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Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


martes, 15 de julio de 2014

Despedirse


Decir adiós me resulta difícil. Sé la razón. Es un tema de apego mal manejado. Sin embargo, aunque conozco los motivos y la larga explicación, no puedo evitar sentir nostalgia cuando me despido de una persona por un período considerable de tiempo.

Las despedidas que significan mera cortesía no me causan angustia, pero las que son más largas sí que pueden hacer algo en mi corazoncito. Lo apachurran, lo estrujan y lo exprimen. Recuperar su forma es algo difícil que sólo un buen auto apapacho logra sanar.

Sobre todo si se trata de alguien a quien quiero mucho. Despedirme de esa persona me provoca un sentimiento de tristeza. Y la tristeza es tan grande, que no sé cómo actuar cuando me invade, es decir, pierdo pistas del protocolo a seguir para despedirme de alguien. Me vuelvo algo torpe en el trato con la persona, puedo abrazarla de más y hago de todo por disimular indiferencia. Lo que es cierto, es que voy a extrañarla y añoraré su regreso.

Con la muerte me pasa diferente. Es tan contundente que la permanente ausencia me obliga a cerrar el círculo. No hay opciones con la muerte, con las ausencias largas sí. Éstas últimas demandan que sueltes la situación, que reconozcas que no la controlarás y que resistirás a las ganas de hacer algo por terminarla. Ganas de buscar, de impedir que se vaya, de ir tras la persona... muchas opciones, que en un sentido debes respirar y dejar ir, con calma y tranquilidad. Vaya, no sentir abandono.

Y aún sabiendo de qué va despedirse, se siente triste decir adiós. Supongo que lo único que queda es percatarse de que la promesa del regreso se sostiene en el aire y que a las personas aunque no estén, las llevas en tu corazón.

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