Frases
Vive cada día de manera tal, que siempre tengas algo interesante que contar --- Lourdes Glez.
jueves, 8 de mayo de 2014
¿Qué es lo peor que podría pasar?
Una entrevista de trabajo no tiene por qué despertar una crisis personal. Los nervios se presentan, pero si respiras consciente del aire que inhalas y expiras los puedes dominar. La entrevista no es más que una serie de preguntas a contestar sobre un tema que supuestamente sabes a la perfección: tú.
Sin embargo, ir a una entrevista de trabajo supone un evento relevante en la vida. Se presenta como la oportunidad de cambio y de crecimiento. De antemano preparas lo que podrían preguntarte, ejercitas ese apretón de mano con tus amigos, simulas que te entrevistan, buscas la ropa adecuada que proyecte profesionalismo (peinado, maquillaje, corbatas -- según el caso, etc) y buscas las rutas que mejor te quedan para llegar puntual a la cita. La entrevista de trabajo es esencial para dar una correcta impresión de tus competencias (habilidades, actitudes, conocimientos) Contra reloj debes sorprender y causar admiración en el entrevistador. Haces un repaso de tus modales, repasas tus logros académicos y experiencia profesional y armas discursos que te permitan convencer que el puesto fue hecho para que sólo tú lo desempeñaras.
Hay inconvenientes de sabiduría popular que debes anticipar. El tráfico es uno de ellos. Nunca sabes a quién se le va a ocurrir chocar ese día, pero con tiempo y un buen mapa de rutas alternas puedes salir bien librado. Los asuntos de los automóviles acechan. Quedarte sin gasolina, llantas ponchadas, calles cerradas por obras, baches y obstáculos en el camino; que de algún modo puedes librar.
¿Qué es lo que no puedes anticipar en la asistencia a una entrevista de trabajo? La naturaleza.
Por ejemplo hoy, que a la tierra se le ocurrió temblar. Imagínate que tu destino es Santa Fe. Tu punto de partida es el Norte, a una altura aproximada de Satélite. (Una hora de traslado con tráfico ligero) Hoy precisamente un camión se voltea en el camino y hace que las autoridades viales reduzcan los carriles. Consecuencia: tráfico pesado. Podrías haber tomado la carretera, pero entre tu falta de maestría para ese trayecto y la falta de recursos económicos, prefieres apostar a la estrategia de "salir con tiempo". Aunque no te sorprende, te preocupas: estás avanzando a vuelta de rueda y el tiempo que habías anticipado para llegar se acorta. El reloj te presiona con su andar. La gente además maneja con cautela extrema y a veces paranoica. ¿Por qué? ¡¡Porque está lloviendo también!! Pavimento empapado y lentas reacciones de los conductores. ¿Qué haces? La hora de la cita está por marcarse en el reloj. ¡Llamas! Claro, porque eres cortés y es buen detalle avisar a la persona a quien verás, para explicarle de tu posible retraso, pues han ocurrido una barbaridad de acontecimientos que no te permiten llegar hasta su oficina. La persona comprende. Te esperará. Los nervios florecen, pero te calmas respirando. Miras el tráfico desde tu asiento, y adelantas la vista unos coches más allá. El semáforo está en rojo y algunos se han quedado atravesados a la mitad de la calle cuando se ha puesto el verde para ti, estorbando descaradamente. Por qué.... por qué...
Se ordenan los coches y avanzas otra vez. Estás a escasos minutos de lograrlo. Con suerte sólo llegarás siete minutos tarde, porque gracias a que has anticipado el percance vial, y has salido con más tiempo del que necesitarías te has ganado un margen para salir airosa. Enciendes el radio, tal vez te has asustado más de la cuenta. Llegarás a tu destino. Sin embargo, descubres que has cantado victoria muy rápido... En el radio, que has estado escuchando para seguir el informe vial del accidente, se interrumpe la transmisión. Empieza a sonar una alarma y por un instante crees que han tomado la radio o has captado una señal misteriosa proveniente del inframundo. Luego de unos segundos se escucha una voz diciendo: Alarma sísmica, y los tonos intermitentes continúan. Miras a tu alrededor, nadie está asustado y la vida sigue su curso normal. ¡Te están engañando! Sigues avanzando, todos lo hacen. ¿Debieras detenerte? Nadie lo hace. Avanzas sin pisar demasiado el acelerador. No vaya a ser que te tambalees y choques al pobre incauto de a lado, que tiene cara sonriente y no se percata de nada. Tal vez te están tomando el pelo o tal vez has recibido una señal privilegiada a la que deberías prestarle atención y actuar rápidamente. ¡Es el apocalipsis y tú puedes salvarte!
Decides avanzar. Conforme te adentras a la zona empresarial, aprecias grupos de personas concentrados en la banqueta y marcando números en sus celulares. Han evacuado. Confirmas que sí tembló. Tu camino se ve interceptado por decenas de personas que ahora esperan en la calle a que se les indique que pueden volver a sus escritorios. Mientras tanto, entorpecen la vialidad pues captan la atención de los demás automovilistas. Maldices un poco en tu cabeza, y suspiras. ¡Llamar, hay que volver a llamar para avisarle! Lo olvidas, los teléfonos no funcionan luego de un sismo. Suerte que sabe de tu retraso, al menos recibió noticias de que estás en camino... aunque ignoras la hora a la que llegaras.
Sigues avanzando, tan lento, que la desesperanza se apodera de tus nervios y los aniquila. Ahora eres presa del desánimo. ¿Llegarás? ¿Te esperarán? El tiempo pasa lentamente... avanzas... miras el reloj... avanzas... al fin consigues llegar. Cuando entras en el edificio te sorprende otra noticia: No te permiten el acceso. ¿La razón? No están autorizando la entrada a visitas hasta que se regularicen los servicios de seguridad de la entrada y los elevadores. ¡Ruegas que anuncien tu llegada!.... y no te lo conceden. Tienes que esperar. Invocas los poderes del universo para que suertudamente te sigan esperando y no impacte lo ocurrido en tu entrevista. Tu celular suena. ¿Quién será? No es de la empresa. Tu celular te advierte la entrada de varios mensajes de amigos y familiares preguntando por tu estado. ¿Tu estado? Crisis nerviosa, no por el temblor, sino por la entrevista. Empiezas a contestarles cuando el policía te permite entrar. Te indica que el acceso será por las escaleras de servicio. No te importa. Estás decidida a caminar. ¿Cómo saber cuándo detenerte? El policía te pregunta el número de piso al que te diriges. Contestas que al PH (penthouse) Se ríe un poco de ti. Eso es hasta arriba. Ocho pisos...
Ocho pisos en la escalera. Portas tacones incómodos que nunca te pones para variar. Los intentos de calmar tu respiración fueron inútiles. Ahora estás agitada por el esfuerzo de subir los ocho pisos de lámina que se burlan de tu suerte. Tu peinado, pulcritud e imagen perfecta se han arruinado por el sudor que te causa el ejercicio. No puedes respirar con el corazón latiendo a mil por hora. Te detienes recargándote contra una pared. Tus piernas arden, y apenas has subido cinco pisos.
Un milagro es lo que debió hacerte llegar al PH. ¡Lo conseguiste, estás ahí! Tu aspecto es un poco desalineado. La gente sólo habla del temblor y los que te ven pasar creen que el susto te mantiene agitada. No es eso, tú lo sabes, tu condición física te defraudó en las escaleras. La persona que te espera sale a tu encuentro y te ofrece un vaso con agua. Lo aceptas. En tu plan previo no lo hubieras aceptado para evitar lamentaciones por si los nervios te hacían derramarlo. Esta vez rompes la regla, pues es lo único que te ayudará a recuperarte.
Te sientas en la silla y te echas un vistazo fugaz. La humedad arruinó tu cabello alaciado cuya naturaleza es de tipo esponjado-rebelde. Has transpirado por toda tu ropa. Tu maquillaje está al borde del colapso. Respiras, es lo único que te queda. Te percatas de que todos permanecen distraídos por el temblor. Para suerte tuya, el retraso es irrelevante. Miras a la entrevistadora. Te sonríe y le sonríes de vuelta. Las preguntas comienzan para ti.
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