Frases

Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.


viernes, 9 de mayo de 2014

Jamás en viernes


Ella le llamó en viernes. Él no contestó. Sabía con certeza que no lo haría, pero lo intentó. Dejó su taza de café sobre la mesa y aspiró su aroma reconfortante. La mañana le antojaba un desayuno fuera de casa, pero la falta de compañía le acorralaba en su casa. Tal vez si se buscara un empleo o se inscribiera en un gimnasio tendría algo en qué ocupar su cabeza. Sin embargo, se conformaba con la presencia de un perro que se echaba a sus pies, haragán y despreocupado.

Al rato ella se dedicó a mirar televisión. Un programa cómico le hizo reír a carcajadas al recordarle una anécdota vivida con él. Quiso compartírsela enviándole un mensaje de texto al celular. Tal vez alegrara su día con aquel gesto. Siguió mirando la pantalla. Pasaron los minutos y él no le devolvió el mensaje.

Así solía gastarse los viernes. Era curioso que el resto de la semana pudiera contar con él. Todos los días, excepto en viernes, tenían contacto. Incluso entre semana, cuando él volvía de trabajar, no importaba que al día siguiente tuviera que despertar temprano para marcharse a la oficina. Él podía desvelarse escuchándola hablar acerca de su aburrido día. Le ponía al tanto de los chismes de la vecina, la impuntualidad del joven que lleva el correo, la alza de los precios de la despensa y los gritos, que a diario se escuchaban, del bebé desconsolado de una madre primeriza. Todas las nimiedades de la calle en que vivían, se los decía sin faltar detalle.

Los viernes eran caso especial. No volvía a casa durante la noche. No atendía el teléfono, ni daba aviso de dónde iba a estar. La vecina intrigosa le sembraba la idea de un evidente engaño. No era posible que un hombre con obligaciones desapareciera de ese modo. ¿A dónde iba? Alguna vez se atrevió a discar el número de su oficina. En vano, una recepcionista contestó indicándole que estaría en juntas de trabajo todo el día, que era inútil localizarlo, y le recomendó buscarle en su celular. Aquello era imposible. Lo sabía bien.

A la hora de la comida, ella se dispuso a preparar cualquier cosa. Arroz con huevo le parecía bien. Algunas tortillas para acompañar su alimento y una jarra con agua de jamaica. Sus amigas de la infancia le buscaron para invitarle a salir en la noche. Conscientes de la situación, le convencían de hacer lo mismo.

- Si él no regresa, ¿por qué lo esperas?

Comenzaba a molestarle el interrogatorio que no podía contestar sin ser juzgada de tonta. Ignoraba qué hacía él los viernes. ¿Era trabajo? ¿Era su familia? ¿Eran sus amigos? ¿Era otra mujer? Él siempre aseguró amarle incondicionalmente. La idea de infidelidad siempre la negaba y le atiborraba de besos inocentes para calmar sus dudas. Ella le creía, desconocía si por convicción o por falta de alternativas.

Aquella tarde se dedicó a limpiar la casa un poco. Hizo los deberes del hogar y quiso lavar la ropa sucia acumulada en la semana. Luego la dobló lista para guardarse en el armario. Mientras acomodaba unas blusas y unos pantalones, encontró sus vestidos de noche, esos que usaba cuando al inicio él la invitaba a bailar. Noches invertidas en paseos nocturnos por la ciudad, bebiendo alcohol y olvidándose de las responsabilidades. ¿Cuándo fue la última vez que lo hizo? Lo meditó un momento y se tiró en la cama abatida. Hacía más de un año que no lo veía en viernes. Le esperaba tontamente, nunca tenía noticias suyas. Nunca contestó a sus preguntas. Se escondía invariablemente y le huía a ella. La existencia de un incomunicable secreto y la falta de una merecida mentira a la cual aferrarse para fingir normalidad le desgarraron el alma. Evasivas y desapariciones. Se sintió terrible y soltó en llanto desesperado. ¿Qué pretendía ese hombre?

Ella buscó a sus amigas y por primera vez accedió a salir con ellas. Se vistió coqueta y se maquilló el rostro. Pintó sus labios de rojo y sombreó de gris sus párpados. Sus vestidos revivieron en una imagen renovada de seducción y fatalidad. Se sintió poderosa y hermosa. Animada por el recuerdo y el coraje, tomó su bolsa del perchero y se encaminó a la puerta. Sus amigas le esperaban afuera en un automóvil. Sus pasos decididos hacían sonar sus tacones contra el suelo. Al salir de casa, pisó el adoquín colocado a lo largo de un jardín que floreaba en plena primavera. Un camino se abrió para ella. Lo cruzó elegantemente y con fuerza. Una noche de aventura y diversión le esperaban. ¿Y si acaso vuelve y no me encuentra? Se marchó con esa idea amartillándole la mente, mientras el auto avanzaba hacia el centro de la ciudad.

La casa quedó vacía. La vecina intrigosa tocó al timbre y nadie le abrió. Ella asomó su mirada a través de las ventanas buscándole. Las luces apagadas y el televisor también. No había nadie ahí adentro. Se retiró y siguió con lo suyo, buscando a alguien más a quien molestar.

Las siguientes noches de viernes la casa siempre estuvo sola. ¿Dónde estaba ella? Tal vez con sus amigas en un bar. ¿Dónde estaba él? Eso, nunca nadie lo supo y nunca se enteró de que ella tampoco estaba ahí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por dejar tu comentario! Te leeré así como tú me lees