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Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


viernes, 11 de julio de 2014

Qué fácil es engañarte (Versión Completa)

Viernes de relatos

Algunos me han comentado que se perdieron de algunas partes, así que para facilitarles la lectura, hoy he compilado la historia en una sola publicación. Así quienes sospechan haberse perdido u omitido alguna parte, aquí pueden leerla. Y los que no habían podido hacerlo... ¡espero les guste!

Título del Relato: "QUÉ FÁCIL ES ENGAÑARTE"

PRIMERA PARTE

Los viernes traen consigo la tentación de engañarte. ¿Podrías culparme si envuelta en mi debilidad cedo? Es en viernes cuando te olvidas de mí. Te busco en el teléfono y lo dejas sonar sin contestar. Te desapareces y te enredas en pretextos que nunca te atreves a decir. Ni siquiera merezco una excusa torpemente planteada, no te esfuerzas siquiera en inventarte una que me pueda creer. Ni una historia fantástica que aminore mi ansiedad de verte. El silencio es tu respuesta y es la única cosa que recibo si te invito a vernos y pasear un rato por la ciudad.

Mis intenciones de robarte unos minutos para tomar un café sentados en algún sitio se derrumban siempre que mi sugerencia sale a colación. Recibo una negativa una y otra vez, cada viernes, cada semana, cada mes, cada año. ¿Cómo pretendes que sobrevivamos así?

Sentada sola, encerrada en casa. Esperando que te dignes a acordarte de mí. Podría atreverme a salir... Tal vez experimentar el miedo de que pudieras atraparme allá afuera divirtiéndome sin ti. Aunque tal vez en el encuentro la sorprendida fuera yo y no tú. Tal vez tú estés haciendo lo mismo que yo pretendo en mi imaginación. Puede ser que tú estés en brazos ajenos a los míos y que tus constantes evasiones sólo sean la absurda coartada que me das para no encarar que te diviertes con otra.

¿Por cuánto tiempo más planeas prohibirme tus viernes? La realidad podría ser incluso peor; que tú no estés con otra mujer, que estés auténticamente solo, gozando de ti. Un tiempo libre que prefieres gastar por tu cuenta, como si todos los días de la semana me los comiera yo y ese fuera tu refugio para encontrarte en el espejo de lo que eres sin nadie. Pero si condenados estamos a sólo vernos unas horas de un fin de semana, y todas las demás son de tu propiedad ¿por qué ningún viernes me lo has podido dedicar?

Podrían decir los testigos de mi historia lo tonta que soy por dedicarle mi tiempo a alguien como tú. Invirtiendo mis horas y rogándole al reloj en mi soledad, que avance rápido y se consuma el tiempo que estoy castigada a pasar sin ti, sin apelación, sin modo de persuadirte. Jamás cambiarás, jamás me verán tomada de tu mano un viernes.

Sin embargo, me río a escondidas de ti. Un día como otros tantos, me agoté y no lo soporté más. Me asustó la posibilidad de ser pillada, pero son días tan irrelevantes a tus ojos que no te interesaste en preguntarme por mi creativo modo de entretenerme. Evitar mis preguntas era no hacérmelas a mí. Rehuyes exhausto cualquier contacto para que no te solicite una razón, que me señalas en libertad el camino para saciar mis anhelos más profundos de sentirme acompañada. Sin consecuencias ni necesidad de coartadas, ahora en secreto me reconfortan mis fechorías. ¡Una niña mala despertó y no la mandé a dormir a su habitación! Callada y satisfecha por las noches, se regocija entusiasmada por lo fácil que es engañarte. Tu desaparición inminente y tu predecible ausencia me aseguran el éxito para escaparme sin escrúpulos. Así ambos jugamos este patético juego de mediocres que nos destruye al ocultarnos nuestra mano.

Lo más triste, es que aún cuando libro victoriosa cada mentira, agito una bandera blanca a la luz de la luna en son de paz. Te pido una tregua para abandonar la falsedad de encuentros malgastados que quebrantan de a poco lo que una vez creí que fuimos. Una almohada mojada me enjuicia injustamente y el sol de la mañana despeja las dudas. No trascienden mis acciones y accedo a vivir un día a la semana contigo, aceptando el acuerdo que no recuerdo haber firmado, de que jamás te veré en viernes.

Qué fácil e inútil es engañarte...

SEGUNDA PARTE

La tarde lluviosa me hostiga intranquila, pretende impedirme que salga a engañarte. Tan empeñada estoy en vencerla, que no reparo en tomar un paraguas. Un muro acuático cae tras la puerta y arruina el atuendo que tardé horas en escoger. Mi peinado se empapa y cae desastroso sobre mi cabeza. El rimel con el que he pintado mis pestañas se desvanece en ríos negros que caen sobre mi cara. Mis zapatos de tacón libran los charcos que se han creado en la banqueta. Estoy terrible y no me importa. Voy a salir.

Mi cómplice de venganza me espera en un auto. Ha aparcado lejos para evitar que me pillen mis vecinos. Sin testigos emprendo mi camino y en cada paso que doy para llegar a él, se me mojan las ideas de regresar. Aunque hay vuelta atrás, determinada ignoro la opción y sigo avanzando.

Conduce lejos, lugares recónditos que no visito usualmente. Perseguir el anonimato es lo que nos anima a los dos. Él no tiene nada que perder, vive sin rendir cuentas a nadie, es fácil para él servirme en la aventura. No cuestiona mis motivos ni me hace reflexionar en las consecuencias. Se divierte en la astucia que lo mueve a cubrirme las espaldas y en la recompensa que gana por ser con quien desahogo mis deseos.

La noche transcurre violenta, asaltando mi conciencia cuando su recuerdo brinca a mis ojos. Quiero verle en quien me acompaña. Sus manos son las suyas, sus labios son los suyos. Su cuerpo se apodera del impostor que me tiene sujeta entre sus brazos. Me calmo el remordimiento imaginándolo conmigo y reniego su verdadera ausencia justificando que él estará haciendo lo mismo.

Regreso a casa, insatisfecha y lastimada. Le arrojo una sonrisa furtiva a él y me despido con un ademán. Camino a casa. La lluvia ha sido derrotada, sólo quedan sus restos que reflejan mi rostro si me les asomo a ver. Siento la brisa helada del recuerdo del agua que cayó al suelo.


Mañana lo veré. Sin mentiras, sin verdades. Simplemente lo veré…


TERCERA PARTE

Es viernes otra vez. Hoy la impotencia no me carcome. Estoy tranquila. He ocupado mi tarde en terminar los quehaceres del hogar. He puesto en orden los recovecos de mi habitación. Bajo el polvo acumulado en los recuerdos que han dejado tus detalles, he encontrado uno que me ha hecho llorar. Se trata de una carta tan breve y repleta de palabras que quiero creer verdad. ¿Es cierto que me quieres y añoras volver a verme cada vez que nos despedimos? Los viernes no parece ser así.

La releo descifrando los secretos, pero en vano. Ningún código oculto que requiera de mi destreza. Me aferro a ella doblándola con mis manos y apretándola contra mi pecho. Quiero creer... quiero creer.

Suena mi celular. La rutina de engaño me espera sin detenerse a cuestionar si hoy tengo ganas de repetirla. No me apetece salir de casa, pero la carrera que emprendí es difícil detenerla. La inercia me mueve a su voluntad y la noche la desgasto fingiendo que me encuentro satisfecha.

Mirando el cielo desde mi ventana, me atrapo repasando mi fechoría e imaginando dónde podría estar él. Un ligero remordimiento brotó en mi conciencia. Un misterio sin resolver nubló mi mente. Sed de respuestas, intenciones de hallar la verdad. Las prolongadas insistencias de llamadas sin contestar, desesperantes ausencias que no soporto más. Mi remedio no perdura y su sabor se amarga. Siento deseos de no beber más.

Es momento de ir más allá.


CUARTA PARTE

Esta vez no voy a engañarte. La impotencia que me genera este día me pone furiosa. He decidido marcarle para cancelar. Algún pretexto absurdo me he inventado y en mi tono desilusionado ha adivinado mis pocas ganas de darle mayor explicación. Él se conforma, después de todo, me imagino que no he de ser la única con quien hace estos tratos.

Me quedo sola en mi habitación, mirando por la ventana, cómo se hace de noche. Extraño salir, extraño los viernes con locas aventuras. Tengo ganas de inventarme alguna locura. Tal vez me anime a salir por mi cuenta... tal vez lo haga.

Me arreglo más de la cuenta. El labial color rojo intenso es un exceso. Zapatos de tacón alto y un vestido negro que apenas hace su tarea. El cabello suelto y relajado. Es hora de salir a bailar. Me presento en el primer lugar que llegó a mi memoria. El ruido se escucha desde la entrada: música estruendosa y choques de botellas de vidrio. Me cuelo entre la gente, paso desapercibida con un grupo grande de personas. No suelen buscar personas solitarias. El número más reducido es el de parejas que se entretienen de a dos, mimándose y mirándose. Me busco una mesa en una esquina. No pretendo socializar, sólo perderme en la oscuridad y el estruendo. Me pido un trago que sostenga mi mano, sin afán de beber. Cierro los ojos y me dejo contagiar por la música que escucho, meneo mi cabeza al ritmo que se me marca; empiezo a recordar.

Ni una sola vez me quiso ver en viernes. Nunca. Ni siquiera las primeras salidas en las que todo es ingenuidad ocurrieron ese día. Tal vez al inicio no me percaté de ello, pues solía planear la tarde para gastarla con amigos, los cuales de a poco fueron excluyéndose por esas bobas reglas que sugieren infidelidad. Es decir: ¿acaso no se puede salir con un amigo a solas cada semana? Algunos lo entienden, supongo, pero otros no y son bastante estrictos al respecto.

Si bien él nunca me lo prohibió ni lo explicitamos en una charla casual, le concedí ese acuerdo. No tuvo que pedirlo, ni yo a él algo similar. En la dinámica nos lo callamos y lo asumimos. Por ende: no estaría mal retomar mis andadas nocturnas, ¿o sí? Las preguntas suscitaban una a una. Mis respuestas aún eran vagas, no tenía la certeza de qué rumbo tomar. Y la incógnita que lo mantenía ausente los viernes me asfixiaba.

No habían dado ni las doce de la noche cuando pedí la cuenta. Dejé la copa sobre la mesita frente a mí sin haberle tomado ni un sólo sorbo. Eché una mirada fugaz al lugar. Todos bailaban y brincaban, otros se empujaban mientras golpeaban sus botellas al unísono para celebrar. Me sentí ajena a la escena en que estaba metida y me marché sigilosamente, como quien no quiere ser vista.

En casa, me dediqué a armar un plan, era el último viernes que le concedía a solas. El último. Me propuse a desentrañar el misterio. Si no obtenía respuestas, moriría.


QUINTA PARTE

Estoy sentada dentro de mi coche, fuera de tu casa. La calle está quieta y vacía. La lluvia me hace de camuflaje al golpear estruendosa contra el parabrisas. Es difícil distinguir si alguien anda en la banqueta o no. El frío penetra desde fuera aunque tenga puesto el aire acondicionado para evitar que las ventanillas se empañen delaten mi ansiosa respiración.

Son las ocho de la noche y no has aparecido. Sería temprano si es que has salido a pasear y divertirte. Seria muy tarde si continúas ocupado en la oficina. ¿Dónde podrás estar? No hay pistas de que estés en casa, lo sé. Tu automóvil no está aparcado en el zaguán ni afuera donde estoy yo, que en mi deseo de confrontarte no he procurado tomar prudente distancia favoreciendo un encuentro.

Mi única compañía es la locutora en la radio que presenta canciones alegres para bailar un viernes por la noche. Las escucho sin moverme ni un ápice, las siento ajenas a mi humor. Sólo me complace la voz que imagino que está dirigiéndose a mí en el afán de entretener mi inútil espera.

Pasan los minutos y la lluvia no cesa. Pese a que ya es de noche, parece hacerse más oscuro que antes. Muevo el asiento hacia atrás para ganarme unos centímetros y estirar mis piernas. No me he movido de mi sitio y presiento que mi espera será más larga todavía.

Son las diez de la noche. No has llegado. Si se trata de tu trabajo, definitivamente querría matarlos de ser tú. ¿Cómo es posible soportar el yugo? Podría comprender la repentina necesidad de unas horas extra de trabajo, pero una rutina que roba tu posibilidad de esparcirte cada semana, la considero impensable. Si se trata de una salida de esparcimiento, no llegarás antes de las doce de la noche. Impensable sería abandonar una fiesta a temprana hora si es que pretendes diversión y desahogar las tensiones acumuladas por tanto trabajo. ¿Por qué no has llegado?

Las canciones del radio empiezan a repetirse. Miro el reloj en el tablero del coche y me percato de que es media noche. ¡Tienes que estar en una fiesta, no hay de otra! ¿O sí? Quisiera buscarlo en su celular, pero sé que seria en vano. Nunca ha tomado una llamada mía este día, no tendría que ser hoy la excepción. Sea lo que sea que esté haciendo, no quiere que le interrumpa, ni que le moleste. ¿Estará con otra?

Las ideas me apuñalan la cabeza. Los vecinos empiezan a llegar uno a uno. Todos parecen regresar a sus casas. Son las dos de la mañana. La lluvia se ha detenido, cualquiera podría notar mi presencia si prestara atención al entorno. Tengo sueño, mucho. Empiezo a cabecear.  Me acurruco en el asiento, quiero dormir un poco. Descansar...

¿Será que no planea llegar a casa?


SEXTA PARTE

Otra vez no me concediste saber de ti. Otro viernes sin ti que sumo a la lista de eternos viernes en los que vives desaparecido y lejos de aquí.

Mi pasado intento de esperar a que llegaras a tu casa no me trajo ninguna respuesta. Esperé por ti hasta que amaneció. Pasé una noche fatal petrificada en mi asiento, entumida por el frío y con ganas de cenar algo. Mi lista de pendientes del sábado, que debían atenderse temprano, me hizo abandonar mi puesto de vigilancia. La única información que pude recolectar es que pasaste la noche fuera; lo que no apaciguó mi tortura.

Hoy titubeo. No quiero convertirme en tu acosadora. Intento mantener la poca cordura que me queda. La imposibilidad de tocarte me tiene vuelta loca y no sé cómo superar este enfermo trance. No puedo alcanzarte, no puedo encontrarte, es como si los viernes no existieras.

Él me ha contactado. Desea saber si hoy cederé a mis deseos más oscuros y le dejaré llevarme a la cama. Le he respondido vagamente, sin comprometerme a salir con él. Me tentó narrándome lo que haríamos escondidos en la oscuridad de la noche, alejados de toda conciencia y culpa. Por mucho que se me antojó el desahogue físico, le di una negativa. La sugerencia de cobrar venganza a una situación de engaño incierta me arrebató mis justificaciones.

El misterio de tus viernes me pone mal. Camino de un lado a otro en el pasillo y revuelvo mi ropa guardada en el cajón buscando tus detalles. Tropiezo con las paredes de mi casa y me persiguen los fantasmas de todas las teorías que me invento para explicar tu ausencia. Las repaso una a una y me piden evidencias para sostenerlas. Fracaso: no tengo pruebas de nada. Sólo hipótesis predecibles, sólo referentes cotidianos, pero no poseo pruebas para ninguna de ellas.

Sin pistas, sin ganas, me echo en mi cama y me pongo a pensar. Es junio y la lluvia hace de las suyas otra vez en mi ventana. Su golpeteo es fuerte e incesante. No se irá hasta que me combine con ella en un ánimo deprimente. La lluvia se ha robado el sol y lo poco que quedaba del día lo secuestraron las horas. Ha anochecido. Estoy sola, acurrucada sobre el edredón. Unas lágrimas se escapan de mis ojos y empapan mi almohada. Lucho contra mi propio juicio de tonta e ilusa. ¿Cuánto tiempo se puede estar así? Un año parece insano; y llevó más que eso.

Me quedo dormida; un poco más y será sábado.


SÉPTIMA PARTE

Querido amor:

Estoy cansada. Es viernes y el calendario me reclama que siempre tache este día con el mismo agotamiento. No se despierta ninguna ilusión por verte mañana. Me da lo mismo qué día resulte ser, tu eterna ausencia logró encararme a lo peor de mí misma.

No eres tú por quien escribo esta carta; soy yo la razón. El motivo no me lo has dado tú, me lo ha dado mi propio comportamiento. No tengo nada qué reclamarte pese a tus negativas de vernos, contactarnos, llamarnos o enviarnos mensaje. Que llame al viento por tu nombre y no escuche más que su eco incesante, no es lo que pone este lápiz en mi mano. Esto no es un último reclamo por no dejarte encontrar, lo hago por mí.

Cada viernes esperé que llegaras. Mi paciencia se agotó y quebranté lo que tenemos. Aún ignoro qué haces este día, pero sé bien qué hago yo, y es a eso a lo que apelo para escribirte hoy.

En viernes, te espero impaciente y muerta de ansiedad, como loca recorro cada pasillo de la casa, reviso los muebles y me ahogo en la exasperación de estar encerrada. En viernes, me invento tus historias, descifro tus pretextos y averiguo tus secretos. Todo en vano, inútilmente, tontamente. En viernes, salgo con otro hombre. Sí, eso hago, ¿sabes? Salgo con otro que sacie mi necesidad. Me tropiezo con él en las sombras y en confidencia guarda nuestra complicidad. En silencio grito tu nombre y te imagino en su cara. La culpa me carcome, porque aunque la alimente con venganza, siendo honesta: ¡No tengo evidencia qué vengar!

En viernes, te acoso en la oscuridad. Aguardo fuera de tu puerta, esperando verte llegar. Nunca lo haces, ni siquiera visitas tu casa cuando el viernes está por terminar. La duda me sorprende y me dejo llevar. La falta de respuestas ya no la soporto ni un día más.

No sé qué hagas los viernes y ya me da igual. Te dejo en tu soledad, ya no me pesa tu ausencia.

¡Más de un año viviendo así! Aparentemente, resultó fácil engañarte, pero más fácil fue engañarme a mí. Más de un año me mentí, más de un año lo aguanté. En contra de mi voluntad, por más de un año cedí.

No me engañaré más. Esta vez, buscaré quien me regale sus días viernes y todos los demás.


FIN

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