en el anonimato de la multitud son amigos de alguien amigo tuyo. El mundo es un pañuelo, como dicen. Y ese pañuelo tiene cara de Muro de Facebok en internet.
lunes, 28 de julio de 2014
El hijo menor sin fotos
Se supone que es un hecho confirmado. Las mamás dedican muchas fotografías y videos a sus hijos primogénitos. En ellos gastan más tiempo para hacer memorables todos esos acontecimientos de la vida que merecen un buen festejo. No se diga del primer cumpleaños: toda una fiesta.
Dicen los hechos que al segundo hijo que nace en la familia no le conceden tanto espacio en las memorias fotográficas. Disminuyen y no hay tanta faramalla. No se diga del tercer o cuarto hijo. Si bien les va, habrá una foto en la que aparezcan con toda la familia.
Coincido con esta realidad como algo que ocurría cuando fotografiar y videograbar significaban un ritual en su procedimiento. Actualmente es tan sencillo capturarlo todo en una foto, que tal vez cuando los niños de hoy crezcan, se sorprenderán de las muchas fotos que les fueron tomadas. La tendencia de subir todo a las redes sociales inspira a que cada instante se fotografíe. Desde las competencias escolares, las visitas al doctor, las caídas en la bicicleta, la hora de la siesta, la hora de la comida, el gateo, los primeros pasos, la ropa nueva, los regalos, los peinados... todo eso que se le fotografiaba al primogénito, está a la mano para todos los hijos. ¡Todo es digno de compartir y comentar en la red!
Actualmente, los adultos que piden a sus mamás por las fotos de cuando eran pequeños tienen que conformarse con las que les hayan sido tomadas. La destreza de quien las tomó y la cantidad serán variables. Muchos se lamentan de no tener más fotografías porque quisieran usarlas para echar un vistazo a esa niñez que dejaron atrás. Los que son niños hoy, ignoro qué reacción tendrán cuando sean adultos y descubran que sus padres tienen todo un catálogo completo de fotografías y videos de su infancia.
¿Se indignarán del abuso fotográfico? ¿Se alegrarán de tener tantos recuerdos tangibles? Ya veremos...
Lo que es un hecho, es que las cosas cambian, y posiblemente los hijos más chicos de las familias de hoy, también tendrán muchas fotografías como sus hermanos mayores.
domingo, 27 de julio de 2014
Un buen día
Considera que has tenido un buen día si en él tuviste la fortuna de sentir. Lo que fuera, pero sentiste. Considera que tuviste un día sensacional si pudiste hablar con alguien a quien tú quieres. Un buen día no necesita tener muchos adornos o una logística muy complicada, basta con que contenga cosas sencillas y trascendentales para ser memorable.
Un buen día es aquel en el que puedes ser tú plenamente. Gozarte por completo en aquellas actividades en las que pones el corazón. Hacer lo que tengas que hacer que te haga agradecer el estar vivo. Un buen día te deja lecciones y aprendizajes que usarás para hacerlo aún mejor mañana. Un buen día es aquel en el que te sientes a gusto en tu piel.
Los buenos días pueden ser cualquier día si tú te esfuerzas en que así sean. Sólo tienes que estar consciente de cada día necesita de tu participación para ser un buen día. No ocurren si no estás ahí para construirlos. Tú los haces.
Así que si tienes ese poder en tus manos, úsalo y haz que todos los días sean un buen día.
viernes, 25 de julio de 2014
Cinco años y algo más (Parte 2)
Viernes de Relatos
No sabía si llevar algún obsequio. Un pequeño detalle, nada ostentoso, algo que pudiera rescatar la relevancia de la fecha que se cumplía hoy. Una asunto de rituales que las personas suelen hacer para llevar la cuenta de los acontecimientos. Nada más que eso. Se hacía un año desde la primera vez que nos vimos en aquella banca del parque y yo quería celebrarlo.
Ignoraba si él tenía presente la fecha. Los hombres no suelen ser así de detallistas. Culpan a su mala memoria y esperan el indulto justificándose en lo usual de los de su especie masculina. David era así y las discusiones habían tenido ese tema como base. Por mucho que quería educar a David, no lo conseguía. No sabía si él era como David. Me esperaba ese misterio para ser resuelto.
Al llegar al parque lo descubrí sentado, acurrucado en su abrigo. El frío que hacía era inesperadamente intolerable. Habría sido mucho mejor quedar en algún café o centro comercial, pero no podíamos arruinar la tradición de tantas semanas, que habíamos fijado sin negociarlo mucho.
Me senté a su lado y nos abrazamos gustosamente. Miramos un rato el paisaje y suspiramos llevados por nuestro alivio de encontrarnos lejos del correr de nuestras vidas. Una pausa calmada, un respiro profundo. Me extendió su mano y yo le obsequié la mía. Sus dedos se entrelazaron con los míos. Una emoción recorrió mi cuerpo. Era curioso lo que podía despertar ese gesto en mí. Nada importante y al mismo tiempo trascendental.
Buscó mi mirada y quebrando el silencio me soltó la noticia más inesperada. Sin preámbulo lo soltó cual balde de agua que es arrojado por una ventana. Ella terminó con él. Así de simple. Una carta abandonada frente a su casa. Renglones que le confesaban la verdad de un engaño y la imposibilidad de culparlo a él de uno. Nada más que el desarrollo de una idea frustrada de negativas cada viernes... los viernes que eran míos y de él.
No se le miraba angustiado, al contrario, un poco aliviado. Él lo anticipaba. Según él le exigía demasiado y no era capaz de comprenderlo. El trabajo le fastidiaba toda la semana y los fines de semana rogaba por un espacio para él. Procurándola, le concedía dos días, pero los viernes... los quería para sí. Solo él. Hasta que aparecí yo en la fotografía y le arrebaté su soledad.
Lo miré detenidamente. Quería abrazarle, pero me detuve. Apreté su mano que aún permanecía con la mía y esperé que mi apretón le transmitiera mi simpatía. ¿Un año es mucho tiempo? Para mí era un suspiro; para ella, debió de ser un siglo. Curioso que la forma en que gastamos el tiempo concedido haga que vuele o se lleve a rastras.
Entonces saqué de mi bolsa una pequeña caja forrada de papel brillante color rojo. Una cajita que apenas ocupaba la palma de mi otra mano. Se la mostré y le pedí que la abriera. Él no se esperaba aquello, se lo noté en la cara, que esbozó una sonrisa a medias, aún afectado por los acontecimientos. Me soltó la mano y con las suyas abrió el regalo. Dentro de la caja encontró lo mejor que ideé para conmemorar nuestra historia.
- La hoja de un árbol.
Asentí con la cabeza. Emocionada esperé su reacción. Contrariado, la extrajo de la caja y la miró con cautela.
- Tal vez no seas tan obsesivo como yo con el calendario, pero hace un año que pasó...
- ... que nos vimos aquí. Lo sé, lo tengo presente.
Lo miré sorprendida. No pude evitar echarle los brazos encima en un tremendo abrazo.
Aquella hoja era como las centenares de hojas que se desprendían de los árboles cada otoño en ese parque. Una hoja que durante un año había estado ahí, mirándonos callada, hasta que llegaba su tiempo de partir.
- Sólo no me digas, que como la hoja, y ella, tú también pretendes irte - me advirtió.
- No, yo me quedó.
¿Cuánto tiempo iría a durar esto? Con esa pregunta en mi cabeza nos despedimos hasta el próximo viernes.
No sabía si llevar algún obsequio. Un pequeño detalle, nada ostentoso, algo que pudiera rescatar la relevancia de la fecha que se cumplía hoy. Una asunto de rituales que las personas suelen hacer para llevar la cuenta de los acontecimientos. Nada más que eso. Se hacía un año desde la primera vez que nos vimos en aquella banca del parque y yo quería celebrarlo.
Ignoraba si él tenía presente la fecha. Los hombres no suelen ser así de detallistas. Culpan a su mala memoria y esperan el indulto justificándose en lo usual de los de su especie masculina. David era así y las discusiones habían tenido ese tema como base. Por mucho que quería educar a David, no lo conseguía. No sabía si él era como David. Me esperaba ese misterio para ser resuelto.
Al llegar al parque lo descubrí sentado, acurrucado en su abrigo. El frío que hacía era inesperadamente intolerable. Habría sido mucho mejor quedar en algún café o centro comercial, pero no podíamos arruinar la tradición de tantas semanas, que habíamos fijado sin negociarlo mucho.
Me senté a su lado y nos abrazamos gustosamente. Miramos un rato el paisaje y suspiramos llevados por nuestro alivio de encontrarnos lejos del correr de nuestras vidas. Una pausa calmada, un respiro profundo. Me extendió su mano y yo le obsequié la mía. Sus dedos se entrelazaron con los míos. Una emoción recorrió mi cuerpo. Era curioso lo que podía despertar ese gesto en mí. Nada importante y al mismo tiempo trascendental.
Buscó mi mirada y quebrando el silencio me soltó la noticia más inesperada. Sin preámbulo lo soltó cual balde de agua que es arrojado por una ventana. Ella terminó con él. Así de simple. Una carta abandonada frente a su casa. Renglones que le confesaban la verdad de un engaño y la imposibilidad de culparlo a él de uno. Nada más que el desarrollo de una idea frustrada de negativas cada viernes... los viernes que eran míos y de él.
No se le miraba angustiado, al contrario, un poco aliviado. Él lo anticipaba. Según él le exigía demasiado y no era capaz de comprenderlo. El trabajo le fastidiaba toda la semana y los fines de semana rogaba por un espacio para él. Procurándola, le concedía dos días, pero los viernes... los quería para sí. Solo él. Hasta que aparecí yo en la fotografía y le arrebaté su soledad.
Lo miré detenidamente. Quería abrazarle, pero me detuve. Apreté su mano que aún permanecía con la mía y esperé que mi apretón le transmitiera mi simpatía. ¿Un año es mucho tiempo? Para mí era un suspiro; para ella, debió de ser un siglo. Curioso que la forma en que gastamos el tiempo concedido haga que vuele o se lleve a rastras.
Entonces saqué de mi bolsa una pequeña caja forrada de papel brillante color rojo. Una cajita que apenas ocupaba la palma de mi otra mano. Se la mostré y le pedí que la abriera. Él no se esperaba aquello, se lo noté en la cara, que esbozó una sonrisa a medias, aún afectado por los acontecimientos. Me soltó la mano y con las suyas abrió el regalo. Dentro de la caja encontró lo mejor que ideé para conmemorar nuestra historia.
- La hoja de un árbol.
Asentí con la cabeza. Emocionada esperé su reacción. Contrariado, la extrajo de la caja y la miró con cautela.
- Tal vez no seas tan obsesivo como yo con el calendario, pero hace un año que pasó...
- ... que nos vimos aquí. Lo sé, lo tengo presente.
Lo miré sorprendida. No pude evitar echarle los brazos encima en un tremendo abrazo.
Aquella hoja era como las centenares de hojas que se desprendían de los árboles cada otoño en ese parque. Una hoja que durante un año había estado ahí, mirándonos callada, hasta que llegaba su tiempo de partir.
- Sólo no me digas, que como la hoja, y ella, tú también pretendes irte - me advirtió.
- No, yo me quedó.
¿Cuánto tiempo iría a durar esto? Con esa pregunta en mi cabeza nos despedimos hasta el próximo viernes.
miércoles, 23 de julio de 2014
... ¿Y si se lo dejamos al destino?
Me acosas en sueños. Ahí donde mi voluntad naufraga, donde no puedo resistirme a los deseos de mi inconsciente. En el sueño es donde te apareces y te reencuentras conmigo. Yo no lo decido así, es la profundidad de mi alma la que me juega malas pasadas. Yo no elijo verte otra vez, pero en ese mundo nebuloso tu imagen se aparece sin permiso. Alguien, ignoro quién, te deja entrar.
Eres un intruso en las aventuras de mi noche. Tu presencia parece familiar y te integras rápidamente en los sucesos fantasiosos que arrullan mi descanso. Durante unos minutos charlamos y encuentras pronto tu lugar. Te vuelves mi compañero, mi cómplice, mi amigo y algo más. Como si pudiéramos hacernos ciegos de la realidad y no verla. Como si en el hecho de ser irreal pudiéramos complacer nuestro capricho de estar juntos sin consecuencias.
No pasa nada porque nadie se entera. Ni siquiera yo si me despierto sin recordar lo que he soñado. Así de fácil es ignorar que te escabulles y reapareces una y otra vez. Te desvaneces a la luz del sol, convenientemente para ambos. Podemos seguir nuestro camino sin tener que cruzarnos otra vez.
A veces me pregunto si he de hacerte caso. Buscarte al abrir los ojos e ir tras tu sombra antes de que el sol se ponga. Sin embargo, hace tiempo te dejé atrás y mis fuerzas me recuerdan la razón por la que elegí hacerlo así. No hay vuelta atrás, es lo mejor, para ti y para mí. A veces elucubro que el destino, si así lo deseara, se opondría a nuestros planes y hallaría la manera de enfrentarnos a la cara. Con sus juegos del azar, nos haría encontrarnos casualmente en el mismo sitio. Si así lo quisiera... así lo haría.
Por eso de lo dejaré al destino. Ni tú en mis sueños, ni yo despierta decidiremos. Será el destino quien haga lo que mejor le parezca. Si no nos volvemos a encontrar, por muy tarde que sea, tendremos a quien culpar. Será el destino quien lleve a cuestas la omisión de actuar. Nosotros seguiremos nuestros pasos lejos el uno del otro y en el recuerdo disfrutaremos de lo que fuimos una vez.
martes, 22 de julio de 2014
¡Respirar!
Reitero: aprender a respirar es esencial.
Uno de estos días experimenté tremenda ansiedad. Esa que hace que tu corazón lata deprisa y te duela la cabeza. Las manos te sudan y te mareas un poco. Ansiedad de la buena, no de a mentiras.
Cuando ocurre esa sensación es difícil respirar. Precisamente lo primero que le delata es el cambio en la respiración y su ritmo. Recuperarse consiste en respirar otra vez adecuadamente, lo que no es fácil cuando ya estás en el lío. Por eso, para evitarlo, hay que ser consciente siempre de cómo se está respirando, hasta que luego se hace parte de uno mismo y se hace propio.
Las consecuencias de no respirar correctamente y dejarse llevar por la ansiedad (así como puede dominarte alguna otra emoción como el enojo o la euforia) deriva en agotamiento. Se drena tu energía. Si esto te sucede por un período prolongado, te sientes exageradamente cansado. Parte de tu energía radica en la respiración. Con ella te renuevas y limpias lo que te hace daño.
No me cansaré de reiterar la importancia de la respiración. Tal vez no nos percatamos de ella a lo largo de un día cotidiano en el que uno puede estar acostumbrado a la mala respiración... pero si eres consciente de un día de muy mala respiración, notarás los estragos y lo horrible que es no respirar bien. Es como darle una probadita a uno de los extremos malos. Así valoras más los momentos buenos y aspiras a ellos.
Respirar te da energía, te relaja y te pone de buenas. Una respiración adecuada, fluida y profunda. Calmada y natural. Eso es respirar y hace la diferencia en todo.
Ahora: ¿cómo estás respirando?
lunes, 21 de julio de 2014
Envejecer con estilo
Envejecer sucede, así de simple. Un día mirarás al espejo y notarás que tu cara tiene mucho de diferente a cuando eras un bebé. Tu piel no se siente igual, tus ojos contarán muchas historias, las líneas de tu rostro hablarán de los gestos más frecuentes que hiciste durante el pasar de los años y tu cabello habrá cambiado su textura.
No es bueno ni malo, es un hecho. Dicen muchos que no se envejece con un alma joven, lo que me deja entender que hay un consuelo en eso que todos enfrentamos: hacernos viejos.
Más allá de las frases que pueden alentarnos a no mirar despectivamente esa etapa de la vida y aquellas palabras que te inspiran a no tenerle miedo, lo que es una realidad es que el día de hoy estamos construyendo nuestra vejez. Así es... ¿cómo quieres llegar a viejo? Esa respuesta la contestamos hoy, no mañana.
Es simple, conforme nos adentramos en edad hay un deterioro físico y mental. ¿Podemos hacer algo al respecto? Sí.... y eso se hace hoy.
Estrategias tan sencillas como la cantidad de ejercicio que haces, los niveles de estrés que manejas, las actividades de recreación que realizas, los momentos que te regalas de relajación y calma, el tipo de alimentación que llevas, la cantidad de agua que tomas, la forma en que respiras, el equilibrio entre trabajo, escuela y hogar, las horas de sueño que haces y el cuidado personal que tienes, son útiles para que tu cuerpo se mantenga sano y en armonía.
Estrategias tan sencillas como el tipo de actividades que haces para mantener ejercitado el cerebro (crucigramas, problemas aritméticos, etc) los libros que lees, el manejo sano de las emociones, la comunicación, la disciplina y la voluntad, qué tantos rencores te guardas, qué tanto llevas cargando en la espalda emocionalmente y la liberación de las ataduras que desembocan malestares y rigidez, son también asuntos que afectan la salud.
Tal vez cuando eres joven no se noten tanto los estragos de la falta de rutinas como las anteriormente descritas, pero en la medida en que el cuerpo no es tan joven, más se nota el deterioro y más rápido inician los famosos "achaques de la edad". Incluso hay jóvenes con cuerpo de persona mayor, precisamente porque empiezan a pagar la factura más pronto de lo que esperaban.
Lo cierto es que para llegar a ancianos con estilo, es necesario vivir una juventud responsable y consciente. Nuestras actividades hoy repercuten en nuestras canas de mañana, por así decirlo. Entre más pronto comprendas esto, más años tendrás a tu favor para llegar con estilo a los últimos años de tu vida.
Envejeceremos, es verdad, pero puedes hacer mucho por llegar en los mejores términos. Date cuenta de que el momento es hoy. No vaya a ser que ya muy grande te digas: ¿Por qué no me cuidé más estando joven?
Tú eliges finalmente. Elige bien.
domingo, 20 de julio de 2014
¿Qué camino tomar?
No puedes conectar los puntos hacia adelante, sólo puedes hacerlo hacia atrás. Así que tienes que pensar que los puntos se conectarán algún día en el futuro.
Steve Jobs
Los caminos que tiene la vida para nosotros, no siempre son lo que nosotros queremos para nosotros mismos. Cada día confirmo esta idea cuando tengo la oportunidad de escuchar la historia de las personas que me comparten pedacitos de sus vidas. Los relatos tienen un punto de partida, una meta, un plan que no sale como ellas querían y un final feliz.
El primer sentimiento que te asalta cuando tienes una meta muy clara en tu vida, es el fracaso. ¿Por qué no sale como quieres? Te has esforzado, has trabajo arduamente por ello, has puesto todo y al final, resulta que te vas para otro lado. El fracaso en sí, como palabra, significa un cambio de rumbo. Sólo es eso y en ese sentido, en definitiva, es bastante consecuente sentirse así luego de que nos han hecho virar el timón para el lado contrario al que teníamos marcado en la ruta.
La vida te va presentando con pistas silenciosas el camino que es para ti. A veces creemos que sabemos, pero en realidad, no sabemos nada. Creemos tener el conocimiento de los pasos que mejor nos van para nuestro andar y a veces nos desviamos de éste. Para recomponer el trazo, la vida te manda señales a veces imperceptibles con el fin de hacerte ver; pero a veces no nos da la gana ver porque somos estrictos en cuanto a lo que estamos buscando. Entonces la vida, cuando eres muy terco, te empuja y te tira. ¡A ver si así! Y aunque esta estrategia nos duele hasta el alma, lo que es cierto, es que si continúas avanzando descubres que ese era tu verdadero camino, el que es perfecto para ti.
Si queremos entender lo que nos ocurre desde el punto de partida no comprenderemos el sentido de los malos ratos. Nos molestarán si no van de acuerdo a nuestra expectativa. Sin embargo, si nos dejamos llevar y confiamos en que se nos presentarán las señales, las oportunidades y las experiencias necesarias para saber a dónde ir, caminaremos más a gusto. Es como dicen popularmente: "cuando te toca, aunque te quites". La vida te va colocando en frente lo que necesitas y el plan que se tiene para ti, es más increíble del que te puedes imaginar. Sólo hay que dejarse llevar y no resistirse. Disfruta y déjale la guía a quien sabe mejor que tú mismo quién eres y quien vas a ser mañana.
Disfruta el viaje... de corazón disfrútalo. No te aferres y suelta el control. Lo que hoy pinta mal es parte de ese plan para llevarte a lo que te dejará una sonrisa mayor a la que puedes tener hoy en tu rostro.
Ánimo, avanza. Luego de un rato mirarás hacia atrás. Te va a gustar lo que veas, y entonces, todo tendrá sentido y significado.
viernes, 18 de julio de 2014
Cinco años y algo más
Viernes de Relatos
A la salida del trabajo yo siempre tenía a dónde ir. Si me invitaban a cenar, les daba una negativa. Si me invitaban a bailar, decía que no podía. Si el pretexto era el cine, yo me inventaba que prefería ver las películas en la televisión de mi casa. Nada podía hacer que yo faltara a mi cita.
En el parque, nos miramos sonriendo. Detrás de él se alzaba un paisaje arbolado que nos arropaba con sus vestidos tiesos y frágiles. El saludo del otoño era frío y nuestros abrigos hacían frente al viento que soplaba sobre nuestros cuerpos.
Nos sentamos. La banca era sólo para dos. Para él y para mí. Acompañándonos mientras nos sentábamos sobre esa banca de madera hecha a mano, algo rústica y a medio pintar de color blanco. Los años habían pasado sobre ella, pero se mantenía presente como parte del espacio, contando historias de las que había sido testigo. En esa banca, invariablemente, nos encontraban cada tarde de viernes.
Yo no se lo contaba a nadie. Estoy segura de que él tampoco. Era nuestro secreto y en esa complicidad se construía nuestra singular amistad. La manera en que dimos el uno con el otro fue mera casualidad. Una tarde caminaba yo por ahí, ansiosa de llorar. El corazón turbado por un malentendido me obligó a desviarme del trayecto a casa. Así fue como di con ese lugar, algo alejado de los edificios y escondido detrás de un restaurante. Estacioné cerca y corrí por sus pasillos hasta toparme con la banca. Ahí me desvanecí en lágrimas que empapaban mis mejillas. Un desconocido colocó su mano sobre mi espalda y la dejó ahí un rato, esperando paciente a que me calmara. La desesperanza me arrebató los temores a desconfiar de los extraños y le dejé quedarse conmigo. Cuando me calmé un poco alcé la vista y descubrí a mi socorrista. Un muchacho de mi edad, de piel morena y cabello alborotado. Una sonrisa tierna y una mirada brillante. Me miró compasivo y sin curiosidad. No tuve que darle explicaciones, lo que me alivió, pues luego me pillé avergonzada por ahogarme en el desahogo públicamente.
Recuerdo que esa tarde, como la de hoy, nos quedamos en pleno silencio. Arrullados por el ir y venir de las ramas de los árboles meciéndose al compás del viento. No hacía falta decirnos mucho para entender que ambos sentíamos un pesar en el corazón. Las normales dudas sobre el amor y una pareja. Las ocurrentes fantasías proyectadas al futuro llenas de incertidumbre. Los momentos convertidos en tesoros que no queríamos soltar y el ambivalente sentimiento de no sentirlos verdaderamente dueños de ellos. Las preguntas, las sombras, las luces... eso nos decíamos, eso nos hacía ser amigos.
Sentados en la banca, nos dejamos ver el uno al otro. Él me tomó de la mano emocionado y yo le dejé tomarla alegremente. Su presencia me recuperaba de las peleas y malentendidos que tenía con David. A su lado, todo se recomponía esperanzadamente, en una historia con dos personajes meramente humanos llenos de defectos y virtudes. Él sabía cómo hacerme sentir bien y yo sabía cómo hacerle sentir bien. Él parecía perdonarle todo a ella con sólo hablar conmigo.
Su celular sonó repentinamente.
- Es ella.
- ¿No vas a contestar?
Dubitativo, se llevó un dedo a los labios.
- No, siempre quiere saber dónde estoy. Si le digo la verdad, no lo entenderá.
Escondió el celular en el bolsillo de su abrigo y lo dejó sonar por largo rato. Nunca contestó.
A la salida del trabajo yo siempre tenía a dónde ir. Si me invitaban a cenar, les daba una negativa. Si me invitaban a bailar, decía que no podía. Si el pretexto era el cine, yo me inventaba que prefería ver las películas en la televisión de mi casa. Nada podía hacer que yo faltara a mi cita.
En el parque, nos miramos sonriendo. Detrás de él se alzaba un paisaje arbolado que nos arropaba con sus vestidos tiesos y frágiles. El saludo del otoño era frío y nuestros abrigos hacían frente al viento que soplaba sobre nuestros cuerpos.
Nos sentamos. La banca era sólo para dos. Para él y para mí. Acompañándonos mientras nos sentábamos sobre esa banca de madera hecha a mano, algo rústica y a medio pintar de color blanco. Los años habían pasado sobre ella, pero se mantenía presente como parte del espacio, contando historias de las que había sido testigo. En esa banca, invariablemente, nos encontraban cada tarde de viernes.
Yo no se lo contaba a nadie. Estoy segura de que él tampoco. Era nuestro secreto y en esa complicidad se construía nuestra singular amistad. La manera en que dimos el uno con el otro fue mera casualidad. Una tarde caminaba yo por ahí, ansiosa de llorar. El corazón turbado por un malentendido me obligó a desviarme del trayecto a casa. Así fue como di con ese lugar, algo alejado de los edificios y escondido detrás de un restaurante. Estacioné cerca y corrí por sus pasillos hasta toparme con la banca. Ahí me desvanecí en lágrimas que empapaban mis mejillas. Un desconocido colocó su mano sobre mi espalda y la dejó ahí un rato, esperando paciente a que me calmara. La desesperanza me arrebató los temores a desconfiar de los extraños y le dejé quedarse conmigo. Cuando me calmé un poco alcé la vista y descubrí a mi socorrista. Un muchacho de mi edad, de piel morena y cabello alborotado. Una sonrisa tierna y una mirada brillante. Me miró compasivo y sin curiosidad. No tuve que darle explicaciones, lo que me alivió, pues luego me pillé avergonzada por ahogarme en el desahogo públicamente.
Recuerdo que esa tarde, como la de hoy, nos quedamos en pleno silencio. Arrullados por el ir y venir de las ramas de los árboles meciéndose al compás del viento. No hacía falta decirnos mucho para entender que ambos sentíamos un pesar en el corazón. Las normales dudas sobre el amor y una pareja. Las ocurrentes fantasías proyectadas al futuro llenas de incertidumbre. Los momentos convertidos en tesoros que no queríamos soltar y el ambivalente sentimiento de no sentirlos verdaderamente dueños de ellos. Las preguntas, las sombras, las luces... eso nos decíamos, eso nos hacía ser amigos.
Sentados en la banca, nos dejamos ver el uno al otro. Él me tomó de la mano emocionado y yo le dejé tomarla alegremente. Su presencia me recuperaba de las peleas y malentendidos que tenía con David. A su lado, todo se recomponía esperanzadamente, en una historia con dos personajes meramente humanos llenos de defectos y virtudes. Él sabía cómo hacerme sentir bien y yo sabía cómo hacerle sentir bien. Él parecía perdonarle todo a ella con sólo hablar conmigo.
Su celular sonó repentinamente.
- Es ella.
- ¿No vas a contestar?
Dubitativo, se llevó un dedo a los labios.
- No, siempre quiere saber dónde estoy. Si le digo la verdad, no lo entenderá.
Escondió el celular en el bolsillo de su abrigo y lo dejó sonar por largo rato. Nunca contestó.
jueves, 17 de julio de 2014
Todos tienen una historia
Definitivamente. Estamos hechos de historias; y a las personas les gustan las historias. Historias llenas de nudos y ajetreos, misterio, sorpresa y otros ingredientes que las hagan interesantes.
La verdad a veces no posee estas características. Es mejor escuchar una buena historia a una realidad plana y sin intríngulis. Las personas optan por un relato que les mantenga expectantes, curiosos y que algo dentro de ellos les mantengan enganchados. Se trata básicamente de historias que vale la pena contar y escuchar.
¿Por qué la verdad a veces no suena así de intensa? Será tal vez, porque la realidad cotidiana de algunas personas carece por completo del elemento "pasión". Analicemos nuestro día a día y revisemos en qué medida consigue capturar la atención de alguien. ¿De qué alguien? He aquí una respuesta interesante. El mejor juez para la valoración de lo interesante del relato puede ser un niño. Sí, a ellos no se les engaña fácilmente. Cualquier trama que carezca de argumento y sensaciones apasionantes les aburrirá de inmediato. No se diga de un tema como tal. Me refiero a que tiene que sentirse en las palabras lo emocionante de la historia, de tu día a día. Los elementos sensacionales que hacen vibrar el alma. Eso hace que sea genial.
Básicamente la reflexión que planteo es: ¿cuán emocionante es tu historia? Ante una audiencia, ¿lograrías despertar en ellos algún interés por descifrar el desenlace y ahondarse en lo que haces? ¿Cuántos giros inesperados se presentan que hacen temblar y tener miedo, y al final se resuelven con gallardía?
¡Qué aburrido puede ser vivir una historia plana y predecible! Asegúrate de que tu vida sea una historia increíble con un personaje principal bien desarrollado, con complejidades que den ganas de conocerlo y seguirle la pista a través de las páginas. Llena tu vida de cosas emocionantes y no te pierdas en la monotonía. ¡Dale color!
Todos tenemos una historia: ¿te gusta cómo progresa la tuya? Tú eres el autor, no lo olvides. Y la tinta no dura para siempre... Como quieres que sea, escríbela ahora... ¡Vívela ya!
martes, 15 de julio de 2014
Despedirse
Decir adiós me resulta difícil. Sé la razón. Es un tema de apego mal manejado. Sin embargo, aunque conozco los motivos y la larga explicación, no puedo evitar sentir nostalgia cuando me despido de una persona por un período considerable de tiempo.
Las despedidas que significan mera cortesía no me causan angustia, pero las que son más largas sí que pueden hacer algo en mi corazoncito. Lo apachurran, lo estrujan y lo exprimen. Recuperar su forma es algo difícil que sólo un buen auto apapacho logra sanar.
Sobre todo si se trata de alguien a quien quiero mucho. Despedirme de esa persona me provoca un sentimiento de tristeza. Y la tristeza es tan grande, que no sé cómo actuar cuando me invade, es decir, pierdo pistas del protocolo a seguir para despedirme de alguien. Me vuelvo algo torpe en el trato con la persona, puedo abrazarla de más y hago de todo por disimular indiferencia. Lo que es cierto, es que voy a extrañarla y añoraré su regreso.
Con la muerte me pasa diferente. Es tan contundente que la permanente ausencia me obliga a cerrar el círculo. No hay opciones con la muerte, con las ausencias largas sí. Éstas últimas demandan que sueltes la situación, que reconozcas que no la controlarás y que resistirás a las ganas de hacer algo por terminarla. Ganas de buscar, de impedir que se vaya, de ir tras la persona... muchas opciones, que en un sentido debes respirar y dejar ir, con calma y tranquilidad. Vaya, no sentir abandono.
Y aún sabiendo de qué va despedirse, se siente triste decir adiós. Supongo que lo único que queda es percatarse de que la promesa del regreso se sostiene en el aire y que a las personas aunque no estén, las llevas en tu corazón.
domingo, 13 de julio de 2014
¿Alguna vez te has sentido así?
Unas voces del pasado me hicieron recordar este texto que escribí alguna vez.
Últimamente la vida me ha tirado y con ganas. El trancazo ha dolido y mucho. Me dieron ganas de quedarme tirada en el piso. Cuando algo que querías (de sentimiento) genuinamente se va... es difícil mirar hacia atrás sin pensar si lo hubiera hecho diferente sabiendo el desenlace.
Lo cierto es que no. Ni aún cuando pudiera repetir la historia lo haría diferente. Finalmente es parte de lo que soy. No sería hoy lo que soy sin eso, aún con la caída tremenda y el horrible golpe en mi corazoncito. Me sentí usada, me sentí engañada, me sentí traicionada, me sentí pisoteada. No es fácil levantarse de una así. Sin embargo, creo que lo estoy logrando, y es difícil reparar lo que se quebró en mí. Sólo la promesa de cuidarme a mí misma y ver por mí es lo que me mantiene de pie.
Esta batalla la he decidido librar sola. Al contrario de lo que siempre hago, esta vez no he compartido lo que me ha lastimado tanto. Mantener y simular una sonrisa para no deparar en explicaciones es lo que elegí. Hay cosas que elijo no contar y quedarme para mí misma, verdades que de ser dichas cambiarían el rumbo de los acontecimientos. Verdades que uno querría gritar a los cuatro vientos, pero que al contrario, me quedo calladas y veo a la gente seguir... sin mí.
Tomar la fuerza para andar tu propio camino no es fácil. Sacudirte de una vez por todas lo que te mantenía aferrada al pasado y al "hubiera" exige mucho de uno. Vislumbrar la posibilidad de otro camino, tal vez mejor, duele, y al mismo tiempo te sana. Es como limpiar una herida. Duele al agua, pero ves que eso la cura. Un dolor que es el preámbulo a lo mejor para ti.
A veces me pregunto: de poder tener otra oportunidad de regresar a ese camino, ¿la tomaría?. Me asalta la emoción y digo "sí", pero con cautela recapacito y me entero de que no. Hay algo llamado "principios", "código de valor", o "integridad" que me hacen dar la vuelta y seguir adelante. Ya sin eso...
Un día algo pasa, algo te mueve muy adentro y sólo así te plantas en lo que eres y dices: No. Y entonces te caes... así es. El precio de tener algo por lo cual levantarte. Entonces te tiran.... y tienes que levantarte sola, porque eso sólo depende de ti.
A veces necesitamos esas sacudidas porque solas no lo haríamos.
Y son para bien.
Porque no lo has visto y te lo estás perdiendo. Pero hay algo mejor que eso. Sí, es mejor y más acorde a lo que eres y quieres ser.
Más acorde a lo que mereces, por lo que has trabajado, por lo que has crecido.
Aunque las caídas duelen a morir, la vida es realmente genial como para perdérsela mientras te ahogas sin rumbo... y en realidad ya lo tienes, porque tu rumbo es ese que construyes con cada decisión; con cada decisión que es buena para ti.
sábado, 12 de julio de 2014
Para reconciliarte contigo mismo
Eso que te pasa cuando corres es lo suficientemente profundo para inspirar historias que terminan escritas en libros. Correr es una actividad que te hace escucharte y contestarte. ¿Después de todo: qué más puedes con tus pensamientos si estás corriendo? Podrías desconectarte de ellos escuchando música, pero sin distractores, correr es una excelente oportunidad para reconciliarte contigo mismo.
En cada paso hay una meta fija. Procuras ir atento al tiempo que correrás, estás consciente de tu peso cayendo sobre tus talones, el movimiento de tus brazos, la respiración y otros elementos que hacen de tu ejercicio una actividad efectiva. Sin embargo, hay un punto en el que si pretendes correr y correr, te quedas a solas con tus pensamientos. Sucede de repente, sin planearlo. Te pillas pensando, cavilando y revisando tus asuntos desde una perspectiva clara en la que los respiras y los dejas ir. Correr te significa metafóricamente la posibilidad de dejarlos atrás en cada exhalación que te hace avanzar, en cada esfuerzo por seguir adelante. No te detienes y sabes que así seguirá tu vida cuando tu carrera concluya: seguirás avanzando.
Si la carrera te ha significado un buen esfuerzo en el que las piernas arden y tu piel suda, te aplaudes por lo que has conseguido. Respiras profundo, sientes el viento golpear tu cara, sientes que te renuevas por dentro y eso pone en perspectiva los problemas. Alcanzas un estado de satisfacción que te concede creer en lo que puedes lograr una vez que vences los obstáculos de la pereza y la desgana. Sabes que puedes hacer lo que te propones si pones en juego tu voluntad. Permanecer en ello requerirá constancia para perseverar.
Esos minutos que dedicas a correr son reconfortantes, te devuelven los ánimos. Te sientes gustosamente cansado y contento. Te sientes bien y entonces te reconcilias contigo mismo. Te quitas las aflicciones y te pones de tu lado. Cuentas contigo otra vez para seguir andando.
Correr es una de tantas cosas que se pueden hacer para sonreír otra vez. Un momento para recomponerte, reintegrarte y gozar de los frutos del esfuerzo.
Correr.... ¡es genial!
viernes, 11 de julio de 2014
Qué fácil es engañarte (Versión Completa)
Viernes de relatos
Algunos me han comentado que se perdieron de algunas partes, así que para facilitarles la lectura, hoy he compilado la historia en una sola publicación. Así quienes sospechan haberse perdido u omitido alguna parte, aquí pueden leerla. Y los que no habían podido hacerlo... ¡espero les guste!
Título del Relato: "QUÉ FÁCIL ES ENGAÑARTE"
PRIMERA PARTE
Los viernes traen consigo la tentación de engañarte. ¿Podrías culparme si envuelta en mi debilidad cedo? Es en viernes cuando te olvidas de mí. Te busco en el teléfono y lo dejas sonar sin contestar. Te desapareces y te enredas en pretextos que nunca te atreves a decir. Ni siquiera merezco una excusa torpemente planteada, no te esfuerzas siquiera en inventarte una que me pueda creer. Ni una historia fantástica que aminore mi ansiedad de verte. El silencio es tu respuesta y es la única cosa que recibo si te invito a vernos y pasear un rato por la ciudad.
Mis intenciones de robarte unos minutos para tomar un café sentados en algún sitio se derrumban siempre que mi sugerencia sale a colación. Recibo una negativa una y otra vez, cada viernes, cada semana, cada mes, cada año. ¿Cómo pretendes que sobrevivamos así?
Sentada sola, encerrada en casa. Esperando que te dignes a acordarte de mí. Podría atreverme a salir... Tal vez experimentar el miedo de que pudieras atraparme allá afuera divirtiéndome sin ti. Aunque tal vez en el encuentro la sorprendida fuera yo y no tú. Tal vez tú estés haciendo lo mismo que yo pretendo en mi imaginación. Puede ser que tú estés en brazos ajenos a los míos y que tus constantes evasiones sólo sean la absurda coartada que me das para no encarar que te diviertes con otra.
¿Por cuánto tiempo más planeas prohibirme tus viernes? La realidad podría ser incluso peor; que tú no estés con otra mujer, que estés auténticamente solo, gozando de ti. Un tiempo libre que prefieres gastar por tu cuenta, como si todos los días de la semana me los comiera yo y ese fuera tu refugio para encontrarte en el espejo de lo que eres sin nadie. Pero si condenados estamos a sólo vernos unas horas de un fin de semana, y todas las demás son de tu propiedad ¿por qué ningún viernes me lo has podido dedicar?
Podrían decir los testigos de mi historia lo tonta que soy por dedicarle mi tiempo a alguien como tú. Invirtiendo mis horas y rogándole al reloj en mi soledad, que avance rápido y se consuma el tiempo que estoy castigada a pasar sin ti, sin apelación, sin modo de persuadirte. Jamás cambiarás, jamás me verán tomada de tu mano un viernes.
Sin embargo, me río a escondidas de ti. Un día como otros tantos, me agoté y no lo soporté más. Me asustó la posibilidad de ser pillada, pero son días tan irrelevantes a tus ojos que no te interesaste en preguntarme por mi creativo modo de entretenerme. Evitar mis preguntas era no hacérmelas a mí. Rehuyes exhausto cualquier contacto para que no te solicite una razón, que me señalas en libertad el camino para saciar mis anhelos más profundos de sentirme acompañada. Sin consecuencias ni necesidad de coartadas, ahora en secreto me reconfortan mis fechorías. ¡Una niña mala despertó y no la mandé a dormir a su habitación! Callada y satisfecha por las noches, se regocija entusiasmada por lo fácil que es engañarte. Tu desaparición inminente y tu predecible ausencia me aseguran el éxito para escaparme sin escrúpulos. Así ambos jugamos este patético juego de mediocres que nos destruye al ocultarnos nuestra mano.
Lo más triste, es que aún cuando libro victoriosa cada mentira, agito una bandera blanca a la luz de la luna en son de paz. Te pido una tregua para abandonar la falsedad de encuentros malgastados que quebrantan de a poco lo que una vez creí que fuimos. Una almohada mojada me enjuicia injustamente y el sol de la mañana despeja las dudas. No trascienden mis acciones y accedo a vivir un día a la semana contigo, aceptando el acuerdo que no recuerdo haber firmado, de que jamás te veré en viernes.
Qué fácil e inútil es engañarte...
SEGUNDA PARTE
Algunos me han comentado que se perdieron de algunas partes, así que para facilitarles la lectura, hoy he compilado la historia en una sola publicación. Así quienes sospechan haberse perdido u omitido alguna parte, aquí pueden leerla. Y los que no habían podido hacerlo... ¡espero les guste!
Título del Relato: "QUÉ FÁCIL ES ENGAÑARTE"
PRIMERA PARTE
Los viernes traen consigo la tentación de engañarte. ¿Podrías culparme si envuelta en mi debilidad cedo? Es en viernes cuando te olvidas de mí. Te busco en el teléfono y lo dejas sonar sin contestar. Te desapareces y te enredas en pretextos que nunca te atreves a decir. Ni siquiera merezco una excusa torpemente planteada, no te esfuerzas siquiera en inventarte una que me pueda creer. Ni una historia fantástica que aminore mi ansiedad de verte. El silencio es tu respuesta y es la única cosa que recibo si te invito a vernos y pasear un rato por la ciudad.
Mis intenciones de robarte unos minutos para tomar un café sentados en algún sitio se derrumban siempre que mi sugerencia sale a colación. Recibo una negativa una y otra vez, cada viernes, cada semana, cada mes, cada año. ¿Cómo pretendes que sobrevivamos así?
Sentada sola, encerrada en casa. Esperando que te dignes a acordarte de mí. Podría atreverme a salir... Tal vez experimentar el miedo de que pudieras atraparme allá afuera divirtiéndome sin ti. Aunque tal vez en el encuentro la sorprendida fuera yo y no tú. Tal vez tú estés haciendo lo mismo que yo pretendo en mi imaginación. Puede ser que tú estés en brazos ajenos a los míos y que tus constantes evasiones sólo sean la absurda coartada que me das para no encarar que te diviertes con otra.
¿Por cuánto tiempo más planeas prohibirme tus viernes? La realidad podría ser incluso peor; que tú no estés con otra mujer, que estés auténticamente solo, gozando de ti. Un tiempo libre que prefieres gastar por tu cuenta, como si todos los días de la semana me los comiera yo y ese fuera tu refugio para encontrarte en el espejo de lo que eres sin nadie. Pero si condenados estamos a sólo vernos unas horas de un fin de semana, y todas las demás son de tu propiedad ¿por qué ningún viernes me lo has podido dedicar?
Podrían decir los testigos de mi historia lo tonta que soy por dedicarle mi tiempo a alguien como tú. Invirtiendo mis horas y rogándole al reloj en mi soledad, que avance rápido y se consuma el tiempo que estoy castigada a pasar sin ti, sin apelación, sin modo de persuadirte. Jamás cambiarás, jamás me verán tomada de tu mano un viernes.
Sin embargo, me río a escondidas de ti. Un día como otros tantos, me agoté y no lo soporté más. Me asustó la posibilidad de ser pillada, pero son días tan irrelevantes a tus ojos que no te interesaste en preguntarme por mi creativo modo de entretenerme. Evitar mis preguntas era no hacérmelas a mí. Rehuyes exhausto cualquier contacto para que no te solicite una razón, que me señalas en libertad el camino para saciar mis anhelos más profundos de sentirme acompañada. Sin consecuencias ni necesidad de coartadas, ahora en secreto me reconfortan mis fechorías. ¡Una niña mala despertó y no la mandé a dormir a su habitación! Callada y satisfecha por las noches, se regocija entusiasmada por lo fácil que es engañarte. Tu desaparición inminente y tu predecible ausencia me aseguran el éxito para escaparme sin escrúpulos. Así ambos jugamos este patético juego de mediocres que nos destruye al ocultarnos nuestra mano.
Lo más triste, es que aún cuando libro victoriosa cada mentira, agito una bandera blanca a la luz de la luna en son de paz. Te pido una tregua para abandonar la falsedad de encuentros malgastados que quebrantan de a poco lo que una vez creí que fuimos. Una almohada mojada me enjuicia injustamente y el sol de la mañana despeja las dudas. No trascienden mis acciones y accedo a vivir un día a la semana contigo, aceptando el acuerdo que no recuerdo haber firmado, de que jamás te veré en viernes.
Qué fácil e inútil es engañarte...
SEGUNDA PARTE
La tarde lluviosa me hostiga intranquila, pretende impedirme que salga a engañarte. Tan empeñada estoy en vencerla, que no reparo en tomar un paraguas. Un muro acuático cae tras la puerta y arruina el atuendo que tardé horas en escoger. Mi peinado se empapa y cae desastroso sobre mi cabeza. El rimel con el que he pintado mis pestañas se desvanece en ríos negros que caen sobre mi cara. Mis zapatos de tacón libran los charcos que se han creado en la banqueta. Estoy terrible y no me importa. Voy a salir.
Mi cómplice de venganza me espera en un auto. Ha aparcado lejos para evitar que me pillen mis vecinos. Sin testigos emprendo mi camino y en cada paso que doy para llegar a él, se me mojan las ideas de regresar. Aunque hay vuelta atrás, determinada ignoro la opción y sigo avanzando.
Conduce lejos, lugares recónditos que no visito usualmente. Perseguir el anonimato es lo que nos anima a los dos. Él no tiene nada que perder, vive sin rendir cuentas a nadie, es fácil para él servirme en la aventura. No cuestiona mis motivos ni me hace reflexionar en las consecuencias. Se divierte en la astucia que lo mueve a cubrirme las espaldas y en la recompensa que gana por ser con quien desahogo mis deseos.
La noche transcurre violenta, asaltando mi conciencia cuando su recuerdo brinca a mis ojos. Quiero verle en quien me acompaña. Sus manos son las suyas, sus labios son los suyos. Su cuerpo se apodera del impostor que me tiene sujeta entre sus brazos. Me calmo el remordimiento imaginándolo conmigo y reniego su verdadera ausencia justificando que él estará haciendo lo mismo.
Regreso a casa, insatisfecha y lastimada. Le arrojo una sonrisa furtiva a él y me despido con un ademán. Camino a casa. La lluvia ha sido derrotada, sólo quedan sus restos que reflejan mi rostro si me les asomo a ver. Siento la brisa helada del recuerdo del agua que cayó al suelo.
Mañana lo veré. Sin mentiras, sin verdades. Simplemente lo veré…
TERCERA PARTE
TERCERA PARTE
Es viernes otra vez. Hoy la impotencia no me carcome. Estoy tranquila. He ocupado mi tarde en terminar los quehaceres del hogar. He puesto en orden los recovecos de mi habitación. Bajo el polvo acumulado en los recuerdos que han dejado tus detalles, he encontrado uno que me ha hecho llorar. Se trata de una carta tan breve y repleta de palabras que quiero creer verdad. ¿Es cierto que me quieres y añoras volver a verme cada vez que nos despedimos? Los viernes no parece ser así.
La releo descifrando los secretos, pero en vano. Ningún código oculto que requiera de mi destreza. Me aferro a ella doblándola con mis manos y apretándola contra mi pecho. Quiero creer... quiero creer.
Suena mi celular. La rutina de engaño me espera sin detenerse a cuestionar si hoy tengo ganas de repetirla. No me apetece salir de casa, pero la carrera que emprendí es difícil detenerla. La inercia me mueve a su voluntad y la noche la desgasto fingiendo que me encuentro satisfecha.
Mirando el cielo desde mi ventana, me atrapo repasando mi fechoría e imaginando dónde podría estar él. Un ligero remordimiento brotó en mi conciencia. Un misterio sin resolver nubló mi mente. Sed de respuestas, intenciones de hallar la verdad. Las prolongadas insistencias de llamadas sin contestar, desesperantes ausencias que no soporto más. Mi remedio no perdura y su sabor se amarga. Siento deseos de no beber más.
Es momento de ir más allá.
CUARTA PARTE
Esta vez no voy a engañarte. La impotencia que me genera este día me pone furiosa. He decidido marcarle para cancelar. Algún pretexto absurdo me he inventado y en mi tono desilusionado ha adivinado mis pocas ganas de darle mayor explicación. Él se conforma, después de todo, me imagino que no he de ser la única con quien hace estos tratos.
Me quedo sola en mi habitación, mirando por la ventana, cómo se hace de noche. Extraño salir, extraño los viernes con locas aventuras. Tengo ganas de inventarme alguna locura. Tal vez me anime a salir por mi cuenta... tal vez lo haga.
Me arreglo más de la cuenta. El labial color rojo intenso es un exceso. Zapatos de tacón alto y un vestido negro que apenas hace su tarea. El cabello suelto y relajado. Es hora de salir a bailar. Me presento en el primer lugar que llegó a mi memoria. El ruido se escucha desde la entrada: música estruendosa y choques de botellas de vidrio. Me cuelo entre la gente, paso desapercibida con un grupo grande de personas. No suelen buscar personas solitarias. El número más reducido es el de parejas que se entretienen de a dos, mimándose y mirándose. Me busco una mesa en una esquina. No pretendo socializar, sólo perderme en la oscuridad y el estruendo. Me pido un trago que sostenga mi mano, sin afán de beber. Cierro los ojos y me dejo contagiar por la música que escucho, meneo mi cabeza al ritmo que se me marca; empiezo a recordar.
Ni una sola vez me quiso ver en viernes. Nunca. Ni siquiera las primeras salidas en las que todo es ingenuidad ocurrieron ese día. Tal vez al inicio no me percaté de ello, pues solía planear la tarde para gastarla con amigos, los cuales de a poco fueron excluyéndose por esas bobas reglas que sugieren infidelidad. Es decir: ¿acaso no se puede salir con un amigo a solas cada semana? Algunos lo entienden, supongo, pero otros no y son bastante estrictos al respecto.
Si bien él nunca me lo prohibió ni lo explicitamos en una charla casual, le concedí ese acuerdo. No tuvo que pedirlo, ni yo a él algo similar. En la dinámica nos lo callamos y lo asumimos. Por ende: no estaría mal retomar mis andadas nocturnas, ¿o sí? Las preguntas suscitaban una a una. Mis respuestas aún eran vagas, no tenía la certeza de qué rumbo tomar. Y la incógnita que lo mantenía ausente los viernes me asfixiaba.
No habían dado ni las doce de la noche cuando pedí la cuenta. Dejé la copa sobre la mesita frente a mí sin haberle tomado ni un sólo sorbo. Eché una mirada fugaz al lugar. Todos bailaban y brincaban, otros se empujaban mientras golpeaban sus botellas al unísono para celebrar. Me sentí ajena a la escena en que estaba metida y me marché sigilosamente, como quien no quiere ser vista.
En casa, me dediqué a armar un plan, era el último viernes que le concedía a solas. El último. Me propuse a desentrañar el misterio. Si no obtenía respuestas, moriría.
QUINTA PARTE
Estoy sentada dentro de mi coche, fuera de tu casa. La calle está quieta y vacía. La lluvia me hace de camuflaje al golpear estruendosa contra el parabrisas. Es difícil distinguir si alguien anda en la banqueta o no. El frío penetra desde fuera aunque tenga puesto el aire acondicionado para evitar que las ventanillas se empañen delaten mi ansiosa respiración.
Son las ocho de la noche y no has aparecido. Sería temprano si es que has salido a pasear y divertirte. Seria muy tarde si continúas ocupado en la oficina. ¿Dónde podrás estar? No hay pistas de que estés en casa, lo sé. Tu automóvil no está aparcado en el zaguán ni afuera donde estoy yo, que en mi deseo de confrontarte no he procurado tomar prudente distancia favoreciendo un encuentro.
Mi única compañía es la locutora en la radio que presenta canciones alegres para bailar un viernes por la noche. Las escucho sin moverme ni un ápice, las siento ajenas a mi humor. Sólo me complace la voz que imagino que está dirigiéndose a mí en el afán de entretener mi inútil espera.
Pasan los minutos y la lluvia no cesa. Pese a que ya es de noche, parece hacerse más oscuro que antes. Muevo el asiento hacia atrás para ganarme unos centímetros y estirar mis piernas. No me he movido de mi sitio y presiento que mi espera será más larga todavía.
Son las diez de la noche. No has llegado. Si se trata de tu trabajo, definitivamente querría matarlos de ser tú. ¿Cómo es posible soportar el yugo? Podría comprender la repentina necesidad de unas horas extra de trabajo, pero una rutina que roba tu posibilidad de esparcirte cada semana, la considero impensable. Si se trata de una salida de esparcimiento, no llegarás antes de las doce de la noche. Impensable sería abandonar una fiesta a temprana hora si es que pretendes diversión y desahogar las tensiones acumuladas por tanto trabajo. ¿Por qué no has llegado?
Las canciones del radio empiezan a repetirse. Miro el reloj en el tablero del coche y me percato de que es media noche. ¡Tienes que estar en una fiesta, no hay de otra! ¿O sí? Quisiera buscarlo en su celular, pero sé que seria en vano. Nunca ha tomado una llamada mía este día, no tendría que ser hoy la excepción. Sea lo que sea que esté haciendo, no quiere que le interrumpa, ni que le moleste. ¿Estará con otra?
Las ideas me apuñalan la cabeza. Los vecinos empiezan a llegar uno a uno. Todos parecen regresar a sus casas. Son las dos de la mañana. La lluvia se ha detenido, cualquiera podría notar mi presencia si prestara atención al entorno. Tengo sueño, mucho. Empiezo a cabecear. Me acurruco en el asiento, quiero dormir un poco. Descansar...
¿Será que no planea llegar a casa?
SEXTA PARTE
Otra vez no me concediste saber de ti. Otro viernes sin ti que sumo a la lista de eternos viernes en los que vives desaparecido y lejos de aquí.
Mi pasado intento de esperar a que llegaras a tu casa no me trajo ninguna respuesta. Esperé por ti hasta que amaneció. Pasé una noche fatal petrificada en mi asiento, entumida por el frío y con ganas de cenar algo. Mi lista de pendientes del sábado, que debían atenderse temprano, me hizo abandonar mi puesto de vigilancia. La única información que pude recolectar es que pasaste la noche fuera; lo que no apaciguó mi tortura.
Hoy titubeo. No quiero convertirme en tu acosadora. Intento mantener la poca cordura que me queda. La imposibilidad de tocarte me tiene vuelta loca y no sé cómo superar este enfermo trance. No puedo alcanzarte, no puedo encontrarte, es como si los viernes no existieras.
Él me ha contactado. Desea saber si hoy cederé a mis deseos más oscuros y le dejaré llevarme a la cama. Le he respondido vagamente, sin comprometerme a salir con él. Me tentó narrándome lo que haríamos escondidos en la oscuridad de la noche, alejados de toda conciencia y culpa. Por mucho que se me antojó el desahogue físico, le di una negativa. La sugerencia de cobrar venganza a una situación de engaño incierta me arrebató mis justificaciones.
El misterio de tus viernes me pone mal. Camino de un lado a otro en el pasillo y revuelvo mi ropa guardada en el cajón buscando tus detalles. Tropiezo con las paredes de mi casa y me persiguen los fantasmas de todas las teorías que me invento para explicar tu ausencia. Las repaso una a una y me piden evidencias para sostenerlas. Fracaso: no tengo pruebas de nada. Sólo hipótesis predecibles, sólo referentes cotidianos, pero no poseo pruebas para ninguna de ellas.
Sin pistas, sin ganas, me echo en mi cama y me pongo a pensar. Es junio y la lluvia hace de las suyas otra vez en mi ventana. Su golpeteo es fuerte e incesante. No se irá hasta que me combine con ella en un ánimo deprimente. La lluvia se ha robado el sol y lo poco que quedaba del día lo secuestraron las horas. Ha anochecido. Estoy sola, acurrucada sobre el edredón. Unas lágrimas se escapan de mis ojos y empapan mi almohada. Lucho contra mi propio juicio de tonta e ilusa. ¿Cuánto tiempo se puede estar así? Un año parece insano; y llevó más que eso.
Me quedo dormida; un poco más y será sábado.
SÉPTIMA PARTE
Querido amor:
Estoy cansada. Es viernes y el calendario me reclama que siempre tache este día con el mismo agotamiento. No se despierta ninguna ilusión por verte mañana. Me da lo mismo qué día resulte ser, tu eterna ausencia logró encararme a lo peor de mí misma.
No eres tú por quien escribo esta carta; soy yo la razón. El motivo no me lo has dado tú, me lo ha dado mi propio comportamiento. No tengo nada qué reclamarte pese a tus negativas de vernos, contactarnos, llamarnos o enviarnos mensaje. Que llame al viento por tu nombre y no escuche más que su eco incesante, no es lo que pone este lápiz en mi mano. Esto no es un último reclamo por no dejarte encontrar, lo hago por mí.
Cada viernes esperé que llegaras. Mi paciencia se agotó y quebranté lo que tenemos. Aún ignoro qué haces este día, pero sé bien qué hago yo, y es a eso a lo que apelo para escribirte hoy.
En viernes, te espero impaciente y muerta de ansiedad, como loca recorro cada pasillo de la casa, reviso los muebles y me ahogo en la exasperación de estar encerrada. En viernes, me invento tus historias, descifro tus pretextos y averiguo tus secretos. Todo en vano, inútilmente, tontamente. En viernes, salgo con otro hombre. Sí, eso hago, ¿sabes? Salgo con otro que sacie mi necesidad. Me tropiezo con él en las sombras y en confidencia guarda nuestra complicidad. En silencio grito tu nombre y te imagino en su cara. La culpa me carcome, porque aunque la alimente con venganza, siendo honesta: ¡No tengo evidencia qué vengar!
En viernes, te acoso en la oscuridad. Aguardo fuera de tu puerta, esperando verte llegar. Nunca lo haces, ni siquiera visitas tu casa cuando el viernes está por terminar. La duda me sorprende y me dejo llevar. La falta de respuestas ya no la soporto ni un día más.
No sé qué hagas los viernes y ya me da igual. Te dejo en tu soledad, ya no me pesa tu ausencia.
¡Más de un año viviendo así! Aparentemente, resultó fácil engañarte, pero más fácil fue engañarme a mí. Más de un año me mentí, más de un año lo aguanté. En contra de mi voluntad, por más de un año cedí.
No me engañaré más. Esta vez, buscaré quien me regale sus días viernes y todos los demás.
FIN
La releo descifrando los secretos, pero en vano. Ningún código oculto que requiera de mi destreza. Me aferro a ella doblándola con mis manos y apretándola contra mi pecho. Quiero creer... quiero creer.
Suena mi celular. La rutina de engaño me espera sin detenerse a cuestionar si hoy tengo ganas de repetirla. No me apetece salir de casa, pero la carrera que emprendí es difícil detenerla. La inercia me mueve a su voluntad y la noche la desgasto fingiendo que me encuentro satisfecha.
Mirando el cielo desde mi ventana, me atrapo repasando mi fechoría e imaginando dónde podría estar él. Un ligero remordimiento brotó en mi conciencia. Un misterio sin resolver nubló mi mente. Sed de respuestas, intenciones de hallar la verdad. Las prolongadas insistencias de llamadas sin contestar, desesperantes ausencias que no soporto más. Mi remedio no perdura y su sabor se amarga. Siento deseos de no beber más.
Es momento de ir más allá.
CUARTA PARTE
Esta vez no voy a engañarte. La impotencia que me genera este día me pone furiosa. He decidido marcarle para cancelar. Algún pretexto absurdo me he inventado y en mi tono desilusionado ha adivinado mis pocas ganas de darle mayor explicación. Él se conforma, después de todo, me imagino que no he de ser la única con quien hace estos tratos.
Me quedo sola en mi habitación, mirando por la ventana, cómo se hace de noche. Extraño salir, extraño los viernes con locas aventuras. Tengo ganas de inventarme alguna locura. Tal vez me anime a salir por mi cuenta... tal vez lo haga.
Me arreglo más de la cuenta. El labial color rojo intenso es un exceso. Zapatos de tacón alto y un vestido negro que apenas hace su tarea. El cabello suelto y relajado. Es hora de salir a bailar. Me presento en el primer lugar que llegó a mi memoria. El ruido se escucha desde la entrada: música estruendosa y choques de botellas de vidrio. Me cuelo entre la gente, paso desapercibida con un grupo grande de personas. No suelen buscar personas solitarias. El número más reducido es el de parejas que se entretienen de a dos, mimándose y mirándose. Me busco una mesa en una esquina. No pretendo socializar, sólo perderme en la oscuridad y el estruendo. Me pido un trago que sostenga mi mano, sin afán de beber. Cierro los ojos y me dejo contagiar por la música que escucho, meneo mi cabeza al ritmo que se me marca; empiezo a recordar.
Ni una sola vez me quiso ver en viernes. Nunca. Ni siquiera las primeras salidas en las que todo es ingenuidad ocurrieron ese día. Tal vez al inicio no me percaté de ello, pues solía planear la tarde para gastarla con amigos, los cuales de a poco fueron excluyéndose por esas bobas reglas que sugieren infidelidad. Es decir: ¿acaso no se puede salir con un amigo a solas cada semana? Algunos lo entienden, supongo, pero otros no y son bastante estrictos al respecto.
Si bien él nunca me lo prohibió ni lo explicitamos en una charla casual, le concedí ese acuerdo. No tuvo que pedirlo, ni yo a él algo similar. En la dinámica nos lo callamos y lo asumimos. Por ende: no estaría mal retomar mis andadas nocturnas, ¿o sí? Las preguntas suscitaban una a una. Mis respuestas aún eran vagas, no tenía la certeza de qué rumbo tomar. Y la incógnita que lo mantenía ausente los viernes me asfixiaba.
No habían dado ni las doce de la noche cuando pedí la cuenta. Dejé la copa sobre la mesita frente a mí sin haberle tomado ni un sólo sorbo. Eché una mirada fugaz al lugar. Todos bailaban y brincaban, otros se empujaban mientras golpeaban sus botellas al unísono para celebrar. Me sentí ajena a la escena en que estaba metida y me marché sigilosamente, como quien no quiere ser vista.
En casa, me dediqué a armar un plan, era el último viernes que le concedía a solas. El último. Me propuse a desentrañar el misterio. Si no obtenía respuestas, moriría.
QUINTA PARTE
Estoy sentada dentro de mi coche, fuera de tu casa. La calle está quieta y vacía. La lluvia me hace de camuflaje al golpear estruendosa contra el parabrisas. Es difícil distinguir si alguien anda en la banqueta o no. El frío penetra desde fuera aunque tenga puesto el aire acondicionado para evitar que las ventanillas se empañen delaten mi ansiosa respiración.
Son las ocho de la noche y no has aparecido. Sería temprano si es que has salido a pasear y divertirte. Seria muy tarde si continúas ocupado en la oficina. ¿Dónde podrás estar? No hay pistas de que estés en casa, lo sé. Tu automóvil no está aparcado en el zaguán ni afuera donde estoy yo, que en mi deseo de confrontarte no he procurado tomar prudente distancia favoreciendo un encuentro.
Mi única compañía es la locutora en la radio que presenta canciones alegres para bailar un viernes por la noche. Las escucho sin moverme ni un ápice, las siento ajenas a mi humor. Sólo me complace la voz que imagino que está dirigiéndose a mí en el afán de entretener mi inútil espera.
Pasan los minutos y la lluvia no cesa. Pese a que ya es de noche, parece hacerse más oscuro que antes. Muevo el asiento hacia atrás para ganarme unos centímetros y estirar mis piernas. No me he movido de mi sitio y presiento que mi espera será más larga todavía.
Son las diez de la noche. No has llegado. Si se trata de tu trabajo, definitivamente querría matarlos de ser tú. ¿Cómo es posible soportar el yugo? Podría comprender la repentina necesidad de unas horas extra de trabajo, pero una rutina que roba tu posibilidad de esparcirte cada semana, la considero impensable. Si se trata de una salida de esparcimiento, no llegarás antes de las doce de la noche. Impensable sería abandonar una fiesta a temprana hora si es que pretendes diversión y desahogar las tensiones acumuladas por tanto trabajo. ¿Por qué no has llegado?
Las canciones del radio empiezan a repetirse. Miro el reloj en el tablero del coche y me percato de que es media noche. ¡Tienes que estar en una fiesta, no hay de otra! ¿O sí? Quisiera buscarlo en su celular, pero sé que seria en vano. Nunca ha tomado una llamada mía este día, no tendría que ser hoy la excepción. Sea lo que sea que esté haciendo, no quiere que le interrumpa, ni que le moleste. ¿Estará con otra?
Las ideas me apuñalan la cabeza. Los vecinos empiezan a llegar uno a uno. Todos parecen regresar a sus casas. Son las dos de la mañana. La lluvia se ha detenido, cualquiera podría notar mi presencia si prestara atención al entorno. Tengo sueño, mucho. Empiezo a cabecear. Me acurruco en el asiento, quiero dormir un poco. Descansar...
¿Será que no planea llegar a casa?
SEXTA PARTE
Otra vez no me concediste saber de ti. Otro viernes sin ti que sumo a la lista de eternos viernes en los que vives desaparecido y lejos de aquí.
Mi pasado intento de esperar a que llegaras a tu casa no me trajo ninguna respuesta. Esperé por ti hasta que amaneció. Pasé una noche fatal petrificada en mi asiento, entumida por el frío y con ganas de cenar algo. Mi lista de pendientes del sábado, que debían atenderse temprano, me hizo abandonar mi puesto de vigilancia. La única información que pude recolectar es que pasaste la noche fuera; lo que no apaciguó mi tortura.
Hoy titubeo. No quiero convertirme en tu acosadora. Intento mantener la poca cordura que me queda. La imposibilidad de tocarte me tiene vuelta loca y no sé cómo superar este enfermo trance. No puedo alcanzarte, no puedo encontrarte, es como si los viernes no existieras.
Él me ha contactado. Desea saber si hoy cederé a mis deseos más oscuros y le dejaré llevarme a la cama. Le he respondido vagamente, sin comprometerme a salir con él. Me tentó narrándome lo que haríamos escondidos en la oscuridad de la noche, alejados de toda conciencia y culpa. Por mucho que se me antojó el desahogue físico, le di una negativa. La sugerencia de cobrar venganza a una situación de engaño incierta me arrebató mis justificaciones.
El misterio de tus viernes me pone mal. Camino de un lado a otro en el pasillo y revuelvo mi ropa guardada en el cajón buscando tus detalles. Tropiezo con las paredes de mi casa y me persiguen los fantasmas de todas las teorías que me invento para explicar tu ausencia. Las repaso una a una y me piden evidencias para sostenerlas. Fracaso: no tengo pruebas de nada. Sólo hipótesis predecibles, sólo referentes cotidianos, pero no poseo pruebas para ninguna de ellas.
Sin pistas, sin ganas, me echo en mi cama y me pongo a pensar. Es junio y la lluvia hace de las suyas otra vez en mi ventana. Su golpeteo es fuerte e incesante. No se irá hasta que me combine con ella en un ánimo deprimente. La lluvia se ha robado el sol y lo poco que quedaba del día lo secuestraron las horas. Ha anochecido. Estoy sola, acurrucada sobre el edredón. Unas lágrimas se escapan de mis ojos y empapan mi almohada. Lucho contra mi propio juicio de tonta e ilusa. ¿Cuánto tiempo se puede estar así? Un año parece insano; y llevó más que eso.
Me quedo dormida; un poco más y será sábado.
SÉPTIMA PARTE
Querido amor:
Estoy cansada. Es viernes y el calendario me reclama que siempre tache este día con el mismo agotamiento. No se despierta ninguna ilusión por verte mañana. Me da lo mismo qué día resulte ser, tu eterna ausencia logró encararme a lo peor de mí misma.
No eres tú por quien escribo esta carta; soy yo la razón. El motivo no me lo has dado tú, me lo ha dado mi propio comportamiento. No tengo nada qué reclamarte pese a tus negativas de vernos, contactarnos, llamarnos o enviarnos mensaje. Que llame al viento por tu nombre y no escuche más que su eco incesante, no es lo que pone este lápiz en mi mano. Esto no es un último reclamo por no dejarte encontrar, lo hago por mí.
Cada viernes esperé que llegaras. Mi paciencia se agotó y quebranté lo que tenemos. Aún ignoro qué haces este día, pero sé bien qué hago yo, y es a eso a lo que apelo para escribirte hoy.
En viernes, te espero impaciente y muerta de ansiedad, como loca recorro cada pasillo de la casa, reviso los muebles y me ahogo en la exasperación de estar encerrada. En viernes, me invento tus historias, descifro tus pretextos y averiguo tus secretos. Todo en vano, inútilmente, tontamente. En viernes, salgo con otro hombre. Sí, eso hago, ¿sabes? Salgo con otro que sacie mi necesidad. Me tropiezo con él en las sombras y en confidencia guarda nuestra complicidad. En silencio grito tu nombre y te imagino en su cara. La culpa me carcome, porque aunque la alimente con venganza, siendo honesta: ¡No tengo evidencia qué vengar!
En viernes, te acoso en la oscuridad. Aguardo fuera de tu puerta, esperando verte llegar. Nunca lo haces, ni siquiera visitas tu casa cuando el viernes está por terminar. La duda me sorprende y me dejo llevar. La falta de respuestas ya no la soporto ni un día más.
No sé qué hagas los viernes y ya me da igual. Te dejo en tu soledad, ya no me pesa tu ausencia.
¡Más de un año viviendo así! Aparentemente, resultó fácil engañarte, pero más fácil fue engañarme a mí. Más de un año me mentí, más de un año lo aguanté. En contra de mi voluntad, por más de un año cedí.
No me engañaré más. Esta vez, buscaré quien me regale sus días viernes y todos los demás.
FIN
miércoles, 9 de julio de 2014
Caer
Este tema lo he abordado antes, pero no me canso de hacerlo, ¿porque saben? Tantas veces hablo de él, como veces me caigo.
Insisto en que caer duele. Por mucho que piense que estoy "preparada psicológicamente" y sepas que es un paso que forzosamente debes dar para poder crecer, no hay nada que evita que te duela.
Se siente "regacho". Es como si tu corazoncito lo estrujaran, sientes cómo tus ánimos se vacían iniciando en la cabeza y así hasta llegar a tus extremidades. La sangre se te hiela y tu pecho se oprime. Sí, es bastante terrible la caída. Si tienes suerte y la asimilas pronto, puede que llores un rato, porque tu cuerpo necesita sacar todo eso que acabas de experimentar para que no se añeje y se pudra dentro de ti. No es algo que merezcas que vaya estorbándote y pesándote en tu andar. Vivir es un viaje de mochilazo y para disfrutarlo,es mejor viajar ligero.
Entonces, luego del susto, hago el recuento de los daños. Miro al cielo, a mi alrededor y descubro una verdad: aún con las heridas, estoy viva. Por muy apachurrado que queda el corazón, no se ha terminado este andar. Me siguen concediendo tiempo y esperan que siga andando. ¡Pero me caí, qué no ven, estoy tendida en el suelo! Sí, además de todo, algunos me vieron cayendo. Es curioso que cuando anticipamos que la caída será tremenda nos encarguemos sólo de compartirla con unos cuantos. Tal vez así "la pena" de azotar contra el piso sea menor, como si al no hacerla pública pudiéramos huir a nuestra buhardilla a recomponer las piezas en las que se ha fragmentado nuestro ser. Sin exponernos, haciendo de los tropiezos un acto íntimo entre amigos.
Yaciendo en el suelo, sólo tienes dos opciones: permanecer ahí o levantarte. La primera opción es bastante cómoda. Sí, se antoja sobremanera. ¿Por qué? Porque es cómoda, no requiere tanto de ti. Lamentarse, entristecerse, analizar paso a paso cómo no viste la piedra frente a ti, quejarse y añorar lo que pasó antes de caer, se antoja sencillo. La segunda opción es bastante exigente. Demanda que te cures las heridas, que aún sangrando te pongas de pie. Te sobas sin chistar y aún cuando te duele el apoyar el pie, te mantengas levantada y con postura recta. ¡Eso! Eso es lo realmente difícil. Buscas en los recovecos de tu alma la fortaleza para hacerlo y descubres partes de ti que ignorabas que se escondían en algún rincón.
Y por si creía que aquí terminaba el esfuerzo, descubro que no.
Estás de pie. Tienes dos opciones: Retroceder o avanzar. La primera opción es bastante cómoda. Ya sabes cómo es el camino antes de llegar a dicha piedra que te hizo tropezar. Regresar sobre tus pasos significa volver a lo conocido. Ahí estabas bien. Te sentías hasta cierto punto segura. Ese camino ya te lo sabes, ¿por qué habrías de caer de nuevo? La segunda opción es bastante exigente. Avanzar implica seguir adelante, aún cuando ignores lo que está por venir. Es no despegar la vista del destino al que quieres llegar. Es seguir buscando caminos que te lleven ahí, por un lado o por otro, pero es seguir andando hacia allá. Tal vez se ponga peor el escenario. Más negro, más escabroso, pero al mismo tiempo puede ser que se ponga más alegre, más satisfactorio. No lo sabes, no hay certezas. Ninguna.
Esto es lo que pasa cuando decides no estar cómodo nunca. Cuando eliges no conformarte e ir más allá. Dejas de lado los planes tradicionales y legítimos que la sociedad tiene para ti. Cuando decides moverte e ir tras algo más. Ese placer, satisfacción y realización personal para destacar en lo que sea que elijas, va a tener un precio que pagar. ¿Cuál? El esfuerzo de caer, levantarte y avanzar.
Así es la vida, Lu
Y tú: ¿qué quieres?
martes, 8 de julio de 2014
Me vibra
¿Alguna vez has hecho algo que te vibra por dentro? Sí, esa sensación en el cuerpo parecida a un hormigueo, a un incendio corporal y espiritual, una especie de renovación interna que produce endorfinas y te hace sonreír inminentemente.
A eso yo le llamo "vibrar". Despierta en ti intensidad y pasión, te sientes feliz. No todo te hace vibrar de este modo. Tal vez un pasatiempo, un trabajo, un deporte... algo que haces y en lo que pones el corazón te hace vibrar.
Yo apostaría a que esas actividades son de las que debemos llenar nuestras vidas. No de "falsas vibraciones" ni te "vibraciones disfrazadas" No, las que genuinamente te ponen contento. Construyen en ti y te impulsan a la genialidad de la vida. Es como explorar la vivencia de algún talento o cualidad tuya, y esforzarte en explotarla a su máximo. Ese tipo de satisfacción y goce es el que deberían irradiar nuestros días.
Hacer lo que te vibra... ¿te imaginas tu vida tomando como eje este postulado? Levantarse de la cama sería un acto reflejo al despertar porque no puedes esperar a hacer eso que te vibra. El cansancio no sería fatiga y desgana. Siempre mantendrías el ímpetu de hacer y avanzar y avanzar. Lo que te vibra es un motor poderoso. ¡Es emocionante! Y esta vibra, por todo lo que conlleva, hay que respirarla también para darle cauce.
La vida es breve y pasa volando. Haz aquello que te roba el corazón... ¡siente que vives! No esperes... o se te escapará la vida esperando.
lunes, 7 de julio de 2014
Genial tener a alguien así
- ¿Y ella te ama? ¿Cómo lo sabes?
- Porque conoce hasta mi peor defecto y no le importa.
Diálogo de la película: Meet Joe Black
Es genial cuando encuentras a alguien con quien puedes ser tú... realmente tú.
Sales de tu casa sin el disfraz que te viste cuando buscas agradar. Tus emociones te las llevas tal cual las has acomodado en el empaque de tu ser. Tus opiniones, tus comentarios, tus pensamientos y tus chistes, los traes contigo y los sacas a la luz cuando mejor te parece. Andas por la calle con el alma descalza, sintiendo lo que tocas y respirando lo que vives. El sol te pega en la cara y si te da la gana sonreír, lo haces; si te da la gana hacer una mueca, la haces. Lo mejor de esto: es hacer lo que eres tú.
Una compañía con la que puedes ser tú plenamente, tal cual eres, con defectos y virtudes, es raro de encontrar. Vaya, a veces con los conocidos hay comentarios que nos guardamos porque sabemos que no simpatizarán con lo que somos. Lo que somos en lo más profundo, lo más recóndito.... nociones tan secretas e íntimas que ni siquiera compartimos con todos. A esa clase de minuciosos detalles que nos conforman son a los que me refiero. Eso que en su totalidad y pequeñez nos hacen únicos. Esos tesoros tan bien guardados que no pregonamos a los cuatro vientos, esos, que sólo algunos comparten con nosotros.
Esas personas con las convivimos íntimamente, despojándonos de nuestras caretas y exponiendo la vulnerabilidad de nuestro corazón, son las personas a las que amamos y con suerte, nos aman de vuelta. Aquellas personas con las que puedes ser tú, con todos tus colores y todos sus matices. Con las que no titubeas en enojarte, gritar, llorar, rezongar, mostrarte débil, encapricharte, indignarte, desaparecerte, correr y exasperarte. Son esas mismas personas con las que ríes a carcajadas, dices tonterías, sonríes con tu sonrisa más amplia, se encienden tus ojos, irradias cariño, brindas consuelo, hablas sobre lo que quieras, juegas, bromeas, disfrutas y gozas. Así con todo lo bueno y lo malo, te aceptan y permanecen a tu lado. No te juzgan y te regalan el mejor obsequio: la libertad de ser tú.
Experimentar esa clase de amor, te lleva a crecer. Por alguna razón, la relación y los lazos que se estrechan no pueden más que ponerte en la cara la responsabilidad que eso conlleva. En el ver por el otro descubres que puedes ser más de lo que tú crees y puedes esforzarte por ser mejor. Ese compromiso no se vierte al revés, no se pretende cambiar al otro para yo poder estar bien. ¿Para qué cambiar al otro si lo aceptas como es? Se trata de crecer uno mismo, y el otro, si está comprometido contigo, crecerá por añadidura.
Los defectos son parte de nosotros mismos. Todos los tenemos. Algunos de nuestros defectos le parecerán insoportables a unos cuantos... pero otros los amarán. Serán capaces de echar una mirada a tu alma y comprender que tu esencia es más maravillosa que los defectos y virtudes que te componen por sí mismos. La aceptación íntegra de lo que eres, es lo que hace que te amen. No tus buenas rachas o tus caídas sin fondo te definen. Eso no: tu esencia, lo que eres realmente.
Eres de esos suertudos si tienes a tu lado a una persona que te ha visto de verdad y decide elegirte.
Es genial tener a alguien así. Si la tienes: atesórala. Si aún no encuentras a alguien así, no te cierres a la posibilidad. Para encontrarla, lo que has de hacer es escuchar a tu corazón, no a tu cabeza. Esa estorba cuando se trata de sentir. El amor se siente, así como la vida. Esto es más que pensar o tener mariposas revoloteando en el estómago. Es más profundo... y es real.
No te cierres a la posibilidad de amar y que te amen.
Como dicen en la película Meet Joe Black, "Stay open, who knows? Lightning could strike"
sábado, 5 de julio de 2014
Parece que no deja de llover
Cuando te animas a vivir, lo que se dice vivir, te das cuenta de que hay momentos en tu vida en los que no sigues la corriente. ¿A qué me refiero? Miras a tu lado, inspeccionas un poco el entorno y te percatas de que lo que haces, no es lo que usualmente hace la gente común.
Descubrir que haces lo que otros no hacen, conlleva sus respectivas caídas. Así es, hay momentos duros en los que dan ganas de claudicar y retomar el camino que todos siguen. En esos momentos, es cuando uno piensa: "parece que no deja de llover".
¿Por qué? Simple: porque esos caminos sólo los andan los valientes que se atreven a tomar riesgos. Si el camino fuera tapizado de lozas rosas y con arco iris atravesando el cielo, todos lo tomarían. Sin embargo, los destinos más increíbles, los persiguen sólo los que encuentran el coraje, la voluntad y la perseverancia para andar el camino. La recompensa vale la pena, pero sólo pueden experimentarla los que se atrevieron.
Andar estos camino no siempre significa genialidad o extrema inteligencia para trascender en los libros de historia. Son caminos hechos a la medida de cada uno, en los que el reto es superarte e ir más allá de lo que todos esperan que vayas. En un contexto en el que todos se conforman con poco, tú perseguirás más. En un contexto en el que todos llegan al punto A, tú irás al punto B. Traducido en ejemplos, podríamos imaginar que si a tu alrededor las personas suelen acomodarse en una vida en la que estudiar es un mero trámite a cumplir, tú te plantearás aprender más de lo que un maestro puede enseñarte. Investigarás, leerás, preguntarás y aprovecharás al máximo ese espacio para formarte. En el mundo laboral, si las personas a tu alrededor trabajan cumpliendo con los mínimos, tú te encargas de alcanzar la excelencia. Se trata de dar todo lo que eres en lo que haces.
Cuando haces de esto una forma de vida, entonces te planteas metas más altas cada vez. Metas que sin querer te harán sobresalir. Te notarás, porque haces lo que no todos hacen. Es entonces cuando el camino se pone más retador. Por eso no todos se animan a andarlo. Ir tras esas metas más ambiciosas, exigirá más de lo que eres y para descubrir de qué eres verdaderamente capaz, vas a tener que ponerte a prueba. En esas pruebas, es cuando el panorama parece más gris que nunca. Quieres abandonar, quieres huir, te seduce la depresión y te duelen los raspaduras que te has hecho librando los obstáculos. No es fácil, no lo es, pero si estás decidido a crecer y no conformarte, eso es lo que tienes que superar.
Esos caminos que no todos andan son los que más encienden tu alma. Pruébalo. Cuando estés en unos de esos momentos grises (casi negros), que parecen tremendos baches o cumbre borrascosas imposibles de escalar, platica con alguien. Sí, charla. Tal vez temas compartir lo que haces en una conversación en la que tu interlocutor está situado en una cómoda posición. Es fácil sentirse menos en esos momentos de desesperación y cansancio. Sin embargo, cuando planteas a alguien por qué haces lo que haces, por qué vas tras lo que vas, por qué te mueve lo que te hace avanzar, te enteras en tu propia voz, que lo que atraviesas tiene un profundo significado. Decirle a alguien te conduce a decírtelo a ti en voz alta. Por si acaso se te ha olvidado, te acuerdas entonces de tus razones y reiteras que eso es lo quieres. Es como un descanso en la larga carrera, en el que alzas la mirada y vislumbras el punto al que quieres llegar. Renuevas las fuerzas, la pasión vuelve a alimentar tu espíritu y sucede la magia. Entonces sonríes, confías y dices: "Voy a estar bien".
Tu camino puede ser difícil y en la medida en que avanzas se pone peor, pero no pierdas la confianza en que puedes hacerlo. Las cosas grandiosas sólo le suceden a los que no están cómodos nunca. ¡Atrévete!
¿Hasta dónde quieres llegar?
Y recuerda, por muy mal que pinte, siempre deja de llover.
viernes, 4 de julio de 2014
Qué fácil es engañarte (7o. Parte) FINAL
Viernes de Relatos
Querido amor:
Estoy cansada. Es viernes y el calendario me reclama que siempre tache este día con el mismo agotamiento. No se despierta ninguna ilusión por verte mañana. Me da lo mismo qué día resulte ser, tu eterna ausencia logró encararme a lo peor de mí misma.
No eres tú por quien escribo esta carta; soy yo la razón. El motivo no me lo has dado tú, me lo ha dado mi propio comportamiento. No tengo nada qué reclamarte pese a tus negativas de vernos, contactarnos, llamarnos o enviarnos mensaje. Que llame al viento por tu nombre y no escuche más que su eco incesante, no es lo que pone este lápiz en mi mano. Esto no es un último reclamo por no dejarte encontrar, lo hago por mí.
Cada viernes esperé que llegaras. Mi paciencia se agotó y quebranté lo que tenemos. Aún ignoro qué haces este día, pero sé bien qué hago yo, y es a eso a lo que apelo para escribirte hoy.
En viernes, te espero impaciente y muerta de ansiedad, como loca recorro cada pasillo de la casa, reviso los muebles y me ahogo en la exasperación de estar encerrada. En viernes, me invento tus historias, descifro tus pretextos y averiguo tus secretos. Todo en vano, inútilmente, tontamente. En viernes, salgo con otro hombre. Sí, eso hago, ¿sabes? Salgo con otro que sacie mi necesidad. Me tropiezo con él en las sombras y en confidencia guarda nuestra complicidad. En silencio grito tu nombre y te imagino en su cara. La culpa me carcome, porque aunque la alimente con venganza, siendo honesta: ¡No tengo evidencia qué vengar!
En viernes, te acoso en la oscuridad. Aguardo fuera de tu puerta, esperando verte llegar. Nunca lo haces, ni siquiera visitas tu casa cuando el viernes está por terminar. La duda me sorprende y me dejo llevar. La falta de respuestas ya no la soporto ni un día más.
No sé qué hagas los viernes y ya me da igual. Te dejo en tu soledad, ya no me pesa tu ausencia.
¡Más de un año viviendo así! Aparentemente, resultó fácil engañarte, pero más fácil fue engañarme a mí. Más de un año me mentí, más de un año lo aguanté. En contra de mi voluntad, por más de un año cedí.
No me engañaré más. Esta vez, buscaré quien me regale sus días viernes y todos los demás.
FIN
Querido amor:
Estoy cansada. Es viernes y el calendario me reclama que siempre tache este día con el mismo agotamiento. No se despierta ninguna ilusión por verte mañana. Me da lo mismo qué día resulte ser, tu eterna ausencia logró encararme a lo peor de mí misma.
No eres tú por quien escribo esta carta; soy yo la razón. El motivo no me lo has dado tú, me lo ha dado mi propio comportamiento. No tengo nada qué reclamarte pese a tus negativas de vernos, contactarnos, llamarnos o enviarnos mensaje. Que llame al viento por tu nombre y no escuche más que su eco incesante, no es lo que pone este lápiz en mi mano. Esto no es un último reclamo por no dejarte encontrar, lo hago por mí.
Cada viernes esperé que llegaras. Mi paciencia se agotó y quebranté lo que tenemos. Aún ignoro qué haces este día, pero sé bien qué hago yo, y es a eso a lo que apelo para escribirte hoy.
En viernes, te espero impaciente y muerta de ansiedad, como loca recorro cada pasillo de la casa, reviso los muebles y me ahogo en la exasperación de estar encerrada. En viernes, me invento tus historias, descifro tus pretextos y averiguo tus secretos. Todo en vano, inútilmente, tontamente. En viernes, salgo con otro hombre. Sí, eso hago, ¿sabes? Salgo con otro que sacie mi necesidad. Me tropiezo con él en las sombras y en confidencia guarda nuestra complicidad. En silencio grito tu nombre y te imagino en su cara. La culpa me carcome, porque aunque la alimente con venganza, siendo honesta: ¡No tengo evidencia qué vengar!
En viernes, te acoso en la oscuridad. Aguardo fuera de tu puerta, esperando verte llegar. Nunca lo haces, ni siquiera visitas tu casa cuando el viernes está por terminar. La duda me sorprende y me dejo llevar. La falta de respuestas ya no la soporto ni un día más.
No sé qué hagas los viernes y ya me da igual. Te dejo en tu soledad, ya no me pesa tu ausencia.
¡Más de un año viviendo así! Aparentemente, resultó fácil engañarte, pero más fácil fue engañarme a mí. Más de un año me mentí, más de un año lo aguanté. En contra de mi voluntad, por más de un año cedí.
No me engañaré más. Esta vez, buscaré quien me regale sus días viernes y todos los demás.
FIN
miércoles, 2 de julio de 2014
¿Lo dominas y te sale mal?
Por un momento remóntate a una actividad en la que te consideres alguien que la ejecuta con destreza y facilidad. La has hecho tantas veces que sabes que puedes hacerla sin dificultad. Algo que simplemente digas: "soy bueno en ello".
Puede ser lo que sea. Desde algo muy sencillo como realizar un peinado a tu cabello, hasta algo más complejo como un deporte. Una actividad cotidiana como alguna materia de la escuela o algo que hagas efectivamente en tu trabajo.
Ahora, reflexiona, te ha pasado que aún cuando dominas algo: ¿te sale mal?
Es como una fracción de segundo en la que puedes errar. Sí, incluso desempeñándote en algo que domines, puedes errar. Parece increíble, pero es cierto. No importa cuántas veces hagas algo, el día en que te pones cómodo y te confías en que te sale, se estropea.
Las razones para que se dé esta ligera apertura tienen que ver con uno mismo. Curioso, pero el poder de errar está en nuestras intenciones, en lo que nos mueve. En esa emoción que florece cuando nos disponemos a hacer esa actividad. En ese pequeñísimo instante, si nosotros damos esa oportunidad, no nos sale.
Verán, sucede que a veces, en ese conocimiento de expertos, somos tentados por la soberbia, las ganas de probarnos a los demás, el reconocimiento, la presunción e incluso el descuido. Si dejamos la puerta ligeramente abierta, cualquiera de éstas consigue hacerse espacio y entrar. Cuando éstas entran, ya estamos perdidos, porque precisamente eso hace que nos equivoquemos.
Sucede entonces que los colores con los que decidimos pintar y llenar esa actividad que dominamos, afectan el producto final. Si dejamos de hacerlo con humildad, con la frescura de la primera vez, con el nerviosismo y la cautela que fijan toda nuestra atención en los detalles, otras cosas serán las que participen en dicha acción.
Como hemos dicho otras veces. Se trata de vivir el momento como si fuera el único. Si te dispones a vivir así cada instante, podrás fácilmente dedicarte a la actividad como si fuera la primera y última vez que la haces, lo que seguramente te hará volcar todo tu corazón en ello. Entonces la expertis de la práctica y el conocimiento que posees fluirán a tu favor, sin verse limitados por lo que hace que puedan salir mal.
Se trata básicamente de enterarte de por qué haces lo que haces. ¿Qué te mueve a hacerlo? Inspecciona tus motivos y elige bien; que sean los que te lleven a crecer a ti mismo, en el goce y disfrute de lo que haces. No pierdas de vista que cuando consideras que ya lo sabes todo sobre algo, es cuando el mundo se encarga de hacerte notar que no es así.
Considérate dueño de un corazón de principiante y déjate sorprender por lo que aún puedes descubrir. Así, cada que hagas algo que dominas, te saldrá bien. Nunca, ¡nunca te confíes ni te pongas cómodo! Incluso en el aparente dominio se puede seguir creciendo.
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