Frases

Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


miércoles, 31 de diciembre de 2014

Brindis Personal Fin de Año


Esta noche alzo la copa para brindar por el año 2014 que se despide de nosotros hoy.

Inicié este año con los miedos y las ilusiones de ayer. Las cosas en las que depositaba mi certeza me colocaron a la deriva; y aquellas que me provocaban incertidumbre tomaron su rumbo y cauce. Lo que me brindaba confianza me traicionó y lo que me despertaba dudas me protegió.

Los pasos que di este año no los planeé y la vida me emboscó con sus locas ideas de ponerme en frente lo que mejor me iba según su parecer. Por eso, este año 2014 me enseñó que la vida que hoy tienes, definitivamente no es la que tendrás mañana. Por mucho que quieras controlarla, no hay nada a qué aferrarse ni de qué sostenerse firmemente. Todo está sujeto al cambio. Algunas cosas durarán más que otras, pero de un momento a otro, cambiarán. Sólo lo que tiene posibilidad de trascender lo hará, pero si no lo trabajas, no pasará.

Este año comprendí que lo más importante es confiar y amar. Confiar en que allá arriba tienen un plan increíble para ti y que si lo dejas ocurrir sin analizarlo, todo lo que te sucede en el medio son piezas de rompecabezas que le dan sentido al final. Ninguna buena historia que te leas en un libro es emocionante sin nudos arrebatadores y momentos que te dejan sin respiración. No le va bien al protagonista una historia rosa si no se la ha ganado a base de superarse a sí mismo. En el 2014, cuando estuve a punto de abatirme sin respuesta, la encontré. Sólo cuando me atreví a confiar y abandonarme en algo superior a mí se abrió el camino que no podía encontrar sola. De verdad, allá arriba ven por ti y por mí. Es cosa de atreverse a confiar de corazón. Atrévete de vez en cuando... se siente bien.

Lo irónico es que así como encontré cómo levantarme, también me encontré de frente con lo que podía tumbarme sin chistar. Me caí no una, sino muchas veces. Mi corazón se rompió en varias ocasiones. Probé el amargo sabor de la traición. Cosa que sólo puede venir de los más cercanos, porque son los que conocen lo que resguarda tu alma y por ende, lo que te importa, duele y te hace vulnerable. Sólo ellos pueden traicionarte realmente. La traición proviene de cerca no de lejos. ¡Y duele tanto! Sólo puedo pensar lo frágiles que somos las personas cuando dejamos entrar a alguien a nuestras vidas. Aprendí entonces, que resguardar lo que alguien me confía a mí es mucha responsabilidad. Habiendo sido traicionada... espero ser lo suficientemente fuerte y prudente para no hacer lo mismo si me veo tentada a hacer daño. Es una lección que me obsequió el 2014: perdonar para dejar el dolor atrás y ser responsable de aquel que recurre a mí.

Y así como cada año te obsequia una cosa... otros años te arrebatan otras. El 2013 me mostró su rostro más coqueto y me obsequió el amor. Ese que sientes por una persona de la que te enamoras así nada más. Esa emoción que te mantiene despierta y encendida por tantas posibilidades. Sin embargo, el 2014 ideó otro plan y se lo llevó. Hay asuntos que no se entienden fácilmente. Ni el granizo, ni la luna roja, ni la tormenta, ni una canción lograron persuadir su convicción. Ni siquiera lo consiguieron nuestros inconscientes que en una misma sintonía se hicieron de un sueño idéntico. La lección aprendida: esperar y tener paciencia. No pongo el punto final a la historia., ni he descansado el lápiz sobre la mesa. Tal vez el 2015 entre su pliego de quehaceres y pendientes nos reúna otra vez. ¡Quién lo sabe! Sólo puedo aprender a esperar y confiar, que ocurra lo que ocurra, tendrá un buen final.

Y eso es lo esperanzador.

Que este año que termina sólo es un capítulo de nuestra vida. No es el final, no es el principio. Es sólo una pausa que nos damos para suspirar y repasar todo eso que nos mantiene leyendo nuestra propia historia. Cada página, cada día, es un párrafo inesperado, en el que no sabemos cómo van a resolverse las cosas. Sólo nos queda esforzarnos por no malgastar esas páginas en blanco y confiar, que por más oscura que se ponga la narración y que por más algarabía por la que esté repleta... al final, lo importante es que no sea plana... sino que de sus hojas salten y rebosen ganas de gozarla y vivirla.

Feliz año 2015... sea lo que venga, ahí estaré.

¡¡¡¡  FELIZ AÑO NUEVO MIS QUERIDOS LECTORES, un año más para escribir su vida !!!!!


PD. Gracias 2014, por todo, gracias.








domingo, 28 de diciembre de 2014

La constancia


Ser constante se dice fácil, pero requiere de un gran esfuerzo. Tanto, que son pocas cosas las que hacemos de forma constante y disciplinada. Tal vez esto se deba a que es fácil volver a los viejos hábitos. Nos llaman en el inconsciente... nos susurran al oído... ahí están aclamando por nosotros.

La constancia se pone a prueba sobre todo en las cosas nuevas que deseamos incorporar a nuestra vida adulta. No esas que ya hacemos desde chiquitos, como los hábitos de higiene que adquirimos o rutinas saludables que hemos practicado antes de que la edad de la rebeldía se apoderara de nosotros.

Ser constante en algo que no solemos hacer y que queremos hacer, es lo difícil. Vaya, las primeras veces somos conscientes de nuestro propósito y nos convencemos de hacerlo. Sentimos la motivación fresca de nuestro impulso por incorporar esto nuevo a nuestras vidas. Pasan los días y convencernos es más difícil, aún cuando vemos algunos resultados. Pasan las semanas y los meses y el discurso que nos damos requiere ser más fino y persuasivo porque entenderlo ya no es suficiente. Seguiremos constantes un rato más hasta que llegue el punto de la verdad. Ese es en el que te cansas y la inercia del impulso inicial se ha terminado. Ese momento en el que es fácil claudicar llega y te sonríe malvadamente. Es ese momento donde todo se pone a prueba y la constancia se la juega.

En ese momento lo mejor es simplemente no darse opción. No pienses que es válido claudicar o "darte chance" una vez. No, esa opción no existe. Tienes que seguir haciéndolo. Aunque te pese, aunque te cueste. Sigue adelante. Si dimensionas la posibilidad de concederte un mínimo permiso vas a dártelo. Tú sigue avanzando y no lo pienses demasiado. Porque en ese pensarlo, vas a encontrar la forma de consolarte y pondrás la mesa abierta a la negociación. Y en una negociación, ambas partes querrán ganar: la de tu flojera y la de tu esfuerzo. Sería mejor para la constancia que ganara el esfuerzo irremediablemente. Por eso sería mejor simplemente continuar sin preguntarte nada.

La constancia es tan fácil de echarla por la borda... esforzarse no es tan sencillo si no se tiene el hábito. Así que... si algo quieres de verdad, esfuérzate por ello. Se constante y no dejes eso que quieres en tu vida.

Pronto empezaremos un año nuevo. Desde ahora vayámonos haciendo amigos de la constancia para lograr nuestras metas y ser mejores. Así empezamos la semana... y así luego el año 2015.




viernes, 26 de diciembre de 2014

Qué será (5o. parte)


Viernes de Relatos

Jamás había charlado de este modo con él.

París confabulaba para intimar el uno con el otro como nunca lo habíamos hecho en nuestro país. Entre frase y frase sus ojos me sonreían y me hacían sonrojar. Reímos de todo y bromeamos sobre lo ocurrido en el viaje. Era como si se despertara en mí lo se había ocultado por años bajo el disfraz de un buen amigo. ¿Era posible que este fuera el desenlace inesperado para mi historia? Me sentí tentada a confesar mi deseo y lo hice.

- Con que un beso justo aquí - dijo él maravillado mirando la Torre que se levantaba justo sobre nuestras cabezas.

Me reí ingenuamente por mi confesión. Entonces él regresó su mirada y la posó sobre mí. Nuestros ojos se encontraron y se sonrieron tiernamente. Tomó mi mano y la sujetó entre las suyas.

- Tanto puede significar un beso...

Un raro silencio nos sorprendió. Todo a nuestro alrededor se difuminó detrás de su rostro. Era como si existiéramos sólo él y yo. Su gesto se volvió serio de repente y lentamente acercó sus labios a los míos. Cerré los ojos y los nervios se apoderaron de mí súbitamente. Apreté sus manos con las mías. Nos besamos.

Podría decir que mi deseo se cumplió porque obtuve mi anhelado beso a los pies de la Torre Eiffel, pero lo que le siguió fue vergonzoso. Sin pasión, sin locura, sin deseo... ese beso no se parecía nada a como lo había soñado. ¡Besé a mi amigo! Nos separamos al instante y nos miramos sonrojados tras dimensionar que aquello no había sido más que un empujoncito de la inercia del momento. Nos carcajeamos al saber que ambos coincidíamos en la apreciación de lo ocurrido. Nos abrazamos amistosamente y nos marchamos de ahí.

Esa fue la última noche en París. Al día siguiente fuimos al aeropuerto y repasamos los recuerdos que nos llevábamos de ahí. Mi amigo y yo nos miramos en complicidad, prometimos no decir nada a nadie sobre lo que pasó. Pronto volvimos a las viejas costumbres. Mis amigas y sus novios, mis amigos buscando la conquista que intentarían hacer en el viaje y yo.... mirando la ventana satisfecha. Después de todo, mi deseado beso sucedió. Mi lección aprendida: la próxima vez sería más específica incluyendo detalles.


FIN



miércoles, 24 de diciembre de 2014

Feliz Navidad


Hoy la lluvia se ha encargado de apaciguar el alboroto decembrino. Las calles, aunque sí han tenido tránsito, no han estado locamente apretujadas. El frío ha hecho que algunos se acojan en sus casas y se piensen dos veces las salidas. Sólo lo urgente y prioritario ha enmarcado el quehacer de este día.

Parece que el sol se apaga lentamente para dar paso a la Noche Buena, la que finalmente celebraremos hoy. El árbol está repleto de luces que bailan alegres, la mesa irá engalanándose con cristal, velas y colores de la temporada. La música comienza a entonar villancicos que poco a poco nos ambientan en el festejo. Los regalos y moños metálicos relucen bajo el árbol y despiertan la curiosidad.

Empieza a ser tiempo de sacudirnos la ansiedad de las compras, la preocupación de la preparación de la cena y los disgustos de dónde se iba a realizar. Empieza a ser tiempo de sonreír y quitar la cara de malhumorados. Olvidarnos de aquello que puede deprimirnos y aferrarnos a estas cosas buenas que trascienden y que nos son obsequiadas sin haber escrito ninguna carta a nadie.

Es momento de acallar a Grinch y a Scrooge. Es momento de dejarse seducir por el amoroso ambiente que trae consigo la Navidad. La misión: abrir la puerta para amar y dejar atrás la pesadez de los malos ratos. Inclusive volverse un poco cursis por un rato.

Esta noche, déjate amar y atrévete a amar. Agradece por ese obsequio de experimentar el amor y crecer día a día en él. Regocíjate en la grandeza que se esconde en lo pequeño y atesora los instantes que vives con los que te rodean. Hoy se consciente de que estás vivo junto a las personas que amas y te aman, junto a las que están físicamente a tu lado y las que están un poco más lejos. Por una noche, déjate disfrutar de su compañía en paz y felicidad. Por una noche... deja que todo lo bueno pase y que lo malo no estorbe. Por una noche... se intensamente feliz.


Perdona, Ama y Crece. Seguro así todo te saldrá bien  =)


FELIZ NAVIDAD MIS QUERIDOS LECTORES!!!!!



domingo, 21 de diciembre de 2014

Sobreviviendo a Diciembre


Estas fechas decembrinas están puestas para sentirnos alegres y regocijarnos en las cosas trascendentales que tiene la vida: la familia y los amigos. Es gozar y consentirnos con aquellas cosillas que iluminan nuestra vida y nos hacen esforzarnos en ser mejores.

Sin embargo, la antesala para todo esto es bastante estresante. Las compras, el tráfico, el trabajo, los días de vacaciones, los días no feriados oficiales, el dinero, las escuelas y sus eventos con pastorelas y posadas, las cenas, las agendas saturadas, el aguinaldo ansiado, los regalos, las largas filas en las tiendas, los estacionamientos atiborrados y el caos que despierta las emociones que hacen explotar el desánimo y el estrés. Incluso se asoma en todo esto la depresión.

En diciembre, es fácil perder la paciencia. Tal vez sea esto lo que inspiró la creación del personaje: Grinch. Aquel monito verde dispuesto a arruinar la Navidad. Aunque sus motivos en la historia tienen que ver con la elección de alejarse de la gente porque se burlaban de él, es un hecho que en vez de ocurrir el trama en verano o una primavera cualquiera... lo hace en diciembre. Sí, diciembre es así de intenso y memorable.

Así que me imagino que esta época tienta a sacar el Grinch que todos llevamos dentro. O mejor aún, al Scrooge que ocultamos. Porque finalmente, contagiados por el estrés y el desánimo, podemos vernos convertidos en la contracorriente en este otro personaje que se encierra en su egoísmo y soberbia. Como sea, estos dos famosos personajes son etiquetas que nos quedan bien si no vivimos en paz estas fiestas decembrinas.

Tanta emoción por la Navidad debería fluir naturalmente, relajada y tranquila. Una preparación calmada y sin tanto embrollo. Esperanza y amor en el aire, que nos acomodaran bien sin tener que rehuirlas. Abrirnos por un rato conscientemente a la vida que tenemos y sonreír. Dejar de lado el alboroto caótico y volver al orden armonioso interior y exterior.

Finalmente lo lograremos, esperanzadamente, esa noche del 24 de diciembre. Estaría genial mantenerlo todo el mes... pero mientras eso ocurre... ¡ánimo! No dejes que nada robe tu paz y pon todo en su justa dimensión. No olvides lo importante y olvídate de lo superficial. Que reine la paz y la alegría en estos días.

Y como siempre, disfruta todo. No hay nada como encontrar en cada instante la oportunidad de sentirte vivo y gozar.

  

viernes, 19 de diciembre de 2014

Qué será (4o Parte)


Viernes de Relatos

Es de noche a los pies de la Torre Eiffel. Luce iluminada de arriba abajo. El contraste de este espectáculo con el oscuro cielo la hace ver fenomenal. Estoy aquí, debajo, sonriendo desilusionada, es una mueca de insatisfacción.

Los días han transcurrido sin éxito. Mañana volveremos a nuestro país y yo, sin obtener mi soñado beso aquí, justo aquí. Se supone que París huele a romance, que en sus calles sólo se habla de amor y que se siente en cada esquina el corazón latir a mil por hora por culpa de alguien que te enamora con su idioma. Creo que mi caso simplemente no es ese.

¿Debí haberle acechado? Podría haber aplicado alguna desesperada estrategia que me permitiera seguir su rastro en esta ciudad. ¿Habría sido posible? Lo ignoro por completo... vaya, qué triste soltar el sueño.

Veo a alguien acercarse. Entre las sombras de la noche una forma masculina comienza a aparecer. Su caminar me resulta familiar. ¿Será posible que la magia de París al fin me hechice? ¿Tendré tanta suerte? En eso, el desconocido comienza a hacerse conocido. Mi corazón se acelera y mis manos sudan. La emoción está acabando con mis nervios. Mis pupilas se dilatan y mi respiración se contiene súbitamente. Descubro su identidad.

Es él.

No él.

Mi amigo.



domingo, 14 de diciembre de 2014

Confianza


Confiar es difícil. Cuando hemos de hacerlo en algo que no vemos, que está fuera de nuestro alcance, nos resulta difícil. Es difícil confiar en que las cosas pasan por algo, en que la gente se va por algo, en que la gente regresa por algo, en que fracasamos por algo, en que tenemos éxito por algo, en que nos tiran por algo, en que nos dejan por algo...

Y cuando se trata de confiar lo que traemos dentro a alguien, lo hacemos con más facilidad. Depositar en alguien algo muy nuestro, podemos hacerlo con recelo, pero finalmente lo hacemos con alguien. Elegimos a ese alguien y confiamos en él o ella.

Por alguna razón, algo en nosotros mismos nos conduce a confiar en las personas. Las personas que en ese momento e instante de tu vida son importantes. Las conoces bien, al menos eso crees. O las conoces lo suficiente como para atreverte a confiar. Algo te inspira a confiar en la persona y le entregas algo de ti... una amistad, un secreto, un problema, una necesidad... algo. Eso que en ese instante puede más que tú y requieres llevarlo acompañado y no solo. Eso que necesitas que se cargue entre dos, porque tú solito no crees poder.

Así te despojas de una carga. Se aminora, se siente mejor. Pasan los días y con suerte se resuelve aquello que una vez te incomodó, o incluso te emocionó demasiado. Pasan los años y tal vez ni recuerdes que ocurrió. La vida está hecha de instantes, y así como llegan se van. Luego ocurre que alguien te traiciona. No alguien lejano, sino alguien cercano. Esa traición que más duele. Porque no es lo mismo que te traicione un extraño... no tiene muchas oportunidades de traicionarte porque no le has confiado lo que más atesoras. A un extraño no le confías lo que más resguardas. Las traiciones más duras ocurren de la gente más allegada. Por eso duelen más... por eso surten su efecto y se regocija el otro tan fácilmente. Traicionar a un amigo es lo más cobarde que hay, pues no te requiere esfuerzo. Te dieron con qué.... te lo soltaron a ciegas... te regalaron el arma para apuñalarle. ¡Qué regalo!

Por eso confiar en las personas puede ser engañoso. Porque finalmente, son personas. Y pese a que parecieran darte las certezas que el futuro incierto no te da, al contrario, son las que pueden cambiar su designio en un tris tras. Como veletas, van por donde quieren y se les antoja; mientras que el futuro que no se ve, obedece a un plan mayor que procura tu bien genuinamente. Y en ese, es en el que menos dan ganas de confiar porque se no se ve rápido y no nos contesta pronto.

Confiar en la gente es un volado, tirar una moneda al aire y ver en qué cae. Confiar en lo que vendrá y la vida te traerá podría serlo también, pero... de algún modo, es una confianza más amable, más leal.

La palabra confiar tal vez por eso nos cueste tanto trabajo. Porque hemos olvidado cómo confiar cuando nos traicionamos y fallamos como humanos que somos. A veces me da por pensar que la confianza en realidad no es para debérnosla entre nosotros, sino para otorgársela a alguien más... a algo más.... a eso que nos habla al corazón y sólo nos pide confiar, aunque nosotros no confiemos en ello.

Confianza... una palabra que puesta en su sitio correcto te hace vivir más ligero y feliz.



viernes, 12 de diciembre de 2014

Que será (3o. Parte)


Viernes de Relatos

- Muchos museos y nada de antros. ¡Tienes que vivir la experiencia completa en París! - exclamó mi querido amigo.

Lo cierto es que todos los días había evitado pararme en un sitio así. Terminaba cansada de tanto andar a pie y sólo pretendía dormir a la primera oportunidad para reponerme y estar lista para seguir visitando más increíbles lugares a la mañana siguiente. Sin embargo, esta vez parecía que no me dejarían escapar.

Así que me vestí para salir a bailar.

No tuvimos que esperar mucho para entrar. Básicamente mis amigos pagaron lo que se debía y entramos sin mayor conflicto a un lugar arrinconado y perdido a un costado de los Campos Eliseos. Una especie de sótano decorado sin mucho esfuerzo y aparentemente algo improvisado. La pista al centro y unos sillones acomodados alrededor con algunas mesitas redondas puestas cerca de ellos. Aunque sólo poseía esa gracia, la gente parecía pasársela fenomenal sin molestarse por ello.

Me acomodé en un sillón y me desparramé perdiendo por completo el estilo. La música estruendosa me arrebataba mis pensamientos y me perdía en su ritmo constante y golpeado. Los novios de mis amigas no perdieron el tiempo y ya tenían servidas sus bebidas sobre la mesa. Mis amigos me alcanzaron en la mesa con una cerveza cada uno en su mano. Yo, que sólo iba por no dejar, no quise beber nada, ni hablar de nada... sólo me animé a bailar.

Ahí estaba yo, bailando sola. Porque mi par de amigos permanecían empedernidos en su cacería. Mis amigas bailaban con sus parejas muy juntos y no se percataban de nada más. Así que sin mucho más que hacer por mi parte, me dejé envolver por las notas de una canción de la que no entendía la letra. Estuve así buen rato, hasta que de pronto, observé a lo lejos un espécimen que me pareció conocido. ¿Será...?

Lo miré mejor y mi corazón se emocionó. Era él. ¡Qué guapo se veía! Llevaba un pantalón negro y una camisa blanca. Su cabello alborotado y al mismo tiempo bien peinado le hacían lucir realmente atractivo. Sus brazos parecían estar tocando las cuerdas de una guitarra eléctrica y su cuerpo en conjunto se creía de pie en un escenario frente a un millón de personas.

¿Qué voy a hacer? Lo miré extasiado por un rato. Esperé hacer contacto visual, pero no lo conseguí. Pensé en acercarme a él y atrevidamente ponerlo frente a mí para bailar juntos, pero no me pareció la mejor estrategia. Podía pasar por su lado y empujarlo como consecuencia de un tropiezo accidental. Podía usar aquel truco barato de derramar una bebida en su camisa al pasar por su lado y ofrecerme a limpiarle las manchas. Podía hacer tantas cosas y ninguna me parecía a final de cuentas la más acertada.

Continué bailando sin perderle de vista. Sin ningún amigo haciéndome mucho caso, el asunto se volvió una cosa entre él y yo. Le miraba como mis amigos hacían con una mujercita que rondaba por ahí. Yo también estaba de cacería, esperando que la presa cayera en mis redes... pero no caía por mucho que le miraba fijamente. Tenía que actuar si quería tener éxito esta vez.

Sé que pude haber hecho muchas cosas. La última de la lista por ser un fracaso, fue la que tontamente se me ocurrió implementar. Mirarlo y bailar cerca de él cual pavo real sacudiéndose la belleza para captar su atención. Nada... nunca me miró. Estuvo muy entretenido charlando con dos hombres que a su vez coqueteaban con la que servía tragos en la barra. Y yo lo veía y veía muerta de ganas de que él se acercara a bailar.

Vaya... todo empeoró cuando en una de esas fui al baño. No quería abandonarlo, pero debía hacerlo. Cuando volví dispuesta a retomar mi misión y armado de valor para dirigirle la palabra, me encontré con la sorpresa de que ya no estaba. Ni él ni sus amigos. Se habían marchado. ¿Por qué rayos fui al baño?

Ni qué hacerle... esta era la tercera vez que le veía. La tercera oportunidad malgastada. ¿Podría existir una cuarta?

Por favor.... di que sí.




 


domingo, 7 de diciembre de 2014

Llorar de felicidad


Una experiencia que no puedes perderte y que deberíamos repetir de vez en vez, es la de llorar de felicidad, de alegría, de emoción, de entusiasmo, de asombro... todas esas vibraciones que dentro de nosotros nos sacuden hasta que estallan en un mar de lágrimas que escurre por nuestros ojos.

Esas emociones tan fuertes, intensas y poderosas que genuinamente brotan en lágrimas. La etiqueta social a veces nos hace contenerlas, porque es raro llorar donde otros no están llorando. Porque esas lágrimas suelen estar relacionadas con algo muy íntimo, muy tuyo, que nadie más entiende.

Cuando te ocurre eso que te mueve a ti en lo más profundo de tus entrañas, y te dejas sentirlo, puede ser que llores. Son lágrimas trascendentes, no salen por cualquier asunto. No, no... salen porque está pasando un instante maravilloso que no ocurrirá de nuevo hasta dentro de mucho tiempo.

Estas lágrimas son las que te acompañan cuando has conseguido algo que realmente te ha costado trabajo, esfuerzo, sudor y un vencimiento de ti mismo muy rudo. Una victoria que has trabajado y por eso mereces. Lágrimas que te acompañan cuando has derrotado a tu miedo más oscuro, a la idea que más te aterra. ¡Lágrimas que te acompañan cuando te sientes tremendamente inmenso y vivo! Por eso los instantes en que ocurren no son los mismos para todos y por ello, lloras cuando otros no están llorando; y no tú no puedes evitarlo, porque es tu cuerpo emocionado por haber llegado hasta ahí. Son la culminación de tu perseverancia y tu voluntad. Sólo Dios sabe lo que te ha significado llegar ahí.

Llorar así significa que has crecido. Algo en ti ha cambiado para bien, te has sacudido una porción de eso que te estaba pesando para poder disfrutar en plenitud tu vida.

Así, llorar es increíble; y sería fabuloso llorar así con frecuencia. Pero las montañas son robustas y de largo caminar. De un día al otro no se llega a la cima. Es despacio y con paso constante que se llega ahí. El placer de recorrer la ruta te alienta y los obstáculos se vencen uno a uno.

Ese último paso es el que te hace llorar. Ese en el que te descubres en la cima, enterándote de dónde estás parado. Ahí se derrama la primera lágrima y acto seguido el llanto de emoción.

¡Qué genial sensación de estar vivo!

Y no puedes esperar por esa montaña más alta que espera ser conquistada.


viernes, 5 de diciembre de 2014

Que será (2o. Parte)


Viernes de Relatos

París luce hermoso por las noches. La Torre Eiffel se ilumina con su vestido de luces y coquetea con los que paseamos cerca del Río Sena para verle reflejada sobre el agua. El aire fresco sopla sobre la piel, pero sin calar. Con precisa atención puede percibirse el bullicio de la gente que recorrió las calles a pie durante el día y poco a poco va apagándose conforme la oscuridad reina en el despoblado.

He dejado a mis compañeros de viaje marcharse a un antro sin mí. Me lo han reclamado, dijeron que este viaje no era para hacerse en solitario, que bastante tenían con lidiar con las miradas perdidas de nuestras amigas al estar pegadas a sus novios. No se diga de su inconformidad por tener que soportarles en sus melosos momentos que teníamos que atestiguar.

Aún así me he marchado sola. Por un rato sólo somos la Torre Eiffel y yo. Me atrae su color, su contorno y la curiosa forma en que se antepone al paisaje, en un relieve que me parece puedo tocar con mi mano aunque esté al otro lado del Río Sena. Son escasas las personas que me acompañan a presenciar el espectáculo. Busco un sitio donde sentarme y continuar embelesada.

Esta noche huele a romance, aunque no haya nadie junto a mi abrazándome. Todo París huele a lo mismo. ¿Será mi afinado sentido olfativo o será la culpa de la mercadotecnia? Ignoro a quién culpar por haber despertado mi deseo. Mi corazón palpita emocionado sólo con la idea, y el calendario me acecha aproximándose lentamente al día de nuestro regreso.

Me quedo mirando extasiada el agua del río. Pasearemos por sus aguas en la mañana del siguiente día. Mientras, descubro que alguien pasa por mi lado, sin detenerse y con prisa aparente por llegar a su destino. Este transeúnte desentona con la tranquilidad que me conmueve. Le miro, es inevitable no posar mis ojos en el intruso. Reconozco algo familiar en él. Sus ojos... su cabello... ¡El chico del aeropuerto! ¿Será posible tanta coincidencia?

Me levanto tontamente al instante en que considero la posibilidad de gritarle para saludar. Me frena inmediatamente el "qué dirán". Me anima la locura de enamorarme en París. Vuelvo a sentarme cuando su veloz andar lo aleja de mí lo suficiente para considerarme ridícula por arrojarle el grito desesperado de una extraña.

¿Qué ocurrió son eso de fluir y estar atenta a las señales? Me considero un fracaso absoluto. La noche de repente ya no es hermosa y se muestra hostil. Una noche en soledad con demasiado silencio y aburrimiento en todas partes. Decido regresar a la casa donde nos estamos quedando. Ninguno de ellos habrá vuelto tan temprano. La noche es joven para alguien que se ha ido a bailar y a beber. La noche es vieja para alguien que se ha quedado sin un plan y con una frustración opacando su ánimo.

El viaje apenas ha iniciado... quiero contentarme.

Mañana quién sabe qué pasará.



domingo, 30 de noviembre de 2014

Nada dura para siempre


Dicen que nada dura para siempre... les creo.

Ni siquiera la vida misma dura para siempre. En algún punto del tiempo se acaba y te mueres. Un día eres amigo de alguien y en los años siguientes ya no. Un día tienes una mascota favorita y al otro día ya no está. Un día estás estudiando en el colegio y al otro se termina el ciclo escolar. Un día te has ganado cien pesos y al otro día te lo has gastado comprándote algo.

Las cosas parecen ir y venir todo el tiempo. Un día están, al otro no. Parece aplicar esto mismo a los sentimientos.... un día alguien te quiere, al otro día ya no. Incluso sucede al revés. Un día odias a alguien y al otro le agarras cariño. Las cosas de la vida se pintan efímeras y eso hace difícil creer en aquellas que son capaces de trascender, porque para que eso pase, tienes que percatarte de una cosa: que nada dura para siempre por sí mismo, que si quieres que dure así, requiere trabajo y esfuerzo diario.

Tal vez por eso asuste el "para siempre", porque eso se parece a la eternidad. Un esfuerzo que nunca va a encontrar descanso, que siempre va a dolerte en un punto de esfuerzo máximo y que simplemente no va a permitirte acomodarte y decir: "ya hasta aquí, ya acabé". Lo que puede durar para siempre va a exigir de ti todo el tiempo, sin descanso, sin salidas.

Para esto, hay que estar realmente seguros de querer dar lo que esto implica. Por eso pocas cosas en nuestra vida duran para siempre, porque no por todas las cosas apostamos tanto esfuerzo de nuestra parte. Es muy exigente eso de mantenerse alerta y perseverando. Por eso elegimos cautelosamente aquello que queremos hacer que dure tanto tiempo.

Lo más común que ejemplifica esto es la elección de una pareja para toda la vida... para siempre. ¿Se puede? Sí, si estás dispuesto a trabajar porque dure así. Por sí mismo, el amor no dura tanto, lo tienes que trabajar. Tampoco las amistades duran por sí mismas para siempre. Requieren trabajo constante, presencia, disciplina, entrega y fidelidad al concepto para construirlo ante las adversidades. No flaquear, no sucumbir. Aquello que quieres que dure para siempre va a exigir todo de ti.

Por eso en realidad, casi nada dura para siempre. Sólo lo consigue aquello que para ti es valioso y por lo que estás dispuesto a darte con todo lo que eres. Eso, durará para siempre.

Elige bien a qué le apuestas y valora sabiamente qué vale la pena. La vida es breve como para desaprovecharla. No te pierdas de la satisfacción que deja la constancia y la retribución de sudar por algo. Desvivirte en hacer que algo trascienda y perdure te devuelve felicidad. Porque va en ello tu crecimiento y la posibilidad de ser una mejor versión de ti mismo.

Elige bien.... y haz que algo dure para siempre.

¡Y qué mejor si eliges que sea el amor por alguien, eso que quieres que dure para siempre!


viernes, 28 de noviembre de 2014

¿Qué será?


Viernes de Relatos


Subí a ese avión pidiendo un deseo: recibir un beso a los pies de la Torre Eiffel.

¿Cómo iba a pasarme esa romántica locura? No conocía a nadie allá y mis compañeros de viaje eran amigos entrañables que conocía de hacía tiempo; ninguno de ellos había reparado en mí como una candidata para ser su pareja. Si quería que mi deseo se cumpliera debía estar muy atenta, leer todas las señales, estar abierta a las posibilidades y fluir con naturalidad sin forzar los acontecimientos.

El avión estaba por despegar y mis dos amigos más allegados del grupo ya se peleaban por poseer el asiento vacío junto a la chica guapa que viajaba sola hacia el otro lado del océano. Ambos apostaban por quién tendría la mejor estrategia para cazar a la presa. Después de todo, tantas horas de vuelo yendo de un continente a otro exigían tener en qué entretenerse. Ellos, como simples hombres, ya habían encontrado con qué distraerse y no volverse locos sentados en su asiento sin poder ir a ningún lado.

Dos amigas habían dispuesto sus asientos tres filas atrás del mío y ambas iban acompañadas por sus novios. Eso de ir en pareja cambiaba la dinámica para ellas, pues en sus charlas y líos mentales se entendían y se enredaban ellas solas. Al principio objetamos cuando quisieron extenderles a ellos la invitación, pues predecíamos que se aislarían de vez en vez, pero ¿qué íbamos a hacer para vencer la fuerza del amor empedernido? Perdimos el debate y nuestros argumentos, por muy válidos que sonaron, fueron rebatidos.

Ellas iban hablando con sus respectivos, los otros dos armaban los turnos en que tomarían el asiento vacío, que a nadie más en el avión le interesaba ocupar. Yo añoraba las escenas que contemplaba, imaginando lo que sería que dos pretenciosos quisieran conquistarme en el lapso de unas horas, o que un novio me permitiera ser parte de ese otro grupo que hablaba por su cuenta.

La mayor parte del viaje la invertí en dormir. Para cuando abrí los ojos estábamos llegando a París. Aterrizó el avión, seguimos el protocolo y buscamos nuestro equipaje en el carrusel. Mientras esperaba a que una de las maletas que se paseaban por ahí fuese la mía, pillé de reojo a esos dos locos que aún se esforzaban por sacarle un medio de contacto a aquella víctima suya. Mis amigas no hacían más que abrazar de emoción a los otros dos que se nos habían pegado cual moscas. ¿Yo? preferí prestar mucha atención al equipaje, no fuera a ser que mis cosas se escaparan de mi vista por estar atendiendo otros asuntos.

En eso la divisé a lo lejos. Allá venía mi maleta color azul marino. Era esa. Quise adelantarme para alcanzarla así que avancé hacia ella chocando contra algunos otros viajeros. Al tenerla cerca extendí mi brazo para sujetarla del mango, pero era más pesada de lo que había calculado y no pude jalarla hacia mí. La maleta siguió su curso llevándose mi mano en el recorrido. ¡Se me iba a escapar! Empecé a perseguirla gritando disculpas a las personas contra las que volvía a chocar. Muerta de pena, comencé a configurar un plan de rescate para mis pertenencias, cuando alguien amablemente detuvo su trayectoria y con su mano la colocó en el suelo entre nosotros. Alcé la mirada. Era un hombre bastante guapo, de cabello castaño y ojos café claro. Una cabeza más alto que yo y una sonrisa de la que era fácil enamorarse. Me miró a los ojos tranquilamente y me sonrió al acercarme mi maleta.

- Gracias - fue lo único que pude formular con mis nerviosos labios.

Me sonrió de vuelta.

- ¿Cómo te llamas? - preguntó él

Español, ¡hablaba español!

-  Ana María.

- ¡Anne Marie! Belle nom

¿Ahora francés?... justo cuando comenzaba a emocionarme el encontrarme con ese atractivo extraño.

- ... este, sí.... gracias, creo.

- Tu maleta... bon voyage, buen viaje. - y se retiró de la escena.

Lo vi alejarse soltando un suspiro.  Mis amigos me alcanzaron haciéndome bromas luego de ser testigos de mi breve escena con aquel hombre. Las otras dos aparecieron junto a nosotros, dispuestas finalmente a integrarse al grupo. Me le quedé mirando un rato más a aquel personaje que desaparecía entre la multitud.

¿Será posible que me den un beso en la Torre Eiffel?

En los próximos días iba a averiguarlo.



domingo, 23 de noviembre de 2014

Bello eres, si eres


En esto de la belleza, dicen que lo de adentro es lo que cuenta.

Quisiera averiguar qué tan cierta puede ser esta idea. Lo que tienes adentro es eso que no se ve. No tus intestinos, tus huesos y tus órganos. Sino eso que no puedes tocar y te hace ser tú. Las emociones, los sueños, las ilusiones, las pasiones, las frustraciones, los dolores, las heridas y lo que te hace vibrar está adentro y no se puede tocar, porque no tienen una forma física. Sin embargo, esto no quiere decir que eso que llevas dentro no quiera hacerse ver y ser tocado. En ese intento por hacerse notar, busca escaparse de adentro de ti... salirse, exponerse al mundo, dejar de estar encerrado y mostrarse como es.

En ese punto, todo lo que llevas dentro se expresa. Encuentra su espacio en gestos, en la luz que ilumina la mirada, en los músculos que se contraen y se relajan, y en tu voz se hace escuchar. Tu piel lo irradia, tus labios lo representan. Todo tu cuerpo se acomoda y se amolda a lo que llevas dentro.

Tu aspecto, desde la postura hasta tu rostro, refleja todo lo que llevas ahí. Incluso si pretendes esconderlo, tu piel lo transpira. ¡Se sale! Si estás furioso: se nota. Si estás feliz, se nota. Si estás apasionado, se nota. Si estás satisfecho, se nota. Si estás a disgusto, se nota. Lo que tienes adentro es lo que dibuja y contorna lo que tienes fuera. Si por dentro eres armonía, por fuera lo serás.

Ese aspecto armónico que parece bello no depende de la simetría o de los elementos que se coordinan para estructurar tu físico. Lo que te embellece es lo que se coordina y armoniza dentro de ti. Recuerda un día en que todo te ha marchado de maravilla, porque has hecho lo que más te fascina y encuentras el gusto en todo lo que haces. Te sientes inmenso y grandioso. Estás pleno. Quien te ve lo sabe, porque irradias algo... ¡todo tú ilumina el mundo! Te miras al espejo y descubres algo: luces genial.

Si todo el tiempo hicieras lo que te apasiona y de eso vivieras; y aún en los malos ratos conservaras la hermosura de tu alma, lucirías increíble. Pues esas cosas maravillosas serían las que se transparentaran en tus gestos, en tu mirada, en todo tú por fuera.

Las personas que viven llenas de pasión y perseveran en lo que les fascina, que trabajan duro y encuentran alegría en el reto y el esfuerzo diario, ¡llaman la atención porque se ven muy bien! No es una "guapura" estándar o estereotipada. Es más profunda... porque viene de adentro. Y esa, es innegable y todos lo pueden ver.

Así que... creo que sí puede ser. Lo de adentro es lo que cuenta. Porque aún si lo de afuera resultara agraciado, se amolda a lo que llevas dentro. Y si lo de adentro está estropeado, así se verá lo de fuera.

Por ello, la invitación para la semana que inicia mañana es que procures el mejor exfoliante y humectante interior: busca hacer lo que te hace feliz, estar en paz contigo mismo y estar en calma. Persevera y persevera, lo que te hace bello requiere de tu esfuerzo constante. Disciplina y compromiso. No se da así nada más. La satisfacción y la sensación de logro te hacen vibrar. ¡Vibra y ponte hermoso!

Sé tú mismo, explota lo que te hace ser tú y esfuérzate en ser mejor.

Bello eres, si eres tú.




viernes, 21 de noviembre de 2014

Los viernes soy soltera (7o. Parte) EL FINAL

Viernes de Relatos

- ¿A las doce? - preguntó incrédulo.

- Sí, a las doce estaba ahí parado invitándome a tomar algo en un bar cerca de la oficina. No le importó mi cara de cansancio ni mi sonrisa algo fingida, porque ánimo de salir, yo no tenía. Así que acepté y estuvimos ahí hasta que nos dieron las tres de la mañana. Me inventé que al día siguiente tenía que continuar con los asuntos del trabajo que ni en fin de semana me dejaban descansar, con lo que le convencí de dejarlo hasta ahí.

Mi interlocutor era bastante empático. Me escuchaba atento mientras yo comía un pedazo de pastel sabor chocolate y bebía un capuccino. Aquel sitio me reconfortaba y permitía la fluidez de la conversación en términos relajados y amistosos. Sin tener que fingir que me alegraba estar ahí, me mostraba con toda la naturalidad de mi esencia. Después de todo, nos conocíamos de tiempo atrás.

- Entiendo. Entonces él fue tu quinta cita a ciegas, la cual no trascendió - declaró él sonriendo - Y la sexta y última soy yo.

- Así es, ¡y mira qué pequeño es el mundo! - exclamé admirada.

Él era David. Un compañero que había conocido estudiando el MBA en Finanzas. Alguna vez habíamos hecho equipo para una tarea que debíamos entregar. Él era muy agradable y sencillo. Nada de ostentoso ni presumido. Un hombre de trato cálido y amable, de esos de los que te haces amiga fácilmente porque conectas de un modo muy particular y sin forzarlo. Le encantaba la fiesta, eso sí lo recuerdo, pues le gustaba apurarse en las entregas de ensayos y reportes para irse a socializar. Jamás hubiera imaginado que tuviéramos una amiga en común y mucho menos pensado que formara parte de la lista de extraños que debía conocer, pues en el punto de la historia en el que me quedé, él tenía novia y era bastante feliz con ella.

- ¿Entonces cortaron? - pregunté temiendo invadir el terreno personal.

- Sí, ella me cortó a mí, si hemos de ser precisos. - reconoció bajando un poco la cabeza, aún dolido por el acontecimiento quizás.

- ¿Qué fue lo que pasó?

- Ella quería otras cosas. Percibí que las fiestas la cansaban, que no nos entendíamos al momento de conversar, que la descuidaba cuando estaba con mis amigas. Que ellas me buscaban y yo les daba entrada. Cosas de celos... creo.

- ¡Bueno, es que así como eres, resulta inevitable quererse acercar!

¿¿Estoy coqueteando?? De inmediato se sonrojaron mis mejillas y comí el último bocado del pastel, sin anticipar que el tamaño era demasiado grande para mi boca. Casi me atraganto.

- Gracias por el cumplido - dijo en seco y cambiamos el tema.

Reímos de todo, bromeamos sobre nuestros trabajos, hablamos de nuestros compañeros de clase, intercambiamos opiniones sobre nuestros proyectos, nos acordamos de anécdotas en el salón e hicimos catarsis sobre nuestros malos y buenos profesores. Luego de cinco semanas de sorpresas, es reconfortante encontrarse con alguien familiar para variar.

Nos dieron las 12 de la noche y el café en el que estábamos acomodados iba a cerrar sus puertas. Podía ser que me invitara a continuar la salida en otro sitio, pero ambos coincidíamos en que al concluir la semana se antojaba disfrutar plenamente del hogar. Se retomaban las fuerzas y el fin de semana se disfrutaba más.

- Qué increíble coincidencia el haberte encontrado así - mencionó David mientras esperábamos a que el Valet Parking nos trajera a cada uno su coche.

- Sí, ha sido muy agradable. La he pasado bien.

- Al menos no te encontraste hoy con un acosador, un envidioso que se negara a pagar la cuenta, un desaparecido que te deje esperando o un tipo con el que te emocionaras, pero que no quisiera a fin de cuentas verte otra vez.

- ¿Tú querrás que nos veamos otra vez? - súbitamente, me atreví a preguntar.

- Por mi parte no tengo ningún problema. ¿Tú qué quieres?

Prevaleció por un instante el silencio absoluto. ¿Qué quiero yo? Lo cierto es que no tenía esa respuesta en mis manos. Antes de todo este lío de salir con extraños creía tener las certezas necesarias para comprender mi vida. Tenía todo aquello por lo que había trabajado duro. Ahora, exponer mi corazón ante tanta incertidumbre sólo me había recordado lo que anhelé alguna vez y me dispuse a enterrar en algún rincón de mi olvido, para sentirme segura y protegida. Atravesar decepciones e incomodidades era regresar a eso de lo que ya me había despedido. ¿Para qué arriesgar? Sin embargo, sentir esa terrible vulnerabilidad y adictiva ansiedad me emocionaba en mis entrañas otra vez; y al mismo tiempo el temor y la desesperanza del posible abandono me abatían. David me miraba expectante y paciente, al mismo tiempo que mi coche se asomaba doblando la esquina para alcanzar la calle sobre la que esperábamos. Ahora lo único que quiero es...

- Quiero volverte a ver.

Con un beso en la mejilla lo despedí bajo un cielo negro tremendamente estrellado. El frío de la noche se había disipado y una curiosa vibración jugueteó con mi pecho, haciendo latir mi corazón deprisa. Subí a mi auto y me marché, echándole una mirada traviesa desde el retrovisor. Conforme me alejaba me percaté que no podía borrar la enorme sonrisa que adornaba mi cara. "David" ¡quién lo diría!

Ahora sólo podía pensar emocionada, que tal vez, por esta ocasión, la locura de mis amigas tenía la razón.


FIN


sábado, 15 de noviembre de 2014

Un vistazo a la vida de Lulucles

Mis queridos lectores: 

Con el fin de responder a las inquietudes que varios de ustedes han tenido a bien compartirme, y para los que también han tenido la curiosidad de saber de dónde viene lo que escribo, he planeado esta lista de respuestas a manera de una mini entrevista. El propósito es conocernos un poco más y por qué no, echarnos un café en confianza mientras sucede.


P: ¿Cuántos años tienes, Lulucles?
R:  Tengo 32 años. Esto lo sospechan algunos por la edad en la que suelo situar mis escritos.

P:  ¿Qué fue lo que te inspiró a escribir un blog?
R: Siempre me ha fascinado escribir. Sin embargo, hubo momentos en mi vida en que dejé de hacerlo. Supongo que el fracaso, cuando no sabes manejarlo, puede arrebatarte las cosas que más te gustan. ¡Y vaya que he tenido mis fracasos! Y cómo han dolido. Tal vez porque esas caídas son las de las que más trabajo cuesta levantarse. Cuando volví a creer en mí, decidí darme la oportunidad de ser quien soy. ¡Y soy escritora! Y como alguien me dijo una vez: una escritora, escribe. Por ello no bastaba con hacerme llamar así. Tenía que ponerme a escribir. Así que para practicar y perseverar en este arte, descubrí que un blog podría ser el espacio para lograrlo. Lo que  me emociona, además de escribir, es que "Así es la vida, Lulucles" genere lazos con las personas que leen lo que publico. Es un honor que alguien pueda identificarse con un personaje que creé, o que alguien encuentre un mensaje que le ayude a avanzar o que le haga sentido con lo que está atravesando en ese momento en su vida. Enterarme de la posibilidad de intimar con los lectores a través de las publicaciones, es una emoción que agradezco profundamente.

P: ¿No te da miedo lo que la gente pueda pensar de lo que escribes?
R: Pavor diría yo jaja, antes me daba pavor. Por eso era difícil compartir lo que escribía. Es ponerte al desnudo frente a alguien, con todo lo que eres al descubierto. Una temporada esto me detuvo, te hablo de cuando asistía al colegio. Entonces en un taller de cuentos que tomé, me dijeron una vez: "escribes para que te lean", como animándonos a compartir nuestro trabajo. Poco a poco te despojas de ese miedo, y el que le sigue es el miedo al fracaso, el miedo a ser malinterpretada y el miedo a la crítica. Peor aún: el miedo al éxito. Pero como digo en mi blog, lo que he aprendido, pues me lo han enseñado es que el miedo no es malo; sólo es malo cuando te dejas paralizar por él. Así que hay que seguir avanzando, seguir escribiendo, sin importar qué pase, sin importar qué digan. No hacerlo sería negar quién soy.

P: Los viernes de relatos: ¿son cosas reales o ficticias?
R: Como tal, tendría que decir que son ficticias. Sin embargo, toda historia que brota de mi pluma (en este caso del teclado) tiene una dosis de autobiografía. Escribo sobre lo que he vivido, lo que anhelo, lo que sueño, lo que quisiera vivir, lo que he visto que otros viven y lo que imagino que podría vivir. Básicamente mis escritos son el producto de la reflexión de algún episodio de mi vida que he digerido lo suficiente para poder descomponerlo y capturar su esencia. Esa esencia es la que cobijo con fantasía y locuras, creando personajes que tomarán sus propias decisiones para construir el rumbo de los acontecimientos. No son asuntos que estrictamente me hayan ocurrido, pero sí llevan consigo bastante de mí misma. La emoción es mía, el relato es la travesura de la escritora que soy.


P: Sin embargo, todas tus publicaciones hablan de ti, de lo que has vivido, ¿cierto?
R: Las publicaciones que no pertenecen a la secuencia "Viernes de Relatos" son reflexiones sobre la vida, anécdotas y aprendizajes que comparto con ustedes. Claro que éstas nacen de lo que he vivido, de mis experiencias, de lo que siento. No necesariamente lo que me ocurre hoy, porque para poder tener claro el panorama de lo que uno vive, es necesario dejarlo cuajar y mirarlo a la distancia para enterarse de qué va. Por ello, algunas cosas tendrán que ver con lo que vivo hoy y otras, con lo que viví hace tiempo. La vida es tan compleja y tan sencilla al mismo tiempo, que cada instante puede brindarte, si te dejas, una inspiración para escribir. Por eso la incesante invitación a vivir intensamente y hacer que al final de cada día tengas algo qué contar.


P: ¿Sobre qué tema te gusta escribir más?
R: El amor. Me parece una experiencia terriblemente emocionante y dolorosa, que requiere crecimiento personal constante para poder compartirla con otro ser humano, en plenitud y felicidad.


P: Aunque no todo lo que escribes va sobre el amor de pareja, hay algunos escritos que nos hacen pensar que es un tema que repasas en tu cabeza. ¿Has tenido alguna relación de la que te arrepientas, te quedaste con las ganas de decir algo? ¿Amaste, perseveraste, perdonaste?
R: Arrepentirse sería negar un aprendizaje y anularlo en un deseo de revertirse. Así que como tal, no me arrepiento de ninguna relación que haya tenido. De hecho agradezco aquellas que más me consumieron o construyeron, pues ¡me obsequiaron material para escribir! Las relaciones que me provocaron algo muy dentro de mí, son las que me inspiraron a tomar el lápiz y escribir. Eso, lo agradezco. Sobre si me he quedado con ganas de decir algo: no. Mi política siempre ha sido decir todo lo que tengo que decir, aunque en el momento parezca ridículo o inoportuno. Los sentimientos que se quedan adentro se pudren y hacen daño, es mejor sacarlos, sin expectativas, claro. No esperes "algo" luego de decirlos. Sólo dilos, eso te ayuda a limpiarte y avanzar. De otro modo, sólo son un medio que utilizas para lograr que la otra persona se mueva a donde tus necesidades le indican. Sólo hay que decir sin esperar nada. Se hace por uno, no por el otro. ¿Que si he amado? Sí ¿Perseverado? Sí ¿Perdonado? Sí.  Todas fruto de un proceso fuerte de dolor y crecimiento. Amar duele y mucho. No se puede amar sin sentir dolor una vez. No se puede perseverar si no te esfuerzas y te cuesta trabajo. Perseverar lleva implícito ganar una batalla diaria contra tu comodidad. Y perdonar... hacer las paces. No es fácil, no sale a la primera, pero cuando aprendes a confiar y soltar lo que te hace el camino más pesado, puedes hacerlo. No digo que yo siempre haya sido así y que rotundamente lo sea siempre en todos los aspectos de mi vida. Creo que soy un ser imperfecto en crecimiento. A veces dan ganas de tirar la toalla y claudicar, sobre todo cuando duele mucho y creo no poder más... pero la confianza en Dios me da empujoncitos para seguir adelante y no detenerme. Creo que ahí radica el secreto: en confiar y avanzar.

P: Para finalizar ¿algo qué decir a tus lectores?
R: En tres palabras: GRACIAS POR LEER. Gracias por darme el mejor regalo: su tiempo para leer mis publicaciones y estar al pendiente del blog. Ustedes también conforman este espacio y lo hacen posible. Dejen sus comentarios y preguntas, me encanta saber de ustedes.



¡¡Espero hayan disfrutado de esta mini entrevista!!

Y recuerda: Si te gusta suscríbete, dale Google+1, comparte y deja tu comment. Así como tú me lees a mí; a mí me gusta leerte a ti.

 ¡¡¡Nos vemos en el próximo post!!!


viernes, 14 de noviembre de 2014

Los viernes soy soltera (6o. Parte)


Viernes de Relatos

Confieso que no hice ningún esfuerzo por apresurarme en terminar el presupuesto. Mi equipo me echaba miradas enojadas e indignadas. ¡Era un insulto arrebatarles su viernes social! Lo siento, hay prioridades y ésta era una de ellas. El fin de año se acercaba y había que dejar todos los números y cuentas listas para los reportes de cierre de año, pendientes en los gastos y proyectos que postergarían por falta de recursos. El balance debía quedar listo esta semana, así que haciendo uso de mi poder y autoridad, con un tanto de desdén, les hice a todos quedarse conmigo a terminar la actividad.

Así que llamé a Laura para avisarle que no iría a la cita de hoy.

Insistente, me comentó que él podía esperar, que no la cancelaría. Advertí que tal vez no lograría escaparme del inhumano yugo de mi jefe. Evidentemente omití la parte en que era yo la del poder de decisión sobre la hora de nuestra liberación para evitarme un discurso. Era obligatorio quedarme... y aún así Laura no dejó de insistir.

Ya eran las once de la noche y el cansancio empezaba a molestarnos a todos. De vez en vez les animaba y les invitaba a esmerarse para terminar, aunque eso fuera lo que yo menos quería. Algunos encendieron el radio para situarse en su imaginación en alguna fiesta. Otros se enviaban mensajes con personas del exterior, que los distraían de hacer lo suyo. A esos los alentaba a seguirse escribiendo con sus amigos, así retrasarían su trabajo y no tendríamos que irnos pronto. Sin embargo, los que estaban dispuestos a llegar al antro aunque fueran las tres de la mañana, se apresuraban y les ayudaban a ellos a liberar sus encomiendas.

Finalmente lo logramos. Marcaban las doce de la noche en el reloj. Los que comían ansias por marcharse tomaron sus cosas y salieron de inmediato, pero no sin antes refunfuñar en un volumen casi imperceptible "qué culpa tenemos de que ella no tenga vida".

Apagué las luces y fui la última en abandonar la oficina. El alivió que me invadió después del ajetreo no fue el de la satisfacción de un trabajo bien hecho, sino el del gusto de haberme librado de otra posible desilusión amorosa. Era imposible que el hombre en turno aún quisiera salir y yo no tenía intenciones de hacerlo. ¡Qué remedio! Hablé con Laura para cancelar la invitación.

- Ni te lo imaginas... - dijo ella nerviosa y riéndose víctima de un asombro infantil. - Me pidió la dirección de tu oficina. Te espera en Planta Baja.

- ¡Pero ya son las doce de la noche, el viernes ya acabó! - objeté a regañadientes.

- Qué puedo decirte amiga, ¡él de verdad quiere salir contigo! ¡Suerte, conquístalo!

Las puertas del elevador se abrieron de par en par. Al primer paso que di, pude distinguirlo en la entrada de vidrio, antes de los trinquetes que le impedían el acceso sin credencial. Calmando mis sentimientos paranoicos de mujer acosada a la mitad de la noche, respiré profundo y sonreí lo mejor que pude. Seguí avanzando hasta que él fijó su mirada en mí. En sus sospechas me reconoció y con su palma extendida me saludó de lejos. Le percibí sonriente y paciente como un perseverante inoportuno. Deslicé mi credencial para abrirme el paso y salir. Llegó la hora de la inevitable cita con este extraño.

Qué injusto, ya ni siquiera es viernes.



domingo, 9 de noviembre de 2014

Ser mejores


Esta noche de domingo vale la pena hacer el balance de la semana.

Si esta vida se trata de aprovechar el pasado para aprender de éste y ser mejores, vale la pena entonces valorar qué resultó de la semana para indicarnos en qué podemos mejorar.

El ejercicio no puede ser tan ambicioso, porque creo que la rutina de la semana te come fácilmente. Si te mantienes laborioso incluso te sorprendes diciendo: ¡Qué rápido se me ha ido el día! En esa velocidad no te enteras muy bien de qué ha pasado, por eso esta noche de domingo cae bien para reflexionar qué haremos los siguientes siete días.

¿Qué cosas nos molestaron? ¿Qué cosas nos emocionaron? ¿Te arrepientes de alguna reacción que hubieras podido manejar mejor? ¿Arrojaste palabras que hubieran quedado mejor en silencio? ¿Desaprovechaste el tiempo? ¿Te quedaste con las ganas de decir o hacer algo? ¿Amaste, perdonaste, perseveraste?

La vida se pasa en un suspiro. Así de rápido y si no hacemos el esfuerzo de ponernos un claro propósito para mejorar, se puede pasar desapercibida la oportunidad para hacerlo mejor. Cada día se puede hacer algo para ser mejores. Cada minuto se puede aprovechar para este fin. Si lo hiciéramos en cada instante... ¿cuánto no creceríamos? Claro que como he dicho, el crecimiento requiere de mucho esfuerzo y sobre todo, constancia. Disciplina y perseverancia. Y no digamos de las emociones implícitas en este proceso de crecimiento. No es tan fácil, por eso creo que dejamos que el tiempo nos coma en su velocidad y se nos vaya entre las manos casi sin enterarnos de lo que estamos haciendo realmente con él. Así nos justificamos de lo que no hacemos diciendo: "no tengo tiempo" o "no he podido".

El trabajo de crecer y ser mejor cada día no es cosa fácil, pero no imposible. Basta con comprometernos con este propósito y hallar en los detalles de nuestro día los cambios que nos permitirán ir creciendo de a poquito en poquito. Haciendo eso que no hacen todos... avanzando y aceptando el reto de hacerlo.

Finalmente, de eso se trata la vida. Las grandes satisfacciones surgen de aquello por lo que nos hemos esforzado. Lo que no se nos ha dado fácil. Eso, es lo que se disfruta en grande.

Les deseo que esta semana que inicia sea eso: días llenos de esfuerzo, que no se les den fáciles las cosas, porque al final de la semana, al hacer su balance, se sentirán realmente satisfechos de haber superado el reto y con éste, haber crecido un poco más.



viernes, 7 de noviembre de 2014

Los viernes soy soltera (5o. Parte)

Viernes de Relatos


- ¡¡¡Esta vez te luciste!!! - le dije a gritos de emoción a Mariana.

Estaba en casa, eran las tres de la mañana. Habíamos gastado muchas horas platicando hasta que nos corrieron del restaurante porque iban a cerrar. La plática había sido perfecta. Él, todo un galán. Caballeroso, apuesto, buen conversador, atento, interesante... ¡Todo lo que había querido encontrar luego de tantos tropezones en los últimos viernes! Pagó la cuenta... pagó la cuenta.

- Estoy encantada con él, ¿dónde lo tenías que no me habías dicho? - le pregunté a Mariana - Creo que tú serás quien gane esta contienda por sacarme de la soltería. ¡Le has dado al clavo!

Mariana permanecía en silencio al otro lado. Ni festejaba su logro ni me preguntaba detalles de lo ocurrido.

- ¿Mariana, estás ahí?

Tardó una pausa larga en contestar.

- Sí, aquí estoy.

Su silencio me desconcertó. Empecé a caminar alrededor de mi cama, sin ir a ningún lado. Harta por no recibir respuesta exigí una explicación.

- He hablado con él antes de que llamaras.

Ósea que Mariana ya tenía la versión de los hechos de la otra parte. Eso hacía más interesante la conversación.

- ¿¿¡¡¡Y qué te ha dicho!!!?? Cuéntamelo todo ahora mismo.

Otra vez el fastidioso silencio. ¡Vamos chica, ya suéltalo, he recibido peores noticias!

- Le has parecido una buena mujer. - explicó Mariana muy seria.

- No te sale mentir amiga, mejor dime la verdad de una vez por todas.

- No miento, le has parecido una buena mujer. Sólo que no le interesa tener nada más contigo. Apuesta a que eres una buena amiga...

Típico. Lo que me faltaba. Si no te gustan, les gustas; si te gustan, no les gustas. ¿No podría ser diferente? No basta con que una parte esté interesada, la otra también tiene que estarlo. Creo que empaticé por primera vez con los otros candidatos que habían desfilado las semanas anteriores. ¿Qué es lo que él pudo descartar de mí? Tal vez debí pagar la cuenta, mostrarme como una mujer moderna. Tal vez hablé demasiado de mi trabajo, debía hablar más de... ¿mi triste historia de amor que me tiene saliendo con extraños todos los viernes? Tal vez debí ser hablar menos, tal vez debí reír menos... ¿o más? Tal vez mi ropa... tal vez el maquillaje no me favorecía. El peinado no había sido perfecto, pero esperaba que me favoreciera. ¿Acaso comí demasiado y la cuenta fue exorbitante? No alcancé a mirar. Tal vez fui metiche al preguntarle por su vida personal.

¿Qué rayos hice mal? ¡Según yo soy un partidazo! ¿No lo ve? ¿NO LO VE?

- Amiga, no sé qué decirte. No me ha dado razones. Alguna impresión equivocada, quizás. ¿Quieres que le pregunte directamente?

- No tiene caso...

- Tal vez una segunda cita pueda resolver los malentendidos. Voy a agendarla con él...

- No, olvídalo. Es mejor así...




martes, 4 de noviembre de 2014

La vida, como los aguacates


Miraba yo un aguacate que abrí. De esos a los que les dicen "está muy verde, no está maduro" No me importó mucho y lo abrí con un cuchillo para comérmelo en pedacitos.

¿Esto qué tiene que ver con la vida? El aguacate que no estaba maduro, estaba duro y era difícil de morder. Muy verde, en efecto, por dentro, pero casi inmasticable. No se disfrutaba para nada. Incluso cortarlo con el cuchillo había sido una hazaña.

La mitad de aguacate que no me comí, la dejé ahí y supuse que el tiempo haría de las suyas y lo aguadaría, pero no, sólo lo oxidó en su dureza. Lo ennegreció, pero sin hacer comestible.

Pienso que algunas veces así nos pasa en la vida. Los momentos difíciles nos cortan por la mitad y luego dejamos nuestra sanación a lo que invocan todos "el tiempo". Es el mágico doctor y curandero, es el que pasa y se encarga de sanarnos. ¿Será así?

El tiempo sólo consigue dos cosas: hacernos madurar o echarnos a perder. En la misma desgracia, con el tiempo podemos componernos o descomponernos, pero no forzosamente nos hará crecer. La madurez y el crecimiento dependen de uno mismo, no de la cantidad de tiempo que pase. Pueden transcurrir años y llegará el día en que nos miremos al espejo y descubramos que sólo hemos sido ennegrecidos y oxidados, para nada nos hemos recompuesto.

Así pasa con el aguacate, para madurar y tener buen sabor requiere estar completo e íntegro; y entonces sí, el pasar del tiempo le hace bien. Si lo abrimos sin madurar, aunque pase el tiempo, sólo se pondrá feo y sus características de inmadurez permanecerán.

Supongo que en la vida no queda más que aprender que la reconstrucción de nosotros mismos luego de muy malos ratos depende de nosotros y no del tiempo. Es inevitable, para sentirnos mejor, tenemos que esforzarnos. Sanar no es un proceso que suceda sin nuestra participación. El tiempo sólo es un atenuante, pero no es la cura. El remedio está en nosotros nada más. Tenemos que superarnos y crecer. No hay de otra.

domingo, 2 de noviembre de 2014

La vida como el tráfico de un lunes


Mañana que es lunes, algunos se irán a la cama más temprano para descansar y levantarse a tiempo para llegar a sus destinos: la escuela, el trabajo, el ejercicio, etc.

Si eres disciplinado y voluntarioso, tal vez consigas levantarte a buena hora y salir con esos "cinco minutos antes" que te advierten todos para que consideres el tráfico y aún así llegues puntual.

¿Por qué la recomendación de salir cinco o más minutos antes del tiempo que estimas tardarás en llegar a donde quieres ir? Por calcular imprevistos y posibles retrasos.

Verán, la vida es como el tráfico de un lunes por la mañana. Uno no puede salir de su casa pensando que llegará sin ninguna dificultad. Siempre cabe la posibilidad de un incidente: choques, semáforos descompuestos, nuevos baches, manifestaciones, calles cerradas, autos descompuestos, alguien con ganas de conducir lento, un policía creyéndose útil dirigiendo el tráfico... toda clase de cosas pueden pasar en el trayecto.

Así funciona también la vida. Por mucho que queramos llegar al destino sin tropezar, algo va a pasar en el camino. Si en una mañana de un día de tantos, corres el riesgo de encontrarte con algo que atrase tu llegada, ¿por qué la vida misma iba a librarte de toparte con un obstáculo? No, la vida va a tener un reto para ti siempre que quieras seguir avanzando. Algo con lo que tendrás que enfrentarte, algo con lo que tendrás que lidiar y pese a lo que te pueda producir, mantener la calma para no ser parte de la masa histérica que "toca el claxon sin ton ni son".

Ante la crisis vial, puedes elegir ser de los que van furiosos o de los que van cantando la canción que tocan en la radio. Puedes elegir ser el que grita o el que respira y simplemente deja ir el mal momento. Así también en la vida tú eliges cómo vivir esas malas pasadas. Puedes ser de los que al llegar al destino llevan el hígado hecho bolas y el estómago con bilis abundante o puedes ser de los que llegan con una sonrisa porque aprendieron a dejar atrás lo que ya pasó.

En la vida, no hay forma de que te libres de los accidentes emocionales, los choques de alguien contra ti y de los baches que buscan desinflar tu ánimo. Pero puedes salir airoso respirándolos y no enganchándote en ellos. Se trata de tener paz interior para que no arruinen tu viaje. La ventaja de la vida versus el trayecto de un lunes, es que en la vida no hay prisa, ni hay hora límite de llegada. Lo que cuenta no es la hora a la que llegas, sino cómo usas cada minuto que te ha sido obsequiado.

Así que, mucho ánimo y disfruten cada instante.

viernes, 31 de octubre de 2014

Los viernes soy soltera (4o. Parte)


Viernes de Relatos

- Admito que la idea de una cita a ciegas no era precisamente mi plan para hoy - reconoció él cuando comíamos el postre. Habíamos salido a cenar. La ironía, es que planeó ir al mismo sitio al que el otro me llevó el viernes pasado. Sin embargo, el que la charla fluyera tan maravillosamente me hizo olvidar la coincidencia.

- ¿Por qué, no te gustan las citas a ciegas?

- No es eso, es que...

El silencio me aterró por un instante. ¿Qué iba a decir?

- Hace dos semanas mi novia y yo terminamos.

Recién terminaron. Vaya situación.

- Te ves muy bien para haber terminado hace tan poco.

- ¿Sí? Gracias, de hecho por eso me insistió con esto tu amiga, me sugirió que así podría olvidarme de Lorena, mi ex, ya sabes...

En una frase me convertí en el clavo que saca al otro clavo.

- Y... ¿por qué fue que terminaron? Si es que se puede saber...

- Ella quería casarse... y yo, la verdad es que no quiero eso. Tengo tantas cosas que resolver de forma personal, que un compromiso de esa magnitud simplemente no me iba.

- ¿Qué cosas tienes que resolver?

- Bueno - justificó un poco - ella decía "que tenía yo que resolver", la verdad es que a mí nada de lo que me decía me quitaba el sueño. Pero a ella sí, por lo que lo mejor era dejarlo por la paz.

- Vale... pero ¿qué cosas tenías que resolver según ella?

Silencio otra vez.

- No creo que deba decírtelo en la primera cita. ¡Qué vas a decir de mí!

- No lo sé, sería por eso mejor que me lo dijeras, ¿no?

Silencio.

- No, mejor otro día, si es que lo hay, ¿no?

"¿Si es que lo hay?" Qué tipo de respuesta era aquella. Lo que había empezado agradablemente, ahora comenzaba a pesarme. Tal vez invadí el terreno personal demasiado rápido, pero la intriga sobre aquello que Lorena había tachado de inmadurez en él me mantenía curiosa.

Llegó el momento de pedir la cuenta. La puso el mesero al centro de la mesa. Él no hizo esfuerzo por tomarla, así que luego de tenerla ahí abandonada un rato, la tomé y la abrí. Leí en voz alta la cantidad y busqué mi bolso para sacar la tarjeta. Él no hizo ningún movimiento. ¿Qué se supone que debía interpretar? Charlé un poco más dando tiempo a alguna respuesta de su parte. Nada... Así no más, llamé al mesero y le pedí se cobrase de mi plástico la cantidad completa y le agregara el respectivo porcentaje de propina. El mesero se retiró e hizo lo suyo, mientras mi acompañante trazaba círculos con su dedo sobre la mesa.

Nos retiramos del sitio, cada uno por su lado. Nos despedimos en el Valet Parking. Un abrazo y un beso en la mejilla fue lo que recibí. No esperaba que me invitara la cena, pero al menos recibir un agradecimiento hubiera sido agradable. ¿Acaso esa sería una de las cosas que apuntaba Lorena, su exnovia? Sí era así, yo la apoyaba aunque fuera a distancia, porque ningún lazo nos unía como para suponer que iba yo a absorber por completo el gasto de la salida.

¿O qué le habría dicho mi amiga que lo llevó a suponer eso?

- ¡Qué fijada eres! - me dijo ella al otro lado del celular - Hoy las mujeres ya pagan la cuenta.

¿Será? Si es así, vaya que hacía mucho no me dedicaba a salir.

De cualquier modo, no me animaba a tener una segunda cita, así que me dispuse a olvidar lo ocurrido y me eché en la cama a dormir.



martes, 28 de octubre de 2014

Mini cambios gigantes


En general, los cambios nos disgustan, nos desagrada lo que conllevan. Nos implica reacomodar las configuraciones que teníamos, sacudirnos un poco y desperezarnos. Esto no suele gustarnos pues implica algo nuevo, diferente con lo que no sabemos manejar. Y en varias ocasiones, porque nos arrebata aquello que teníamos y a lo que nos aferrábamos tanto...

Los cambios nos implican avanzar, porque eso hay que hacerlo a fin de cuentas. Nos quitan la silla donde mejor estábamos acomodados y ahora hay que mantenerse de pie. Puedes caerte y no levantarte, sí; pero esperanzadamente sigues andando y encuentras modo de estar a gusto con lo que te depara levantarte de esa silla.

Lo interesante de esos cambios es que los más grandes inician con cosas minúsculas. Son tan chiquitas que las personas ni se enteran de que han ocurrido. Alguna vez lo vi en una serie llamada "Everwood", en la que el esposo pierde a su esposa y se van a vivir a un pueblo lejos de la ciudad. Allá se lleva a la familia, y luego de muchos momentos de sobrevivencia y adaptación a la vida sin su esposa, un día cualquiera, su primera paso para avanzar es quitarse un anillo del dedo que decide guardar en un cajón. Un anillo es una cosa pequeña. En sí misma la puedes ocultar cerrando el puño de una mano sin mucho esfuerzo. Sin embargo, el poder que posee el objeto y el significado que resguarda es de lo que se despoja y guarda para dejarlo atrás.

Estas cosas pequeñas que son el preámbulo a cambios gigantes, no son cosa fácil. Para otros podría ser fácil ignorarlas o hacerlas, pero para el sujeto en cuestión.... vaya que cuestan sangre y mucho esfuerzo. Te arrancan el llanto a veces, porque así de fuerte es el vínculo que mantenías.

Ligeros cambios en una rutina... guardar aquel regalo... tirar aquella carta... quitar una fotografía... no mirar... no contestar...  callarte una felicitación... no levantar la mano y decir aquí estoy.... Son cosas tan chiquitas que pueden significar un cambio gigante en la vida de cualquiera de nosotros. Y nadie se percata, porque son muy personales y las hacemos casi en silencio. Sólo nosotros dimensionamos el dolor que nos significa iniciar el cambio y lo mucho que puede doler.

Para cambiar no se requiere de aspavientos, sino de profundidad y aceptación. Avanzar... avanzar... y confortarnos nosotros mismos. Cosas miniatura.... cambios gigantes.


domingo, 26 de octubre de 2014

¿Te ha pasado?


Ocurre que tienes una pregunta, un dilema, una cuestión. Crees saber la respuesta. En el fondo de tus creencias, de tus prejuicios, de tus expectativas y miedos se esconde la respuesta. Ahí, donde no te atreves a esculcar, porque de algún modo, sabes que esa respuesta puedes malinterpretarla, incomprenderla y sobrepensarla.

Esa pregunta la pones en otras manos. En el universo tal vez, o en algo superior a ello. Lo depositas ahí con cautela, con cariño, con esperanza. Y sabes que será contestada.

Sigues tu vida, no sin haberte arrebatado la ansiedad. Esa sigue presente, no se va. Aunque quieres confiar con todas tus fuerzas que será resuelto tu caso, aun así las emociones no te dejan tranquila. De repente, hay un momento clave, en el que silencias tu cabeza y te dispones a escuchar. En ese instante hay calma en tu corazón y estás dispuesto a dejar que una voz, que no es la tuya, te hable.

En ese preciso microsegundo ocurre. Tienes tu respuesta. Tú lo sabes, tienes por una vez certeza de todo. Un microsegundo que te es concedido para poder recibir lo que has estado esperando. Y así como vino, se va. Fugaz, efímero; pero la respuesta se queda contigo. Tienes lo que querías y ahora, sólo te queda seguir avanzando con lo que te ha sido dado de vuelta. No ha sido necesario mucho, porque no te encuentras dispuesto para dar mucho a cambio. Sólo una fracción tan chiquita de tu confianza ha bastado. Una confianza plena, transparente y pura. Esa que sabes que te cuesta muchísimo dar. Esa ha bastado y ahora, puedes continuar andando.

Tienes fe y lo que queda es tener paciencia. Te aferras a la respuesta, no te queda nada más a qué agarrarte y eso es lo que necesitas para no tambalearte. Ni más ni menos. Sólo eso y ya lo tienes. Lo único que te queda, es seguir ejercitando la confianza, para no desacreditar lo que te ha sido otorgado. Porque si no lo haces, lo estropeas y le quitas el valor que poseía.

Confianza. Sólo confiando se puede gozar lo que viene, sin saber qué es.


viernes, 24 de octubre de 2014

Los viernes soy soltera (3o. parte)


Viernes de Relatos

- ¡¡¿Cómo te fue?!!

La casamentera experta no vaciló en llamar en cuanto llegué a casa.

La cita tuvo lugar en el cine. Una comedia romántica para variar, clásico de una cita a ciegas. Obviando las pretenciones de generar un ambiente romántico en el que floreciera nuestro amor, me hice la desentendida y dejé que fluyera el plan que él había armado para mí.

Al salir del cine, la cena para comentar la película era lo siguiente en la lista.

Admito haber estado nerviosa al inicio, pero al percatarme de lo nervioso que estaba él me olvidé de lo mío y me relajé. El hombre estaba al punto de la deshidratación de tanto sudor que le escurría por la cara. Constantemente sacaba de su pantalón un pañuelo para secarse, que pasaba de vez en vez por sus anteojos para limpiarlos y mirarme mejor. Su calva le sumaba más años de los que tenía en realidad y relucía bajo el foco que convenientemente alguien había dispuesto poner sobre nosotros al acomodar la mesa en esa pared. Así que entre el calor y el nervio el tipo no debía estarla pasando nada bien. Al ordenar el menú, quiso memorizar lo que pediría cuando me preguntó lo que me apetecía. Dictarlo al mesero fue una hazaña, tartamudeaba al hablar e intercambió algunas cosas por otras. En vez de filete de pescado empanizado, terminé comiendo filete de pescado a la plancha. En vez de vino blanco; vino tinto. El colmo fue cuando la charla derivó en una crisis. Derramó la copa de vino sobre la mesa, que a su vez sumergió en vino mi platillo. Quiso evitar más desastres y se levantó deprisa de su asiento, llevándose sin querer el mantel de la mesa entre sus piernas, lo que hizo que todos los platos y el florero en el centro cayeran al suelo. No contento, trato de limpiar la comida que cayó sobre mí con su servilleta, lo que le sirvió para manosearme un rato hasta que me quité sus manos de encima.

- Fue toda una experiencia - le dije a mi amiga sarcásticamente.

- No pudo estar tan mal - dijo ella defendiéndose en la contienda para librarme de mi soltería.

Traté de encontrar algún detalle que me hubiera parecido favorable. Lo medité un rato en silencio mientras mi amiga esperaba paciente al otro lado del auricular. Sus modales lo distinguían. Había corrido mi silla para poderme sentar a la mesa, me cedía el paso al llegar a una puerta, había procurado ordenar por mí y no empezó a comer hasta que yo probé el primer bocado. Sin embargo, mi decepción en lo demás no dejaba relucir el que fuera un caballero.

- Es buen hombre, sólo que no eres paciente.  - sentenció mi amiga - Deberías al menos agradecer que el mío no te dejó plantada.

Suspiré al recordar la semana pasada... ya veremos cómo me va el próximo viernes.





martes, 21 de octubre de 2014

Malos somos para apoyar en las pérdidas

Inspirado en colaboración de Estephanie Rosas


"Ya encontrarás al bueno" "No te apures, ya llegará el hombre para ti" Podría seguir enlistando las frases que se nos sueltan cuando dejamos atrás una pareja. Lo que todas tienen en común es que giran en torno a la esperanza de que llegará alguien más a ocupar la vacante que se ha desocupado.

Lo frustrante de escucharlas, es que en ciertos casos y a cierta edad, estas palabras redoblan absurdas en los oídos, y aún así son las frases favoritas para enunciar tras la perdida de una relación. ¿Se percatarán de la trascendencia de lo que ocurre? Permíteme explicarte.

Básicamente esta situación refiere a una pérdida. Es así: un duelo. Cuando una persona frente a ti atraviesa esta situación, lo que quieres (si la estimas) es empatizar con ella para apoyarla. Y en ese instante incómodo de silencio y llanto, es donde uno reconoce, si es sabio, que no se sabe qué decir a menos que realmente empatices con ese dolor.

Empatizar con el otro consiste en dimensionar la emoción del otro a través de una situación propia lo más similar posible a la suya. Experimentar lo que la otra persona experimenta para desde ahí establecer el contacto. Por ejemplo, en un funeral, las palabras parecen desaparecer de nuestro vocabulario cuando nos encontramos con los que sobreviven a la persona que se ha marchado. Un abrazo logra el cometido. ¿Pero te ha pasado que te digan "lo siento", y casi te vean feo porque cómo vas a sentirlo tú? Más allá del debate que esto pueda despertar, lo que es cierto es que para poder dar aliento o consejo, necesitas haber experimentado el dolor del otro en ti mismo. Porque de otro modo, tu consejo puede caer tan mal como un "no te apures, ya llegará el hombre que sí es para ti".

No se trata de suplir a las personas que se van. Cuando has perdido a alguien, de la manera en que haya sido, duele y duele mucho. A veces más, a veces menos, pero duele. Y el dolor de otra persona no puede minimizarse. Al contrario, debe comprenderse en la mayor posibilidad de empatía que nos sea permitida. Así es como alguien puede ayudarte a seguir. Las frases estereotipadas están vacías. Las que salen de la empatía son más poderosas. Las que te consuelan, son las palabras que emiten las personas que realmente se han detenido a degustar un poco del trago amargo que estás tomando. Esas son las que te ayudan a avanzar.

Así que, básicamente somos muy malos para apoyar las pérdidas, porque en sí tenemos la tendencia a evitar sentir dolor. Evitamos que nos duela... y con mayor razón, evitamos que nos duela lo que no es nuestro.

El dolor es parte de la vida y tenemos que sentirlo. No puede dejar de doler si no se acepta. Por esto, a la próxima que tengas que vértelas con él... mira el dolor con todos sus colores y abrázalo, sólo así se irá. Y a los que te rodean: ayúdalos a abrazarlo también, no a huirle.



lunes, 20 de octubre de 2014

Curiosas cosas


Un par de aretes. Cada uno metido en la misma bolsita. Luego, por azares del destino, uno de los aretes se pierde. Desesperada lo busqué y nada... lo frustrante: eran un regalo que quería estrenar. Luego de un tiempo, me resigné a no encontrarlo. Todas mis pistas se habían agotado y ni rastro del par.

Un día, apareció el par en el piso. ¡Ahí estaba, sin buscarlo apareció! Sólo debía buscar el otro para completarlo. Lo malo: no apareció el que ya tenía asegurado. ¿Cómo era posible? Otra vez tenía sólo uno. Hice un esfuerzo por encontrarlo, pero simplemente no había ni seña de él.

Ya había aceptado que no aparecería. No había forma. Había estado en tantos sitios que era difícil saber dónde había podido ir a parar. Para sorpresa mía... un día, de la nada, encontré el par sobre un escritorio. ¡Ahí estaba! Corrí a buscar el otro par. El que ya tenía. Tenía que estar ahí. ¡Y ahí estaba! Al fin estuvieron juntos los dos aretes.

Este ir y venir ocurrió en cosa de mes y medio.

Estas curiosas cosas de la vida me recuerdan que no importa cuánto uno se esmere por controlar las situaciones, en realidad, no se puede más que fluir y dejar pasar las cosas. Al final, si uno fluye la vida te sorprende un día y de la forma más divertida.

Así que, aunque a veces una cosa se pierda, si ha de tener que estar para completar el par, regresará. Así funciona la vida, en realidad, sólo se trata de dejarse disfrutarla.


domingo, 19 de octubre de 2014

Si no duele... no sirve


En el ejercicio lo tenemos claro. "Si no duele, no sirve". Parece que la condición para que veamos resultados al ejercitarnos es esa: tiene que doler.

A veces parece que la vida así también funciona. Si no te duele, no estás viviendo. Porque cada proceso de crecimiento, esfuerzo y voluntad surgen de un dolor que tenemos que manejar. Cada situación que nos hace sudar se parece a esas sentadillas que tenemos que hacer para fortalecer nuestros músculos. Cada momento de la vida que nos pone a prueba, se parece a esos abdominales que nos hacen arder los músculos. Y así como en esos ejercicios de repente queremos detenernos y abandonar, así también nos puede pasar en la vida. Lo genial ocurre cuando no te rindes y sigues adelante. Entonces descubres que ese dolor tenía una función: hacer que sirviera el ejercicio.

Los resultados no ocurren si no pasas por ese proceso. La vida tampoco sabe igual si no sientes ese dolor y luego disfrutas de la satisfacción de haber dejado atrás eso que te estaba molestando. Requiere disciplina y mucha voluntad.

Cuando no estás tan acostumbrado, al inicio es difícil. Sin embargo, una vez que has empujado tus límites, el dolor aparece con menos facilidad. Eso quiere decir que estás listo para otros retos, para algo superior. Así también en la vida, entre más esté dispuesto a avanzar, más cosas te parecen poca cosa y el reto será más grande cada vez.

Pero así tiene que ser, porque entre más avanzas, mejor se pone la situación y las recompensas son más lindas. Los escaladores podrían conformarse con pequeños cerros, pero siempre van buscando más montañas qué conquistar. ¡¡Y la vista es diferente desde ahí!!

Así que en el dolor está el goce. Y si no te ha dolido, no le estás echando ganitas al ejercicio de vivir. Hay que esforzarse aún cuando duela, sólo así podrás mirarte al espejo y encontrarte con una mejor versión de ti mismo... mejorada... crecida.... feliz.


viernes, 17 de octubre de 2014

Los viernes soy soltera (2o. Parte)

Viernes de Relatos

Dieron las seis de la tarde. La hora de salida de la oficina. Apagué mi computadora, apilé los documentos pendientes por revisar, acomodé las plumas en el lapicero y saqué de mi cajón mi bolsa de mano. Saqué las llaves de la puerta y cerré aquel sitio que no visitaría hasta el próximo lunes.

Llegué a mi departamento. Quietud y tranquilidad. No se escuchaba ningún ruido. Contemplé el vacío de un lado a otro. Entré en mi habitación e hice lo que hacía mucho no hacía: el ritual de preparación para salir al bar un viernes por la noche.

El ritual a continuación tenía todo su protocolo. El conjunto debía ser el adecuado para causarle una buena impresión al "desconocido número uno, Javier". Un vestido negro entallado y un poco escotado lograrían el impacto. Unos tacones de esos con los que difícilmente se camina fueron los elegidos. Me solté el cabello y maquillé mi rostro sutilmente con sombras grises difuminadas. Un labial color claro para no competir con el oscuro de mis párpados y unos aretes que tintineaban con el reflejo de la luz.

Me miré al espejo y me gustó lo que encontré.

Vaya, arreglarse así revivió algo en mí. Mi aspecto lucía sexy, candente, seductor. Era difícil reconocerme y al mismo tiempo me reconocí en una imagen que me era familiar. ¿Dónde había estado? Recuperarme me emocionó y me concedí sentirme así. Finalmente, tenía una cita con un tal Javier y con ello, volvía al juego de salir y conocer gente. Podría divertirme y pasar un buen rato. Tal vez resultara buena idea después de todo.

Me despedí de mi cama, mis películas y mis libros. Subí al coche y me miré en el retrovisor. Lucía espectacular a la luz de la luna, que para entonces ya iluminaba el cielo. Todo estaba listo y dispuesto para mi aventura de viernes.

Llegué al sitio donde era la cita. Eché un vistazo rápido adentro, pero no encontré a nadie con las señas particulares indicadas por mi cómplice número uno. Esperé un momento y una señorita preguntó mi nombre y por mi número de acompañantes. Se lo di y a la segunda pregunta mencioné que alguien me alcanzaría. Qué interesante me sentí. Alguien llegaría a acompañarme. Seríamos dos.

Al sentarme en una periquera, un mesero se acercó a preguntarme por la bebida que tomaría. Fuera de práctica, pedí lo primero que se me ocurrió: Vodka y Jugo de Arándano. Ignorando si debí haberle esperado antes de pedir, miré el reloj notando su retraso.

Veinte minutos de retraso. No es mucho. El tráfico de la ciudad debió atraparlo.

Miré a mi alrededor y conté varias parejas que se perdían en besos y caricias. Algunos grupos de amigos esparcidos equilibraban la escena. Noté que era yo la única que estaba sola. La única.

Luego de cincuenta minutos empecé a notarme. La gente me miraba de reojo y apostaba a que cuchicheaban a mis espaldas. Empezando a trastornarme, escribí a mi amiga preguntando por el sujeto en cuestión. Me suplicó paciencia mientras lo localizaba. El mesero se acercó a mí para preguntarme si podían usar la silla vacía frente a mí. Con una mirada indignada le negué su solicitud. Se retiró sin hacer mella. Transcurrió una hora antes de saber de mi amiga.

Se ha quedado atorado en la oficina trabajando. Una cosa de presupuestos que va para largo. Lo siento en el alma amiga

¿Es real lo que leo? Furiosa pedí la cuenta y salí del bar. Me sentí acongojada. Mucho. Mi esfuerzo por darme la oportunidad de conocer al tal Javier había concluido en un plantón. ¡¡Me dejó esperando!! Si tenía mucho trabajo, debió aclararlo a mi amiga y evitarse el compromiso de aceptar salir conmigo así como así. ¿Cómo iba yo a pensar que sería diferente este viernes?

De vuelta en el hogar, arrojé los zapatos en el armario, desmaquillé mis párpados y me quité deprisa el vestido negro. Sujeté mi cabello en una coleta y me eché una sudadera encima que me arropó en la cama hasta que concilié el sueño.

Las noticias vuelan y más las malas. Mi celular me despertó a la mitad de la noche. Recibí un mensaje que leía:

Andrea es una amateur en esto de ser casamentera. Mi candidato te sorprenderá el próximo viernes ¡¡Prepárate!!

¿No fue demasiada humillación? Tendría que aclararles que para estos desenlaces, prefiero ser soltera.



domingo, 12 de octubre de 2014

Este rollo de ser tú mismo


Últimamente he estudiado sobre Terapia Ocupacional. Una ciencia y arte que estudia las ocupaciones de los seres humanos. ¿Qué entendemos por ocupación? Todo aquello en lo que ocupas tu vida. Sin mucha complejidad se puede resumir así.

Lo que me ha tenido pensando, es que esto apuesta a que las personas se dedican a hacer aquello que realmente les interesa, pues refiere mucho a los gustos de cada quien y lo que realmente les apasiona. De hecho, la intención es enfocarse precisamente a orientar a las personas a desempeñar esos roles que les atraen desde sus propias cualidades y potencialidades.

Lo que es curioso es idear cuántas personas realmente se dedican hoy a hacer lo que les fascina y les hace vibrar las entrañas. Vamos, se supone que tu ocupación prioritaria tendría que estar relacionada contigo mismo en esencia y lo que cuestiono es si esto es una práctica común en la mayoría. No lo creo, muchas veces se toman los empleos por meras circunstancias, posibilidades y oportunidades. A veces pasan años en un trabajo con la ilusión de encontrar algo mejor a largo plazo. Claro está que hay otras actividades en las que uno se ocupa para entretenerse, pero finalmente, la prioritaria, la ocupación productiva no siempre es la que va acorde a lo que te emociona hacer.

Esto no quita el hecho de que encuentres gusto en hacer tu trabajo, pero la pregunta es: ¿tu trabajo dice lo que realmente eres? Vaya, a veces pienso que sería una utopía pensar que todos se ganan la vida haciendo lo que les fascina. Tantos talentos frustrados por prejuicios... como ser artista. Si no escuchaste a los que te auguran que morirás de hambre, tal vez estudies eso y le dediques tu vida. Pero si escuchaste esas voces, pensarás que en tu tiempo libre puedes ser artista y de base serás otra cosa. Te levantarás para ir a la oficina a trabajar y tener un sueldo que te permita hacerte de un patrimonio seguro.

Sería sensacional poder tener una ocupación productiva acorde a lo que eres tú. Me imagino cómo se sentiría la sociedad si así fuera. ¿Sería posible? Primero habría que hacer esfuerzos por despertar estas pasiones desde la infancia y salvaguardarlas en el camino. Que los criterios para elegir tus ocupaciones no fueran el estatus social o económico, sino lo que eres tú. ¿Cuántas personas hoy dejarían su trabajo y reivindicarían el rumbo? Lo ignoro...

Lo que es verdad, es que todos tenemos siempre la elección de hacer según lo que somos desde lo profundo. Sólo hay que atreverse y avanzar.

viernes, 10 de octubre de 2014

Los viernes soy soltera

Viernes de Relatos

Soplé las velitas. Mi cumpleaños número 35 había llegado. La lista de cosas que se supone habría hecho para entones estaba completa, excepto por el pendiente que todas mis amigas se habían empeñado en escribir en ella: tener novio. Vaya, esas dos palabras podían obsesionarlas hasta el punto de la locura. No importaban los logros que yo recitaba orgullosa en cada una de las cenas que teníamos para charlar de nuestras vidas. Mi increíble trabajo en el que yo era la subdirectora a la que se le consultaban importantes decisiones, mi posgrado estudiado en el extranjero, los tres idiomas que hablaba con fluidez, el automóvil que conducía, mi departamento lujoso en el que yo hacía y deshacía a mi antojo, los geniales ingresos que percibía cada quincena, los deportes que practicaba y mi buena salud... todo aquello pasaba a segundo plano cuando mis amigas se empeñaban en hacer la única pregunta a la que tenía una respuesta no tan sensacional ¿Tienes novio? ¡Odio ese cuestionamiento!

No es que no hubiera querido tener novio antes. Lo había intentado varias veces, sólo que al final no resultaba lo que yo quería. Además estaba detrás la terrorífica historia con él, un novio que durante un año se negó a verme los viernes. Por irracional que parezca, así fue. Nunca tuve una respuesta de por qué se negaba a verse conmigo ese día. Las sospechas y la paranoia me carcomieron. Finalmente, lo dejé atrás, pero su huella dejó rastro en mis rutinas, a tal grado, que me acostumbré a ser soltera los viernes.

Por esto, mientras todas mis amigas organizaban el clásico "viernes social" yo me despedía de ellas en la oficina y partía a mi departamento. Ahí prendía la televisión, sacaba mis libros favoritos y me preparaba en la cocina mis platillos favoritos. Los viernes eran míos muy a mi modo. El fin de semana el deporte y la recreación se adueñaban de mi tiempo, por lo que no tenía muchas ganas de incluir a un hombre en mis actividades. Así estaba bien, hasta que mis amigas, alineadas a los ritmos sociales estereotipados, me echaban en cara la carencia de un ser masculino a mi lado.

Maldita sea... 35 años y ni luces de un novio.

Esa noche, frente al pastel que repartía el mesero en el restaurante, mis amigas, casadas o pareja, con hijos y sin hijos, se encomendaron una misión. Encontrarme novio. Aplaudieron emocionadas con su ocurrencia mientras yo hundía mi ánimo en un bocado sabor chocolate. Se reían y cotilleaban a mis espaldas. Evaluaban prospectos y sacaban de su celular la lista de contactos que podían ser candidatos. Ninguna se percataba de mi gesto insatisfecho y elegí callar mientras elucubraban su estrategia. Finalmente, una de ellas apagó el bullicio alzando una copa de vino al aire.

- ¡Ya está! Nosotras nos haremos cargo de todo. Tú sólo nos dejarás disponer de tus viernes durante un mes y medio.

¿Mes y medio? La lógica no era tan grandiosa. Ellas eran seis y cada una apostaba a su candidato como favorito para sacarme de la, según ellas, patética soltería. ¡Vaya clan!

Mi opinión no fue solicitada y su proyecto les inyectaba tanta adrenalina y euforia que no quise arrebatárselos. Podía ser que murieran de la desilusión y además, su ociosidad requería diversión a costa mía. Entonces, influenciada por mi espíritu altruista acepté el plan. ¿Qué es lo peor que podía pasar? Los viernes tendría que dejar mi hogar y entrevistarme con seis desconocidos. Seis hombres más o menos desesperados que ellas. Seis variedades de personalidades. Seis intentos y seis historias de incertidumbre.

Ellas brindaron a mi salud a carcajadas. Definitivamente habían perdido la cordura con esos tragos. Las repasé a todas mirándolas a detalle y captando las extravagancias que las distinguían. En ese momento descubrí que más allá de su familia no sabía nada de ellas. Sus amigos eran un círculo al que yo no me había asomado jamás. Las posibilidades empezaron a asustarme. ¿A quién me van a presentar? Por un instante sentí pánico, pero el trato estaba hecho. Mi sentencia iniciaría el próximo viernes y estaba condenada a no faltar.

Rayos... en qué me metí.





jueves, 9 de octubre de 2014

Gastos inútiles



Inspirado por Lucy Torres


Cuando hablamos de gastos inútiles, financieramente hablando, de prisa pensamos en la lista de cosas que hemos comprado y que no necesitamos. Tal vez nos abruman las deudas que cargamos y las tentaciones que nos han hecho despilfarrar un poco el dinero. Sin embargo, los verdaderos gastos inútiles son aquellos que lejos de desbalancear nuestro bolsillo, desbalancean nuestro corazón y nos quitan la paz.


Estos gastos inútiles son los que van de la mano con actividades que realizamos que no aportan a nuestra vida y que para colmo, buscamos incansablemente en la tonta esperanza de rescatar lo que ya no existe.


Un gasto inútil son las llamadas que realizamos a los "ex" una vez que hemos terminado una relación, que aunque no queremos reconocer, ha terminado. De repente la motivación de los gastos inútiles es la desesperación y la ansiedad, la negación también se cuela contra nuestra voluntad. Y entonces, gastamos dinero inútilmente. Porque es real: la historia ya terminó, y gastamos en nuestra terquedad.


Otro gasto inútil parecido es el que hacemos al comprar regalos a personas que no tendríamos que estarles regalando nada. Y no porque queramos ser egoístas, me refiero a que hay relaciones que ya quedaron en el pasado y no es nada pertinente regalar algo. Hacemos gastos inútiles, que podríamos ahorrarnos e invertir en nosotros mismos.


Más aún, los gastos emocionales que hacemos pueden ser más inútiles cuando nos dejamos llevar por la euforia de las compras. En nuestras vulnerabilidades vamos regalando nuestro dinero emocional en pláticas desgastantes, en repeticiones de peleas, en darle vueltas a lo que no queremos que toque un punto final... podemos gastar y gastar y nuestros bolsillos se vacían. Luego, al recuento del gasto, quedamos en cifras negativas. ¿Y para qué? No compramos lo que queríamos, porque además de todo, más que mejorar las situaciones, las desgatamos más y se lastiman.


Estos gastos inútiles hay que domarlos. Aprender a gastar. Si el objeto de compra no nos construye, mejor pasar de la oportunidad de gastar. Respirar nuestras emociones y poner la mira en lo que está pasando ahora mismo es buena estrategia para no correr a buscar catálogos, productos y saciar necesidades. Los gastos inútiles nos asaltan cuando nos inquieta nuestra alma, cuando no tenemos paz.


Busquemos la paz interior para no gastar inútilmente. Ahorremos nuestra energía y nuestro dinero en algo que produzca y favorezca. Vamos... cortemos con los malos hábitos y percatémonos de que no necesitamos nada más que a nosotros mismos en plenitud para estar contentos y sonreír.



domingo, 5 de octubre de 2014

¿Dejará de doler?


Se dice que el dolor se va cuando lo aceptas y lo respiras. A las mujeres que están a punto de ser mamás se los dicen, por eso aprenden a respirar y mantener la calma, para relajarse y dejar que todo fluya. Al resto de nosotros, nos dicen que basta con respirar profundamente para que el dolor se disipe y que entre más atención le pongas, más duele.

El dolor físico parece ser así. El dolor emocional, también tendría que ser así. Sin embargo, hay cosas en la vida que un par de buenas respiraciones no lograrán quitarnos el dolor. Exigen más de nosotros mismos para que dejen de doler, pues apenas se nos ocurra descuidarnos o bajar la guardia, se apoderan de nosotros y perdemos la batalla.

El dolor emocional es el más duro. No sana por sí mismo como el cuerpo. El cuerpo no nos pregunta tanto por nuestra voluntad y sana. Si nos raspamos, si nos fracturamos... el cuerpo hace lo suyo y empieza a sanar. Lo que nos ha herido el alma, eso sí que duele más y para que deje de doler, requiere de nuestra plena y consciente participación. Aunque digan que el tiempo lo cura todo, no es sólo el pasar de las hojas del calendario lo que cura, sino nuestra aceptación de los hechos y el propósito fuerte de seguir avanzando pese a lo que nos ha lastimado.

Duele mucho, esas heridas duelen mucho. Entre más profundas, tardan más en sanar y mientras se sanan, duelen. A veces nos incitan a llorar, otras a estar de malas y en otros casos nos tiran en lapsus depresivos. Si nos negamos a sentir ese dolor, duele más todavía. Si nos permitimos sentirlo, el dolor encuentra una vía por donde salir y dejarnos un rato en paz. Por eso lloramos, porque las lágrimas son el canal más rápido de limpieza, el símil con el agua que genera una corriente y arrastra a su paso la suciedad que tiene que llevarse. Esas lágrimas son nuestras aliadas en momentos así.

El asunto es que sanar estas heridas toma su tiempo. No es de un día para otro, ni de un mes para otro... y no sabemos qué tan rápido sanarán. Algunas son más rápidas que otras, y unas son tan lentas, que nos preguntamos: ¿Algún día dejará de doler?

La respuesta es "sí". Si te esfuerzas y dejas fluir, siempre deja de doler. El problema es abandonarnos en el dejar fluir la vida y en el aceptar los hechos tal como son. Buscamos razones, buscamos explicaciones y motivos. Lo cierto es que las respuestas tal vez no las tengamos jamás... y sólo queda despojarse de los "hubiera" y seguir andando sin cargarlos a cuesta. Despedirse y dejar atrás. Sinceramente, dejar atrás.

Conforme descubres que no tienes control sobre las cosas de la vida y aprendes a confiar, es más fácil que sane y deje de doler. Cuando estés listo para abrazar el presente y aceptarlo como es, dejará de doler. Finalmente, la vida duele. Sólo que no tiene que doler para siempre. Que duela cuando deba doler y deje de doler cuando deba dejar de doler.

Respirar y avanzar. Tan fácil... sí, tan fácil si dejas de pensarlo tanto.