Viernes de Relatos
La tarde lluviosa me hostiga intranquila, pretende impedirme que salga a engañarte. Tan empeñada estoy en vencerla, que no reparo en tomar un paraguas.
Un muro acuático cae tras la puerta y arruina el atuendo que tardé horas en
escoger. Mi peinado se empapa y cae desastroso sobre mi cabeza. El rimel con el
que he pintado mis pestañas se desvanece en ríos negros que caen sobre mi
cara. Mis zapatos de tacón libran los charcos que se han creado en la banqueta.
Estoy terrible y no me importa. Voy a salir.
Mi cómplice de venganza me espera en un auto. Ha aparcado lejos
para evitar que me pillen mis vecinos. Sin testigos emprendo mi camino y en
cada paso que doy para llegar a él, se me mojan las ideas de regresar. Aunque
hay vuelta atrás, determinada ignoro la opción y sigo avanzando.
Conduce lejos, lugares recónditos que no visito usualmente.
Perseguir el anonimato es lo que nos anima a los dos. Él no tiene nada que
perder, vive sin rendir cuentas a nadie, es fácil para él servirme en la
aventura. No cuestiona mis motivos ni me hace reflexionar en las consecuencias.
Se divierte en la astucia que lo mueve a cubrirme las espaldas y en la
recompensa que gana por ser con quien desahogo mis deseos.
La noche transcurre violenta, asaltando mi conciencia cuando su
recuerdo brinca a mis ojos. Quiero verle en quien me acompaña. Sus manos son
las suyas, sus labios son los suyos. Su cuerpo se apodera del impostor que me
tiene sujeta entre sus brazos. Me calmo el remordimiento imaginándolo conmigo y
reniego su verdadera ausencia justificando que él estará haciendo lo mismo.
Regreso a casa, insatisfecha y lastimada. Le arrojo una sonrisa
furtiva a él y me despido con un ademán. Camino a casa. La lluvia ha sido
derrotada, sólo quedan sus restos que reflejan mi rostro si me les asomo a ver.
Siento la brisa helada del recuerdo del agua que cayó al suelo.
Mañana lo veré. Sin mentiras, sin verdades. Simplemente lo veré…
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